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El pulso de Ashley se normalizó. No tenía de qué preocuparse. Dejando escapar un suspiro se acomook, cn la silla. Sólo deseaba volver a dormirse.

Sin embargo, no conseguid conciliar el sueño. Cada terminación nerviosa de su cuerpo estaba despierta y su mente funcionaba a doble velocidad. No dejaba de pensar en todo lo que había hecho mal, en todo lo que no debía haber hecho, todo lo que podría pasarle si no tenía cuidado.

Tenía motivos para no dejar de pensar. No todos kos días se escapa uno de su boda. En aquel momento de la noche, Ashley pensó que tal vez se había comportado estúpidamente.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Kam, levantando la cabeza al ver a Ashley-. ¿Qué haces aquí?

Ella se revolvió en el asiento.

– Lo siento, no quería despertarte -dijo.

Kam frunció el ceño. Apenas podía vislumbrar la cara de Ashley en la oscuridad..

– Te pasa algo? -preguntó.

– No quiero molestarte. Sigue durmiendo.

Kam se incorporó, apoyándose en el codo.

– ¿Acaso crees que puedo dormirme contigo contemplándome desde ahí? -preguntó.

– Prometo no mirarte -dijo Ashley, buscando las palabras para expresar lo que ella misma no entendía-. Necesito estar cerca de un ser humano en este momento. No puedo evitarlo.

Kam la observó, preguntándose si era tan inocente como parecía, o si tenía alguna intención oculta. Se sentó con los pies fuera de la cama y la sábana alrededor de las caderas.

– ¿Tienes frío? -preguntó, sorprendido al verla temblar. A pesar de la lluvia, la temperatura era agradable.

– No -negó ella, vehemente-. Te aseguro que estaré bien si dejas que me quede. Te prometo no hacer ruido. Tú duermete.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Kam podía verlas en la penumbra. Se preguntó si la había herido sin pretenderlo. Siempre le pasaba lo mismo con las mujeres. No las entendía. Se sentía incómodo e inútil, como si un cachorro le hubiera despertado en mitad de la noche reclamando su atención. Él tan solo quería volver a dormirse. Pero aquel cachorro tenía una expresión enternecedora.

– Por qué lloras? -le preguntó, bruscamente.

Ashley volvió la cara.

– No estoy llorando -respondió, poniéndose a la defensiva.

– ¿Por qué tienes mojada la cara? -insistió él. Ashley se secó la cara con el dorso de la mano. -No me pasa nada. Preferiría que me ignoraras y te durmieras.

– Cierra los ojos -ordenó él.

Ella le miró con los ojos abiertos de par en par. -Por qué?

– Porque voy a levantarme -dijo él-. Y no llevo nada puesto.

Ashley reprimió con dificultad una carcajda. -No puedo ver nada en la oscuridad -dijo. -Me da lo mismo. Cierra los ojos.

Ashley obedeció, tapándose los ojos con un brazo, riéndose para sus adentros del pudor que Kam mostraba.

Kam se levantó y fue al vestidor. Buscó en el cajón de la cómoda hasta que encontró unos pantalones de pijama y se los puso apresuradamente.

– Espera un momento -dijo, malhumorado-. Te voy a traer un vaso de leche. Te ayudará a dormir.

– No quiero nada -protestó Ashley, a la vez que Kam desaparecía en dirección a la cocina. Dejó caer el brazo y suspiró. Odiaba la leche, pero era una idea enternecedora.

Kam volvió rapidamente con un vaso de leche para cada uno.

– Toma -dijo, pasándole uno de los vasos-. Ha vuelto la luz.

Ashley sonrió en la oscuridad.

– No vas a encenderla? -preguntó.

– No -respondió Kam, sentándose en el borde de la cama-. Hacerlo sería aceptar que no vamos a volver a dormir, y no estoy dispuesto a rendirme.

– Lo siento -dijo Ashley, en un susurro, tomando el vaso entre las dos manos pero sin beber-. Te estoy causando muchas molestias. Sentí tanto miedo que tuve que venir.

Volvió a temblar. Kam frunció el ceño, preguntándose cuál sería su problema.

– Necesitas otra manta? -preguntó.

Ashley sacudió la cabeza.

– No, gracias. Estoy bien -dijo, dejando el vaso lleno sobre la mesilla-. Ha sido un día difícil.

– Entiendo -dijo Kam, relajándose al suponer que no tendría nada que ver con él-. También lo ha sido para mí.

Recordó la expresión de Jerry aquella tarde en el juzgado, y la ira del abogado defensor, gritándole indignado.

– Que le estás haciendo a mi cliente? -le había gritado-. ¿Acaso no tienes compasión, no tienes corazón? ¿Te queda algo de sangre en esas venas de hielo, o eres un androide programado para destruir a los seres humanos?

Jerry había agarrado a Kam por las solapas.

Eres un desgraciado y estás acabando conmigo! Y lo peor es que no te importa.

Su voz sonaba como un eco en la mente de Kam. Jerry tenía razón. Ya no tenía corazón. El tiempo le había demostrado que no valía la pena tenerlo.

A pesar de todo, la invectiva de Jerry le había afectado y había decidido ir a descansar a la isla. Hacía tiempo que necesitaba un descanso y había decidido tomárselo aquel fin de semana. Había ansiado llegar al silencio de la casa. No se le había ocurrido que tendría compañía desde el principio.

– Hay algo que sigo sin entender -dijo, entrecerrando los ojos-. ¿Qué os hizo pensar a Mitch y a tí que una mujer en traje de novia pudiera excitarme?

Ashley suspiró, volviendo el rostro hacia él. Había llegado la hora de decirle la verdad.

– Tengo que decirte una cosa -dijo, quedamente-. No conozco a nadie que se llame Mitchell.

Kam tardó un rato en darse cuenta de lo que aquello significaba. Pestañeó, preguntándose si había entendido correctamente.

– ¿Qué quieres decir?

– Debía habértelo dicho desde el principio, pero no me diste la oportunidad. Nadie me ha hecho venir -Ashley se sintió mejor al decir la verdad, a pesar de que sabía que a Kam no le gustaría-. Entré por la ventana de atrás porque necesitaba un lugar en el que pasar la noche.

Kam la miró fijamente. Al fin entendía. Ashley no había cobrado para destrozarle la vida, sino que lo hacía gratis.

– Puesto que no eres más que una vulgar delincuente, no me siento responsable por ti -dijo.

Ashley asintió con la cabeza y se encogió de hombros, sintiéndose culpable pero aliviada.

– Así es.

Kam juró entre dientes. Se sentía estúpido. Debía haber hecho lo que pensó en un principio y echarla inmediatamente. Sin embargo, ya era demasiado tarde.

– Debería llamar a la policía -dijo, fríamente, sus ojos llameantes de ira-. Ellos te darán un sitio seco y cálido donde dormir.

Ashley se estremeció.

– Si eso es lo que quieres, hazlo, pero…

– ¿Pero qué? -refunfuñó él.

La voz de Ashley sonaba dulce y afligida.

– Preferiría que no lo hicieras.

Kam no pensaba llamar a la policía, pero no estaba dispuesto a dejarselo saber, al menos por el momento.

– Está bien -dijo, malhumorado-. ¿Por qué estás en mi casa?.

Ashley vaciló, dirigiendo una mirada perdida a su alrededor.

– Se supone que esta noche celebraba mi boda -dijo, suavemente.

Eso explicaba el traje de novia. Kam asintió en la oscuridad.

¿Qué ocurrió?

– Huí antes de la ceremonia.

– ¿Cómo dices? -estaba claro que estaba loca. Nadie en su sano juicio haría una cosa así, pensó Kam-. No me lo creo. Esas cosas no pasan.

Ashley sonrió entristecida.

– Yo lo he hecho.

Kam se indignó, sin saber con precisión cuál era la causa de su enfado.

– ¿Por qué? -preguntó, esperando encontrar una explicación.

Esa era la cuestión. Ashley no estaba segura de haber encontrado la respuesta a esa pregunta. No llegaba a estar segura.

– De pronto me di cuenta de que se trataba de un tremendo error -dijo.

Kam se alejó de ella. En su rostro se dibujaba una sonrisa cínica. Estaba claro que era una mujer superficial, del tipo que él odiaba. Aquéllas cuyo comportamiento era irracional, capaces de pasar de una cosa a otra sin una causa aparente, sin motivo alguno. Al menos él era capaz de entender los impulsos de los que se ocupaba en el juzgado, pero los que dominaban a las mujeres eran un auténtico misterio. En conjunto, eran unos seres inescrutables.