– Juro no ir a molestarle -dijo, en voz alta.
Sintió un dolor en el pecho. Recordó el beso de Kam, cómo había acariciado al gato, lo atractivo que estaba cuando un mechón de pelo negro le caía sobre los ojos verdes, y un gemido anhelante se escapó de su garganta.
No lo haré, no lo haré, se repitió insistentemente.
Cerró los ojos con fuerza, tratando de conciliar el sueño. Contó ovejas. Intentó relajar una por una todas las partes de su cuerpo. Se levantó e hizo flexiones hasta casi perder la respiración. Volvió a la cama y siguió contemplando la noche con los ojos abiertos de par en par.
– No lo haré -gimió, dándose por vencida.
Se sentía estúpida, pero sabía que no podía resistirlo más. Lo único que podía hacer era tratar de que él no se enterara nunca. Al fin y al cabo, la noche anterior había conseguido meterse en su cama sin despertarlo. Ahora tendría que hacer lo mismo y marcharse en cuanto amaneciera.
Se levantó y se dirigió hacia el vestíbulo sigilosamente. Su corazón latía con fuerza. La puerta de Kam estaba abierta. Ashley se escabulló dentro como una sombra y lo contempló. Dormía profundamente. Estaba echado de costado, con un brazo colgando fuera de la cama y el cabello revuelto.
Miraba hacía afuera, ocupando sólo la mitad de la cuna.
La situación era idónea. Ashley tan sólo debía Icncr cuidado. Contuvo la respiración y se metió en la cama, quedándose totalmente inmóvil. Su corazón latía aceleradamente.
Kam siguió durmiendo. Poco a poco Ashley se I'iie relajando. Sus labios esbozaron una sonrisa. Los párpados se le cerraron y el sueño comenzó a invadirla. Estaba a punto de caer profundamente dormida cuando estiró una pierna y un calambre la despertó. Se incorporó rápidamente y se agarró los (lodos del pie, a la vez que reprimía un grito de dolor. Se masajeó la pantorrilla con fuerza, pero no consiguió librarse del calambre.
A pesar de todo, siguió sin hacer un sólo ruido. Se retorcía de dolor y se movía, pero no gritaba.
Aun así, despertó a Kam. Éste se incorporó repentinamente, tratando de ver en la oscuridad. Se levantó de la cama y miró atónito a Ashley.
– ¿Qué demonios…?
– Mi pierna -gritó Ashley, golpeándosela al mismo tiempo.
Kam se dio cuenta de inmediato de lo que ocurría.
– Relájate -dijo, cogiéndole la pierna y masajeandola.
– Lo estoy intentando -gimió ella.
Kam trabajó el músculo con sus fuertes dedos y poco a poco el dolor fue disminuyendo, hasta pasársele por completo.
– Necesitas potasio -dijo Kam, con la frialdad de un médico-. Come plátanos.
– De acuerdo -dijo ella, suavemente-. Lo que tu digas, doctor.
Movió la pierna para comprobar que estaba curada.
– Ya está bien -{lijo-. Gracias.
– De nada -respondió él, sarcástico-. Supongo que ya puedes volver al sofá.
Ashley titubeó, volviéndose hacia él con dignidad.
– ¿Tengo que volver?
Kam dudó. No deseaba otra cosa que tener a Ashley aquella noche, pero no quería tentara la suerte. Adoptando una actitud fría, respondió.
– Es lo mejor.
Ashley sonrió seductoramente y no se movió. -Prometo ser buena -dijo.
Kam alargó la mano y le acarició el cabello.
– Pero yo no puedo prometer lo mismo -dijo, bruscamente. Una sombra nubló su mirada. Ashley sacudió la cabeza.
– No necesito promesas -dijo, dulcemente-. La vida es puro azar -entrelazó sus dedos con los de él-. Kam, déjame quedarme. No puedo dormir sola.
Kam, el hombre de hierro, se estaba derritiendo, pero aún hizo un último esfuerzo por resistirse.
– Ashley, no puedo darte lo que tú deseas -dijo, tenso-. No se me dan bien los abrazos y las caricias. Nunca he sido bueno consolando a otros.
– No necesito nada de eso. Sólo necesito estar cerca de alguien. Prometo no molestarte.
– Si es así, quédate en ese lado de la cama -dijo, dándose por vencido, y odiándose por ello. Desenlazó su mano de la de Ashley y volvió a la posición en que dormía.
– Gracias -dijo ella, suspirando aliviada-. Ahora podré dormir. No te preoupes por mí.
– De acuerdo -masculló él, sarcástico.
– No haré ni un ruido. No necesito mimos. Sólo quiero que estés a mi lado.
Kam no contestó. Ashley sólo veía su espalda, así quc no sabía si dormía ya o si la estaba escuchando.
A pesar de lo que decía, Ashley quería más que su mera compañía. Se preguntó si siempre sería igual con las mujeres. De ser así, se dijo, debía tener una vida amorosa muy solitaria. De pronto recordó el nombre de la única mujer de la que le había hablado.
– ¿Nunca consolaste a Ellen? -en cuanto las palabras salieron de su boca, Ashley se arrepintió de haberlas pronunciado. Sintió a Kam ponerse tenso a su lado. Ella misma se ruborizó, recriminándose su falta de tacto.
– Lo siento, no debía haber dicho eso -se disculpó.
– Duérmete -susurró él.
El hecho de que no pareciera enfadado animó a Ashley. Se quedó quieta y disfrutó de estar junto a Kam. Pasó el timepo y se le cerraron los ojos. Estaba a punto de quedarse dormida cuando Kam se giró. Ashley abrió los ojos y le miró.
– No estás dormido -dijo, acusadora.
Kam se volvió para mirarla en la oscuridad.
– Ya lo sé.
Ashley se incorporó sobre un codo.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
– No lo sé. Algo me impide relajarme.
– ¿Qué?
Kam rió brevemente.
– Tú.
Ashley rió a su vez.
– No seas mentiroso. Lo úico que te pasa es que estás tenso. Te voy a dar un masaje de espalda.
Kam iba a discutir, pero antes de que pudiera hacerlo, Ashley le estaba masajeando con sus pequeñas manos, provocándole un bienestar inmediato. Tenía unas manos maravillosas.
Kam cerró los ojos y le dejó continuar. Ashley conseguía relajar cada uno de sus músculos y él no quería que aquel masaje acabara nunca.
Al cabo de un rato notó que Ashley se cansaba y se dio la vuelta, de manera que su pecho quedó donde antes estaba su espalda.
– Gracias -susurró, a la vez que la atraía hacia sí para besarla.
Ashley le besó y en unos instantes se aferraba a él, para girar juntos en un único movimiento. Kam tenía la mente en blanco. La atrajo con fuerza hacia sí y la acarició por debajo de la camisa, maravillándose de su piel de terciopelo. Ashley se arqueó y la camisa quedó abierta. Kam se agachó y tomó entre sus labios el pezón que había quedado descubierto. Un temblor recorrió el cuerpo de Ashley, y Kam sintió el suyo tensarse, como la lava convirtiéndose en roca.
Ashley gimió, con un sonido casi animal. Entrelazó sus piernas alrededor del cuerpo de Kam y se pegó aún más a él. Ansiaba sentir la magia que sólo él era capaz de conjurar en ella.
De pronto, Kam se apartó. Ashley le contempló atónita.
– ¿Qué ocurre? -preguntó soñolienta, ansiando sentir sus cuerpos en contacto-. ¿Dónde vas?
Kam miró hacia atrás y sacudió la cabeza. Se re‹ i imninaba haberse comportado como un hombre de las cavernas, dispuesto a aprovecharse de ella. Pero al mirarla, se dio cuenta de que esa no era la situación. No quería aprovecharse de ella, sino hacer el amor con ella, y eso era todavía más peligroso.
– Me voy a dar una ducha fría -dijo, levantándose para ir al baño-. Una ducha muy fría. Si fuera posible, me metería en un baño de hielo.
El agua fría no sólo apaciguó su libido, sino que le trajo pensamientos que no quería olvidar.
Ellen había muerto hacía cinco años. Años en los que se había dedicado a trabajar y a resolver un caso tras otro. Estaba ansioso por cambiar de actitud y librarse de parte de esa responsabilidad.