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—Parece un bunker —dijo Harry cuando el autobús se acercó a una rampa que se inclinaba descendiendo hasta más abajo del nivel del suelo—. ¿Construido para resistir un ataque nuclear directo?

—Eso no constituye ninguna prioridad aquí, señor —dijo el teniente Sanborn—. Sería casi imposible reforzar los emplazamientos de despegue y aterrizaje.

—Éste es el Laboratorio Experimental de Recepción —explicó el coronel Hall—. LER para abreviar. El LER contiene a nuestros huéspedes civiles y al espécimen.

El autobús aparcó en un amplio garaje subterráneo junto a un muelle de carga de cemento con el borde protegido con una amplia banda de caucho. La puerta delantera de los pasajeros se abrió con un siseo, y sus escoltas condujeron a Harry y Arthur fuera del autobús, cruzando el muelle de carga, hasta un largo pasillo color verde pastel alineado con puertas azul cielo completamente lisas. Cada puerta estaba identificada con un número y unas siglas crípticas en una placa de plástico grabado montada en un pequeño marco de metal. En algún lugar, los acondicionadores de aire zumbaban suavemente. El aire olía un poco a antiséptico y a componentes electrónicos nuevos.

El pasillo se abría a una zona de recepción equipada con dos largos sofás tapizados en vinilo marrón y varias sillas de plástico dispersas en torno a una mesa cubierta con revistas: periódicos científicos, Time y Newsweek, y un solitario National Geographic. Un joven mayor de aspecto despierto estaba sentado detrás de un escritorio equipado con un terminal de ordenador y una caja de tarjetas de identificación. Uno a uno, el mayor registró a los cuatro hombres y luego tecleó un código en la cerradura de teclado de una amplia doble puerta tras su escritorio. La puerta se abrió con un siseo.

—El sanctasanctórum —dijo Hall.

—¿Dónde está la cosa? —preguntó Harry.

—A unos doce metros de donde nos hallamos en este momento —dijo Hall.

—¿Y los civiles?

—Aproximadamente a la misma distancia, al otro lado.

Entraron en una habitación semicircular equipada con más sillas de plástico, una pequeña zona de lavado y una mesa de laboratorio, y tres ventanas herméticamente cerradas montadas en la larga y curvada pared. Harry se detuvo junto a la desnuda mesa de laboratorio y pasó las manos por el brillante sobre de plástico negro, examinando brevemente las yemas de sus dedos en busca de polvo…, el mismo gesto que haría un profesor en una clase. La boca de Arthur se crispó en una breve sonrisa. Harry captó el movimiento y alzó las cejas. ¿Y?

—Nuestro Huésped está detrás de la ventana del centro —dijo Hall. Habló por un intercomunicador montado a la izquierda de la ventana central—. Nuestros inspectores están aquí. ¿Está preparado el coronel Phan?

—Estoy preparado —respondió una voz suave, casi femenina, por el altavoz.

—Entonces empecemos.

La protección exterior de la ventana, montada sobre guías a ambos lados, crujió y empezó a alzarse. La primera capa de cristal estaba cubierta por la parte interior por una cortina negra.

—No se trata de un espejo unidireccional ni nada parecido —dijo Hall—. No ocultamos nuestra apariencia al Huésped.

—Interesante —murmuró Harry.

—El Huésped pidió un entorno en particular, y hemos hecho todo lo posible por atender sus necesidades —dijo el teniente Sanborn—. Se siente más cómodo en condiciones de semioscuridad y a una temperatura de unos quince grados Celsius. Parece que su atmósfera preferida es un aire seco, con aproximadamente la misma mezcla de gases que podemos hallar aquí. Creemos que abandonó su entorno normal aproximadamente a las seis de la madrugada del veintinueve de septiembre para explorar…, bueno, en realidad no sabemos para qué lo abandonó, pero fue atrapado por la luz diurna y al parecer sucumbió al resplandor y al calor aproximadamente a las nueve y media.

—Eso no tiene sentido —dijo Harry—. ¿Por qué abandonaría su… entorno… sin protección? ¿Por qué no tomaría todas las precauciones necesarias y planearía cuidadosamente su primera excursión?

—No lo sabemos —dijo el coronel Hall—. No hemos interrogado al Huésped ni le hemos ocasionado ningún esfuerzo innecesario. Le proporcionamos todo lo que pide.

—¿Hace sus peticiones en inglés? —preguntó Arthur.

—Sí, en un inglés bastante aceptable.

Arthur agitó incrédulo la cabeza.

—¿Ha llamado alguien a Duncan Lunan?

—No hemos «llamado» a nadie excepto a la gente con una necesidad inmediata de saber lo que ocurre —dijo Hall—. ¿Quién es Duncan Lunan?

—Un astrónomo escocés —explicó Arthur—. Causó una enorme controversia hará unos veintitrés años cuando afirmó tener pruebas de la existencia de una sonda espacial alienígena que orbitaba cerca de la Tierra. Una sonda que creía podía proceder de Epsilon Bootis. Sus pruebas consistían en esquemas de regresos anómalos de ondas de radio que parecían haber sido reflejadas por un objeto en el espacio. Como gran número de pioneros, tuvo que enfrentarse al desencanto y en cierto modo a retractarse.

—No, señor —dijo Hall, de nuevo con su enigmática sonrisa—. No hemos hablado con el señor Lunan.

—Lástima. Puedo pensar en un centenar de científicos que deberían estar ahora aquí —dijo Arthur.

—Más adelante, quizás —admitió Hall—. Pero no ahora.

—No. Por supuesto que no. ¿Y bien? —Arthur hizo un gesto hacia la oscura ventana.

—El coronel Phan nos ofrecerá una visión directa dentro de pocos minutos.

—¿Quién es el coronel Phan? —preguntó Harry.

—Es un experto en medicina espacial de Colorado Springs —dijo Hall—. No pudimos hallar a nadie mejor cualificado en tan poco tiempo, aunque dudo que hubiéramos podido conseguir a un hombre mejor para el trabajo aunque hubiéramos estado buscando durante todo el año.

—No nos preguntaron a nosotros —dijo Harry. Arthur le dio un ligero codazo.

Las luces en el lugar donde estaban disminuyeron de intensidad.

—Espero que alguien esté tomando videocintas de nuestro Huésped —susurró significativamente Harry a Arthur mientras acercaban sus sillas a la ventana.

—Tenemos una grabadora digital y tres cámaras de alta resolución trabajando las veinticuatro horas del día —explicó el teniente Sanborn.

—De acuerdo —dijo Harry.

Harry estaba evidentemente nervioso. Por su parte, Arthur se sentía a la vez alerta y vagamente anestesiado. No podía aceptar completamente que una cuestión tan antigua como el tiempo hubiera sido contestada afirmativamente, y que ellos estuvieran ahora a punto de ver la respuesta.

La cortina negra se corrió a un lado. Más allá de otro grueso panel de cristal enmarcado en acero inoxidable vieron una habitación cuadrada pequeña, débilmente iluminada, casi vacía, reflejando una tonalidad verde acuosa. En medio de la habitación había una plataforma baja envuelta en lo que parecían ser sábanas, con una jarra de plástico de agua en una esquina. En la esquina de la derecha más cercana a su ventana había un cilindro transparente de un metro de alto, abierto por la parte superior. Arthur captó todo aquello de una ojeada antes de enfocar su vista en lo que había debajo de las sábanas sobre la plataforma.

El Huésped se agitó, alzó un miembro delantero —a todas luces una especie de brazo, con una mano de tres dedos, cada uno de ellos dividido en dos a partir de la articulación media—, y luego se sentó lentamente, mientras la sábana caía suelta de su cabeza en forma de cuña. La larga «nariz» de su cabeza les apuntó, y los ojos marrón dorado emergieron del romo extremo, se ocultaron, emergieron de nuevo. Arthur, con la boca seca, intentó contemplar al ser como una totalidad, pero por un momento sólo pudo concentrarse en si los ojos tenían párpados o en si se hundían realmente en «pozos» de pálida carne gris verdosa.