Una mañana, estaba tomando un desayuno rápido cuando sonó el teléfono.
– ¿Dígame? -contestó, mirando el reloj.
– Quiero hablar con Katie -dijo una voz con acento australiano que reconoció inmediatamente.
– Mire, Ratchett, esto está yendo demasiado lejos. Katie no quiere hablar con usted.
– Eso tendrá que decírmelo Katie.
– Ya se lo ha dicho.
– No he venido hasta aquí para marcharme con las manos vacías. Sé que querrá verme cuando hable con ella.
– De eso nada.
– Vaya a buscarla, por favor.
Nick colgó el teléfono de golpe. En su mente, veía a Ratchett como un hombre frío, calculador, decidido a conseguir a su presa costase lo que costase.
Cuando entró en su despacho, encontró un sobre sobre la mesa y a Patsy, mirándolo con una sonrisa.
– Son tus notas para la reunión con el señor Frayne -le informó.
– ¿Mis qué?
– Tienes una reunión con él dentro de una hora para discutir sobre la fusión Hallam-Waines. El señor Frayne quiere que le des tu opinión sobre el asunto. Todas tus notas están ahí y ya sabes lo importante que puede ser esta reunión, Nick -añadió Patsy, significativamente.
Eric Frayne quería ver cómo manejaba aquel asunto y, si la fusión era un éxito, el puesto sería suyo. Pero Nick había olvidado el asunto por culpa de Katie. En toda su carrera, nunca había tenido un despiste como aquel.
Decidido, apartó a Katie de sus pensamientos y abrió el sobre para estudiar las notas. Cuando entró en el despacho de Eric Frayne volvía a sentirse seguro de sí mismo.
Trabajaron durante una hora en el tema hasta que el señor Frayne mencionó el puesto vacante de ejecutivo.
– Pensé que este asunto estaría pronto resuelto. John quería retirarse antes de tiempo para disfrutar de su tiempo libre, pero ahora parece que lo ha pensado mejor. Tendré que hablar con él, convencerlo de que es hora de hacer cambios…
Katie también había hecho cambios, pero Ratchett no lo sabía, lo cual era una bendición. Si se enterase, era muy capaz de aparecer en su puerta…
– ¿Perdón?
– Estaba diciendo que para ocupar el puesto es necesario no sólo talento, sino un toque de agresividad y capacidad para sorprender.
Ratchett era agresivo. En realidad, le resultaba raro que no hubiera ido a su casa a pedir explicaciones. Pero era inteligente; un día aparecería y tomaría a Katie por sorpresa…
– Sí, claro. Hay que sorprender -murmuró Nick, perdido en sus pensamientos.
– Admito que la sorpresa no lo es todo -decía el señor Frayne-. Pero es algo que yo valoro mucho. La seriedad es vital, pero también es necesario un toque de originalidad. Bueno, y ahora veamos sus ideas sobre esta fusión -añadió. Mientras hablaban, Nick se sentía esperanzado. Sabía que era famoso en el banco por su seriedad y el señor Fraynes hacía comentarios aprobadores sobre sus ideas-. Veo que lo tiene todo atado. ¿Qué piensa sobre las reticencias de Hallam?
– Él está en una posición de fuerza porque Waines no tiene mucho tiempo para pensarlo -contestó Nick-. Le gustaría seguir solo, pero necesita nuestro apoyo y no estoy seguro de si deberíamos dárselo. ¿Puede darme un día para que lo piense con detenimiento?
Después de eso, hubo un silencio. Eric Frayne lo miraba fijamente y había algo en sus ojos que Nick no podía descifrar.
– Espero su respuesta mañana por la mañana -dijo por fin-. Por cierto, aquí está el estudio sobre la compañía de Hallam que me pasó el otro día. Muy serio, muy riguroso. Lo que esperaba de usted.
A pesar del cumplido, Nick tenía la impresión de que había metido la pata, pero no podía imaginar en qué había fallado.
Entonces, volvió a acordarse de Katie y decidió que hablaría con ella para advertirla sobre la llamada de Ratchett.
Por la tarde fue directamente a la puerta trasera del club y esperó allí unos minutos hasta que las camareras empezaron a llegar, pero ella no aparecía.
– Ha venido a ver a Katie, ¿verdad? -preguntó una de las chicas-. Me temo que ya no trabaja aquí. La semana pasada se torció un tobillo y el jefe la despidió.
Mientras conducía de vuelta al apartamento, Nick iba pensando lo que le diría a aquella pequeña traidora cuando la viera.
Pero cuando abrió la puerta, pálida y ojerosa, toda su determinación se evaporó.
– Pobrecita. ¿Te encuentras bien?
– Regular -contestó ella, intentando sonreír.
Estaba sola en el apartamento y lo invitó a tomar un café.
– ¿Cómo ha pasado?
– Me torcí un tobillo por culpa de los malditos tacones y el jefe me dijo que no necesitaba un papagayo cojo. Y entonces Mac… -siguió diciendo ella con voz estrangulada- consiguió una actuación, pero como yo no podía bailar se ha buscado otra compañera. Dice que con ella se entiende mejor -añadió, desolada. Parecía tan abatida que Nick la tomó en sus brazos para consolarla-. Oh, Nick, ¿por qué siempre lo estropeo todo?
– Eso no es verdad.
– Me quedo sin trabajo, Mac me deja por otra… Y, encima, están haciendo las coreografías que yo había preparado.
– ¿Por qué no me has llamado?
– Porque te habrías enfadado conmigo. Siempre has dicho que no llegaría a nada.
– ¡Yo nunca he dicho eso!
– Pero seguro que lo has pensado.
– Yo no soy tan malo, Katie -dijo él, levantando su barbilla con un dedo-. ¿De verdad crees que me alegro cuando las cosas te van mal?
– No -dijo ella.
– Lo que pasa es que estás deprimida -dijo él suavemente-. ¿Qué tal está tu tobillo?
– Bien. Podría volver a bailar, pero ya no tengo compañero.
– Baila conmigo -dijo él, impulsivamente.
– ¿De verdad?
– Claro que sí. ¿Dónde quieres que vayamos?
– A Zoe. Es un club nuevo y muy alegre. Te va a encantar, Nick, de verdad -dijo ella, entusiasmada. Sólo cuando estaba en su habitación, cambiándose de ropa, Nick recordó que debería pasar la noche pensando en la fusión Hallam-Waines, pero no había forma de echarse atrás después de haberle prometido a Katie que la llevaría a bailar. Cuando la vio, con un vestido blanco hasta los tobillos, se olvidó de Hallam, de Waines y de todo lo demás. El club era un sitio pequeño con una orquesta muy alegre y, en cuanto entraron, los pies de Katie empezaron a moverse-. Vamos -sonrió, llevándolo hacia la pista. El baile era un poco complicado y Nick se sentía incómodo, pero pronto aprendió a seguir sus pasos. Gradualmente, Nick empezó a relajarse y a dejarse llevar. La gente los miraba, admirando a Katie y envidiándolo a él. Cuando la música terminó, se quedaron abrazados, riendo, como si estuvieran compartiendo un secreto-. Necesito una copa.
– Champán -dijo él, sintiéndose más alegre que nunca. Se sentía capaz de cualquier cosa aquella noche.
Y entonces vio a Eric Frayne. Su jefe estaba sentado con su mujer cerca de ellos y ambos lo miraban, sorprendidos.
– Tengo que ir a empolvarme la nariz -rió Katie, levantándose.
Los pensamientos se mezclaban en la cabeza de Nick: Katie, Lilian, el trabajo que debería estar haciendo aquella noche… Pero su siguiente pensamiento fue: «A la porra con todo». Lo estaba pasando maravillosamente y no se arrepentía en absoluto.
Cuando fue a la mesa de su jefe para saludarlo, Frayne lo saludó alegremente.
– Nuestra hija cumple hoy dieciocho años y la hemos traído para celebrarlo -dijo el hombre-. Me sorprende verlo aquí, sobre todo con una chica tan guapa. Es usted un hombre sorprendente, Nick.
– Es la cuñada de mi hermano -explicó Nick-. Está de visita en Londres.