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Al fin estaba dispuesto a admitir la verdad que había ocultado todos aquellos años. Su problema no era lo ocurrido con Ellen, sino su incapacidad para relacionarse con las mujeres, tal y como Shawnee le había dicho. Se había ocultado tras la ley, sus reglas y regulaciones, para evitar enfrentarse al misterio que representaban las mujeres.

Siempre le habían gustado pero le aturdían. No entendía por qué pensaban como pensaban y hacían lo que hacían. Cuando estaba con una mujer nunca sabía qué debía hacer, ni era capaz de predecir qué nueva sorpresa le tendría preparada. Era como andar sobre arenas movedizas.

Ellen era el estereotipo de ese comportamiento.

Siempre dispuesta a tirarse desde un acantilado, asumiendo que él estaría allí para recojerla. La única vez que falló, la perdió para siempre. Y en ese momento se había jurado no volver a correr ese riesgo. Solo quería ser responsable de aquellas cosas que podía controlar, es decir, él mismo.

Ashley era distinta. Había sido sincera con él, le había contado cada detalle de su vida y de lo que pensaba. Aun así, él la había abandonado.

Ahora ya no pensaba seguir huyendo. Corría hacia ella. Tan sólo esperaba no llegar demasiado tarde.

Ashley estaba a punto de meterse en la cama cuando Kam apareció. Salió de la habitación y se quedó mirándolo. Estaba seria.

– Hola -saludó él, con las manos en los bolsillos.

Ashley pensó que estaba más guapo que nunca, pero no estaba dispuesta a dejárselo saber. Levantó la barbilla, retadora.

– Parece ser que no quieres que haga ala delta. Kam asintió. Sus ojos verdes centelleaban.

– No solo no quiero que lo hagas, si no que te lo prohíbo.

– Me lo prohíbes -repitió Ashley-. Esa es una palabra extraña y poco apropiada.

Kam se aproximó hasta colocarse frente a ella, mirando fijamente sus ojos desafiantes. -¿Te has vuelto una feminista radical? Ashley mantuvo la mirada.

– No, pero soy una persona independiente y no creo que nadie pueda prohibirme nada.

– Pues yo te lo prohíbo -dijo él, mirándola arrogante-. Y reclamo mi derecho en virtud a esto.

La cogió entre sus brazos con brusquedad, pero la beso con ternura.

Ashley trató de resistirse. Al fin y al cabo, Kam la había ignorado durante semanas, y no estaba dispuesta a aceptar que volviera asumiendo que iba a caer rendida a sus pies.

– Suéltame -protestó.

Kam aflojó el abrazo, pero sólo para dejarla respirar.

– Nunca más te dejaré ir -dijo, mirándola apasionadamente.

– ¿Qué? -preguntó ella, dudando haber oído correctamente. Dejó de forcejear y le miró fijamente, buscando en sus ojos la respuesta que tanto ansiaba-. ¿Qué has dicho?

Kam le acarició la mejilla.

– Te amo, Ashley -dijo.

Él mismo se sorprendió. Era la primera vez que decía aquellas palabras. Ni tan siquiera las había pensado con anterioridad. Ashley soltó una carcajada al observar su reacción. Rió también de felicidad, no sabiendo si vivía la realidad o un sueño maravilloso.

– Yo también te amo -dijo, al fin, alto y claro-. Te amo desde hace semanas-. Apoyó las manos contra el pecho de Kam y sintió su corazón palpitar con fuerza. Era la prueba de que no soñaba-. Y te odio por haber perdido tanto tiempo.

Kam rió a su vez y la miró amorosamente. Era suya. El miedo le abandonaba. Parecía absurdo, pero era el temor a perderla y no a amarla lo que le había paralizado hasta entonces.

Hicieron el amor en el salón una vez más. Lo hicieron despacio, como si nadaran en un mar de nubes, hasta llegar al éxtasis en una galopada hasta la luna. Cuando Kam explotó en el interior de Ashley, ésta sintió el mundo estallar a su alrededor. Al recuperar la consciencia, se sorprendió de que todo siguiera en su lugar.

– Eres el mejor amante del mundo -susurró.

– Supongo que lo dices por tu amplia experiencia -bromeó él, a la vez que le mordía el lóbulo de la oreja, con suavidad.

Ella rió.

– No necesito experiencia para saberlo, mi amor. Sólo necesito saber lo que siento cuando me tocas.

Kam titubeó. Aún le quedaba algo por decir, y no estaba seguro de cuál sería la reacción de Ashley.

– Ashley -dijo, con expresión seria-. Sé que no quieres ni oír hablar de matrimonio.

Ashley asintió con la cabeza, lentamente, y miró a Kam con curiosidad.

– Si necesitas tiempo, esperaremos -siguió él-. Pero quiero que lo consideres como inevitable. Ashley parpadeó.

– ¿Qué es inevitable? -preguntó, sin llegar a entender.

Kam titubeó.

– Que nos casemos-dijo, de un tirón.

– ¿Qué? -exclamó ella, incorporándose-. No lo puedo creer.

Kam la atrajo hacia sí.

– Sé que es difícil para ti -dijo-. Pero quiero que nos unamos tanto legalmente como sentimentalmente. ¿Lo entiendes? Además, quiero tener hijos.

Quieres tener hijos? -exclamó Ashley, no dando crédito a lo que oía.

– ¿Tú no? Tenemos que tenerlos. Si realmente te opones…

– ¿Oponerme? -rió ella, echándose sobre el cos tado, próxima a la histeria-. Estás loco, Kam. Creo que ya estoy embarazada.

– Dios mío -Kam la miró y acarició su vientre con ternura.

Ashley sonrió. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

– Pensé que te enfadarías -susurró, con voz entrecortada.

– ¿Enfadarme? -la tomó entre sus brazos y la acunó-. Ashley, te amo.

– Yo también a ti -musitó ella-. No sabes cuánto.

Kam sonrió, y ocultó su rostro en el cabello de Ashley. Por fin la vida adquiría sentido. Conociéndose como se conocía, estaba seguro de que su siguiente obsesión sería hacer feliz a Ashley.

Así quería que fuera. Era lo que necesitaba. Ashley representaba su salvación. Era la mitad que le faltaba para volver a ser uno. Nunca más se sentiría solo porque, desde entonces y para siempre, juntos o separados, ella estaría en su corazón.

Morgan Raye

***