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– Supongo que no. Tendrás que conformarte con otro.

– Uno no se conforma con un sueño que no quiere. Los sueños tienen que ser los sueños. No vale de nada convencerse a uno mismo de que una persona es otra.

– ¿Qué?

– Lilian no es Isobel, Nick -contestó ella, mirándolo.

– ¿Y eso a qué viene? -preguntó él, saliendo del coche. En el ascensor, ella se apoyó en la pared y Nick tuvo que hacer un esfuerzo para no pasarle el brazo por los hombros. La luz blanca marcaba unas profundas ojeras en las que no se había fijado hasta entonces.

En ese momento, ella abrió los ojos y sonrió traviesa.

– ¿Estoy horrible?

– Espantosa -sonrió él-. No te hace ningún bien trabajar hasta tan tarde.

– No te importa ir a buscarme al club, ¿verdad? -preguntó suavemente.

– No puedo seguir haciéndolo, Katie. He tenido que dejar a Lilian para llegar a tiempo.

– Ya -asintió ella-. Y no le ha hecho ninguna gracia, claro.

– Ella no ha dicho nada. Es a mí a quien no le gusta. No quiero decir que no quiera ayudarte, pero Lilian y yo… bueno, yo tengo mi propia vida.

– ¿Con Lilian? Nick, no pensarás casarte con ella, ¿verdad?

– ¡Katie, por favor! -exclamó él divertido-. Ocúpate de tus asuntos.

– ¿Pero vas a casarte con ella?

– Probablemente. Si alguna vez tengo oportunidad de pedírselo -contestó él, mientras salían del ascensor-. Katie, tenemos que hablar.

– No hace falta. A partir de ahora volveré sola a casa.

– Esto está demasiado lejos. Verás, Lilian conoce un sitio cerca del club. Y también está cerca del estudio de baile.

Ella se volvió de repente, furiosa.

– ¿Lilian? ¿Has estado hablando de mí con ella?

– Lilian y yo hablamos de todo.

– ¿Y ella ha decidido dónde quiere que yo viva?

– Ha visto que estaba preocupado y ha intentado ayudarme. Lilian siempre se interesa por mis problemas.

– Ah, o sea que ahora soy un problema.

– Intenta entenderlo, Katie. Yo creí que venías a pasar un par de semanas y ya llevas aquí cuatro. Me encanta tenerte en casa, pero…

– No, no te encanta. No me soportas. Siempre he sido un estorbo para ti. Tú mismo lo has dicho.

– Eso fue hace tiempo. Yo creo que nos hemos hecho amigos desde entonces, ¿no? -preguntó. Como ella no contestaba, la tomó por la barbilla-. ¿No somos amigos?

– Bueno -contestó ella, encogiéndose de hombros.

– La amistad es algo precioso y nosotros lo hemos conseguido a pesar de todo. ¿Recuerdas cuando nos odiábamos a muerte?

– Sí -contestó ella, con una sonrisa dubitativa.

– Ya no lo hacemos, ¿verdad?

– No.

– Te gustará ese sitio.

– ¿Lo has visto?

– No. Lilian me ha hablado de ello esta misma noche.

– Entonces no sabes si va a gustarme.

– Sé que Lilian no sugeriría nada que no fuera adecuado. Lo lleva un grupo de voluntarios que se encarga de ayudar a chicas jóvenes. Son muy respetables y…

– En otras palabras, que es como una cárcel.

– Claro que no. Siempre tergiversas lo que digo. Necesitas protección…

– ¿Protección contra quién?

– Bueno, tú… yo, viviendo aquí juntos…

– ¿Crees que la gente piensa que tú y yo estamos liados? ¿Es que no podemos vivir juntos sin que tú desees llevarme a la cama para violarme?

– Katie, por favor… -empezó a decir él, enrojeciendo.

– ¿Es eso lo que quieres, Nick?

– Claro que no -contestó él apresuradamente, apartando de su mente ciertos recuerdos.

– ¿Estás seguro?

– Katie, -dijo con firmeza- tú eres la última mujer en la tierra a la que yo querría violar. Quiero decir… bueno, yo nunca, por supuesto… aunque si lo hiciera… ¡qué demonios estoy diciendo!

– Oh, Nick -suspiró ella-. Oh, Nick.

– Katie, tienes que creerme. Nunca he pensado en ti de esa manera. Y sé que nunca lo haré -explicó, sintiéndose inspirado-. A mí me gustan las mujeres maduras y experimentadas. Las jóvenes inocentes no me atraen.

– Entonces, ¿mi virtud está a salvo?

– Completamente. La idea de hacerte el amor nunca ha pasado por mi cabeza.

– Vaya, muchas gracias por decirme que no te parezco atractiva en absoluto.

– No, eres muy guapa -corrigió él-. Y puedo entender por qué el resto de los hombres está loco por ti. Pero entre nosotros siempre estará el pasado. Tú estás acostumbrada a verme como un viejo tío y yo a ti como un bichejo. Eso es todo.

– Veo que no has mencionado a Lilian. Podías haber dicho que yo no te interesaba porque estás locamente enamorado de ella, pero no lo has hecho.

– Deja de enredarme.

– ¿Estás enamorado de ella, Nick?

– Sí -contestó él-. Lo estoy.

– ¿Y de verdad quieres que me vaya? -preguntó Katie, casi sin voz.

– Es lo mejor para los dos -contestó él suavemente.

– Muy bien, Nick. Haré lo que tú digas.

– Es por tu bien, Katie.

– Claro que sí -asintió ella después de unos segundos-. ¿Cuándo quieres que me vaya?

– No hables como si te estuviera dejando tirada, por favor. Puedes quedarte un par de días y después, Lilian y yo te llevaremos al albergue.

– ¿Lilian también va a venir?

– Ha sido idea suya.

– Sí, claro, es verdad -dijo ella, con un tono indescifrable.

Dos días después, Lilian y Nick fueron al apartamento a buscar a Katie y la encontraron con las maletas hechas. La joven parecía tan abatida que Nick empezó a tener dudas.

Dudas que se incrementaron cuando llegaron al triste edificio del albergue. Con su línea de ventanas iguales y sus ladrillos grises, podría haber sido una oficina o lo que Katie se había temido, una cárcel.

El interior era incluso menos acogedor. El vestíbulo estaba pobremente iluminado y las paredes, pintadas de gris. En una de ellas había colgada una lista de reglas que empezaba:

BIENVENIDA AL ALBERGUE PARA SEÑORITAS…

– Lilian, -empezó a decir Nick, incómodo- quizá esto no…

– Buenas tardes -los saludó una mujer con aspecto de matrona.

– Hemos venido con Katherine Deakins -explicó Lilian-. Tiene una plaza reservada.

– Ah, sí. Yo soy la señora Ebworth. Bienvenida, señorita Deakins.

Las palabras habían sonado como una sentencia.

– Gracias -dijo Katie, insegura.

– Queremos que todas las jovencitas que viven aquí sean felices -explicó la mujer, como si ser feliz fuera una obligación cuyo incumplimiento implicara un castigo-. Esta es una copia de las reglas del albergue -añadió, dándole un papel-. Preferimos explicarles las reglas desde el principio para que no haya malentendidos. Como verá, no se permiten visitas masculinas ni alcohol. Y la puerta de la calle se cierra a las once en punto.

– Pero yo trabajo hasta las dos de la mañana -protestó Katie.

La cara de la señora Ebworth tenía una expresión imperturbable.

– Estoy segura de que pueden hacer una excepción, ya que es una cuestión laboral- intervino Lilian.

– En ese caso, de acuerdo -asintió fríamente la mujer. Nick estaba empezando a preocuparse. Aquella señora Ebworth parecía una mujer ordenada y seria, pero no era precisamente muy amistosa-. La acompañaré a su habitación -añadió, indicándoles que la siguieran.

Cuando vieron el pequeño cuarto apenas amueblado, a Nick se le cayó el alma a los pies. La habitación no tenía más que una estrecha cama, una mesa de pino y un armario. Y las paredes estaban pintadas del mismo tono gris desolador.

– Me parece que esto no es buena idea -dijo Nick, observando la cara triste de Katie.

– ¿Por qué? -preguntó Lilian-. Es una habitación muy limpia.

– Tenemos mucha demanda en el albergue -dijo la señora Ebworth-. Hay una enorme lista de espera.