Kam sacudió la cabeza.
– Eres un buen elemento, ¿verdad? -dijo, dulcemente
Ashley no estaba segura de si debía tomar aquello como un cumplido.
– Depende de lo que quieras decir con eso -dijo ella, dirigiéndole una sonrisa gatuna que se evaporó repentinamente-. ¿Ahora qué?
El cambio de un tono a otro cogió a Kam por sorpresa. Aquella sonrisa había atravesado las distintas capas de su coraza, llegándole muy hondo, y necesitó unos instantes para recuperar su aplomo característico.
– No lo sé -dijo, al fin, retirando la mirada y dirigiéndola al mar-. ¿Qué quieres hacer?
– No lo sé -dijo ella, en tono de broma-. Escalar el Everest, decubrir una cura de adelagazamiento, establecer la paz en el mundo -inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió-. ¿Qué quieres hacer tú?
Kam sonrió a su vez.
– Mantenerte fuera de peligro -murmuró.
– ¿A mí? -preguntó ella, sorprendida-. Yo nunca estoy en peligro.
Kam dejó escapar un suspiro y, cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás.
– Tal vez no recuerdas los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas -dijo, fracasando en su intento de ocultar su impaciencia-. O tal vez tus días discurren siempre así.
– Ahora que lo mencionas -dijo ella, dándole un golpecito con el pie-, han sido unas horas un poco agitadas. Pero me estoy acostumbrando.
Kam abrió los ojos y la contempló de soslayo.
Cuándo vas a volver? -preguntó, quedamente.
Ashley se puso tensa.
– ¿Volver a dónde?
Kam se volvió para mirarla de frente.
– Sabes a dónde. Alguna vez tendrás que volver.
Ashley hizo el ademán de taparse los oídos con las manos.
– ¿No te enteras? -preguntó fríamente-. No pienso volver con Wesley.
Kam desvió la mirada.
– ¿Volverás conmigo? -dijo, tan quedamente que Ashley apenas pudo oírlo.
– ¿Contigo? -repitió ella, mirándolo fijamente. Kam se removió incómodo en el asiento. La miró y desvió la mirada.
– Me siento culpable por algunas de las cosas que te dije esta mañana. ¿Por qué no vuelves? Puedes quedarte hasta que tomes una decisión.
Ashley tardó en hablar. Kam se volvió para mirarla. Estaba seria.
– ¿Por qué habría de volver? -preguntó ella, al fin-.Ahora tengo dinero y puedo ir adonde quiera -sus ojos buscaron los de él para ver cómo reaccionaba.
Kam no hizo el menor gesto. -Tienes razón -dijo.
– Así es -confirmó Ashley. Quería dejar claro que era una persona autónoma y que no necesitaba depender de él.
Kam se encogió de hombros. -Entonces, vete.
– ¿A dónde? -preguntó ella.
– Esa es la cuestión. Tan sólo me conoces a mí-dijo, con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Ashley suspiró y sacudió la cabeza.
– Si voy contigo, tienes que prometerme no tratarme como a un chucho.
Kam frunció el ceño.
– Nunca te he tratado de esa manera Sus ojos se encontraron.
– Esta mañana -dijo ella-. Me hablaste como si fuera una inútil cabeza de chorlito, incapaz de cuidarse de sí misma.
Kam tragó saliva y fijó la mirada en sus manos, que agarraban el volante.
– Siento haberte hecho sentir así. Fue injusto.
– No lo fue -dijo ella, sonriendo-. Ahora te he demostrado que estabas equivocado.
Él hizo un esfuerzo por sonreír.
– Así es -accedió, no sin dificultad-. Al menos hasta cierto punto. No se qué habría pasado si esos hombres…
– Estás obsesionado con ellos -interrumpió Ashley, divertida-. ¿Acaso estás celoso?
– ¿Celoso? -Kam se removió en el asiento-. ¿Cómo podría estar celoso? Tú no eres mi novia, sino la de Wesley.
El buen humor abandonó a Ashley.
– No soy la novia de Wesley, a ver si te enteras -suspiró hondo y miró a la distancia-. Todo ha terminado.
– No terminará hasta que no vayas a verlo. Tienes que decírselo en persona.
Ashley calló, aceptando en su interior la verdad de lo que Kam decía.
– Todavía no estoy preparada -dijo, dulcemente, esquivando la mirada de Kam-. Necesito un poco más de tiempo.
– Por eso creo que deberías venir a mi casa -dijo Kam.
Se volvió hacia ella y al contemplar su rostro abatido tuvo que reprimir el impulso de cogerla por la barbilla y obligarla a levantarlo. Por un instante le invadió el pánico y fue consciente del riesgo que suponía llevarla a su casa. Se había preocupado tanto de evitar que ella corriera peligro, que se había olvidado de sí mismo.
Era demasiado atractiva. Lo sabía y sin embargo le había pedido que fuera con él. Ese no era su comportamiento habitual.
– Culpable a pesar del atenuante de enajenación mental -masculló.
– ¿Qué? -preguntó ella, mirándole.
– Nada -respondió, aferrándose con fuerza al volante-. ¿Cuál es el veredicto, vienes conmigo? Porque si no -añadió, precipitadamente- conozco unpequeño motel donde podrías quedarte.
Esperó. El corazón le latía aceleradamente.
Ashley se aproximó y le tocó el brazo.
– Gracias Kam -lijo-. Me gustaría ir contigo.
El cosquilleo que Kam sintió en su interior, fue la confirmación de que había cometido un error. Ashley no iba a pasar tan sólo unos días con él. Iba a cambiar su vida.
Capítulo Seis
Desde que entraron en la casa la cuestión de dónde iban a dormir aquella noche flotó en el ambiente como el invitado a una fiesta que monopoliza la conversación.
Ashley se bañó en cuanto llegaron. Se puso el mismo vestido y salió al porche para contemplar el atardecer con Kam. Se sentaron uno junto a otro en un banco de hierro, bajo una pérgola cubierta de madreselva. El olor de las flores llenaba el aire de un olor dulzón. Se oía volar a los insectos.
Ashley se sentía relajada y lánguida, casi tranquila. Kam había preparado una jarra de margarita, que bebían lentamente y en silencio.
El gato negro del vecino apareció, se dirigió directamente a Kam, saltó sobre su regazo y se acurrucó feliz, agradeciendo las caricias de Kam. Ashley los observó, sorprendida ante la delicadeza con la que Kam acariciaba y hablaba con el animal. Parecía increíble viniendo de un hombre tan brusco como aparentaba ser.
– ¿Por qué no te gustan las mujeres? -perguntó, de pronto, sintiéndose relajada y abierta-. ¿Quién te rompió el corazón.
Kam la miró como si hubiera hablado en un lenguaje ininteligible para él.
– ¿Quién dice que no me gustan?
Ashley puso los ojos en blanco.
– No hace falta que lo diga nadie. Se nota en tu forma de actuar.
Kam siguió acariciando al gato.
– No tengo ningún problema con las mujeres-dijo, bruscamente-. Te equivocas de persona. Ashley sonrió para sus adentros. -No vas a contármelo -preguntó.
– ¿Qué quieres que te cuente? -dijo él, con pretendida inocencia.
– Quién te rompió el corazón y por qué.
Kam la miró con ojos resplandecientes. Ashley temió haberle enfadado, pero antes de que se disculpara, él habló.
– Se llamaba Ellen. Y no me rompió el corazón. Se murió.
Ashley se sintió avergonzada. Se movió incómoda y miró a Kam con total sinceridad. -¡Qué espantoso!
– Fue hace mucho tiempo -el gato saltó de su regazo y Kam lo contempló mientras se alejaba-. ¿Te gustan los perros o los gatos? -preguntó quedamente.
– ¿Qué? -preguntó Ashely, desconcertada por el cambio de tema de conversación. Estaba imaginándose cómo la muerte de Ellen habría determinado el caracter aislado y retraído de Kam. Ansiaba saber más, pero Kam tenía derecho a callar.
– Creo que los gatos. Siempre he tenido alguno -miró a Kam-. ¿Y a ti?
– Ni unos ni otros -dijo, lentamente-. No me gusta ser responsable de la vida de otro ser.