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– Ashley, este sitio está lleno de hombres.

Los ojos de Ashley brillaban.

– Lo sé. Los tengo a todos en la palma de la mano -se zafó de Kam y salvó un tiro particularmente difícil.

Kam la siguió, tratando de hacerle comprender la situación.

– Ahora los tienes controlados, pero en cuanto vean un síntoma de debilidad caerán sobre ti.

Ashley rió, apartándolo de sí para hacer el siguiente tiro.

– Vamos, Kam -dijo-. No te pongas melodramático.

– Déjela jugar -gritó alguien de entre el público.

Por primera vez, Kam pensó que podían enfrentarse con él. Volvió a concentrarse en el juego y consiguió jugar mejor que nunca, pero Ashley estaba siempre un paso por delante de él.

– ¿No cometes nunca un error? -le susurró una de las veces que pasaron uno junto a otro.

– Nunca -contestó ella, sonriendo maliciosamente-. ¿Por qué no abandonas y le dejas probar suerte a otro?

Se ofrecieron varios voluntarios, pero Kam sacudió la cabeza.

– Todavía no me has ganado -dijo, a la vez que se disponía a realizar otro tiro-. Apártate.

Kam siguió jugando con tenacidad, mientras pensaba distintos planes que pudieran sacarle de aquella situación.

Tal y como había ido el día, no podía contar con que la suerte le sonriera, y, sin embargo, lo hizo. Justo cuando Ashley daba a una bola se cayó una bandeja llena de vasos al fondo del bar.

Ashley ni se inmutó. Su tiro fue certero, pero el público se volvió al oír el ruido para ver qué había ocurrido y Kam aprovechó la oportunidad para tapar el agujero con su mano e impedir que la bola entrara.

– ¡Has hecho trampa! -exclamó Ashley, indignada.

– Has fallado -respondió él, sonriendo con ojos brillantes.

La gente volvía a restar atención.

– ¿Has visto? Ha fallado -exclamó desilusionado un hombre fuerte de brazos tatuados.

– Pero…, pero… -balbuceó Ashley, buscando con la mirada el apoyo del público. Se volvió hacia Kam-. Díselo, Kam -ordenó-. Diles por qué he fallado.

– Porque el ruido de los vasos te distrajo -dijo él, aparentando ser tan sincero como pudo-. He ganado.

Se volvió y dejó el taco con cuidado, luego miró a Ashley. Sus ojos azules brillaban llenos de indignación. Kam le sonrió y se volvió hacia el grupo de espectadores.

– No he jugado por dinero -dijo, elevando la voz para alcanzar a todos ellos.

Ashley le contemplaba frunciendo el ceño y fue incapaz de reaccionar cuando Kam se agachó para cogerla en brazos.

Ashley gritó e intentó soltarse.

– Será mejor que hagas lo que te digo -ordenó Kam-. Te voy a sacar de aquí de una u otra manera. Intentemos hacerlo con cierta dignidad.

– ¡Dignidad! -exclamó ella, entre dientes-. Yo nie siento como un saco de patatas.

Un murmullo se elevó entre el público. Nadie se movió al aproximarse Kam. No estaban de buen Rumor. Si no le abrían paso, tendría que abrírselo él mismo, y hacerlo no sería fácil llevando a Ashley en brazos.

Siguió acercándose, pero nadie se movió.

– ¿Le importa dejarme pasar? -preguntó, dirigiéndose a un hombre fornido, con cola de caballo-. Pesa más de lo que parece.

Hubo un instante de tensión. De pronto, el hombre soltó una carcajada y con él, todos los demás ejaron paso.

– Tráela mañana -bromeó un hombre-. No he tenido la oportunidad de mostrarle mi juego.

– Ya veremos -respondió Kam, sobre un fondo de risa generalizada. Hizo un saludo final y salió.

En cuanto alcanzaron la calle, dejó a Ashley en el suelo y la cogió por la muñeca, obligándola a seguirle.

– Vamos -dijo-. Marchémonos antes de que cambien de idea.

Ashley liberó su mano, pero le siguió, protestando.

– Me cuesta creer que te hayan dejado sacarme así del bar -se quejó, mirándole enfadada a la vez que andaban-. ¿Acaso se creen que soy de tu propiedad y puedes llevarme a tu antojo?

Kam le dirigió una sonrisa triunfante.

– Te gané justamente -dijo, sabiendo que sus palabras la enfurecerían.

Ashley se volvió hacia él, indignada.

– No es cierto. Hiciste trampa.

Habían llegado al coche. Kam abrió la puerta y la empujó suavemente para que entrara. Luego fue hacia su lado y entró a su vez, poniendo el motor en marcha.

– ¿Dónde vamos? -preguntó ella. Tenía un gesto enfurruñado, pero Kam adivinó que se le pasaría pronto. Lo mantenía más por principio que por estar realmente enfadada.

– A lo alto de la colina, a charlar un rato -dijo, mientras arrancaba-. Estaremos allí en tres minutos.

La vista desde la colina era espectacular. El oceano se perdía en el infinito, gris, azul y verde, levemente perturbado por la brisa que levantaba olas de espuma. La blancura de la playa y el verde de la jungla marcaban un contraste espectacular de colores y texturas. Hacia la derecha quedaban los prados del club King's Way. A la derecha, el pueblo.

Kam salió del camino y detuvo el coche, volviéndose hacia Ashley con un movimiento decidido.

– ¿Cómo has sobrevivido estos treinta años? -preguntó, mirándola de arriba abajo.

Kam tenía que admitir que era hermosa. La excitación de la victoria había coloreado sus mejillas y le había puesto un brillo en los ojos que no había tenido antes.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, indignada.

Se sentía extremadamente orgullosa de lo que acahaba de hacer-. Caí enmedio de un terreno descoiiocido y conseguí sobrevivir. Deberías estar orgulloso de mí.

Kam pensaba que lo que quería era retorcerle el pescuezo, aunque ahora que estaba más tranquilo tenía que reconocer que Ashley había hecho algo digno de admiración. Para ser una niña rica que él hubiera considerado incapaz de usar un teléfono público, se había comportado con valentía. Era una mujer capaz de actuar cuando era preciso.

Lo que preocupaba a Kam era la ausencia absoluta de temor que su comportamiento revelaba. ¿Acaso no era consciente de lo que arriesgaba?

– ¿No te has fijado en cómo te miraban algunos de esos hombres?

Ashley parpadeó.

– Las miradas no hacen daño.

Kam sacudió la cabeza, impaciente.

– Las miradas pueden conducir a otras cosas.

– No es tan terrible que les guste lo que ven -dijo ella, encogiéndose de hombros. Buscó la mirada-. ¿Estás atacando a todos los hombres en general? -preguntó con sorna-. Suenas como una de esas feministas universitarias que dicen que los hombres son incapaces de controlarse. ¿Tú también crees que son bestias insaciables capaces de atacar a cualquier ujer que se les acerque?

Kam dejó escapar un gruñido, a la vez que se echaba hacia atrás en el asiento.

– Yo no he dicho eso.

– Entonces ¿a qué te refieres?

Kam hizo una mueca.

– Dentro de un grupo de hombres, una gran mayoría pueden ser estupendos, pero siempre hay alguno que cree que debe responder a la llamada de la selva.

Ashley sabía a qué se refería, pero no estaba dispuesta a rendirse. Apretó los labios en un gesto impertinente.

– Veo que tienes una gran fe en las personas.

– Así es -dijo él, queriendo que ella le entendiera-. Pienso que la gente es buena por naturaleza. Y la mejor manera de que lo sigan siendo, es no dejar de observarlos en ningún momento.

Ashley le miró.

– ¡Menuda filosofía de la vida! -exclamó.

Kam tuvo que contenerse para no estrangularla. -Sólo te pido que tengas más cuidado la próxima vez que te metas en una situación como ésta, ¿de acuerdo?

Ashley titubeó antes de sonreír. Su sonrisa iluminó su rostro como un amanecer a cámara rápida despejaría la oscuridad de la noche.

– A sus órdenes, señor -bromeó, a la vez que saludaba al estilo militar.

– ¿Dónde aprendiste a jugar así al billar? -preguntó él.

– En el colegio -dijo ella, con un suspiro-. Era la campeona. Practicaba los ratos que me escapaba de clase de química. Eso fue antes de que el Arte se convirtiera en mi verdadera vocación.