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Su secretaria le insistía en que se tomara los viernes libres. Le decía que jugara al golf, o a lo que fuera, pero que de seguir así, acabaría matándose. Pero Kam se sentía inacapaz. Siempre se había sumergido en los temas que le interesaban. Esa era su personalidad y durante los últimos quince años, su obsesión había sido el Derecho. Amaba la ley. No necesariamente lo que decía o cómo podía en ocasiones ser manipulada en manos de abogados sin escrúpulos, sino la filosofía sobre la que se sustentaba. La ley era lo más parecido a la perfección: objetiva, clara y lógica.

Ellen era lo opuesto a todo eso. Era caótica, impulsiva y descuidada. Nunca había sabido por qué se había sentido atraído por ella, pero había llegado a creer el dicho de que los opuestos se atraen.

El día en que ella salió sola en bote, habían tenido su peor pelea. Iban a ir juntos a navegar, pero Kam había tenido que cancelar el plan al surgirle una complicación en el caso que le ocupaba. Ellen se había puesto furiosa y había dicho cosas terribles, marchándose sola en el barco. Nunca regresó, y Kam nunca pudo perdonarse a sí mismo.

Se había jurado no hacerse responsable nunca más de nadie. Temía demasiado las consecuencias. Si la gente estaba dispuesta a hacer locuras y ponerse en peligro, él no quería ser quien lo impidiera.

Entonces apareció Ashley. Había entrado en su vida sin ser llamada y se había instalado en ella. O tal vez era él quien no quería que se marchara. Todo era muy confuso.

Kam decidió salir de la ducha, preguntándose si habría sido suficiente para calmarlo, y cómo debía actuar a continuación.

Era obvio que Ashley le deseaba, y él a ella aún más. Sin embargo, Kam temía que si hacían el amor, Ashley se asentaría en él de una forma que le daba miedo y que no estaba seguro de poder soportar.

Se puso los pantalones del pijama y volvió a la habitación.

Ashley seguía allí, dormida, tumbada en diagonal en la cama. Tenía abrazada la almohada.

Kam la contempló unos minutos en silencio. Era tan menuda y vulnerable, y al mismo tiempo tan decidida, que no pudo si no aceptar que le gustaba.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia el sofá. Había llegado el momento de intentar descansar.

Capítulo Siete

La mañana era el momento del día preferido por Ashley. El aire olía dulce y los pájaros cantaban. Todo parecía dispuesto para que pasaran cosas buenas.

Se despertó y alargó el brazo, pero no encontró más que la cama. Se dio la vuelta y comprobó que estaba sola. Rió quedamente.

– Gallina -murmuró-. ¿Acaso no te atrevías a quedarte?

Se quedó quieta, reflexionando sobre lo ocurrido la noche anterior. Kam era un hombre extraño, pero cada vez le respetaba más y se sentía más atraída por él.

Ten cuidado, se dijo, también creíste que Wesley te gustaba.

Lo cierto era que Wesley nunca le había gustado como le gustaba Kam, ni le había excitado de la misma manera.

Afortunadamente, con Kam no iba a tener que cuestionarse si debía casarse con él o no. No era de los que se casan. Ashley rió por lo bajo. Era una manera sencilla de evitarse ese problema.

Se bajó de la cama y fue a la cómoda donde guardaba la ropa que Shawnee le había dado. Se puso un biquini azul, se estiró y fue al salón.

Kam dormía en el sofá. Ashley se agachó y le besó en los labios suavemente.

– Buenos días, dormilón -musitó, riendo.

Sin esperar respuesta, salió de la casa, corrió hasta la orilla del mar y entró en el agua.

El agua se arremolinó a su alrededor. Ashley se sumergió y nado con ímpetu. Se detuvo e hizo la plancha, contemplando el profundo cielo azul. Girándose, buceó entre pececillos turquesas y dorados, que despedían destellos desde el fondo. Ashley recordó una vieja canción sobre una mujer entre cuyos dedos se escapaban peces morados, y sonrió feliz.

El recuerdo de la realidad borró su sonrisa. Si se hubiera casado con Wesley, pensó, estaría ya en Bora Bora, que era donde habían planeado ir de viaje de novios. Estaría junto a un hombre al que pronto comenzaría a detestar. Habría empezado a sentirse desgraciada y habría intentado, sin éxito, escapar de esa situación.

Cerrando los ojos, dio gracias por haber reaccionado a tiempo. Todavía quedaban muchas cosas por resolver, como ir a ver a su familia, o disculparse con Wesley, pero al menos no se arrepentía de haber hecho lo que hizo.

No sabía cuál debía ser su siguiente paso, y se planteó la posibilidad de volver a casa.

Dio un par de brazadas, disfrutando de la sensación del agua rozando su cuerpo, y se dio cuenta de que no quería regresar. Volver suponía retornar al tipo de vida del que había tratado de huir al decidirse a casarse con Wesley. No es que fuera una vida mala, pero no le satisfacía. Su carrera como ilustradora iba bien. Además, era un trabajo que no le exigía permanecer en San Diego. Tal vez debía considerar la posibilidad de quedarse en la isla.

Suspiró y empezó a nadar de vuelta a la orilla. Tenía hambre. Era hora de desayunar.

Estaba apenas a unos metros de la orilla cuando vio) a un hombre aproximarse. Ashley lo reconoció de inmediato y sintió un escalofrío.

– Dios mío -exclamó en un susurro-. ¡Eric!

Tenía dos opciones: nadar de vuelta al interior, o salir y correr hasta la casa, con la esperanza de que rl último novio de su madre no la reconociera a aquella distancia.

Titubeó, pero al fin corrió hacia la casa a la mayor velocidad que pudo.

El beso de Ashley había despertado completamente a Kam, pero no la había seguido hasta la)laya. Se quedó tumbado, sintiendo la caricia de sus labios. Iba a tener que conseguir que se fuera o no podría resistirse. La casa estaba llena de su aroma y Kam no podía dejar de pensar en su cuerpo y en el sonido de su voz cantarina.

El teléfono sonó, recordándole su vida en Honolulu. El contestador estaba puesto y Kam decidió no contestar.

– ¿Kam estás ahí? -era la voz de su socio-. Llámame inmediatamente, necesito ayuda con el caso Duncan.

Kam desconectó el aparato.

– ¡Al diablo con el caso Duncan! -exclamó en voz alta.

Amaba el Derecho, pero en aquel momento sólo quería pensar en Ashley. Esa era la razón por la que debía pensar en marcharse lo antes posible. Si pasaba un día más con ella no podría escapar. Tenía que huir mientras sus sentimientos permanecieran intactos.

Se vistió lentamente. Tuvo la sensación de que aquél era un día de reflexión. El día anterior había sido caótico y divertido, pero ahora, había que volver a pensar en el futuro.

Se volvió al oír entrar en la casa a Ashley como un tornado. Kam la contempló, adivinando que traía malas noticias.

– Es Eric -dijo Ashley, sofocada-. Tengo que esconderme. No le digas que estoy aquí. Dile que soy tu hermana, que ha visto visiones, lo que sea, pero no que estoy aquí -y salió de la habitación apresuradamente hacia la cocina.

Kam suspiró y decidió salir al encuentro del visitante.

– Eric -dijo en alto, sacudiendo la cabeza-. ¿Quién es Eric?

Salió por la puerta principal y se sentó en los peldaños del porche. Vio a un hombre alto, delgado y rubio que se acercaba corriendo. Le hizo pensar en alguien que pasaba mucho tiempo delante del espejo. Se paró frente a Kam y lo observó antes de hablar.

Has visto correr a una chica en biquini azul -preguntó, con la respiración entrecortada.

Kam miró a izquierda y derecha y negó con la cabeza.

– ¿Qué tipo de chica? -preguntó.

– Menuda y bonita. Con una gran melena rubia -dijo Eric, fijándose en Kam con detenimiento-. Llevaba un biquini azul.

– Si la hubiera visto, me habría fijado -dijo Kam, secamente.

– Eso te lo aseguro -Eric se puso una mano en el corazón. Todavía respiraba con dificultad-. ¿Te importa que me siente para recuperarme? Llevo corriendo desde que la vi. Es imposible dar con ella.