– ¿Eh?
– Pobrecita, estás agotada.
– Sí -susurró ella.
– Te llevaré en brazos.
Nick la tomó en brazos delicadamente y entró en el ascensor. Mientras subían, algo extraño empezaba a pasarle. Sentía ternura por aquella chica y el suave roce de su pelo en el cuello le daba escalofríos. Cuando miró hacia la puerta del ascensor, vio que estaba abierta. No sabía cuánto tiempo había estado mirándola.
Podía oír el sonido de risas y copas en el piso de arriba, lo que significaba que las chicas volvían a tener una fiesta, pensaba irritado.
– Katie -susurró cuando entraban en el apartamento. Pero la única respuesta era el suave sonido de su respiración-. Katie, es hora de irse a la cama.
El aliento de ella, cerca de su garganta le producía una sensación extraña. Se quedó allí parado con ella en brazos sin saber qué hacer hasta que por fin abrió la puerta de su dormitorio con el pie.
Cuando la estaba dejando sobre la cama, ella instintivamente apretó los brazos alrededor de su cuello y, en ese momento, sus labios se rozaron. No había querido hacerlo, pero estaba hecho y Nick esperaba, tenso, que ella se despertara y se pusiera a gritar. Pero no lo hizo. Estaba profundamente dormida, demasiado como para haberse dado cuenta de lo que había pasado.
La soltó con desgana, pero los brazos de ella seguían alrededor de su cuello y él los apartó tan delicadamente como pudo. La luz de la luna que entraba por la ventana le permitía ver su cara, vulnerable y delicada. De repente, deseaba besarla de verdad y, por un instante, casi lo venció la tentación. De pie, frente a ella, luchaba contra sí mismo, abrumado por la ternura y el deseo que sentía en aquel momento.
Un segundo más tarde consiguió apartarse y fue al armario para buscar una manta. Y después se alejó del dormitorio tan rápidamente como pudo.
Capítulo 6
A la mañana siguiente, Nick se preguntaba cómo iba a enfrentarse con Katie. ¿Se habría dado cuenta ella del beso? Pero la desalmada criatura se había levantado antes que él y estaba en la cocina tomando tostadas con mantequilla como si le fuera la vida en ello.
– ¿Cómo puedes comer de esa forma y no engordar?
– Hago mucho ejercicio -contestó ella alegremente-. No estoy todo el día sentada detrás de una mesa, como otros que yo sé.
– Si te refieres a mí, no es verdad.
– Bueno, tienes razón. A veces te levantas para sentarte en el coche.
– Puede que te interese saber que mi compañía aconseja a sus empleados que se mantengan en forma y, para ello, han instalado un gimnasio.
– Pareces un panfleto publicitario. Además, ¿cuándo fue la última vez que fuiste a ese gimnasio?
– Eso da igual.
– No da igual. Tener un gimnasio en la empresa no vale de nada si no vas por allí. ¿No lo sabías?
– ¿Te vas? -preguntó él con frialdad, ignorando la puya.
– Sí, ahora mismo -contestó ella, tomando su bolsa de deporte, antes de salir de la cocina silbando.
Nick se quedó allí, preguntándose cómo podía haber sentido ternura por aquella loca la noche anterior. No era más que un grano en…, pensaba.
El día había empezado mal y había continuado peor. Cuando salió del apartamento, se encontró compartiendo ascensor con Leonora, la vecina del piso de arriba.
– ¿Te molestamos mucho anoche? -preguntó.
– En absoluto.
– Ya sabes que a veces se nos olvida que hay vecinos -rió la joven-. Anoche hicimos una fiestecita para celebrar que me han dado recorridos largos. Ahora mismo me marcho a Nueva York.
– Y cuando vuelvas, supongo que también lo celebraréis -observó Nick.
– ¡Qué buena idea! Muchas gracias -rió la joven.
Habían llegado al garaje y Leonora entró en su coche alegremente, dejando a Nick preguntándose por qué tenía que abrir la boca por las mañanas.
– ¡Pobre Nick! -exclamó Lilian-. Lo estás pasando fatal con esa chica, ¿verdad?
– Bueno, no es para tanto -intentó contemporizar él.
Estaban cenando en un restaurante tranquilo y Nick se sentía mejor en la sensata compañía de Lilian.
– Siempre intentas buscar el lado bueno de las cosas -sonrió ella-. Pero yo sé que estás haciendo un esfuerzo.
– Un poco, sí -asintió él, recordando el esfuerzo que había tenido que hacer la noche anterior para no besar a Katie-. Lo peor de todo es que siempre me convence de todo. Hoy mismo he ido al gimnasio por primera vez en mucho tiempo.
– Pero si estás en forma.
– Lo sé, pero Katie me ha hecho sentir como si fuera un hipopótamo. Aunque lo hacía de broma.
– No debería decirte esas cosas. Y hacer que vayas a buscarla al club…
– Eso ha sido idea mía. No me gusta que vuelva sola a casa -dijo él, mirando el reloj-. Tendré que irme pronto, por cierto.
Lilian estaba en silencio. Sólo el tamborileo de sus dedos sobre la mesa mostraba su irritación.
– ¿Cuándo volverá Derek? -preguntó por fin.
– La semana que viene. ¿Por qué? ¿Para que vaya él a buscarla?
– No, es otra cosa… un tema delicado. Katie es muy joven y necesita protección.
– Eso es lo que estoy haciendo.
– Pero, cariño, te equivocas. Con Derek de viaje, estáis los dos solos en tu casa. Las cosas han cambiado pero, aún así, un hombre y una mujer viviendo juntos en un apartamento… la gente puede murmurar.
– ¿Que Katie y yo…? Eso es imposible. Ella sería la última persona en el mundo a la que yo querría… -Nick se detuvo, recordando cómo la había llevado en brazos la noche anterior y el roce de sus labios.
– Naturalmente. Tú eres un hombre con muy buen gusto y ella, bueno… -rió Lilian sin terminar la frase. Nick se sentía incómodo. Isobel, pensaba, nunca habría hecho un comentario como aquel sobre nadie y, seguramente, Katie tampoco-. Cariño, ¿me estás escuchando?
– Ah, sí. Perdona, ¿qué estabas diciendo?
– Te estaba hablando del grupo de solidarios en el que colaboro. Nos dedicamos a ayudar a chicas jóvenes con problemas. Tenemos una residencia femenina, en la que no le está permitida la entrada a los hombres. Lo hacemos para evitar que las chicas inocentes caigan en manos de indeseables.
– Pues entonces no es sitio para Katie -sonrió Nick-. A ella precisamente lo que le gusta son los indeseables.
– Por eso quiero insistir. Es vulnerable, Nick, y tu obligación es protegerla.
– Tienes razón -admitió él.
– El sitio en el que estoy pensando es el albergue Henson. Sólo está a dos manzanas del Papagayo alegre y le he conseguido una habitación.
– ¿Has hablado con ellos sin hablar conmigo antes?
– Era lo más lógico Nick.
Sería lógico, pero la idea no lo entusiasmaba lo más mínimo. Aunque Lilian tenía razón. Lo mejor sería poner distancia entre Katie y él.
– Se lo diré esta noche -dijo por fin.
– Sabía que estarías de acuerdo -sonrió Lilian-. Bueno, creo que es hora de que nos vayamos -añadió, levantándose y estirándose la falda-. Nick, ¿qué haces mirándome los tobillos?
– No, nada -contestó él, poniéndose colorado-. Venga, vámonos.
Como las noches anteriores, Katie se quedó dormida en el asiento durante el camino de vuelta a casa y, en una curva, se deslizó hasta apoyar la cabeza sobre su hombro. Nick sabía que debía apartarla, pero no lo hizo.
– Katie, despierta -dijo, cuando llegaron al garaje.
– No quiero -murmuró ella, en sueños-. Estaba teniendo un sueño precioso.
– Seguirás soñando cuando estés en la cama.
– No, se habrá perdido -suspiró ella-. Los sueños no se repiten nunca, ¿verdad, Nick?