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– Dime que no me deseas -susurró, acompañada por los latidos de su corazón-. Dime que no me deseas, y te dejaré solo.

Kam no podía decírselo. Aunque lo hubiera intentado, la naturaleza le dominaba y ya no podía dar marcha atrás. Lo que Ashley había comenzado, le correspondía acabarlo a él, y una vez que supo que así tenía que ser dio rienda suelta a la pasión que había reprimido hasta aquel momento.

Quiso ser delicado y acariciarla lentamente, pero llevaba demasiado tiempo esperando y sus emociones se desbordaron sin control. Tenía que poseerla inmediatamente, allí mismo, o padecería una prolongada agonía.

Besó la boca que Ashley le ofrecía como si tuviera que pelear por ella. La devoró, llenándola de un calor que alcanzó todas las partes de su cuerpo. Ashley tomó su cara entre las manos, y abrió su boca para que él llegara tan hondo como pudiera.

Kam jadeaba. Le arrancó la parte de arriba del biquini y asió sus senos aún húmedos, acariciándolos y jugueteando con los pezones. Ashley se arqueó, ansiosa por sentir la boca cálida de Kam en su piel. El la rozó con los labios y con la lengua, y ella dejó escapar un gemido de gozo, a la vez que hincaba sus manos en sus hombros, atrayéndolo con fuerza hacia sí. Kam deslizó la manos y le quitó la parte de abajo del biquini, mientras ella le desabrochaba el pantalón.

– ¿Dónde? -preguntó él, con voz entrecortada.

– Aquí -respondió ella, arrastrándolo consigo hacia la mesa.

No había tiempo para ir a ninguna parte. Se deReaban con voraz urgencia, la sangre fluía en su interior precipitadamente y sólo pensaban en la unión final que haría de los dos, uno.

Ashley nunca había estado con un hombre que la deseara con tal violencia. Nunca ella había deseado así a nadie. Ansiaba ser poseída por él, como necesitaba el aire para respirar. Creía que moriría si no conseguía hacerlo suyo en aquel mismo instante.

– Ahora -le instó, atrayéndolo con fuerza hacia sí-. Por favor, Kam, de prisa.

Se echó sobre la mesa y Kam la penetró con un gemido prolongado. Ashley se sintió poseída por una fuerza que palpitaba por todo su ser. Gritó y se aferró a él, clavándole los dedos en la espalda y entrelazando las piernas por detrás de sus caderas. Se arqueó, buscando el mayor contacto de sus vientres y una penetración más profunda, a la vez que lo sujetaba por las caderas con fuerza, como si temiera perderlo.

No podía respirar. Tampoco lo necesitaba. Tan sólo quería que Kam la condujera una y otra vez, con cada una de sus sacudidas, hacia la espiral de éxtasis que le estaba proporcionando. De pronto llegó la explosión y Ashley pudo ver fuegos artificiales cayendo a su alrededor. Sintió un temblor y Kam se unió con su estallido al de ella, abrazándola con fuerza, protegiéndola y conduciéndola a una mayor intensidad.

Juntos acabaron la cabalgada, con los brazos entrelazados y los cuerpos unidos en una sudorosa fusión.

La mesa no era cómoda y pronto reaccionaron. Kam se incorporó y dejó que Ashley se levantara.

– La habitación -dijo ésta-. Esta a tan sólo diez pasos.

Kam sonrió y la abrazó.

– Tienes razón. La cocina es para cocinar. No debemos olvidarlo.

– Y la habitación para hacer el amor -susurró ella, a la vez que Kam la levantaba en brazos y la llevaba hasta el dormitorio, dejándola sobre la cama y tumbándose junto a ella.

Kam contempló su piel nacarada, los oscuros pezones, las piernas delgadas y se sintió invadido una vez más por el deseo. Ashley se dio cuenta y rió con una risa profunda que Kam no había oído antes.

– ¿Otra vez? -dijo ella, acariciándole.

– Otra vez -afirmó él, hundiendo el rostro en su melena.

Esta vez la acarició con delicadeza. Lentamente excitó sus pezones y masajeó su vientre, deslizó la mano suavemente entre sus piernas y ella balanceó sus caderas con un gemido de placer.

Kam no quiso precipitarse. Quería hacerlo tal y como ella merecía, pero no contaba con la impaciencia de Ashley. Ella no necesitaba ser excitada porque ya lo estaba. Kam entró en ella, arrancándole un grito de placer tras otro con cada uno de sus empujes.

Los dos se dejaron caer relajados, aún entrelazados. Poco a poco recuperaron el ritmo de la respiración. Ashley cerró los ojos y se preguntó por qué nadie le había contado antes el maravilloso secreto que acababa de descubrir.

Había tenido que aparecer Kam para darle la llave del misterio. Al mirarlo, se sintió invadida por un sentimiento tierno y amoroso desconocido para ella. ¿Sería amor?

Si no lo era debía ser el sentimiento más parecido. Y Ashley pensó que era maravilloso.

– ¡Ojalá no vinieran nunca! -susurró-. Espero que venga un huracán y que un rayo los haga olvidarse de mí.

Se incorporó sobre un codo y contempló el rostro de Kam amorosamente.

– ¿Me dejarías quedarme? -preguntó, provocativamente-. Si se olvidaran de mí ¿Me dejarías quedarme, nadar todos los días y dibujar en el porche? -sonrió, retirándose el cabello de la cara-. Tú te irías a Honolulu todos los lunes y volverías cada fin de semana, para pasarnos el día en la cama -le besó la sien-. Sería el paraíso. Al menos hasta que te cansaras de mí.

Kam la atrajo hacia sí.

– ¿Quién dice que me cansaría de ti? -masculló-. Algo me dice que es imposible aburrirse estando contigo, Ashley.

Ashley suspiró hondo. Nunca se había sentido tan a gusto. La vida debería ser siempre así, pensó. Toda mujer debería tener junto a sí un hombre como aquél. El único problema era tener que casarse con ellos para retenerlos. Y Ashley no se sentía capacitada para el matrimonio.

A medida que la realidad iba invadiéndola, parte de la alegría sentida la abandonaba. Apenas hacía dos días se iba a casar con un hombre, y ahora estaba haciendo el amor con otro. No consideraba que ese fuera un comportamiento digno de admirar.

Se despreciaba a sí misma, pero al menos sentía que lo que había pasado con Kam era una oportunidad única, y se alegraba de haberse aferrado a esos instantes de felicidad.

Tal vez ello no la convertía en un modelo a seguir, pero sí la hacía más humana.

Capítulo Ocho

Después de ducharse y vestirse fueron a la cocina a esperar, tensos, la llegada de sus visitantes. Los dos guardaban un silencio expectante, seguros de que Eric y Geraldine no tardarían en aparecer.

Sonó la puerta de entrada. Era Shawnee, que les llevaba la comida.

– He traído sushi -dijo, dejando el paquete con bolitas de arroz envuelto en algas sobre la mesa. Sonrió a Ashley y guiñó un ojo a su hermano.

– ¿Siempre traes comida? -preguntó Ashley, riendo.

– Siempre -asintió Shawnee-. Así soy bienvenida -sonrió-. Es un experimento conductista, como el del perro de Paulov.

– Sí -dijo Kam, fríamente-. Cada vez que alguien la oye llegar, se le hace la boca agua. -Kam!

– No te procupes, Ashley -la tranquilizó Shawnee-. Estoy acostumbrada a que me tome el pelo -miró a Ashley de arriba a abajo-. Como mi ropa no te quedaba bien, te he comprado algunas cosas.

– Gracias -exclamó Ashley, sorprendida-. ¿Cómo sabías que aún estaba aquí?

– Las noticias vuelan -sonrió Shawnee-. Varias personas me han contado tu hazaña en el bar. Todos ellos me dijeron que Kam te rescató. El pueblo entero está hablando de vosotros.

– Sobre todo teniendo en cuenta que tú diriges el nitro de cotilleo desde el restaurante -comentó Kain-. Si no hay un buen cotilleo, ella se encarga de inventárselo -añadió, dirigiéndose a Ashley.

– Eso es mentira -dijo Shawnee, sin inmutarse -se sentó a la mesa y sonrió a Ashley-. ¿Nos tomamos el sushi?

– Vosotras comed -dijo Kam, a la vez que se levantaba-. Yo voy a dar un paseo.

Shawnee dirigió una mirada inquisitiva a Ashley.

– Estamos los dos un poco nerviosos -explicó ésta-. Esperamos a que llegue mi familia para intentar llevarme con ellos.