—¿Podemos hablar con él? —preguntó Harry a Hall por encima del hombro.
—Hay un intercomunicador bidireccional en la habitación.
Harry se sentó en una silla cerca de la ventana.
—Hola. ¿Puede usted oírnos?
—Sí —dijo el Huésped. Su voz era sibilante y débil, pero claramente comprensible. Bajó con un esfuerzo al suelo y se quedó de pie, vacilante, al lado de la plataforma. Sus miembros inferiores —sus piernas— tenían las articulaciones al revés, pero no como las patas posteriores de un perro o un caballo, donde la «rodilla» es el análogo de la muñeca humana. La articulación del Huésped era completamente original, cada articulación realmente invertida, con la mitad inferior del miembro cayendo suavemente, graciosamente, para escindirse en tres gruesas extensiones, y la punta de cada extensión escindida a su vez en dos amplios «dedos». Las piernas ocupaban buena parte de su altura, mientras que el «tronco», recubierto por una piel como de rinoceronte, ocupaba tan sólo medio metro de su metro y medio total. El extremo de la larga cabeza, echada hacia delante sobre un grueso y corto cuello, caía hasta unos pocos centímetros debajo de la unión de piernas y tronco. Los brazos se alzaban a cada lado del tronco como los doblados manipuladores de una mantis.
Harry frunció el ceño y agitó la cabeza, incapaz temporalmente de hablar. Agitó una mano frente a su boca, mirando a Arthur, y tosió.
—No sabemos exactamente qué decirle —consiguió articular finalmente Arthur—. Hemos estado mucho tiempo aguardando a que alguien visitara la Tierra desde el espacio.
—Sí. —La cabeza del Huésped osciló hacia delante y hacia atrás, sus ojos color coñac, húmedos y brillantes como joyas, completamente al descubierto—. Desearía poder traer mejores noticias en ocasión tan importante.
—¿Qué…, cuáles son las noticias que trae? —preguntó Harry.
—¿Están ustedes relacionados?
—¿Perdón…, relacionados?
—¿Es eso una pregunta acerca de mi comunicación?
—No somos de la misma familia…, no somos hermanos, ni padre e hijo, ni… nada parecido —dijo Arthur.
—Pero tienen una relación social.
—Él es mi jefe —indicó Harry, señalando a Arthur—. Mi superior jerárquico. También somos amigos.
—¿Y no son los mismos individuos en diferentes formas que los individuos que tienen detrás?
—No —dijo Harry.
—Sus formas son firmes.
—Sí.
—Entonces… —El Huésped emitió un seco y agudo sonido sibilante, y la larga cresta sobre el nivel de los hombros pareció hincharse ligeramente. Arthur no pudo ver una boca o nariz cerca de los ojos, y supuso que tales aberturas debían hallarse en la cabeza debajo del cuello y mirando al pecho, en la zona correspondiente, si esa correspondencia servía realmente de algo, a una larga «barbilla»—. Entonces relataré mis malas noticias a ustedes también. ¿Están situados a un nivel alto en su grupo, en su sociedad?
—No los más altos, pero sí, estamos situados a un nivel alto —dijo Harry.
—Las noticias que traigo no son alegres. Puede que sean tristes para todos ustedes. Por eso no las he comunicado antes con detalle. —De nuevo el sonido sibilante. La cabeza se alzó y Arthur descubrió aberturas como rendijas en su parte inferior—. Si poseen ustedes la habilidad de marcharse, desearán hacerlo pronto. Una enfermedad ha penetrado en su sistema de planetas. A su mundo le queda poco tiempo.
Harry arrastró su silla unos centímetros hacia delante, y el Huésped, con un torpe movimiento deslizante, se acercó al grueso cristal. Luego se sentó en el suelo, dejando sólo visibles sus brazos superiores y su larga cabeza. Los tres ojos apuntaron firmemente a Harry, como si desearan establecer alguna inquebrantable y fácil comunicación, o como si se apenara…
—¿Nuestro mundo está condenado? —preguntó Harry, evitando de alguna forma todo melodrama, dando a la última palabra un énfasis perfectamente directo y tranquilo.
—A menos que yo haya interpretado muy mal sus habilidades, sí. Son malas noticias.
—Así me parece —admitió Harry—. ¿Cuál es la causa de la enfermedad? ¿Forma usted parte de un ejército conquistador?
—Conquistador…, significado incierto. ¿Ejército?
—Grupo organizado de soldados, luchadores, destructores y ocupadores. Invasores.
El Huésped guardó silencio durante algunos momentos más. Hubiera podido ser muy bien una estatua excepto por la casi invisible pulsación en su cresta superior.
—Soy un parásito, un viajero ocasional.
—Explique eso, por favor.
—Soy una pulga, no un soldado o un constructor. Mi mundo está muerto y devorado. Viajé hasta aquí dentro de un hijo de una máquina que devora mundos.
—¿Vino en una nave espacial?
—No mía. No nuestra. —El énfasis era abrumador.
—¿De quién, entonces? —presionó Harry.
—Sus antepasados fueron construidos por un pueblo muy distante. Se controla a sí misma. Devora y se reproduce.
Arthur tembló con confusión y miedo, y una profunda irritación que no pudo explicar.
—No comprendo —dijo, bloqueando las próximas palabras de Harry.
—Es un viajero que destruye y hace las estrellas seguras para sus constructores. Acumula información, aprende, y luego devora mundos y crea nuevas formas más jóvenes de sí misma. ¿Queda claro esto?
—Sí, pero, ¿por qué está usted aquí? —Arthur casi gritó.
—Chissst —dijo Harry, alzando una mano—. Acaba de decirlo. Se metió de polizón. Es una pulga.
—¿No construyó usted la roca, la nave espacial o lo que sea allá en el desierto? ¿Aquello no es su vehículo? —preguntó el coronel Hall. Evidentemente, ninguno de ellos había oído nada de aquello antes. El joven teniente Sanborn estaba visiblemente impresionado.
—No es nuestro vehículo —afirmó el Huésped—. Es lo bastante poderosa como para no temer nuestra presencia. No podemos hacerle daño. Nos sacrificamos… —Silbó de nuevo—. Sobrevivimos solamente para advertir de la muerte que los nuestros han hallado.
—¿Dónde están los pilotos, los soldados? —preguntó Harry.
—La máquina no vive como nosotros —dijo el Huésped.
—¿Es un robot, automático?
—Es una máquina.
Harry echó hacia atrás su silla y se frotó vigorosamente el rostro con ambas manos. El Huésped pareció darse cuenta de ello, pero aparte eso no cambió de posición.
—Tenemos un par de nombres para ese tipo de máquinas —dijo Arthur, mirando al coronel Hall—. Suena como si se tratara de un artilugio von Neumann, autorreproductor, sin instrucciones externas. Frank Drinkwater piensa que la ausencia de tales máquinas demuestra que no existe vida inteligente en la galaxia aparte la nuestra.
—Representando el papel de abogado del diablo, sin duda —dijo Harry, masajeándose aún el puente de la nariz—. ¿Qué científico desearía demostrar que la inteligencia era única?
El coronel Hall contempló al Huésped con una expresión de ligero dolor.
—¿Nos está diciendo que deberíamos decretar una alerta bélica?
—Nos está diciendo… —empezó Harry furioso, y luego controló su tono—, nos está diciendo que no tenemos más posibilidades que un cubito de hielo en medio del infierno. Art, tú lees más ciencia ficción que yo. ¿Quién era ese tipo…?
—Saberhagen. Fred Saberhagen. Los llamaba «Berserkers».
—No entiendo eso —dijo el Huésped—. ¿Son ustedes conscientes de los resultados de esta información?