Ashley forzó una sonrisa.
– Es más fácil decirlo que hacerlo -susurró-. Ya veremos.
A los pocos minutos, Ashley los oyó llegar. La tensión la dominó y su corazón comenzó a latir con violencia. Corrió a la ventana para observarlos. Eric se aproximaba a la casa y su madre le seguía a unos pasos de distancia, cansada por el esfuerzo. Ashley sintió la misma mezcla de odio y amor que siempre sentía al verla.
Ansió poder huir y no volver nunca más. Pero Kam tenía razón al insistir en que se enfrentara a la situación con dignidad.
– 4. Reuniendo el valor necesario, salió al porche.
– ¡Hola! -saludó, animada.
Eric estaba ya junto a la casa. Geraldine algo más atrás.
– ¡Al fin te encontramos! -exclamó Eric al verla-. Tenías que estar aquí -se detuvo y la contempló, poniendo las manos en las caderas.
– ¿Te importa decirle a tu madre por qué huiste? Está volviéndome loco con sus acusaciones. Cree que soy el culpable. Dile que yo no te ayudé.
Ashley observó a su madre aproximándose con dificultad hacia la casa. Siempre le pasaba lo mismo. O se sentía como una niña, o como si ella misma fuera una madre impaciente. Pero se sintiera como se sintiera, siempre amaba a su madre. Era imposible no hacerlo.
– Eric no tiene nada que ver con esto, madre -gritó-. Lo hice yo sola.
Geraldine se detuvó y se secó el sudor de la frente. Era una mujer madura y atractiva.
Kam salió al porche en ese momento y pensó que si era cierto el dicho de que las hijas se asemejaban a las madres, a Ashley le quedaban años de belleza por delante.
– No me lo creo -respondió Geraldine-. No puedo creer que seas capaz de hacer esto a tu madre.
– No es a ti a quien se lo hice -le recordó Ashley, obligándose a rechazar el pánico que la invadía siempre que pensaba haber defraudado a sus padres-. Se lo hice a Wesley y a sus padres, y siento decírtelo, pero si la boda fuera hoy, haría lo mismo.
Su madre miró hacia arriba, poniendo los ojos en blanco.
– Ha sido espantoso -continuó, como si Ashley no hubiera dicho nada-. No pueden entender cómo nos has podido hacer esto.
Ashley hubiera deseado taparse los oídos, encogerse en una bola y ahuyentar toda crítica. Era doloroso. Le recordaba una infancia que prefería no revivir. Se volvió y miró a Kam en busca de apoyo. Éste se aproximó a ella y la tomó por el brazo.
– Señora Carrington, soy Kam Caine y ésta es mi casa -dijo, pausadamente-. ¿Por qué no pasan y se sientan?
Geraldine le miró.
– ¿Por qué no? -dijo, aceptando la invitación, a la vez que le miraba preguntándose qué papel jugaba él en todo aquello.
Entraron. Geraldine y Eric se sentaron en el sofá. Kam y Ashley, en sillas separadas, frente a ellos. Geraldine continuó como si no hubiera habido interrupción alguna.
– Ha sido espantoso, Ashley. No sé qué decir a Jane Butler. Siempre hemos sido grandes amigas, pero cuando una hija deja plantada al hijo de su amiga, la amistad se resiente. Me da vergüenza mirarle a la cara. Había organizado una fiesta ayer para presentarme a todos sus amigos y todos me miraron como si fuera un bicho raro. Nadie se atrevió a preguntarme por qué mi hija había hecho una cosa así, pero todos lo pensaban.
Ashley sonrió nerviosa y se echó el cabello para atrás.
– ¿Por qué no cancelasteis la fiesta? -preguntó.
Geraldine parpadeó sorprendida.
– ¡Pero si estaba organizada desde hace semanas! -exclamó-. Todo el mundo estaba invitado. ¿Cómo Íbamos a cancelarla?
Ashley miró a Kam con complicidad.
– Madre -dijo-. Cuando ocurre una catástrofe natural, o si alguien huye de su boda, las cosas se pueden cancelar en el último momento.
Geraldine desechó esa idea con un gesto de la mano.
– Nadie haría eso -insistió-. Además, todo salió muy bien. Lo único molesto fueron esas insistentes miradas.
Ashley tuvo que reprimir una carcajada. A Eric le dió un ataque de tos y Kam lo condujo a la cocina para darle un vaso de agua. Geraldine se echó hacia delante para hacer una confidencia a Ashley.
– Las cosas no van nada bien -susurró.
– ¿De verdad? -respondió Ashley, indiferente, todavía reprimiendo la risa-. Me extraña.
– Pensé que era perfecto, pero tal vez pido demasiado -se apoyó en el respaldo y se abanicó con una revista, aún acalorada por el esfuerzo de llegar hasta la casa-. Es una pena. Al principio era muy cariñoso.
Ashley dejó escapar un suspiro y miró a su madre con compasión.
– Tal vez deberías elegir un hombre mayor -comenzó.
– Ashley, querida -interrumpió su madre, como si hablara con alguien incapaz de comprender-. ¿No te has dado cuenta de que casi todos los hombres maduros prefieren mujeres jóvenes? ¿Acaso crees que si conociera a un hombre maduro, con el que pudiera hablar y que me comprendiera, lo dejaría escapar? Lo que ocurre es que todos quieren muñecas. Fíjate en tu padre -sus ojos azules brillaban llenos de indignación-. Si los hombres mayores consiguen mujeres jóvenes por dinero, y yo lo tengo, ¿por qué no he de tener hombres jóvenes?
Ashley se inclinó hacia ella y le cogió las manos.
– Porque no estás a gusto -dijo Ashley con dulzura.
Geraldine echó la cabeza hacia atrás.
– Eso no es del todo cierto. A veces me divierte que la gente gire la cabeza al vernos -estrechó la mano de Ashley, aceptando el apoyo que ésta le prestaba-. Además, hay actos sociales en los que hay que llevar acompañante y Eric es muy apropiado para eso.
De pronto la abandonó su actitud segura y sus ojos se llenaron de la vulnerabilidad que realmente sentía.
– Por eso quiero verte casada y feliz, querida, para que no tengas que pasar por lo que yo paso.
Ashley sintió un nudo en la garganta y miró a su madre con ojos amorosos.
– Madre, eres una mujer hermosa. Además eres lista y tienes una curiosidad intelectual y una calidez que apenas has potenciado. Me gustaría que te valoraras más. Lo mereces -respiró hondo-. No necesitas a Eric.
Geraldine la sorprendió no enfadándose, si no suspirando y asintiendo.
– Sé que tienes razón. Tengo que tomar una determinación -sonrió temblorosa y atrajo a Ashley para que se sentara junto a ella-. ¡Oh, Ashley! -musitó, abrazándola-. Siempre me siento mucho mejor después de hablar contigo.
Kam las observaba desde la puerta. Había escuchado gran parte de la conversación y estaba sorprendido. Había esperado ver a Ashley convertida en una niña acobardada frente a su madre, pero lo que había presenciado no tenía nada que ver con eso. Era obvio que las relaciones familiares eran más complejas de lo que había asumido.
Eric lo apartó para entrar en el salón.
– ¿Habéis aclarado las cosas? -preguntó. Ellas seguían abrazadas-. Veo que sí. ¿Vas a volver con nosotros, Ashley? ¿Recojo tus cosas?
– Vete, Eric -ordenó Geraldine-. Apenas hemos empezado la conversación.
– Pero yo tengo una cita para jugar al tenis a las dos -protestó él-. No quiero llegar tarde. ¿No podéis daros prisa?
Geraldine le cogió la mano como se la habría cogido a un hijo.
– Esto requiere su tiempo, Eric. Tendrás que tener paciencia.
Se oyó un ruido en el exterior, seguido de la entrada de un hombre maduro. Detrás iba una joven mujer voluptuosa y sexy. El hombre vestía pantalones cortos blancos y polo negro. Era elegante y atractivo.
– Así que estáis aquí -dijo, al ver a Geraldine y a Eric.
– Calla, Henry -dijo Geraldine-. Pareces como un personaje de una novela del siglo diecinueve.
– Y tú te comportas como si lo fueras -respondió Henry, sarcástico-. ¡Pobrecita, siempre con una tragedia en el pasado y un plan descabellado para el futuro -miró a Eric con desaprobación-. ¿Qué vas a hacer ahora, vivir en una choza en la playa y pescar en los arrecifes de coral?