Ashley rió alegremente. Subió los pies al banco y se sentó cómodamente.
– ¡Qué forma tan complicada de decir que no te gusta tener animales -dijo-. Eso es lo que pasa cuando se estudia Derecho. ¿Os hacen practicar ese tipo de discurso?
Kam sonrió levemente.
– No. Me sale naturalmente.
Ashley soltó una carcajada.
– ¿Hablabas así de pequeño? -preguntó, y adoptando un tono engolado, continuó-. Profesora, como parte de la primera parte considero invalidada su petición de deberes. Mi documento resultó destruído por la masticación excesiva debida a mi compañía cánica.
Kam no pudo evitar sonreír.
– ¡Ojala hubiera sido tan listo de pequeño -dijo-. Sin embargo, pasé mi juventud en la playa haciendo surf y en el cine, entreteniéndome con las vidas de otros, que parecían mucho más entretenidas que las mías.
Ashley encontró en aquel comentario nuevas pistas para explicar el comportamiento de Kam.
– Yo también pasé tiempo en la playa -dijo, pasando la yema del dedo por el borde de su vaso-. Algunos veranos apenas entraba en casa para ducharme.
– Sí, pero tú eras rica y no tenías que trabajar para vivir.
– ¿Quién lo dice? -dijo ella, irguiéndose molesta-. Me gradué con un título de Arte y desde entonces he trabajado como ilustradora de cuentos infantiles.
Kam se sorprendió.
– Admito mi equivocación.
Ashley le saludó con el vaso, aceptando la disculpa.
– Las cosas no son siempre lo que parecen, o tal y como uno asume que son -dijo.
Kam ocultó una sonrisa tras el vaso.
– Tienes razón. Tendré más cuidado a partir de ahora.
Ashley sonrió.
– Eso espero. Puedes empezar por quitarte de la cabeza la idea de que voy a volver con Wesley.
Kam dejó su vaso sobre la mesita que estaba frente a él. Quedaban aún muchas cuestiones sin resolver respecto al tema mencionado por Ashley. Ya no estaba seguro de que se hubiera comportado de forma caprichosa. Ashley no dejaba de sorprenderle. Cuanto más la conocía, más profunda le parecía ser. Tal vez si llegara a entender por qué había huido de su boda, la entendería mejor. Y por alguna extraña razón, sentía la necesidad de conseguirlo.
– ¿Qué ocurrió? -preguntó, al fin-. ¿Qué pasó para que dejara de gustarte?
Ashley se echó hacia delante y contempló las estrellas que empezabana a destacar en el cielo.
– Lo vi en su propio terreno, por así decirlo. Y resultó ser una persona muy distinta.
Kam la miró con escepticismo.
– ¿Quieres decir que antes había sido encantador? -preguntó, sarcástico.
Ashley reflexionó unos instantes.
– No exactamente. Yo no diría que fuera un hombre sensible -dijo, y con una rápida sonrisa añadió-. Pero tampoco tú lo eres.
Kam pasó el comentario por alto.
– Aun así, querías casarte con él.
– Claro.
– ¿Por qué?
Ashley rió por lo bajo y miró a Kam para ver cómo reaccionba a su respuesta.
– Porque me lo pidió.
Kam alzó las cejas, soprendido.
– ¿Quieres decir que nadie te lo había pedido antes?
– Había tenido otras ofertas -dijo, dando un sorbo a su bebida-. Pero no en los últimos tiempos.
Kam la contempló espantado. No podía comprender a las mujeres.
– Pensaste que mejor te agarrabas a Wesley, por si no se presentaban más ofertas.
Ashley sonrió forzadamente.
– Esa es la idea.
Kam hizo una mueca de disgusto.
– Resulta de lo más premeditado. ¿Qué tipo de esposa pensabas ser?
Ashley titubeó, perguntándose hasta qué punto podía hablar con Kam sobre aquel asunto. Le costaba hacer confidencias, pero había algo en aquel hombre temperamental y callado que despertaba su confianza. Al menos reaccionaba espontáneamente. No fingía estar de acuerdo con lo que oía. Llamaba a las cosas por su nombre y, al mismo tiempo, escuchaba respetuoso lo que ella pudiera decir, aunque estuviera en contra de sus opiniones.
Para ella era una novedad. Estaba acostumbrada a gente que ocultaba la verdad todo lo posible, pretendiendo hacerla más dulce y facilmente digerible. Gente inacapaz de aceptar que se les llevara la contraria.
Kam era distinto, y eso le hacía sentir que la valoraba como persona. Por eso decidió seguir adelante.
– Como te dije, me gustaba bastante. Lo conocía desde hacía años y creía conocerlo bien. Así que pensaba ser una buena esposa -volvió el rostro hacia el mar. Un brillo plateado iluminaba la espuma.
– No esperaba que fuera un cuento de hadas, pero sí pensé que nos llevaríamos bien. Supuse que tendríamos niños y yo me ocuparía de ellos. Jugaríamos al golf, viajaríamos.
Miró a Kam con gesto inocente.
– ¿Te das cuenta? -continuó-. Realmente quería que saliera bien. Cuando una mujer llega a los treinta, sabe que está en el comienzo de la cuenta atrás. No es que estuviera desesperada, pero como no había estado nunca enamorada, decidí aceptar lo más próximo a estarlo.
Kam guardó silencio. El sol se había puesto hacía tiempo y Ashley apenas vislumbraba su rostro en la oscuridad. Algo la impulsó a tocarle y apoyó la mano en su brazo.
– ¿Entiendes? -preguntó, necesitando su aprobación.
– Cuéntame por qué cambiaste de opinión -dijo él, pausadamente.
Ashley se echó para atrás.
– Al principio todo fue bien -dijo-. Vine hace un par de semanas. Me enamoré de la isla de inmediato. Desde el avión contemplé extasiada el colorido. La gente es encantadora. Durante unos días viví como en un sueño.
Kam asintió con la cabeza. Pensaba lo distintos que ambos eran. Mientras a él le gustaba la tranquilidad, a ella le gustaba pasar de una cosa a otra. Era capaz de bajar a la profundidad y alzarse al firmamento en un sólo movimiento. En eso se parecía a Ellen. Kam sintió un escalofrío recorrerle la espalda y por un instante se arrepintió de haberla echo volver.
– Pero pronto observé que el Wesley que yo conocía era distinto del que encontré aquí. Me sentí prometida a un auténtico cretino -reflexionó un momento-. Se comporta de forma arrogante y despótica.
Kam rió calladamente.
– Así es el Wesley que los demás conocemos.
– Al principio no le amaba, pero al verle comportarse así dejo incluso de caerme bien. ¿Cómo iba a aceptar a un hombre así para decirle «hasta que la muerte nos separe»?
Kam se fijó en los rasgos de Ashley, que apenas vislumbraba. No quería encender la luz porque sabía que si lo hacía rompería el ambiente íntimo que se estaba creando. La oscuridad daba pie a confidencias y deseaba llegar a entender a Ashley.
– Si lo tenías todo tan claro. ¿Por qué esperaste hasta el último momento para huir? -preguntó.
– Pensé que tenía que aguantarme -suspiró y estiró las piernas frente a sí-. Entonces llegó mi familia.
– Tu familia -repitió él.
– Sí. Mi madre con su nuevo novio. Perdona, pero me dan ganas de devolver. No soporto que tenga novios, y aún menos, maridos.
Kam sonrió, compasivo.
– ¿Los tiene a menudo?
Ashley asintió.
– Está a la caza del cuarto.
Kam sacudió la cabeza, levemente divertido a pesar de que apreciaba el tono de dolor en la voz de Ashley.
– También llegó mi padre con su nueva novia -continuó Ashley-. No creo que haya acabado el colegio. Debería haber una edad mínima para formar pareja. Debe tener unos doce años.
– ¡Ashley! -rió Kam.
– Te lo digo en serio -dijo ella, riendo a su vez-. Es una chiquilla.
– Vamos, Ashley, estás hablando de tu padre -dijo Kam, poniéndose serio.
– De acuerdo. Olvidé que hay que tomarse las cosas más en serio. Christina tiene veinticuatro años. Pero actúa como si tuviera doce.
Kam sacudió la cabeza.
– Así que la llegada de tu familia no fue una buena noticia.