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AUTARCA. ¿Y, todo lo que conocemos será barrido a un lado? ¿También esta antigua casa en la que estamos ahora? ¿Y tú? ¿Y yo?

NOD. No soy sabio. Pero no hace mucho oí decir a un hombre sabio (que pronto será familiar mío por matrimonio) que todo eso será para bien. Que no somos más que sueños, y los sueños no tienen vida propia. Ved, estoy herido. (Extiende la mano.) Cuando mi herida sane, no habrá más herida. ¿Y va a decir con labios sanguinolentos que lamenta curarse? Sólo estoy tratando de explicar lo que dijo otro, pero eso, pienso, es lo que quiso decir.

(Fuera del escenario se oye un grave repique de campanas.)

AUTARCA. ¿Qué es eso? Tú, profeta, ve a averiguar quién ha ordenado ese clamor y por qué. (Sale el PROFETA.)

NOD. Estoy seguro de que vuestras campanas han comenzado a saludar al Sol Nuevo. Eso es lo que yo mismo vine a hacer. Es costumbre entre nosotros que cuando llega un huésped de honor gritemos y nos golpeemos el pecho, y aporreemos el suelo y los troncos de los árboles de alrededor con alegría, y levantemos las rocas más grandes que podamos levantar, y las lancemos por precipicios en su honor. Haré eso esta mañana si me dejáis libre, y estoy seguro de que el propio Urth se unirá a mí. Las propias montañas se arrojarán al mar cuando hoy se levante el Sol Nuevo.

AUTARCA. ¿Y de dónde viniste? Dímelo y te dejaré en libertad.

NOD. Pues de mi propio país, al este del Paraíso.

AUTARCA. ¿Y dónde se encuentra eso?

(Non señala hacia el este.)

AUTARCA. ¿Y dónde está el Paraíso? ¿En la misma dirección?

NOD. Pero si esto es el Paraíso. Estamos en el Paraíso, o al menos debajo de él.

(Entra el GENERALÍSLMO, que avanza hasta el trono y saluda.)

GENERALÍSIMO. Autarca, hemos registrado toda la tierra por encima de esta Casa Absoluta como ordenaste. La condesa Carina ha sido encontrada y escoltada a sus aposentos, pues no tiene heridas graves. También hemos encontrado al coloso que veis ante vos, a la mujer enjoyada que describisteis, y a dos mercaderes.

AUTARCA. ¿Y los otros dos, el hombre desnudo y la mujer?

GENERALÍSIMO. Ni rastro de ellos.

AUTARCA. Repite la búsqueda, y esta vez mira bien. GENERALÍSIMO. (Saluda.) Como mi Autarca desee. AUTARCA. Y que me traigan a la mujer enjoyada.

(NOD intenta salir fuera del escenario, pero las picas le detienen. El GENERALÍSIMO saca una pistola.)

NOD. ¿No soy libre para irme?

GENERALÍSIMO. De ninguna manera.

NOD. (Al AUTARCA.) Os dije dónde se encontraba mi país, exactamente al este de aquí.

GENERALÍSIMO. Allí hay algo más que tu país. Conozco bien esa zona.

AUTARCA. (Fatigado.) Él ha dicho la verdad tal como la conoce. Quizá no hay otra verdad. NOD. Entonces soy libre para irme.

AUTARCA. Creo que aquel a quien has venido a saludar llegará al fin, seas libre o no. Pero hay una posibilidad… y en modo alguno se puede permitir que criaturas como tú anden sueltas. No, no eres libre ni lo volverás a ser.

(NOD sale corriendo del escenario perseguido por el GENERALÍSIMO. Hay disparos, gritos y choques. Las figuras que rodean al AUTARCA se desvanecen. En medio de la algarabía, las campanas repican. NOD vuelve a entrar con una quemadura de láser en la mejilla. El AUTARCA lo golpea con el cetro; cada golpe produce una explosión y chispas. NOD agarra al AUTARCA y está a punto de estrellarlo contra el escenario, cuando dos DEMONIOS disfrazados de mercaderes entran deprisa, lo derriban y reponen al AUTARCA en el trono.)

AUTARCA. Gracias. Seréis bien recompensados. Ya había abandonado la esperanza de que me rescatasen mis guardias, y veo que tenía razón. ¿Puedo preguntar quiénes sois?

PRIMER DEMONIO. Vuestros guardias están muertos.

El gigante les ha aplastado el cráneo contra vuestros muros y les ha quebrado la espina dorsal martilleándolos con el puño.

SEGUNDO DEMONIO. No somos más que dos mercaderes. Vuestros soldados nos trajeron aquí.

AUTARCA. ¡Ojalá que ellos fueran los mercaderes y en su lugar tuviera soldados como vosotros! Y sin embargo vuestro aspecto es tan insignificante que os creería incapaces de los esfuerzos más ordinarios.

PRIMER DEMONIO. (Inclinando la cabeza.) Nuestra fortaleza está inspirada por el señor al que servimos.

SEGUNDO DEMONIO. Os preguntaréis cómo es que nosotros —dos vulgares mercaderes de esclavos hemos sido encontrados vagando de noche por vuestros terrenos. El hecho es que venimos a advertiros. Hace poco hemos tenido que viajar por las junglas del norte y allí, en un templo más antiguo que el hombre, lugar tan invadido de exuberante vegetación que no parecía más que un montículo de follaje, hablamos con un antiguo chamán. quien nos predijo un gran peligro para vuestro reino.

PRIMER DEMONIO. Con tales noticias nos apresuramos a venir y advertiros antes de que fuera demasiado tarde, habiendo llegado justo a tiempo.

AUTARCA. ¿Qué he de hacer?

SEGUNDO DEMONIO. Este mundo que vos y nosotros apreciamos ya ha corrido tanto alrededor del sol que la trama y la urdimbre del espacio se han deshilachado y se deshacen en polvo y débil pelusa en el telar del tiempo.

PRIMER DEMONIO. Los continentes mismos son viejos como mujeres almagradas, que han perdido liare tiempo la belleza y la fertilidad. El Sol Nuevo se acerca…

AUTARCA. ¡Lo sé!

PRIMER DEMONIO… y con estruendo los echará al mar, como buques que se van a pique.

SEGUNDO DEMONIO. Y del mar se alzan nuevos continentes, con oro, plata, hierro y cobre. Con diamantes, rubíes y turquesas, tierras que nadan en el magma de un millón de milenios, y que hace tanto tiempo fueron devoradas por el mar.

PRIMER DEMONIO. Una nueva raza está preparada para poblar estas tierras. La humanidad que conocéis será desplazada, así como la hierba, que durante tanto tiempo ha prosperado en la llanura, cede ante el arado y deja paso al trigo.

SEGUNDO DEMONIO. ¿Pero y si la semilla fuera quemada? ¿Qué pasaría? El hombre alto y la mujer pequeña que encontrasteis no hace mucho son esa semilla. Un día se pusieron las esperanzas en envenenarla en el campo, pero aquella a quien se envió perdió de vista la semilla entre la hierba muerta y los terrones partidos, y por arte de prestidigitación ha sido entregada a tu Inquisidor para ser sometida a un examen estricto. Pero todavía puede quemarse la semilla.

AUTARCA. Lo que sugerís ya se me había ocurrido antes.

PRIMER Y SEGUNDO DEMONIOS. (A coro.) Claro, por supuesto!

AUTARCA. ¿Pero detendría realmente la muerte de esos dos el advenimiento del Sol Nuevo?

PRIMER DEMONIO. No. ¿Pero por qué tendríais que desearlo? Las nuevas tierras serán vuestras.

(Las pantallas se van iluminando. Aparecen colinas boscosas y ciudades con esbeltas torres. EI AUTARCA se vuelve a contemplarlas. Hay una pausa. De su túnica saca un comunicador.)

AUTARCA. Ojalá no vea nunca el Sol Nuevo lo que hacemos aquí… ¡Naves! Barred con fuego por encima de nosotros hasta que todo se marchite.

(Cuando los dos DEMONIOS desaparecen, NOD se sienta. Las ciudades y colinas quedan en sombras, y las pantallas muestran la imagen del AUTARCA muchas veces multiplicada. El escenario se oscurece. Cuando se ilumina, el INQUISIDOR está sentado en un escritorio elevado en el centro del escenario. El FAMILIAR, vestido de torturador y enmascarado, está de pie. A ambos lados hay diversos aparatos de tormento.)

INQUISIDOR. Trae a la mujer a quien acusan de bruja, Hermano.

FAMILIAR. La Condesa espera fuera, y es de sangre exaltada y una favorita de nuestro soberano. Os ruego la veáis primero.

(Entra la CONDESA.)

CONDESA. Oí lo que se decía, y como no podía imaginar que desatendierais, Inquisidor, esta apelación, me he atrevido a venir en seguida. ¿Me creéis atrevida por eso?