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Se sentó en uno de los peldaños y extendió una mano a Kam.

– Soy Eric Camden -dijo-. Me alojo en el club King's Way.

Kam le estrechó la mano con solemnidad.

– Kam Caine -se presentó-. ¿Cómo pudiste reconocerla a esta distancia? -preguntó, curioso.

– La reconocería en cualquier parte -respondió Fric-. Llevamos dos días buscándola. Se iba a casar rl otro día, pero se escapó.

La mirada de Kam se endureció.

– ¿Se escapó?

– Sí. Tenías que ver lo enfadado que estaba el novio -Eric se dio una palmada en el muslo-. Días atras me había dicho que no quería casarse y yo le dije que no lo hiciera, que iría a hablar con Geralditie, su madre, y me ocuparía de todo. Yo se lo sugerí y ella lo llevó a cabo. Ahora no hay forma de encont rola. ¿Seguro que no la has visto?

– Estaré atento -respondió Kam.

Eric le miró con sus inexpresivos ojos claros

– ¿Tienes un cigarrillo? Me han entrado ganas de fumar.

– Lo siento -Kam arqueó una ceja-. El ejercicio y el tabaco no son una buena combinación.

– Apenas fumo, y cuando lo hago, no inhalo. En cambio el ejercicio me lo tomo muy en serio. Si falto un día al gimnasio me siento fatal.

Kam se imaginó una conversación sobre biceps y pectorales y decidió evitarla. Volvió al tema que les ocupaba.

– ¿Cuál es tu interés en este asunto? ¿Quieres ocupar el lugar del novio? ¿Quieres casarse con Ashley?

– ¿Con Ashley? -rió Eric-. En absoluto. Yo salgo con su madre.

Kam se quedó sin habla y Eric sonrió con orgullo al notar su sorpresa.

– Así son las cosas en estos tiempos -explicó-. Cada vez hay rnás jóvenes con mujeres mayores. ¿Por qué no? Lo saben todo, tienen claro lo que quieren, te tratan de maravilla y tienen dinero. Si trabajara en el supermercado del barrio, como hace mi hermano, nunca hubiera llegado a conocer las islas, ni me habría podido permitir estar en el King's Way.

– Interesante -murmuró Kam, asombrado por la franqueza con la que Eric se expresaba y convencido que eso mismo le salvaba de resultar repulsivo.

– Piénsalo de esta forma -continuó Eric-. Uno sale con una chica por distintas razones: porque te gustan sus ojos, su risa, su forma de bailar, su voz ronca. ¿Por qué no habría de ser el dinero un factor a tener en cuenta?

– Supongo que tienes razón -dijo, Kam, inexpresivo.

– No me malinterpretes -aclaró Eric-. Geraldine es una mujer muy especial. De hecho, tal vez nos casemos.

Kam se atragantó y empezó a toser. Eric le dio unas palmadas en la espalda.

– Será mejor que me marche -dijo Eric, cuando se le había pasado el ataque de tos a Kam-. Si la ves, ¿me llamarás al King's Way? Te lo agradecería. Dile que necesito hablar con ella.

Se puso de pie y echó una ojeada a la casa, sonrió a Kam y se puso a correr en la misma dirección en la que había aparecido.

Kam le observó marchar, pensando que tal vez no era tan inocente como pretendía ser. Se volvió y entró lentamente en la casa.

– Se ha marchado -anunció, al encontrar a Ashley en su cama, apoyada contra la cabecera. Llevaba puesto el biquini, pero se había cubierto con una toalla.

– No puedo creer que haya venido hasta esta parte de la playa -dijo, con tristeza.

Kam la observó y analizó su reacción. ¿Acaso pensaba que los demás iban a olvidarla sin tan siquiera tratar de encontrarla?

– ¿Por qué no iba a venir? -dijo, al fin-. Tú misma solías venir aquí todas las mañanas. ¿Por qué no pueden hacer lo mismo los demás?

Ashley ignoró aquel razonamiento. Quería solidaridad, no lógica.

– ¿Crees que volverá? -preguntó, abriendo los ojos desmesuradamente.

El abogado que Kam llevaba en sí emergía a la superficie cuando se trataba de analizar situaciones.

– Así es -dijo, fríamente-. Sabe que estás aquí

Ashley saltó.

– ¿Qué dices? -casi gritó.

– Lo supo todo el rato.

Ashley entrelazó las manos con fuerza y miró a su alrededor.

– ¿Dijo algo?

– No -Kam sacudió la cabeza-. Pero me di cuenta.

Ashley se cubrió el rostro con las manos.

– ¡Oh, no! Si es así, volverá.

– Sí -Kam estaba seguro de que lo haría-. Volverá y traerá a tu madre con él.

Ashley soltó un último gemido y reaccionó.

– Esta bien -anunció, pasando a la acción-. Será mejor que me vaya. ¿Puedo llevarme el vestido conmigo? No creo que a Shawnee le importe. ¿Dónde dejé los zapatos? Al menos esta vez no necesito que me dejes dinero. Tengo el que gané ayer.

Kam la tomó por el brazo y la obligó a mirarle

– No vas a marcharte -dijo, con firmeza-. Vas a quedarte y a enfrentarte a ellos.

Ashley abrió los ojos horrorizada.

– No puedo, Kam. No tienes idea de lo que es. Me arrastrarán consigo. No puedo quedarme.

Kam asentía con la cabeza mientras seguía sujetándola con fuerza.

– Claro que puedes. Yo estaré a tu lado. No pueden obligarte a volver. Tienes treinta años y puedes hacer lo que desees.

Ashley sacudía la cabeza sin apenas escucharle.

– No te imaginas lo que me ocurre cuando están cerca. Me convierto en una niña pequeña y ya no puedo romper con ellos. Kam, no me obligues a hacerlo. No soy suficientemente fuerte.

Kam no quería forzarla. Al fin y al cabo, si no era capaz de enfrentarse a ellos, sería él quien la perdería. Ya no podían hacer nada por impedir que el mundo exterior los invadiera.

Durante un instante se le pasó por la cabeza la idea de tomarla y huir juntos. Podrían alquilar un apartamento en San Francisco, o ir a Australia. Pero el sueño duró poco. Era imposible. Él debía volver al despacho y ella tenía que aprender a resolver sus problemas y defender sus decisiones frente a su familia. Por otro lado, aquel pensamiento los convertía en amantes, y todavía no lo eran. Tal vez nunca llegaran a serlo y esa fuera la mejor solución para todos.

Al mirar en los límpidos ojos de Ashley, supo que no era eso lo que quería y supo que podría perderse en ellos para siempre. Un arranque de deseo lo poseyó y deseó besarla con urgencia. Temía estar a punto de perderla. El día anterior no le hubiera importado, pero ahora no podía soportar la idea. Atin así, estrechar el lazo que los unía sólo contribuiría a aumentar su dolor. Apartándose de ella, miró en otra dirección.

– Voy a preparar algo para desayunar -dijo. Su voz sonó ronca-. ¿Por qué no te cambias y vienes a la cocina?

Ashley no respondió. Se quedó en mitad de la habitación, observándole marchar y sintiendo que algo en su interior se rompía y la paralizaba.

Sabía mejor que Kam que en cuanto Eric volviera con su madre, el tiempo que habían habitado juntos desaparecería y sería ocupado por la realidad. Ashley tendría que volver a su vida o marcharse a otra parte. La posibilidad de quedarse con Kam era muy remota.

La idea de dejarlo le produjo una espantosa congoja. Nunca había conocido a un hombre como él y estaba segura de que nunca conocería otro igual. No debía dejarlo escapar sin pelear por él, se dijo, y por primera vez se sintió con fuerzas para enfrentarse a los demás.

Lentamente se dirigió a la cocina, parándose al llegar a la puerta. Kam se volvió a mirarla. En cuanto sus ojos se encontraron, adivinó el cambio que se había experimentado en ella.

– Ashley -dijo, ladeando la cabeza-. No lo hagas.

Pero no se movió. No se sentía capaz de salir por la puerta y huir de ella.

Ashley, sin hablar, se aproximó a él con la cabeza levantada y los ojos entrecerrados.

– Ashley -musitó él.

Ella llegó frente a él, apoyó la mano en su torso y le miró fijamente. Ya no le cabía ninguna duda y quería que él lo supiera. Su mirada estaba ensombrecida. Parecía estar poseída por otro ser.

– Ashley -repitió él.

Pero Ashley sintió un leve temblor bajo la mano y sonrió.