Выбрать главу

—Las primeras tres galineanas, y eso incluye a Europa, no pueden verse eclipsadas todas a la vez, ni tampoco pueden estar todas frente al disco a la vez. Si Io y Europa están eclipsadas u ocultas simultáneamente, o simultáneamente en tránsito… Oh, infiernos. —No podía recordar los detalles. Simplemente tendría que sentarse y aguardar a que la cuarta se hiciera visible…, o siguiera solamente con las actuales tres.

—¿Podemos mirar? —preguntó Marty.

—Por supuesto. Probablemente voy a quedarme aquí fuera toda la noche —dijo Arthur.

—No Becky —dijo severamente Danielle.

—¡Oh, mamáááá! ¿No puedo mirar?

—Adelante —animó Arthur, echándose hacia atrás. Marty se inclinó junto al telescopio y mostró a su prima cómo mirar por el ocular.

—No lo golpeéis —advirtió Arthur—. Francine, ¿puedes traerme los gemelos de campaña?

—¿Dónde están?

—En el armario de la entrada, en el vestíbulo, sobre las cosas de camping, en una funda negra de piel.

—¿Qué puede hacer que una luna desaparezca? —preguntó Grant—. ¿Cuál es el tamaño de una luna?

—Como luna es bastante grande —dijo Arthur—. Rocas y hielo, probablemente con una capa de agua líquida bajo un cascarón de hielo.

—¿No es como nuestra Luna, entonces? —preguntó Danielle.

—Muy diferente —reconoció Arthur. Francine le tendió los gemelos y él los alzó hacia el cielo, en la dirección general de Júpiter. Tras unos momentos de enfocar y girar halló el punto de luz, pero no pudo sujetar los gemelos con la suficiente firmeza como para que se apreciaran las lunas. Becky se apartó del telescopio, frotándose el ojo con el que había estado mirando y haciendo una mueca.

—Es duro —comentó.

—Cierto. Dejadme usarlo de nuevo —dijo Arthur.

Marty preguntó a su prima si lo había visto.

—No sé. Resultaba difícil ver nada.

Arthur aplicó el ojo al ocular y halló una tercera luna visible, también comparativamente apagada. Callisto, Io, y el brillante Ganímedes. Ninguna señal de un cuarto satélite.

El resto de la familia se cansó pronto de la vigilia y se fue dentro, donde se pusieron a jugar ruidosamente al scrabble.

Al cabo de dos horas de forzar los ojos, Arthur se puso en pie. Se sentía mareado. Las piernas le hormigueaban dolorosamente de las rodillas para abajo. Francine regresó al patio hacia las diez y se detuvo a su lado, con los brazos cruzados.

—¿Tienes que comprobarlo por ti mismo? —preguntó.

—Ya me conoces —dijo Arthur—. Tendría que ser visible, pero no está ahí.

—Es una cosa más bien grande para perderla, ¿no crees?

—Más bien.

—¿Alguna idea de lo que significa?

Arthur alzó la vista hacia ella.

—Sólo hay tres. Sé que en estos momentos tendrían que ser cuatro.

—¿Qué significa eso, Arthur?

—Que me maldiga si lo sé. ¿Alguien coleccionando lunas, quizá?

—Me asusta —dijo Francine—. Si es cierto. —Le miró como suplicante. Él no dijo nada—. Entonces, ¿es cierto?

—Supongo que sí.

—¿No te asusta a ti?

Arthur se desperezó para aliviar los agarrotados músculos y sujetó las manos de su esposa entre las suyas.

—Todavía no sé lo que significa —dijo.

Francine se movía por entre las ciencias casi con tanta facilidad y soltura como él, aunque a un nivel mucho más instintivo. Él valoraba sus intuiciones, y el pensamiento de su miedo lo tranquilizó un poco.

—¿Por qué te asusta?

—Una luna es algo más grande que una montaña, y si una montaña, o el río, desaparecieran sin dejar rastro, ¿no tendrías miedo?

—Supongo que sí —concedió él. Recogió el telescopio y lo guardó en su funda—. Ya es suficiente por esta noche.

Francine apretó los brazos en torno a su cuerpo.

—¿Vamos a la cama? —preguntó—. Grant y Danielle y los niños ya están dormidos. Gauge está con Marty.

La mente de Arthur no dejó de dar vueltas mientras permanecía tendido en la cama al lado de Francine. Las amplias sábanas de invierno de franela no habían sido cambiadas todavía por las habituales sábanas de percal de primavera y verano. Le agradó su vellosa comodidad. Se sentía dominado por sus emociones.

Europa llevaba en su sitio miles de millones de años, orbitando silenciosamente el planeta Júpiter. Algunos científicos habían creído que podía haber vida allí, pero eso nunca había sido probado o desmentido.

Si una montaña o el río desaparecen, eso está mucho más cerca de casa…

Arthur soñó que estaba pescando con su mejor amigo, Harry Feinman. Estaban sentados en un bote en medio del río, los sedales arrastrados por la corriente, cubriéndose la cabeza con sombreros de ala ancha contra un sol que tampoco era tan brillante como eso. En el sueño, Arthur recordó a Harry jugando con Martin en la casa, alzando al muchacho muy arriba en el aire y produciendo un ruido como de aeroplano mientras corría alrededor del árbol en el patio de atrás. La esposa de Harry —la alta, solemne Ithaca— le contemplaba, en el recuerdo de su sueño, con un ligero asomo de tristeza en su sonrisa; era estéril, y nunca había podido darle a Harry el hijo que éste deseaba. Sólo ocasionalmente parecía lamentar Harry las oportunidades perdidas. No he visto a Harry desde hace más de ocho meses, pensó Arthur. Sin embargo, aquí está.

¿Cómo va eso, colega?, preguntó Arthur a Harry en el bote. ¿Pican? Era curioso darse cuenta de que la figura de Harry, sentada, con el sombrero hundido sobre su rostro, formaba parte del sueño. Arthur se preguntó qué iba a decir el Harry del sueño. ¿Duermes?

Adelantó un brazo para retirarle el sombrero.

Debajo del sombrero de Harry estaba la Luna de la Tierra, brillante y llena. El rostro de Harry se reflejaba en los cráteres y los mares de su superficie. Huau, dijo Arthur. Eso es realmente hermoso.

Pero por un brevísimo instante le preocupó la idea de que no estaba soñando, y despertó con un sobresalto.

¡QUID SUM, MISER!

¿TUNC DICTURUS?

PERSPECTIVA

AP/Home Info Service, 2 de septiembre de 1996:

WASHINGTON, DC.— Los científicos están congregándose en la conferencia de la AAAS, la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias, para escuchar a los conferenciantes que presentarán sus informes sobre temas que van desde la «Falta de pruebas para las lentes gravitatorias supermasivas intergalácticas» hasta la «Distribución de la plaga de los roedores salvajes a través de las pulgas de la ardilla terrestre (Diamanus Montanus) en el sur de California». Ayer, uno de los informes más ardientemente debatidos fue el presentado por el doctor Frank Drinkwater, del Balliol College de la Universidad de Oxford. El doctor Drinkwater sostiene que no existen civilizaciones extraterrestres inteligentes. «Si existieran, seguro que a estas alturas ya hubiéramos visto sus efectos.» El doctor Drinkwater sostiene que una civilización, a través de la creación de astronaves autorreproductoras capaces de visitar otros planetas, habría permeado la galaxia en menos de un millón de años.