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—A partir de hoy se os asignará una parte de todo lo que tomemos. Se os entregará cuando regreséis con nosotros. Mientras tanto, os daré una bolsa a cada uno para ayudaros en el camino.

—¿Entonces, nos vamos? —pregunté.

—¿No se os dijo así? Vodalus os dará instrucciones durante la cena.

Yo había pensado que ésta sería nuestra última comida del día, y ese pensamiento tuvo que haberse reflejado en mi rostro.

—Esta noche habrá cena cuando brille la luna —dijo Thea—. Alguien irá a buscaros. — Y citó unos versos:

Come al alba para abrir los ojos, y al mediodía, para medrar, a la tarde, y hablarás tendido, a la noche, y sabrás un poco más…

Pero ahora mi sirviente Cunialdo os llevará a un lugar donde podáis descansar para el viaje.

El hombre, que hasta ahora había permanecido en silencio, se puso de pie y dijo: — Venid conmigo.

Le dije a Thea: —Quisiera hablar contigo, chatelaine, cuando tengamos más tiempo. Sé algo que concierne a tu compañera de instrucción.

Vio que lo decía en serio y vi que lo había notado. Después seguimos a Cunialdo por entre los árboles durante un trecho de algo más de una legua, supongo, y por fin llegamos a una ribera de hierba junto a una corriente de agua.

—Esperad aquí. Dormid si podéis. Nadie vendrá hasta que oscurezca.

Pregunté: —¿Y si nos vamos?

—Por todo este bosque hay quien conoce los planes de nuestro señor con respecto a vosotros —dijo, y dando media vuelta se alejó.

Entonces le conté a Jonas lo que había visto junto a la tumba abierta, exactamente como lo he escrito aquí.

—Ya entiendo —observó, cuando hube terminado— por qué quieres unirte a este Vodalus. Pero debes darte cuenta de que soy amigo tuyo y no de él. Lo que deseo es encontrar a la mujer que llamas Jolenta. Tú quieres servir a Vodalus y viajar a Thrax para comenzar una nueva vida en el exilio y lavar la ofensa con que has manchado el honor de tu gremio, aunque confieso que no entiendo cómo se puede manchar tal cosa, y encontrar a la mujer llamada Dorcas y hacerlas paces con la mujer llamada Agia al tiempo que devuelves algo que los dos sabemos a las mujeres llamadas Peregrinas.

Para cuando terminó la lista, él sonreía y yo estaba riendo.

—Y aunque tú me recuerdas al cernícalo del viejo, que se pasó veinte años en una jaula y después voló en todas direcciones, espero que consigas estas cosas. Pero confió en que adviertas que es posible (quizás apenas, pero posible al fin y al cabo) que una o dos de esas cosas se crucen en el camino de las otras cuatro o cinco.

—Lo que dices es muy cierto —admití—. Estoy tratando de hacer todas esas cosas, y aunque tú no quieras creerlo, les estoy dedicando todas mis fuerzas y toda la atención de que soy capaz para llevarlas adelante. Sin embargo, he de admitir que las cosas no van tan bien como deberían. La diversidad de mis ambiciones no ha hecho más que traerme a la sombra de este árbol, donde soy un vagabundo sin hogar. Sin embargo tú, que ocupas tu mente en perseguir un solo objetivo todopoderoso… mira donde te encuentras.

Así charlando, pasamos las guardias hasta muy avanzada la tarde. Por encima de nosotros chirriaban los pájaros, y para mí era muy agradable tener un amigo como Jonas, leal, razonable y lleno de tacto, sabiduría, humor y prudencia. Por entonces, yo no tenía ni idea de la historia de su vida, pero advertía que era menos que franco a propósito del pasado, y traté, sin aventurarme a preguntárselo directamente, de sonsacarle alguna cosa. Y supe (o al menos así lo creí) que su padre había sido artesano, que fuera criado por ambos padres de un modo que llamó normal, aunque de hecho eso es bastante raro, y que su hogar lo había tenido en una ciudad costera del sur, pero que la última vez que fue a visitarla la había encontrado tan cambiada que no quiso quedarse.

Cuando nos conocimos junto a la Muralla, pensé que era unos diez años mayor que yo. Por lo que decía ahora, y en menor grado por otras charlas que habíamos tenido antes, deduje que debía de ser algo mayor; parecía haber leído muchas crónicas del pasado, y yo aún era demasiado iletrado e ingenuo, a pesar de que el maestro Palaemón y Thecla habían cultivado mi mente, para pensar que alguien hubiera podido hacerlo mucho antes de alcanzarla madurez. Mostraba un ligero desapego cínico por la humanidad que sugería que había visto mucho mundo.

Todavía estábamos charlando cuando atisbé la grácil figura de la chatelaine Thea moviéndose entre los árboles a cierta distancia. Le hice una señal a Jonas y nos callamos para observarla. Se dirigía hacia nosotros sin habernos visto, de modo que avanzaba a ciegas, como aquellos a quienes se les ha indicado una dirección. Ocasionalmente un rayo de sol le caía sobre el rostro, que, cuando se encontraba por casualidad de perfil, sugería tan vivamente el de Thecla que su contemplación parecía desgarrarme el pecho. También caminaba como Thecla, con ese andar orgulloso de foróracos que nunca debió haberse puesto entre rejas.

—Tiene que ser de una familia realmente antigua —susurré a Jonas—. ¡Fíjate en ella! Es como una dríade. Diríase un sauce caminando.

—Esas familias son las más nuevas de todas —me respondió—. En tiempos antiguos no había nada parecido.

No creo que ella estuviera bastante cerca como para entender lo que hablábamos; pero me pareció que había oído la voz de Jonas y miró hacia nosotros. La saludamos con la mano y ella se apresuró, y con pasos largos y sin necesidad de correr llegó en seguida hasta nosotros. Nos pusimos de pie y volvimos a sentarnos. Entonces ella se sentó sobre su pañuelo, volviendo el rostro hacia el arroyo.

—Dijiste que tenías que contarme algo de mi hermana. —La voz la hacía parecer menos imponente, y sentada era apenas más alta que nosotros.

—Fui su último amigo —dije—. Me dijo que intentarían que persuadieras a Vodalus para que se entregara, con el fin de salvarla. ¿Sabías que fue hecha prisionera?

—¿Tú fuiste su sirviente? —Thea pareció sopesarme con la mirada.— Sí, oí decir que la llevaron a ese lugar horrible de los tugurios de Nessus, donde entendí que murió muy rápidamente.

Pensé en el tiempo que estuve esperando al otro lado de la puerta de Thecla antes de que corriera hacia fuera el hilo escarlata de su sangre, pero asentí con la cabeza.

—¿Cómo fue detenida? ¿Lo sabes?

Thecla me había contado los detalles y yo volví a exponerlos como los oí de ella, sin omitir nada.

—Ya veo —dijo Thea, y calló unos momentos, fijando la mirada en el agua que corría— . He echado de menos la corte, por supuesto. Haber oído de esas gentes, y de cómo la envolvieron en el tapiz… es tan característico… por eso la abandoné.

—También ella en ocasiones la echaba de menos —dije—. Al menos, hablaba mucho de ella, pero me confesó que si llegaban a soltarla, no regresaría. Me habló de la casa de campo de donde le venía el título, y me contó cómo la volvería a arreglar y cómo organizaría cenas y cacerías para la gente importante de la región.

El rostro de Thea se contorsionó en una sonrisa amarga.

—Ya he tenido bastantes cacerías como para diez vidas enteras. Pero cuando Vodalus sea autarca, seré su consorte. Entonces volveré a caminar junto a la Fuente de las Orquídeas, esta vez con las hijas de cincuenta exultantes detrás de mí para divertirme con sus cantos. Pero basta de eso. Todavía quedan al menos unos meses. Por el momento poseo… lo que poseo.

Nos miró sombríamente a Jonas y a mí, y se levantó muy grácilmente, indicando con un gesto que teníamos que seguir donde estábamos.

—Me alegró oír algo de mi hermanastra. Esa casa de la que acabas de hablar es mía. ¿Lo sabes? Aunque no puedo reclamarla. Como recompensa, te advertiré sobre la cena que pronto compartiremos. No parecías aceptar de buen grado las insinuaciones que te hacía Vodalus. ¿Las entendiste?