Entró en la casa silbando. Recordó que no tenía limones y optó por una cerveza. Al ir a cogerla, se le cayó en el mismo pie que se había golpeado la noche anterior en la oscuridad. Maldiciendo, recogió la lata y al abrirla la espuma saltó y lo empapó.
– Este no es mi día -se dijo, sacudiéndose la espuma de la cerveza. De hecho, pensó, hacía tiempo que no tenía un buen día. Pero al menos estaba sólo, que era lo que realmente deseaba.
Capítulo Cinco
Ashley se alejó por el camino pensando en los insultos que podría dedicar a Kam. Estaba furiosa con él.
El tono de superioridad que había empleado y la falta de respeto que le había mostrado la habían dejado atónita. La habían acusado siempre de ser superficial, pero nunca de ser un pequeño monstruo manipulador.
A medida que reflexionaba, sin embargo, comenzaba a encontrarle una explicación. Al fin y al cabo, pensó, lo único que Kam sabía de ella era que había entrado en su casa, se había puesto a llorar por la noche y se había metido en su cama sin haber sido invitada. También sabía que había huído de su boda. No era de extrañar que Kam pensara que no era más que una tonta impulsiva.
– Pero yo no soy así -exclamó, y la ira volvió a recorrer sus venas. Kam no tenía derecho a hablarle ni a pensar de aquella manera. No estaba dispuesta a soportarlo.
El problema era qué hacer a continuación. A pesar de lo que le había dicho a Kam, lo cierto era que no tenía ni idea de cómo actuar en aquella situación.
Al menos tenía la satisfacción de haber parecido decidida. No pudo sino sonreír al recordar la expresión de Kam al darse cuenta de que realmente se marchaba.
Se alejó de la costa y subió una loma que conducía a la zona que conocía mejor. Desde la cima arrancaban dos caminos. Uno de ellos llevaba a la entrada privada del club de campo King's Way, donde se alojaban sus padres, cada uno con su respectivo amante. Había cenado allí con Wesley y con ellos hacía tres noches.
Si se decidía a ir al club volvería a territorio familiar. El portero la dejaría entrar y usar el teléfono para llamar a su madre, a su padre o a Wesley, y su escapada habría terminado. Volvería al lujo y a la buena vida a la que estaba acostumbrada.
Miró los parterres de cesped limpiamente cortado y las canchas de tenis y se sintió tentada. Tan sólo hacía falta que se decidiera a llamar.
Pero esa decisión convertiría su fuga en la rabieta de la niña caprichosa que Kam creía que era. No estaba dispuesta a comportarse como un niño que, echándose un atillo al hombro, se escapa de casa para volver en cuanto siente los primeros síntomas de hambre.
Se volvió hacia el otro camino. Conducía a la carretera que llevaba hacia el oceano y al pequeño pueblo de la costa, con sus tiendas de recuerdos y restaurantes de comida rápida. Ashley no había ido nunca allí. No era el tipo de sitio que frecuentaban Wesley y su familia. Ellos hacían sus compras en un gran centro comercial en el interior. El pueblo era para los que viajaban con ofertas de agencias de viajes. Ashley se preguntó que encontraría allí y decidió ir a comprobarlo.
El día de Kam no había mejorado con la llegada de la tarde. La playa había estado repleta de niños ruidosos que le habían impedido descansar. El libro que leía era aburrido y la radio no tenía pilas. La cañería del baño y del fregadero se habían atascado. El descanso de Kam se estaba convirtiendo en un constante trabajo.
Estaba haciendo esas reflexiones, cuando oyó la puerta de la entrada y se volvió, convencido de que se encontraría con Ashley. En su lugar apareció Shawnee, avanzando como si fuera la dueña de la casa.
– ¿No llamas nunca antes de entrar? -preguntó Kam.
– Soy de la familia -dijo ella, sorprendida-. Si quieres llamaré antes de entrar.
– Podías llamar avisando que venías -masculló Kam. Sin embargo, se alegraba de verla. Empezaba a sentirse solo.
– ¿Dónde está? -preguntó Shawnee, mirando de un lado a otro como si pensara que Ashley podía estar escondida en alguna parte.
– ¿Quién? -preguntó Kam, aun sabiendo a quién se refería.
Shawnee le fulminó con la mirada.
– La joven que entretenías esta mañana en tu cama.
Kam hizo una mueca. No iba a entrar a dar explicaciones.
– Se ha marchado -dijo, malhumorado.
– ¿Se ha ido?
Kam asintió con la cabeza, dejándose caer en un sillón.
Shawnee se sentó en una silla frente a él.
– ¿Por qué la dejaste marchar? -preguntó.
Kam la miró fijamente. Estaba decidido a no discutir el asunto.
– No la quería aquí.
Shawnee le miró con incredulidad, pero evitó hacer ningún comentario.
– ¿De dónde había salido? -preguntó, a cambio.
Kam sonrió forzadamente y echó la cabeza hacia atrás, no sabiendo por dónde empezar. Al final se decidió por el principio. La verdad no haría daño a nadie.
– Asaltó mi casa anoche -dijo, pausadamente-. Entró por la ventana de atrás.
– ¿Qué? -exclamó Shawnee, irguiéndose en el asiento-. ¿Intentaba robar?
– No. Sólo quería un sitio en el que pasar la noche -miró a Shawnee-. Se había fugado de su boda.
Shawnee reflexionó un instante, mordiéndose el labio infeior.
– ¿Antes o después de decir «sí quiero»? Kam sonrió.
– Ella dice que antes -se detuvo antes de continuar-. Iba a casarse con Wesley Butler.
Shawnee se dió una palmada en el muslo y soltó una carcajada.
– Yo habría hecho lo mismo -bromeó.
Los dos rieron, imaginándose al Wesley que habían conocido hacía años. De pronto Shawnee miró a su hermano con ojos inquisitivos.
– ¿Dónde ha ido? -preguntó.
Kam se encogió de hombros, evitando la mirada de su hermana. Lo cierto era que también él deseaba saberlo, aunque sólo fuera por quedarse tranquilo.
– No tengo ni idea.
Shawnee no se quedó satisfecha.
– ¿Qué opciones tenía? ¿Conoce a alguien en la isla? Me dijo que no tenía dinero. Supongo que le diste algo.
Kam tragó saliva y miró en otra dirección.
Shawnee le miró con gesto de espanto.
– ¿Qué va a poder hacer sin dinero en un pueblo turístico como éste?
Kam se pasó la mano por el cabello bruscamente.
– No seas ingenua, Shawnee -masculló-. Habrá vuelto con Wesley. Sólo intentaba ganar tiempo.
Shawnee guardó silencio unos instantes. Después sacudió la cabeza lentamenente.
– No dijo-. La mujer que he visto esta mañana no ha vuelto con Wesley.
Kam la miró sorprendido. Conocía bien a Shawnee y desde su infancia había aprendido a fiarse de sus intuiciones, pues siempre se cumplían. En aquella ocasión, Kam creía que se equivocaba.
– ¿Por qué crees eso?
Shawnee se encogió de hombros. Su mirada de jos verdes destellaba sabiduría.
– Estoy segura. Tratará de salir adelante, aun sin dinero y sin amigos que la ayuden.
Miró a Kam fijamente. A veces le preocupaba la falta de sentimientos que demostraba. Sabía que hacer de él un hombre sensible era prácticamente imposible, pero al menos confiaba en que llegaría a pensar más en los sentimientos y las ideas de los demás.
– ¿Cómo la dejaste marchar de esa manera?
Kam la miró irritado.
– Shawnee, apenas la conozco. Asaltó mi casa. ¿Debía haberle dejado mi coche?
– Por ejemplo -se mordió el labio y fruncio el ceño-. Míralo de esta manera: la dejaste en la nieve y sin dinero. ¿Qué otra cosa podía hacer si no volver con Wesley? Tú la echaste en sus brazos -sus ojos se llenaron de tristeza-. ¿Cómo has podido hacerlo? Es una chica encantadora. Debías haberla ayudado.
Kam empezó a defenderse pero calló. No tenía sentido seguir discutiendo sobre algo de lo que no estaban seguros. Se levantó bruscamente y fijó sus ojos en los de Shawnee.
– Se ha marchado, así que harás mejor olvidando este asunto.