– Así que ella es Katie -dijo el señor Frayne de repente-. Lilian la mencionó durante la cena. Me parece que no le cae muy bien. Es más, creo que piensa que es un peligro para usted.
– Lilian no tiene derecho a decir tal cosa -dijo Nick, furioso-, Katie no es asunto suyo.
– Ni mío, ¿verdad? -sonrió el señor Frayne-. Tiene razón.
En ese momento, Katie volvía a la mesa y Nick hizo las presentaciones. Eric Frayne insistió en que se sentaran juntos y después sacó a Katie a bailar, ante la mirada divertida de su mujer.
– No me he sentido tan bien en muchos años -le confió a Nick cuando volvieron a la mesa-. Esa joven es muy lista, Nick. Sabe cómo hacer que un hombre se encuentre a gusto. Eso es muy importante.
– Sí -asintió Nick, sin saber qué decir. Una hora después, decidió que era el momento de marcharse.
– Espero que tenga un rato para pensar en el asunto de la fusión -dijo el señor Frayne.
– No hay nada que pensar -dijo Nick de repente. Era como si las palabras salieran de la boca de otra persona-. Tenemos que decirle a Waines que mantenga su posición y apoyarlo hasta el final.
– Veo que ha cambiado de opinión.
– Hallam sabe que tiene la sartén por el mango si nosotros no nos decidimos a apoyar a Waines y lo mejor será demostrarle cuál es nuestra posición.
– De acuerdo. Le dejo la decisión a usted -dijo el señor Fraynes, levantándose para despedirse-. Cada día se aprende algo nuevo de los demás, ¿no es cierto? -preguntó, enigmáticamente-. Le espero en mi despacho en cuanto haya hablado con Hallam.
En el coche, Katie suspiraba alegremente.
– Lo he pasado muy bien.
– Yo también.
– ¿Quién es ese hombre?
– Mi jefe.
– ¡Oh, Nick! -exclamó Katie, poniéndose las manos en la cara-. ¡Y yo lo he tratado como si fuera uno de tus amigos!
– No te preocupes. Se ha quedado encantado.
Al día siguiente, lo primero que hizo Nick fue llamar a Hallam. Se le había pasado la euforia de la noche anterior, pero parecía tener muy claro lo que tenía que decirle. Cuando colgó el teléfono, había dejado a Hallam de una pieza.
La siguiente llamada era para Waines y fue satisfactoria para ambas partes. Nick tomó un par de notas antes de ir al despacho del señor Fraynes y lo encontró colgando el teléfono.
– Era Waines -sonrió el hombre-. Poniendo a este banco por las nubes por nuestra decisión-. Visión, es lo que ha dicho que tenemos. Perdone un momento -añadió, cuando sonó el teléfono-. Buenos días, señor Hallam. Sí, ya sé que ha estado hablando con el señor Kenton… Al contrario, conocía su posición y la apoyo. Ya sé que solía tratar con John Neen, pero el señor Kenton va a ocupar su puesto… Sí, estoy seguro de que cuando lo reconsidere, verá que el señor Kenton tiene razón. Muy bien, espero su llamada -añadió. Después, colgó el teléfono y se quedó mirando a un Nick atónito-. Ha conseguido hacer lo único que yo pensaba que nunca podría hacer: sorprenderme. Eso era lo que estaba esperando. Enhorabuena. El puesto es suyo.
Capítulo 8
Nick celebró su ascenso comprándose un coche nuevo. Era un deportivo verde, con los asientos de color crema y un motor que apenas hacía ruido.
Como era lógico, llevó a Lilian a cenar y a bailar y ella, graciosamente, lo felicitó por su ascenso. Nick sabía que era el momento de pedir su mano, pero algo se lo impedía. En el momento en que la vida parecía llevarlo hasta ella, su corazón parecía ir en otra dirección.
Además, tenía que reconocer, el puesto se lo debía a Katie. No porque hubiera sido encantadora con Frayne, sino porque lo había inspirado para que confiara en su instinto, un instinto que siempre había estado dentro de él, ahogado por su sobriedad. Ella había liberado al nuevo Nick y era un Nick que le gustaba.
Disfrutó llevando a Katie a dar una vuelta en el coche. Su admiración era menos elegante que la de Lilian, pero más divertida. Incluso le había puesto un nombre: «El monstruo silencioso».
Su relación parecía estar pasando por un período de tregua. Katie había encontrado un trabajo en una agencia de viajes y parecía más tranquila.
– Incluso a ti te parecerá bien -había bromeado.
– Si te digo que me parece bien, seguro que lo dejas -sonrió Nick.
– Es posible.
– ¿Te pagan bien?
– Lo suficiente -contestó ella.
Y las cosas siguieron así de bien hasta que un día Katie fue despedida.
– ¿Qué podía hacer? Ese matrimonio llevaba ahorrando toda la vida para su segunda luna de miel y el viaje que iban a contratar era una tomadura de pelo. Tenía que advertirlos. ¿Me entiendes, Nick?
– Yo sí, pero seguro que tu jefe no.
– Me llamó traidora -dijo Katie trágicamente-. Y después me despidió.
– Bueno, puedes volver a mi apartamento hasta que encuentres otro trabajo.
– Antes muerta -dijo ella, para su sorpresa. Más tarde, le pidió perdón, pero Nick seguía perplejo. El carácter de Katie parecía cada día más impredecible. A veces estaba radiante y otras, era como si quisiera mantenerlo a distancia.
Faltaban tres semanas para que John Neen se retirase y Nick ocupara su puesto. Patsy y él trabajan muchas horas para ponerse al día.
– Nick, ¿en qué estás pensando? -preguntó Patsy una mañana.
– Perdona -dijo él-. Estoy preocupado por Katie y ese Ratchett.
– ¿Ha vuelto a llamar?
– No, pero ha enviado un regalo. Llegó esta mañana a mi apartamento, así que se lo subí a Katie. Era una cadena con un diamante.
– ¿Un diamante de verdad?
– De verdad y muy caro. La tarjeta decía que pensaba en ella a todas horas.
– Qué bonito.
– Quizá. Pero a mí me suena más como una amenaza, como si estuviera diciéndole que nunca podrá escapar de él.
– Podrías llevártela a alguna parte. De hecho, deberías tomar unas vacaciones porque cuando ocupes el puesto de John no podrás hacerlo.
– Sí, tienes razón -musitó él-. ¿Pero, dónde?
– Yo podría prestarte mi casita en la playa.
– No sabía que tuvieras una.
– Está en la costa de Norfolk, cerca de un pueblo que se llama Mainhurst. Katie estará a salvo de Ratchett y podréis hablar sobre cómo libraros de él. Esto no puede seguir así.
– Es una idea estupenda, pero no sé si querrá venir conmigo.
– Inténtalo -sugirió Patsy con un guiño de complicidad.
Katie seguía sin trabajo y Nick la encontró pálida y deprimida. No sabía si era su imaginación, pero la encontraba diferente, más triste, con una sonrisa forzada. Ella no rechazó su proposición, pero tampoco saltó de alegría.
– ¿No deberías llevarte a Lilian?
– ¿Por qué dices eso?
– Bueno, ella y tú… ahora que has conseguido el ascenso, yo pensé que cualquier día…
– Esto no tiene nada que ver con Lilian -la interrumpió él-. Últimamente estás muy pálida y unos días en el mar te irán de maravilla.
– ¿Seguro que quieres llevarme? -insistió ella.
– Katie, ¿qué te pasa?
– Nada. No quiero molestar.
Nick estaba a punto de decir que nunca antes se había preocupado por eso, pero no podía hacerlo. Ella parecía tan infeliz que le dolía.
– Dime qué te pasa, Katie. Cuéntaselo al tío Nick.
– Nada -repitió ella-. Es sólo que estoy deprimida porque no tengo trabajo. Pero me apetece mucho ir a Norfolk contigo.
– Estupendo. Nos iremos el viernes.
Nick pasó la mañana del viernes en la oficina y fue a buscar a Katie a mediodía. Salieron para Norfolk a la una, pero tuvieron que volver diez minutos más tarde porque ella había olvidado una de sus bolsas. A la una y media, volvieron a ponerse en camino.
– Espero que esta vez no se te haya olvidado nada -observó Nick- porque no pienso volver.
– Cualquiera que te oiga, pensará que siempre estoy perdiéndolo todo -se quejó Katie.