Geraldine le miró furibunda.
– Si Eric y yo deciciéramos vivir así, tú no tendrías derecho a opinar.
De pronto, Henry vio a Ashley. Se precipitó hacia ella y la estrechó con fuerza entre sus brazos.
– Aquí está mi niña, mi pequeño ángel -sujetándola aún, echó la cabeza hacia atrás y la contempló con expresión triste-. ¿Qué has hecho, mi pequeña?
– Papá -empezó Ashley, a la vez que trataba de librarse de su abrazo.
– ¿Cómo has podido hacerlo? -continuó su padre, adoptando tono de conferenciante-. ¡Pobre Wesley, está destrozado! ¡Es un alma en pena!
– ¿De verdad? -preguntó Ashley incrédula, pues no podía imaginarse a Wesley en aquel estado.
– Bueno…-intervino Christina, que acostumbraba a llevar la contraria a Henry-. Tu padre exagera. Wesley actúa de forma peculiar, pero yo no diría que esté sufriendo.
Probablemente Christina era incapaz de concebir que un hombre sufriera por una mujer que no fuera ella.
– Hubo una gran excitación al principio. Cuando se dio cuenta de que realmente te habías marchado recorrió la casa rompiendo tus fotografías, después tiró tu ropa por la ventana. Despidió al guardés por no haberte detenido y estuvo a punto de despedir a la criada, pero su madre no le dejó -al reír le entró hipo-. Fue muy divertido, de verdad.
Ashley frunció el ceño.
– Por lo que dices, estaba más furioso que triste.
– Sí -intervino Eric, riendo a su vez-. Parecía más un chico con un bate de béisbol que un novio con el corazón destrozado.
– Eric -le reprendió Geraldine-. Eso no es verdad.
– Déjale hablar -dijo Ashley, sonriendo con tristeza-. Es sincero y esta familia necesita un poco más de honestidad -los miró de uno en uno-. ¿No estáis de acuerdo?
Todos guardaron silencio. Su madre le cogió la mano y le sonrió con ternura.
– Ahora todo ha acabado. Estoy segura de que has tomado la decisión correcta y estás preparada para volver y hacer lo que más te conviene, ¿verdad?
Ashley liberó su mano y miró a Kam con expresión desesperada.
– Todavía no lo hemos hablado -dijo, débilmente.
– Ya tendremos tiempo de hablar cuando volvamos al hotel. ¿No quieres tomar un té en la piscina?
Luego podemos llamar a los Butler y reconciliarnos. Ashley se miró las manos y guardó silencio.
– Primero iremos a nuestro hotel. Tienes que lavarte y ponerte algo más presentable -miró el vestido con cara de espanto-. Luego, llamaremos a los Butler -continuó Geraldine.
– No -dlijo Ashley, suavemente. Todos se volvieron a mirarla, sin dar crédito a lo que oían.
– Y les diremos que quieres disculparte -siguió Geraldine.
– No -repitió Ashley, con más determinación.
Su madre se quedó callada un instante. Luego continuó, señalando a Ashley con un dedo amonestador.
– Claro que vas a volver. Pasarás el resto de tu vida con Wesley y todo irá bien.
Ashley siguió con la atención fija en sus propias manos, sacudiendo la cabeza. Los demás se miraron entre sí. Por fin, intervino su padre.
– Los demás id a daros una vuelta -dijo con firmeza-. Yo me ocuparé de esto.
Geraldine se levantó.
– Es milagroso. Me alegro de que a estas alturas hayas decidido asumir tu responsabilidad como padre -cogió a Eric del brazo y salieron.
– Yo no me voy -anunció Christina-. Pero necesito beber agua. No habléis de nada importante hasta que vuelva-añadió, saliendo de la habitación.
Henry se sentó junto a Ashley y le pasó un brazo por los hombros.
– Quiero hablar contigo sobre Wesley, pero tengo que librarme de Christina -dijo.
Kam se dio por aludido y salió para entretener a Christina un rato.
– Lo siento, papá, pero ¿no crees que es demasiado joven? -dijo Ashley.
Henry comenzó a decirle que no cambiara de tema, pero al mirar en los ojos de Ashley, calló. -Tienes razón -admitió, con tristeza-. La verdad es que se pasa el día hablando de que quiere ser modelo y de cosas que no me interesan nada. Ashley sonrió, dándole una palmada en la mano. -Eso tiene solución -dijo, quedamente.
Henry, inmerso en sus propios pensamientos, pareció no haberla oído.
– El otro día le dije que cuando era pequeño no teníamos televisión en casa -comentó Henry-. Y me dijo que sería porque la electricidad no se habría inventado todavía -se reclinó sobre los almohadones como si estuviera agotado de tratar de entenderse con su novia-. ¿Cómo se puede ser tan ignorante?
Ashley rió.
– Lo sé, lo sé. Es una monada, pero tengo que dejarla -añadió su padre.
Ashley le miró sorprendida.
– ¿Es así de sencillo? -preguntó?
– No. Se pega como una lapa.
Ashley recapacitó.
– Tengo una idea -dijo-. Consíguele un tabajo de modelo en Los Angeles. Estará encantada, y una vez esté situada, ella misma te dejará.
Henry frunció el ceño.
– ¿Crees que funcionará?
Ashley sonrió desmayadamente, deseando que todos los problemas pudieran solucionarse tan fácilmente.
– Te lo garantizo -dijo.
Henry se animó, la atrajo hacia sí y soltó una carcajada.
– Eres un genio. Voy a seguir tu consejo.
Kam había sido testigo de gran parte de la conversación desde la puerta, y una vez más comprobaba que Ashley no era una marioneta manejada por su familia. Nada parecía ser lo que aparentaba.
Christina volvió de la cocina.
– Me dijiste que volverías para enseñarme a comer semillas de papaya -dijo, dirigiéndose a Kam-. A mí me saben fatal.
– Lo siento -sonrió Kam-. Tal vez era una papaya macho. Hay que fijarse.
Christina le miró suspicaz, pero cuando estaba a punto de decir algo, aparecieron Eric y Geraldine.
– ¿Cómo van las cosas? -preguntó Geraldine.
– ¿Qué? -preguntó Henry, con gesto culpable, dándose cuenta de que no le había dicho una palabra a su hija sobre Wesley-. No nos habéis dado suficiente tiempo -se excusó.
Geraldine le ignoró.
– Seguro que te pusiste a hablar de otra cosa, como siempre. No tenemos todo el día -se sentó junto a Ashley y le cogió la mano, exgiéndole que le prestara atención.
– Cariño, tienes que volver con Wesley, eso es todo. Sabes que tu padre tiene negocios con la familia Butler y tu actuación no va a ser beneficiosa. Él ya no es joven y no podría volver a empezar. No puedes hacerle esto. Al fin y al cabo, es el único padre que tienes.
Ashley la miró, soprendida de que hiciera aquella defensa de su padre. Henry también la miraba sin comprender.
– Geraldine, no sabía que eso te preocupara -dijo él, dulcemente.
– Claro que sí -dijo ella, cortante-. Me preocupa lo que te pase. Al fin y al cabo, hubo un tiempo en que estuve enamorada de ti.
– Pero llevamos veinte años divorciados -comentó Henry, con ojos brillantes.
Geraldine continuó, acentuando los aspectos prácticos de la situación.
– Tu padre siempre te ha ayudado y ahora necesita tu apoyo.
Todos miraron a Ashley, expectantes.
– No -susurró ella.
– ¿Qué dices? -exclamó su madre, indignada.Ashley levantó la barbilla.
– No -repitió más alto-. No, no y no. No volveré, no puedo.
– ¿Qué es lo que no puedes hacer?
– Volver con Wesley. No le amo, ni tan siquiera me gusta y no puedo casarme con él. -Eso es imposible.
– Lo siento, no puedo.
Hubo una conmoción general. Kam decidió que era el momento de intervenir.
– Ya habéis oído -dijo, cruzando los brazos sobre (I pecho-. Se queda aquí.
Geraldine le miró de arriba abajo, como si le viera por primera vez.
– ¿Tú qué tienes que ver en esto? -preguntó, arrogante.
– Te voy a decir una cosa -respondió Kam, mirándola fijamente-. Os he observado desde que haréis llegado y creo que a ninguno os importa Ashley de verdad. Sólo os preocupáis de vosotros mismos y de vuestros intereses.