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Cuando Jonas no dijo nada, yo negué sacudiendo la cabeza.

—Para que nosotros y nuestros aliados y señores que esperan en las regiones situadas bajo las mareas, triunfemos, tenemos que absorber todo lo que pueda aprenderse del pasado. ¿Sabéis algo del alzabo analéptico?

—No, chatelaine —dije—, pero he oído historias sobre ese animal. Dicen que puede hablar y que de noche visita las casas donde muere un niño y llora para que lo dejen entrar.

Thea asintió.

—Ese animal fue traído de los astros hace mucho tiempo, como muchas otras cosas para beneficio de Urth. El animal no tiene más inteligencia que un perro, quizás incluso menos. Pero es carroñero y revuelve las tumbas, y cuando se alimenta de carne humana, logra conocer, al menos durante un tiempo, la lengua y las maneras de los seres humanos. El alzabo analéptico se obtiene de una glándula en la base del cráneo del animal. ¿Me entendéis?

Cuando ella se alejó, Jonas no me miraba y yo no lo miraba a él. Los dos sabíamos a qué fiesta íbamos a asistir esa noche.

XI — Thecla

Después de estar sentados, muchos tiempo (aunque probablemente sólo fueron unos instantes) no pude seguir aguantando lo que sentía. Me fui junto a la corriente de agua y arrodillado allí sobre la tierra blanda devolví la cena que había comido con Vodalus; y cuando no quedó más por echar, seguí allí, dando arcadas y temblando, mientras me enjuagaba la cara y la boca, al tiempo que el agua fría y clara lavaba, llevándoselo, el vino y la carne a medio digerir que yo había vomitado.

Cuando por fin pude sostenerme en pie, me volví hacia Jonas y le dije: —Debemos irnos.

Me miró como si me tuviera lástima, y supongo que así era.

—Tenemos a todos los guerreros de Vodalus a nuestro alrededor.

—Veo que no te mareaste como yo. Pero ya has oído quienes son sus aliados. Tal vez Cunialdo estaba mintiendo.

—He oído caminar entre los árboles a nuestros guardianes. No son tan silenciosos. Tú, Severian, tienes tu espada y yo un cuchillo, pero los hombres de Vodalus tienen arcos. Los que estaban con nosotros en la mesa, casi todos los tenían. Podemos tratar de escondernos tras los troncos como aloetas…

Comprendí lo que quería decir, y comenté: —Todos los días matan aloetas.

—Pero nadie las caza de noche. En una guardia o menos habrá oscurecido.

—¿Vendrás conmigo si esperamos hasta entonces? —Y le alargué mi mano.

Jonas la apretó con la suya.

—Severian, amigo mío, me contaste que viste a Vodalus, a esta chatelaine Thea y a otro hombre, junto a una tumba violada. ¿No sabías qué planeaban hacer con lo que sacaron de allí?

Por supuesto que lo había sabido, pero entonces ese conocimiento había sido remoto y en apariencia irrelevante. Y ahora me encontraba con que no tenía nada que responder, y casi nada en qué pensar salvo la esperanza de que la noche llegara pronto.

Pero más pronto llegaron los hombres que Vodalus envió por nosotros: cuatro tipos fornidos, quizás ex campesinos que portaban berdiches, y un quinto, con cierto aspecto de armígero, que llevaba puesto el espadón de un oficial. Tal vez estos hombres se encontraban entre la multitud que frente al estrado nos había visto llegar; en todo caso, parecían decididos a no correr riesgos con nosotros y nos rodearon con las armas dispuestas aun cuando nos saludaron como amigos y camaradas de armas. Jonas alegró la cara todo lo que pudo, y charló con ellos mientras nos escoltaban avanzando por los senderos del bosque; yo era incapaz de pensar en otra cosa que en la dura prueba que nos esperaba, y caminaba como si fuéramos al fin del mundo.

Urth le volvió la cara al sol mientras avanzábamos. Ningún resplandor de estrellas atravesaba el apretado follaje, y sin embargo nuestros guías conocían tan bien el camino que apenas aminoraron la marcha. A cada paso que dábamos, yo quería preguntarles si nos obligarían a participar en la comida a la que éramos conducidos, pero entendí en seguida que negarse, o parecer que uno quería negarse, destruiría toda la confianza que Vodalus pudiera tener en mí, poniendo en peligro mi libertad y quizá mi vida.

Nuestros cinco guardianes, que al principio no habían respondido más que a regañadientes a las bromas y preguntas de Jonas, se fueron poniendo más alegres a medida que mi desesperación aumentaba, charlando como si fueran camino de una fiesta de borrachos o un burdel. Sin embargo, aunque por sus voces se adivinaba lo que nos esperaba, los sarcasmos que proferían eran tan ininteligibles para mí como lo serían para un niño las bromas de las libertinas: —¿Llegarás lejos esta vez? ¿Vas a volver a ahogarte de nuevo? (Esto hablaba, como una voz incorpórea en la oscuridad, el hombre que cerraba la marcha de nuestro grupo.)

—Por Erebus, me voy a zambullir tanto que no me verás hasta el invierno.

Una voz que identifiqué como la de un armígero preguntó: —¿No la habéis visto todavía? —Los demás se habían mostrado simplemente jactanciosos, pero detrás de estas sencillas palabras había una clase de anhelo que yo nunca había oído antes. Igual podía haber sido un viajante perdido preguntando por su casa.

—No, Waldgrave.

(Otra voz.) —Alcmund dice que está bien, ni vieja ni demasiado joven.

—Espero que no se trate de otra tríbada.

—Yo no…

La voz se interrumpió; o quizá dejé de atender a lo que decía. Pues había visto el resplandor de una luz entre los árboles.

Unos pasos más y pude distinguir antorchas y oír el sonido de muchas voces. Alguien enfrente ordenó que nos detuviéramos, y el armígero se adelantó y murmuró la contraseña.

Pronto me encontré sentado sobre el mantillo del bosque, con Jonas a mi derecha y una silla baja de madera tallada a mi izquierda. El armígero se había puesto a la derecha de Jonas, y el resto de los presentes (casi como si hubieran estado esperando nuestra llegada) formaron un círculo cuyo centro era un farol naranja que humeaba bajo las ramas de un árbol.

No se encontraban presentes más allá de un tercio de quienes habían asistido a la audiencia del claro, pero por sus atuendos y armas me pareció que en su mayor parte eran los de jerarquía más elevada, y con ellos se encontraban quizá los miembros de ciertos mandos guerreros que gozaban de favor. Había cuatro o cinco hombres por cada mujer, pero éstas parecían tan aguerridas como los hombres, y en todo caso, más impacientes porque la fiesta comenzara.

Llevábamos cierto tiempo esperando cuando Vodalus hizo su dramática aparición desde la oscuridad y avanzó a través del círculo. Todos los presentes se levantaron, y volvieron a sentarse cuando Vodalus se acomodó en la silla tallada que había junto a mí.

Casi en seguida, un hombre vestido con la librea de un sirviente de casa noble vino avanzando hasta quedar en el centro del círculo bajo la luz naranja. Llevaba una bandeja con una botella grande y otra pequeña y una copa de cristal. Hubo un murmullo; no se trataba de palabras, pensé, sino del sonido de cien pequeños ruidos de satisfacción, de respiraciones aceleradas y lenguas que se relamían. El hombre de la bandeja permaneció inmóvil hasta que los sonidos se hubieron apagado, después avanzó hacia Vodalus con pasos comedidos.

La voz embaucadora de Thea dijo detrás de mí: —El alzabo de que te hablé está en la botella más pequeña. La otra contiene un compuesto de hierbas estomacales. Bebe un buen trago de la mezcla.

Vodalus se volvió a mirarla con una expresión de sorpresa.

Ella penetró en el círculo, pasando entre Jonas y yo, y después entre Vodalus y el hombre que llevaba la bandeja, y por fin se colocó a la izquierda de Vodalus. Vodalus se inclinó hacia ella con intención de hablarle, pero el hombre de la bandeja había empezado a mezclar los contenidos de las botellas en la copa, y él pareció pensar que el momento era inapropiado.