– ¿Pero qué estás diciendo? -exclamó Nick, aterrado.
– La señora Ebworth dijo que había alcohol por todas partes -siguió ella.
Nick la miraba, sin dar crédito.
– Katie, tenemos que irnos -intervino Leonora.
– ¡Voy! Adiós, Nick. Ya nos veremos… algún día-se despidió ella alegremente.
Derek estaba en casa, estirado en el sofá, mirando hacia el techo.
– Sólo dime una cosa -empezó a decir Nick con una voz cargada de tensión-. ¿Estabas en la habitación de Katie a las cuatro de la mañana?
– Pues sí -contestó Derek.
– ¿Haciendo qué? -preguntó, furioso.
– Escuchándola.
– ¿No esperarás que te crea?
– Katie necesitaba hablar con alguien y tenía que salir de esa prisión.
– Gracias a ti -siguió diciendo Nick con los dientes apretados- la han echado por ser una mala influencia para las otras chicas.
– Lo sé -rió Derek-. A mí me parece divertidísimo.
– Claro, ya me imagino. ¿Y qué es todo eso de una orgía?
– Una botella de champán, en realidad -explicó Derek-. De las que tú conoces -añadió, provocativamente.
– Supongo que lo pasasteis bien riéndoos de mí.
– Un poco.
– Me podía haber imaginado que causarías algún problema. ¿En qué estabas pensando cuando le hablaste de Leonora?
– ¡No te pongas dramático! Sólo son unas chicas de su edad.
– Pero ese apartamento es una casa de lenocinio.
– Eso no es verdad. Yo las conozco a todas.
– Ya me imaginaba -le informó Nick con frialdad.
– A mí no me parecen tan malas -dijo Derek, de repente incómodo.
– Supongo que tú tienes tu propia vara de medir -contestó Nick quitándose la chaqueta con furia-. Nunca debería haberte presentado a Katie. Sabe Dios qué daño puedes…
– ¿Estás seguro de que esas chicas…? -insistía Derek.
– Completamente.
– ¡Maldita sea! ¡Nadie me lo había dicho! Pero si a mí sólo me han ofrecido una copita de jerez…
– Pues esta vez la has hecho buena. Tú serás el culpable de lo que le pase a Katie.
Aquella noche, él mismo fue a buscarla. Katie lo vio nada más salir del club y lo saludó alegremente.
– No pareces sorprendida de verme -observó, cuando ella se sentó a su lado.
– Sabía que vendrías para insistir en que dejara el apartamento de Leonora.
– Sólo quiero decirte que ese apartamento no es un sitio adecuado para ti.
– Nick, no podía quedarme en el albergue, de verdad.
– Podrías si no te hubieras metido en una debacle de alcohol con el Romeo del mundo de la informática -insistió él.
Katie lanzó una carcajada que, en otro momento, lo hubiera molestado. Pero, extrañamente, echaba de menos aquella risa.
– Nick, por favor, hablas como la señora Ebworth.
– No hace falta que me insultes -sonrió él a su pesar-. Si hubiera sabido que no te gustaba el albergue, te habría sacado de allí. ¿Por qué insististe en quedarte?
Ella se quedó mirando el perfil del hombre mientras conducía.
– No lo sé. Yo hago esas cosas, ya me conoces -dijo, encogiéndose de hombros.
– De acuerdo, pero no puedes quedarte en el apartamento de esas chicas. A Isobel le daría un ataque y me culparía a mí.
– ¡Lo que hay que oír! -exclamó ella, indignada-. Pretendes estar preocupado por mí, pero lo único que te importa es lo que piense Isobel. Pues, para que lo sepas, Isobel está encantada de que haya escapado de la prisión en la que me metiste.
– ¿Se lo has contado? -preguntó él, incómodo.
– Me abandonaste, Nick -explicó Katie, dramáticamente-. Y a Isobel no le ha gustado nada.
– A saber lo que le habrás contado.
– La verdad. A mi modo, claro.
– Katie, ahora no tengo tiempo de discutir.
– No hay nada que discutir. Tú me dices que me vaya del apartamento de Leonora y yo te digo que de eso, nada. Final de la conversación.
– Escucha. Sé que estás en ese apartamento porque no puedes pagar uno tú sola, así que te ayudaré económicamente.
Katie lanzó un dramático gemido de horror.
– No puedo aceptar dinero de ti, Nick. No sería correcto, especialmente después de todo lo que has dicho sobre mi reputación. Además, no sé cómo te atreves a ofrecerle dinero a una chica decente…
– De acuerdo, de acuerdo -la interrumpió él, irritado.
– Mis compañeras de piso son estupendas. ¿Qué tienes contra ellas?
– Que muchas noches acaban en la comisaría.
– Eso no es verdad. Lo que pasa es que Leonora tuvo que sacar a su novio, que estaba detenido por conducir borracho.
– Ah, qué bien -dijo él, burlón-. ¿Y las fiestas hasta las tantas de la mañana?
– ¿De verdad hacen fiestas? ¡Qué divertido!
Nick decidió que lo mejor sería dejar el tema. Katie estaba riéndose de él, como siempre.
Después de dejarla en su apartamento, volvió al suyo pensando que lo mejor sería escribirle una carta, en la que expresaría sus razones fría y racionalmente. Insistiría en su oferta de ayudarla económicamente e incluiría un cheque para que viera que lo decía en serio. Cuando hubo terminado la carta, metió el sobre por debajo de la puerta y volvió a su apartamento, sintiéndose aliviado. Estaba seguro de que ella aceptaría.
Pero, a la mañana siguiente, había un sobre debajo de su felpudo. Dentro estaba el cheque y una nota escrita en letras mayúsculas y desafiantes. Decía simplemente:
¡El bichejo venenoso ataca de nuevo! ¡Ja, ja!
Después de eso hubo una cierta paz. Katie y él no se molestaron el uno al otro y ni siquiera se decían más que buenos días o buenas tardes cuando se encontraban. Ella siempre sonreía, pero Nick pensaba que estaba más delgada y que tenía ojeras.
– Cariño, esa es decisión de Katie -le dijo Lilian una tarde-. Los dos hemos hecho lo que hemos podido por ella.
– Debería haberla prestado más atención -insistía él.
– Lo hemos intentando, pero obviamente no desea nuestra protección. Ya no es una niña, Nick. Bueno, dejemos el tema. Vamos a hablar sobre la emocionante invitación del señor Frayne.
Eric Frayne era el director general de Devenham y Wentworth, el banco para el que Nick trabajaba y los había invitado a cenar en su casa. Los dos sabían lo que aquello significaba: el señor Frayne estaba pensando en un ascenso para él y querían conocer a la futura esposa de un ejecutivo, un examen que Lilian pasaría con facilidad.
Ella hablaba alegremente de la velada que los esperaba. Nick intentaba responder, pero sentía un nudo en el estómago. Después de aquella cena, probablemente el puesto sería suyo y su matrimonio con Lilian, inevitable.
La noche de la cena, Lilian se había puesto un elegante vestido oscuro y Nick tenía que admitir que daba el papel a la perfección. Eran los únicos invitados en la lujosa mansión y fueron tratados con todos los honores. Lilian estaba sentada al lado del anfitrión, sonriendo y portándose con elegancia y simpatía.
Nick se daba cuenta de que Frayne estaba encantado. Nadie mencionaba el puesto vacante, pero todos pensaban en ello. Cuando volvía a casa, pensaba que, unas semanas más tarde, tendría el ascenso que tanto había deseado y una esposa que siempre cumpliría con su papel. Pero sentía un peso en el corazón.
A la mañana siguiente, esperaba que el señor Frayne lo llamara a su despacho, pero su secretaria le dijo que había salido de la ciudad inesperadamente. Estuvo fuera una semana y, cuando volvió, no llamó a Nick.
Del alivio, pasaba a la frustración. El puesto de su vida se le escapaba de las manos y no sabía por qué. No podía comentarlo con Lilian porque sabía que lo culparía a él, delicadamente por supuesto. De repente, se encontraba pensando en Katie, que lo haría reír y le haría olvidar los problemas. Pero había pasado más de una semana desde su último encuentro y su relación se había vuelto distante.