Ésta era muy bonita, pero había un contraste inexplicable entre la mirada inteligente de sus ojos azules y la torpeza de las explicaciones que se esforzaba en darle.
– A ver si me entero -dijo Shawnee, lentamente-. Estabas de paso y mi hermano te invitó a pasar la noche -frunció el ceño pensativa-. ¿Os conocéis hace tiempo?
Ashley sacudió la cabeza.
– No precisamente -dijo, sin dar más explicaciones.
Shawnee la seguía mirando inquisitiva. Ashley titubeó.
– No somos precisamente amigos.
– Ni amigos, ni amantes -murmuró Shawnee, moviendo la cabeza.
– Acabamos de conocernos -Ashley abrió las manos, con las palmas hacia arriba. Su mirada pedía comprensión-. De verdad que no tenemos una relación.
Shawnee asintió, a la vez que dirigía una mirada a las sábanas desordenadas. Por primera vez vio la manta sobre la silla.
– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? -preguntó. -Me voy ahora mismo. -Supongo que necesitas algo de ropa.
– Así es -respondió Ashley, moviendo la cabeza con tal vehemencia que su cabello flotó alrededor de su rostro.
– ¿Dónde vas a ir? -preguntó Shawnee.
Ashley abrió la boca y la cerró sin contestar, encogiéndose de hombros.
Necesitas trabajo? -preguntó Shawnee, sonriendo de pronto animada-. Necesito una camarera para las mañanas. Soy dueña del Café Puako -explicó-. Si te decides, pásate por allí.
Ashley la miró intrigada. Nunca había pensado trabajar como camarera, pero tal vez fuera divertido. Al menos, sería un cambio en su vida.
– Tal vez lo haga -respondió.
– Cuando hayas conseguido algo de ropa -comentó Shawnee.
– Así es. Shawnee sonrió.
– Hasta luego -se despidió.
– Adiós -respondió Ashley, devolviéndole la sonrisa.
Shawnee se marchó y de camino a la cocina se mordió el labio en un gesto de concentración. Al llegar junto a los otros sus ojos brillaban.
– Melissa, hay cambio de planes -dijo, a la vez que cogía algunos de los donuts y los metía en una bolsa-. Tenemos que marcharnos de inmediato.
– ¿Ahora? -preguntó Melissa, mirando a Kam y a Shawnee alternativamente. Ahora que empezaba a conocer a Kam, se resistía a marcharse.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Kam, suspicaz. Conocía a su hermana y la expresión de sus ojos le decía que tramaba algo.
– Melissa y yo tenemos que marcharnos -dijo, deteniéndose en su camino hacia el vestíbulo-. Tenemos que hacer cosas, ir a algunos sitios y visitar a gente.
Kam la siguió, preguntándose qué le habría hecho cambiar de opinión y practicamente seguro de que podía adivinarlo.
Shawnee se volvió y le dio un beso.
– Te quiero, hermano. Me alegro de que hayas vuelto. Hasta luego -dijo.
– Adiós -se despidió Melissa, siguiéndola contra su voluntad-. Espero verte en otra ocasión.
– Encantado de haberte conocido -respondió Kam, educadamente, despidiéndose desde la puerta…
Melissa sonrió con tristeza y salió. Kam se volvió hacia el interior pero Shawnee le detuvo. Acarreaba un montón de ropa.
– Esto es para tu amiga -dijo, sonriendo maliciosamente-. Quiero decir, para tu conocida. Llevaba un montón de ropa a una tienda de caridad. Tal vez estas prendas le sirvan -se volvió para marcharse definitivamente-. Adiós.
– Espera un segundo -la detuvo Kam-. ¿De qué amiga hablas?
– Ya sabes a quién me refiero. La chica que está en tu cama, sinvergüenza -dijo Shawnee, no pudiendo reprimir una sonrisa satisfecha.
Kam palideció. Le costaba creer que Ashley se hubiera quedado esperando en la cama. Decidó negar la evidencia.
– No hay ninguna mujer en mi cama -masculló.
Shawnee soltó una carcajada.
– No mientas, Kammie. Resérvate para cuando estás en los juicios. Sabes que yo leo en tus ojos -apretó el brazó de Kam cariñosamente y partió corriendo hacia el coche.
Kam se volvió lentamente. Shawnee se había marchado, pero aún le quedaba un problema mayor que resolver.
Ashley seguía en la cama, tal y como Shawnee la había dejado, tratando de buscar una solución. Cuanto más analizaba lo ocurrido, más pensaba que había hecho algo estúpido.
Se preguntaba por qué no había hablado con Wesley para romper el compromiso y devolverle su anillo. De esa manera, ahora sería libre y todo se habría solucionado.
Pero tal vez las cosas hubiesen ido aún peor, pensó, sintiendo un escalofrío. Wesley hubiera podido enfadarse y gritarle, su madre se habría puesto a llorar y su padre le habría dedicado uno de sus interminables sermones. Entre todos, habrían conseguido que aceptara casarse. Esa era la razón por la que había decidido huir.
Ahora se encontraba en una situación peculiar.
Estaba sola, no tenía dónde vivir, ni siquiera ropa para vestirse. Le había preguntado a Shawnee dónde podría comprar algo y, sin embargo, se dio cuenta de que no tenía dinero.
Era la primera vez en su vida que tenía que pensar en dinero. Siempre había estado a su disposición,bien en forma de billetes o de tarjeta de crédito. Pero al salir huyendo se había dejado la cartera. ¿Tendría que aceptar el trabajo de camarera?
– Se han ido -dijo Kam, apoyado en el marco de la puerta-. Puedes salir.
Era la primera vez que Ashley le veía a la luz del día y se quedó sorprendida. Se había dado cuenta de que era guapo, pero no había apreciado la dureza de sus rasgos. Sus ojos estaban llenos de misterio y su boca era suave y sensual. Su torso de anchos hombros revelaba una musculatura fuerte. Ashley lo miró sobrecogida y retiró la vista rápidamente, enrojeciendo.
– De acuerdo -dijo, torpemente.
– Shawnee te ha dejado esto -dijo Kam, dejando la ropa sobre la cama.
Ashley se alegró de poder fijar su atención en otra cosa.
– Un vestido de verano -dijo, cogiendo una tela de colores brillantes. No era ni su estilo ni su talla, pero por el momento, le valdría-. Voy a vestirme.
– Espera un momento -dijo él, sentándose en la cama, evitando tocarla. La mirada de Ashley al ver su torso desnudo no le había pasado desapercibida, y estaba decidido a evitar cualquier situación comprometida.
La atracción física entre dos personas de sexos opuestos era natural, se dijo. Lo importante era no dejarse llevar por ella.
La miró y observó sus piernas morenas. Parecía pequeña y vulnerable. Había algo profundo y primitivo en aquellos ojos azules. Kam se preguntó si tan sólo sería un efecto de la luz y optó por aceptar esa explicación.
– Así que has conocido a mi hermana -dijo.
Ashley asintió.
– ¿Qué te dijo?
Ashley reflexionó unos instantes.
– Casi nada. Escuchó mientras yo balbuceaba una explicación que justificase mi presencia -lo miró y sonrió. Se sentía más animada-. Me ofreció un traajo en su bar.
– ¿Cómo dices? -exclamó él, mirándola con espanto-. Espero que no lo hayas aceptado.
Ashley dudó antes de contestar. Kam parecía especialmente ansioso por que ella no estableciera ningun contacto con su familia.
– Le dije que lo pensaría -respondió, contemplando en los ojos de Kam la expresión de fastidio que había esperado ver.
Kam comenzó a decir algo, pero se detuvo. Se levantó y fue hasta el armario, de donde sacó una camisa y un par de vaqueros.
– ¿Por qué no te vas a vestir? -preguntó, mirándola inexpresivo-. En la cocina hay donuts.
Salió de la habitación. Ashley hizo una mueca a su espalda.
– Hay donuts -repitió, mofándose-. Tal vez te dé uno si eres una buena chica.
Era un hombre muy irritante. No la quería en su casa y ella iba a satisfacerle, marchándose lo antes posible.
El único problema era dónde ir. Cuando planeó escaparse había pensado que tendría un par días para tranquilizarse y hacer planes. Luego pensaba haber ido al hotel donde se hospedaba su madre para recoger sus cosas y marcharse. También había planeado enfrentarse a Wesley. Pero todos esos planes habían partido de la idea de que podría pasar unos días sola en aquella casa. Una vez más las cosas le salían mal.