Mascullando, se interpuso entre Ashley y la puerta de salida.
– No creo que la tormenta vaya a parar -dijo, dejando paso a sus mejores sentimientos-. Será meor que pases aquí la noche. Puedes irte por la mañana y contarle a Mitch que tuvimos una orgía. Le hará sentirse mejor.
Ashley se quedó paralizada. No comprendía el sentido de lo que decía y pensó que tal vez estaría más segura enfrentándose a la tormenta.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó.
Kam sonrió, disfrutando de la idea que se le había ocurrido.
– Dile que el deseo me consumió en cuanto te vi y que te eché sobre la mesa de la cocina -dijo, acompañando sus palabras con un gesto, como vaciando con una mano la superficie de la mesa-. Dile que te hice el amor incluso antes de que me dijeras quién eras, y que continuamos haciéndolo durante toda la noche. Dile que tuviste que marcharte a primera hora porque ya no podías más -rió y dejó la vela sobre un mueble-. Eso le dejará contento.
Ashley se apoyó en el fogón, mirándo con ojos asombrados hacia la puerta y calculando cuánto tardaría en llegar a ella. Estaba horrorizada con el tono que la conversación había adquirido.
– Tal vez sea mejor que me marche -lijo, temerosa.
– ¿Qué? -Kam la miró enfadado. ¿Acaso aquella pequeña broma podía desagradarla?¿Acaso no estaba ella allí para tratar de seducirlo? Y, sin embargo, reaccionaba como una delicada flor. Con un gesto brusco se alejó de ella, sintiéndose molesto y un poco avergonzado-. No seas ridícula, por supuesto que te quedas. De hecho, estoy seguro de que asumías desde un principio que te dejaría quedarte. ¿No es así?
Ashley titubeó. Kam se volvió hacia ella y continuó, señalándola amenazador.
– Pero eso es todo. Será mejor que sepas que Mitchell fue el playboy de la familia, pero a mí no me van las relaciones de una noche.
Eso tranquilizó a Ashley.
– A mí tampoco -dijo, cambiando el gesto de preocupación por uno de alivio.
Kam la miró burlón. ¿Acaso no estaba allí precisamente para eso? ¿A quién trataba de engañar?
– De acuerdo -dijo, escéptico-. Puedes quedarte, pero tan sólo por una noche.
Ashley estornudó.
– No podría dejarte salir en una noche como esta -dijo Kam-. Siéntate. Haré un té para los dos.
Ashley se sentó, pensando que un hombre dispuesto a hacerle té no podía ser tan terrible como aparentaba. Si tuviera otras intenciones, le habría ofrecido un coñac. Entrecruzó las manos sobre la mesa y observó a Kam encender el fuego, preparar las bolsas de té y verter el agua hirviendo.
– Gracias -dijo, cuando Kam se sentó frente a ella y le pasó la taza. Dio un pequeño sorbo y sintió el bienestar de la bebida caliente actuando sobre su sistema nervioso-. ¿Cuándo crees que volverá la luz?
– No lo sé. En esta parte de la isla las cosas se mueven con lentitud. Las autoridades se han olvidado de nosotros. Por eso me gusta este sitio.
También eso le había gustado a ella, hasta que se había encontrado atrapada en una casa a oscuras, junto a un extraño.
– Cómo te llamas? -preguntó Kam.
Ashley vaciló. Tal vez había aparecido alguna referencia a ella en las noticias.
– Ashley Carrington -respondió-. ¿Y tú?
– Kam Caine -dijo él, arqueando una ceja-. Supongo que ya lo sabías.
Ashley volvió a preguntarse qué le hacía suponer que así fuera, pero no dijo nada. Miró a su alrededor.
– ¿Es ésta tu casa de vacaciones? -preguntó.
Kam asintió con la cabeza.
– Ejerzo de abogado en Honolulu -dijo-. Acabo de terminar un caso difícil que ha durado varios meses. Vine en busca de descanso y tranquilidad -hizo una mueca-. Cometí el error de avisar a Mitch de que vendría.
– Entiendo.
Kam vaciló.
– No quiero ser grosero, no te lo tomes a mal, pero no necesito que Mitchell me prepare citas. Soy capaz de elegir la compañía femenina que me apetezca -dijo, y sonrió-. Sus gustos son diferentes a los míos.
Ashley le miró indignada. ¿Cómo era posible ser tan grosero?, pensó.
– ¿Quieres decir que no te gusto? -dijo, conteniendo la risa y pensando lo poco que le importaba. Kam se encogió de hombros.
– No quiero ofenderte, pero eres un poco baja para mi gusto -la miró, indiferente-. Me gustan las mujeres altas, con clase y mucho estilo.
Ashley se atragantó.
Quieres decir que no tengo clase?
Kam hizo un gesto de rechazo y sacudió la cabeza.
– No he querido decir eso.
Ella le miró, burlona.
– ¿Niegas haberlo pensado?
Kam palideció y la miró con ojos llenos de frialdad.
– No tengo por qué negar nada. Ashley sonrió.
– Hablas con la arrogancia de un abogado. La mirada de Kam se endureció. -Ahora eres tú quien ofende.
– Así es -dijo Ashley, dejando escapar un suspiro. Aquel hombre era imposible y no había razón para tratar de llevarse bien con él. Ni siquiera sería capaz de comprenderla. Aun así, lo intentó.
– ¿Cómo crees que me siento yo -dijo-. Me rechazas, crees que soy una mema que intenta seducirte y me dices que no te excito. Estoy destrozada -añadió, sarcástica.
Kam la miró como si observara a una extraterrestre. Ashley no se comportaba como el tipo de mujer que él creía que era.
– Lo siento, pero es así -dijo, con una risa seca-.Tampoco tú pareces muy entusiasmada conmigo. No nos gustamos y será mejor que lo dejemos claro. Ashley titubeó. Debería decirle la verdad, se dijo.
La farsa estaba llegando demasiado lejos. Pero a la v r. que bebía otro sorbo de té, se dio cuenta de que estaba demasiado cansada para arreglar el malenten(¡¡(lo. Había sido un día largo. Los preparativos para la ceremonia, la decisión de escapar, la huida, la entrada en la casa y, por último, el susto de encont rarse con el dueño. Necesitaba descansar, y cuanto antes, mejor.
Siento ser una molestia -dijo, adormilada.- Si me dices dónde puedo dormir me retiraré y mañana me marcharé lo antes posible.
Tal vez sólo se lo imaginó, pero por un instante Ashley pensó que Kam estaba desilusionado de que su charla no durara más.
– Por supuesto. Sígueme al salón. Te daré una manta y una almohada. Puedes instalarte en el sofá. No hay otra cama.
Ashley le siguió en la luz vacilante de la vela. En unos instantes estaba echada en el sofá, tapada por una manta.
– Buenas noches -dijo. Los párpados se le cerraron pesadamente.
– Buenas noches -respondió él.
Mitchell había elegido una mujer peculiar, pensó. Pero al menos se libraría de ella a primera hora de la mañana.
Capítulo Dos
No estaba segura, pero un rayo debió despertarla. Fuera lo que fuera, temblaba de miedo. Las sombras de la habitación la rodeaban, amenazadoras.
Se dijo que era ridículo sentirse así. Sabía que no había nada que temer. Sin embargo, cayó un nuevo rayo y en la breve iluminación que le siguió, Ashley vió el rostro de un hombre contra la ventana.
Tenía que ser Wesley. Había venido a por ella. Ashley no podía respirar.
Pronto se dio cuenta de que estaba equivocada. Lo que había creído que era un hombre no era más que una planta del exterior. No había razón para preocuparse.
Aunque lo intentó, no logró calmarse. Todo lo que la rodeaba resultaba amenazador: el viento, los destellos de luz repentinos, la lluvia. Odiaba sentirse como una chiquilla, pero estaba atemorizada.
Se levantó del sofá y se envolvió en la manta, acercándose al otro dormitorio, calladamente. El corazón le latía con fuerza. Temía que en cualquier momento alguna de aquellas sombras se convirtiera en un ser temible, pero consiguió entrar en la habitación de Kam sin hacer ruido.
Se acercó hasta la silla que estaba al lado de la cama, se sentó y se arrebujó en la manta. Sólo entonces miró a Kam.
Descansaba inmóvil bajo la manta, con un brazo abrazando la almohada. Parecía muy alto.