– ¿Para pasar unas vacaciones?
– Eso también, pero hay otra cosa… algo sobre lo que no hemos hablado hasta ahora.
– ¿Y qué es? -preguntó ella. Nick estaba demasiado ocupado observando cómo el sol se reflejaba en el cabello de Katie como para darse cuenta de que la voz de la joven estaba llena de esperanza.
– Quería apartarte de ese Jake Ratchett hasta que decidiéramos qué hacer con él.
– ¿Jake? ¿Por eso me has…?
– Sí. Aunque a veces me pregunto si he hecho bien. Quizá debería haber-hablado con él seriamente. Pero entonces nos hubiéramos perdido todo esto y sería una pena. Supongo que Ratchett puede esperar, pero creo que en algún momento tendré que enfrentarme con él.
– Por favor, no quiero hablar de Jake en este momento.
– Claro que no. Hemos venido aquí para olvidarnos de él -dijo él tomando su mano-. No pongas esa cara, Katie. Yo estoy aquí para cuidar de ti.
– Lo sé -dijo ella suavemente, apretando su mano.
Nick miró su reloj.
– ¡Mira qué hora es! ¿Cuándo pasa el último autobús?
– No lo sé.
– ¿Y ahora qué hacemos?
– No tengo ni idea.
Los dos salieron corriendo de la mano, observados de forma impasible por el grupo de novillos, pero cuando llegaron a la parada, vieron que el autobús se alejaba. Los dueños de la tienda les dijeron que aquel era el último autobús y que el único taxi de la ciudad no estaba disponible.
– Vamos -dijo Nick, tomándola de la mano.
– ¿Qué vamos a hacer?
– Ir andando -sugirió él.
Habían caminado dos kilómetros cuando oyeron un sonido tras ellos. Había oscurecido y lo único que podían ver eran dos luces que se acercaban.
– Yo creo que es un camión. A lo mejor tenemos suerte.
Y la tuvieron. El camión, cargado con paja, paró al ver que le hacían señas y el conductor sacó la cabeza por la ventanilla.
– Han perdido el último autobús, ¿verdad?
El hombre iba a descargar la paja a un kilómetro del chalé y accedió a llevarlos hasta allí. Los dos saltaron alegremente a la parte trasera del camión y se tumbaron sobre la fragante carga.
– Tendré que ir por el coche mañana -dijo Nick. Había muchas cosas que quería decir, pero no encontraba las palabras. En lugar de eso, tomó la mano de Katie y se quedó allí tumbado mirando las estrellas mientras el camión iba dando tumbos por la estrecha carretera. Cuando bajaron, dieron las gracias al hombre y se dirigieron hacia la casa, iluminada por la luna. Los dos estaban agotados y Nick preparó un poco de cacao caliente, que Katie aceptó con una sonrisa. El sonreía para sus adentros, con una alegría interior desconocida para él hasta aquel momento-. Katie -llamó, cuando ella se dirigía a la escalera.
– ¿Sí?
– Nada -contestó Nick, después de unos segundos-. Buenas noches.
Quería estar solo para ordenar sus confusos pensamientos. Aquel día había visto tantas caras desconocidas de Katie que la cabeza le daba vueltas. Nunca era la misma persona de un minuto al otro y él no podía seguirla.
Una vez había sido una mocosa que había convertido su vida en un infierno, pero los años la habían transformado en una mujer bellísima a quien podía confiar sus pensamientos más íntimos. Nick se fue a dormir pensando en lo curiosa que era la vida… ¡Pero estaba a punto de descubrir que el bichejo venenoso no había muerto!
Capítulo 10
Nick se levantó temprano por la mañana y decidió ir caminando a Mainhurst. Cuando asomó la cabeza en el dormitorio de Katie, la encontró profundamente dormida y le dejó una nota diciéndole que había ido al pueblo. Su coche estaba arreglado y, cuando volvió a la casa, Katie había desaparecido. Su nota decía que había salido a montar a caballo y le pedía que se reuniera con ella. Nick se preparó algo de comer y estaba a punto de salir cuando alguien llamó a la puerta. Al abrir, se encontró a una joven con un enorme ramo de rosas rojas.
– Para la señorita Deakins.
– Muy bien. Démelas -dijo él, sorprendido. Cuando estaba colocando las rosas sobre la mesa, la nota que había en el ramo cayó al suelo. Era una nota con el logo del hotel Redmont en el pueblo de Chockley, a unos treinta kilómetros de allí. Nick sintió que se enfurecía al leer: Vayas donde vayas, te encontraré. J.R.-. Por Dios bendito, tiene espías que le informan de todos sus movimientos -murmuro entre dientes-. Muy bien, ha llegado el momento de que este Ratchett y yo tengamos unas palabras.
Tirando el ramo de flores sobre el asiento trasero del coche, se dirigió a Chockley. El hotel Redmont era el más caro de la zona; un sitio elegante y lujoso.
– ¿Cuál es la habitación del señor Ratchett? -preguntó en recepción, con el ramo de flores en la mano.
Se sentía incómodo frente a la mirada sorprendida de la recepcionista y se dio cuenta demasiado tarde de la impresión que debía dar con aquel ramo de rosas en la mano.
– El señor Ratchett se aloja en la suite del primer piso -dijo la mujer-. Quizá su secretario…
– No, gracias. Quiero hablar con el propio Ratchett -la interrumpió él, dirigiéndose a la escalera. Al volverse, vio por el rabillo del ojo que la recepcionista tomaba el teléfono.
Nick subió las escaleras de dos en dos y llamó a la puerta marcada ampulosamente como: suite real. La puerta fue abierta inmediatamente por un hombre joven con cara de susto. Nick pasó a su lado casi sin mirarlo y tiró las rosas sobre una mesa.
– Veo que su jefe no es suficientemente hombre como para enfrentarse conmigo. Pero dígale que no pienso irme hasta que hable con él.
– ¿Perdone? -preguntó el joven, sorprendido.
Tenía acento australiano y una voz profunda que contrastaba con su apariencia frágil. Estupefacto, Nick recordó que había oído aquella voz antes…
– ¡Usted es Jake Ratchett?
– Pues sí. ¿Por qué parece tan sorprendido?
– La recepcionista me habló de un secretario…
– Sí, lo contraté cuando llegué aquí. No puedo dejar de trabajar, vaya donde vaya. Mi padre es difícil de complacer -contestó el joven, mirando las flores con angustia-. Veo que a Katie no le han gustado. ¿Le ha molestado que le enviara rosas rojas? Ah, bueno, claro. Ha debido pensar que yo daba por hecho… Debería haberle enviado rosas blancas o crisantemos. Pero es que no le gustan los crisantemos.
Nick no sabía qué pensar. Aquel chico tímido no podía ser el Jake Ratchett de sus pesadillas.
– Creo que tenemos que hablar.
– ¿Quiere tomar algo? -ofreció Jake con amabilidad.
– Café, por favor. Solo y con azúcar.
Jake llamó al servicio de habitaciones y pidió café con el tono de alguien que está acostumbrado a que lo sirvan. Pero sólo eso. Por lo demás, tenía unos ojos castaños enormes, como los de un cachorro y su tono de voz era pausado.
– Katie debe de estar muy enfadada para devolverme las flores -suspiró.
– Katie no las ha visto. Yo soy el que está enfadado. He venido a decirle que la deje en paz, que no la siga por todas partes. Katie está angustiada y nerviosa.
– ¿Angustiada y nerviosa? -repitió Jake, horrorizado-. No lo sabía. La verdad es que siempre se ríe de mí. He intentado ser el hombre que busca…
– Mire, -lo interrumpió Nick- aquí hay un malentendido. Por cierto, no me he presentado. Me llamo Nick Kenton.
– Estaba deseando conocerlo, señor Kenton -dijo Jake, estrechando su mano.
– ¿Me conoce?
– Sí, Katie me ha hablado de usted. Me ha dicho que es el hermano de su cuñado y que está cuidando de ella mientras está en Londres.
En ese momento, llegó el café y Jake actuó como anfitrión. Parecía un hombre educado e inofensivo.