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El hombre de la bandeja la movió en círculos para imprimir al líquido un suave movimiento de remolino.

—Muy bien —dijo Vodalus. Cogió la copa de la bandeja con ambas manos se la llevó a la boca, y después me la pasó—. Como te ha dicho la chatelaine, tienes que beber un buen trago. Si bebes menos, la cantidad no bastará, y no compartirás nada. Si tomas más, no sacarás ningún provecho y la droga, que es muy preciosa, se habrá desperdiciado.

Bebí de la copa como me había indicado. La mezcla tenía la amargura de la hiel y parecía fría y fétida, recordándome un día de invierno, ya hace mucho, cuando se me ordenó limpiar el desagüe exterior que llevaba las aguas servidas de las dependencias de los oficiales. Por un momento sentí que algo me subía a la garganta como había ocurrido junto al arroyo, aunque en verdad nada me quedaba en el estómago que pudiera subir. Me atraganté y tragué, y pasé la copa a Jonas, y a continuación descubrí que la saliva me llenaba la boca.

Jonas tuvo tantas dificultades o más que yo, pero lo consiguió al fin y pasó la copa al waldgrave que había capitaneado a nuestros guardianes. Después vi cómo la copa recorría lentamente el círculo. Su contenido parecía alcanzar para diez bebedores; cuando se hubo agotado, el hombre de la librea limpió el borde, volvió a llenar la copa, y la ronda comenzó otra vez.

Gradualmente, este hombre pareció perder la forma sólida que es natural a un objeto redondeado y fue quedándose en sólo una silueta, una mera figura de madera recortada. Recordé las marionetas que había visto en sueños la noche que compartí el lecho con Calveros.

También el círculo donde estábamos sentados, aunque sabía que contenía treinta o cuarenta personas, parecía recortado en papel y doblado como una corona de juguete. A mi izquierda y a mi derecha, Vodalus y Jonas eran normales, pero el armígero parecía ya un dibujo esbozado, y también Thea.

Cuando el hombre de la librea la alcanzó, Vodalus se puso de pie, y moviéndose con tan poco esfuerzo que podía haber sido impulsado por la brisa de la noche, avanzó como flotando hacia el farol. A la luz naranja parecía encontrarse muy lejos, y sin embargo yo sentía su mirada como se siente el calor del brasero donde se preparan los hierros candentes.

—Antes de compartir hay que hacer un juramento —dijo, y por encima de nosotros los árboles asintieron solemnemente—. Por la segunda vida que vais a recibir, ¿juráis no traicionar nunca a los aquí reunidos? ¿Y que consentiréis en obedecer, sin dudas ni escrúpulos, hasta la muerte si es necesario, a Vodalus como vuestro caudillo escogido?

Traté de asentir con los árboles, y cuando pareció insuficiente, dije: —Consiento—.

Y Jonas dijo:

—Sí.

—¿Y que obedeceréis, como si fuera Vodalus, a cualquier persona a quien Vodalus ponga por encima de vosotros?

—Sí.

—Sí.

—¿Y que guardaréis este juramento por encima de todos los demás que hubierais jurado antes o que juréis después de ahora?

—Lo guardaremos —dijo Jonas.

—Sí —dije yo.

La brisa desapareció. Era como si algún espíritu inquieto hubiera asistido a la reunión y de pronto se hubiera desvanecido. De nuevo Vodalus estaba en su silla a mi lado. Se inclinó hacia mí. No me di cuenta si arrastraba la voz. Pero algo en sus ojos me decía que estaba bajo la influencia del alzabo, y quizá tan profundamente como yo.

—No soy un erudito, pero sé que a menudo las grandes causas se alcanzan con los medios más bajos. A las naciones las une el comercio; el precioso marfil y las raras maderas de los altares y relicarios se mezclan con las entrañas hervidas de innobles animales; los hombres y mujeres se unen mediante los órganos de la eliminación. De ese tipo es la unión entre tú y yo, y de ese modo nos uniremos ambos, de aquí a unos instantes, con un mortal que volverá a vivir otra vez en nosotros, y con fuerza durante algún tiempo, gracias a los efluvios obtenidos de la molleja de una de las bestias más inmundas. De ese modo brotan las flores en el estiércol.

Asentí con un movimiento de cabeza.

—Esto nos fue enseñado por nuestros aliados, los que esperan a que el hombre se purifique otra vez, dispuestos a unirse a ellos para conquistar el universo. Fue traído por los otros con propósitos malignos que esperaban mantener ocultos. Te lo digo porque tal vez tú, cuando vayas a la Casa Absoluta, los encuentres, a aquellos a quienes el vulgo llama cacógenos y la gente culta, extrasolares o hieródulos. Has de tener cuidado en no llamarles la atención, pues si te miran de cerca sabrán por determinadas señales que has utilizado el alzabo.

—¿La Casa Absoluta? —Aunque sólo por un instante, ese pensamiento dispersó las nieblas de la droga.

—Por supuesto. Allí tengo a alguien a quien debo transmitir ciertas instrucciones, y he sabido que el grupo de comediantes al que una vez perteneciste será recibido allí para un tiaso dentro de unos días. Te volverás a unir a ellos y aprovecharás la oportunidad para dar lo que yo te daré —y rebuscó en su túnica— a aquel que te diga: «La carraca pelágica avista tierra». Y si a su vez él te da un mensaje, puedes confiárselo a quienquiera que te diga: «Vengo de las quercine penetralia».

—Señor —dije—, me da vueltas la cabeza. -Y añadí, mintiendo:— No puedo recordar esas palabras… Ya las he olvidado. ¿No os oí decir que Dorcas y el otro estarán en la Casa Absoluta?

Vodalus puso con fuerza en mi mano un objeto pequeño que por la forma parecía un cuchillo. Lo miré, era un eslabón, como el que se utiliza para encender fuego golpeándolo con pedernal.

—Te acordarás —dijo—. Y nunca olvidarás tu juramento de fidelidad hacia mí. Muchos de los que ves aquí vinieron, como lo pensaban, sólo una vez.

—Pero, sieur, la Casa Absoluta…

Las notas aflautadas de una upanga sonaron desde los árboles detrás del lado más alejado del círculo.

—Debo irme pronto para acompañar a la novia, pero no tengas temor. Hace algún tiempo conociste a un hombre de los míos…

—¡Hildegrin! Sieur, no entiendo nada.

—Sí, utiliza ese nombre entre otros. Pensó que no era muy corriente ver a un torturador tan lejos de la Ciudadela, y además hablando de mí, de modo que pensó que valía la pena vigilarte aunque no tenía ni idea de que me habías salvado aquella noche. Desgraciadamente, los vigilantes te perdieron de vista en la Muralla; desde entonces han venido observando los movimientos de tus compañeros de viaje con la esperanza de que te unieras de nuevo a ellos. Supuse que un exiliado elegiría ponerse de nuestro lado y de ese modo retener a mi pobre Barnoch el tiempo suficiente para que nosotros lo liberáramos. Anoche yo mismo fui a caballo a Saltus para hablar contigo, pero acabaron robándome la montura y no conseguí nada. Hoy, pues, era necesario que te encontráramos no importa cómo para evitar que ejercieras tu oficio con mi servidor; pero yo aún tenía esperanzas de que te unieras a nuestra causa, y por esa razón ordené a los hombres que te trajeran vivo. Eso me ha costado tres hombres y me ha reportado dos… Ahora la cuestión es saber si estos dos compensarán a los otros tres.

Entonces Vodalus se puso de pie, con cierta inseguridad; agradecí a la Sacra Katharine que yo no tuviera que levantarme, pues estaba seguro de que las piernas no me sostendrían. Algo borroso y blanco y dos veces más alto que un hombre salía como navegando de entre los árboles entre los trinos de la upanga. Todos los presentes se volvieron a mirarla y Vodalus se acercó con paso arrastrado. Thea se inclinó sobre la silla de Vodalus.

—¿No es adorable? Han conseguido maravillas.

Era una mujer sentada en una litera de plata que seis hombres llevaban a hombros. Por un momento pensé que era Thecla, tanto se le parecía a la luz anaranjada. Al fin comprendí que se trataba de una imagen, hecha quizá de cera.