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Merryn preguntó a la Cumana: —¿Se lo digo, Madre?

La anciana asintió: —Si puedes, hija.

—Estaba envuelta en un encanto que la hacía hermosa. Ahora ese encanto se está desvaneciendo rápidamente, por sangre que ha perdido, y por el mucho ejercicio que ha hecho. Por la mañana no quedarán más que huellas.

Dorcas retrocedió.

—¿Magia, quieres decir?

—No hay ninguna magia. Sólo conocimiento, más o menos escondido.

Hildegrin miraba fijamente a Jolenta con expresión pensativa.

—No sabía que el aspecto pudiera cambiar tanto. Eso podría ser útil, ya lo creo. ¿Puede hacerlo tu señora?

—Y mucho más, si quisiera.

Dorcas susurró: —¿Pero cómo?

—Se han añadido a la sangre unas sustancias sacadas de glándulas de bestias, para cambiarle la configuración de la carne. Esas sustancias le dieron un talle fino, pechos como melones, etcétera. También pueden haber servido para añadir pantorrillas a sus piernas. Una limpieza y la aplicación de caldos salutíferos le rejuvenecieron la cara. También le limpiaron los dientes y a algunos les pusieron falsas coronas; una de ellas se ha deshecho ya, si lo observáis. Le tiñeron el pelo y se lo espesaron cosiéndole hebras de seda coloreada al cuero cabelludo. Sin duda también le quitaron mucho vello del cuerpo, y al menos eso quedará así. Lo más importante es que se le prometió la belleza mientras estuviera en trance. Tales promesas se creen con una fe mayor que la de los niños, y esa creencia arrastró la vuestra.

—¿No se puede hacer nada?

—Yo no, ni es tarea de cumanas excepto en casos de gran necesidad.

—¿Pero vivirá?

—Sí, como te dijo la Madre, aunque ella no lo deseará.

Hildegrin se aclaró la garganta y escupió sobre el borde del tejado.

—Solucionado, pues. Hemos hecho lo posible por ella y eso es todo. Así pues, volvamos a aquello para lo que hemos venido. Como dijiste, Cumana, es bueno que estos otros aparecieran. Me han dado el mensaje que debía recibir, y son amigos como yo del Señor del Follaje. Este armígero puede ayudarme a traer al tal Apu-Punchau, y por lo de mis dos amigos que mataron en el camino, me alegraré de tenerlo conmigo. Así pues, ¿qué nos impide seguir adelante?

—Nada —murmuró la Cumana—. La estrella está en el ascendente.

Dorcas dijo: —Si vamos a ayudaros en algo, ¿no deberíamos saber de qué se trata?

—Traer de vuelta el pasado —declamó Hildegrin—. Zambullirnos de nuevo en la grandeza del antiguo Urth. Había alguien que vivía aquí donde estamos sentados y que conocía cosas que podían cambiarlo todo. Será el punto culminante, si se me permite decirlo, de una carrera que en círculos conocedores ya se considera bastante espectacular.

Pregunté: —¿Vas a abrir la tumba? Seguramente incluso con el alzabo…

La Cumana fue a limpiar el sudor de la frente de Jolenta.

—Podemos llamarla así, pero no era una tumba para él, sino más bien su casa.

—Ya ves, trabajando conmigo tan cerca —explicó Hildegrin—, he venido haciendo favores a esta chatelaine una y otra vez. Más de uno, si se me permite decirlo, y más de dos. Por último tuve la idea de que había llegado la hora de cobrar. Le expuse mi pequeño plan al Señor del Bosque, podéis estar seguros. Y aquí estamos.

—Dije: —Se me había dado a entender que la Cumana sirvió al Padre Inire.

—Ella paga sus deudas —anunció Hildegrin, muy satisfecho—. La calidad siempre lo hace. Y no tienes que ser una mujer sabia para entender que sería prudente tener unos cuantos amigos en el otro bando, por si es el bando que gana.

Dorcas preguntó a la Cumana:

—¿Quién fue este Apu-Punchau, y por qué su palacio está todavía en pie cuando el resto de la ciudad no es más que un montón de piedras?

La anciana no respondió, y Merryn dijo:

—Menos que una leyenda, puesto que ni siquiera los eruditos recuerdan ya su historia. La Madre nos ha dicho que el nombre significa la Cabeza del Día. En remotos eones apareció entre los pueblos de aquí y les enseñó muchos secretos maravillosos. Desaparecía con frecuencia, pero siempre regresaba. Por fin no regresó y los invasores arrasaron sus ciudades. Ahora regresará por última vez.

—Claro. ¿Sin magia?

La Cumana levantó la mirada hacia Dorcas con ojos que parecían brillar como las estrellas.

—Las palabras son símbolos. Merryn opta por definir la magia como lo que no existe… así que no existe. Si optas por llamar magia a lo que vamos a hacer aquí, entonces la magia vive mientras lo hacemos. En tiempos antiguos, en una tierra remota, hubo dos imperios separados por montañas. Uno de ellos vestía a sus soldados de amarillo y el otro de verde. Lucharon durante cien generaciones. Veo que el hombre que te acompaña conoce la historia.

—Y después de cien generaciones —dije—, un eremita anduvo entre ellos y aconsejó al emperador del ejército amarillo que vistiera a sus hombres de verde, y al señor del ejército verde, que los vistiera de amarillo. Pero la batalla continuó como antes. En mi esquero tengo un libro titulado Las maravillas de Urth y del Cielo, y ahí se cuenta la historia.

—Ése es el más sabio de todos los libros de los hombres —dijo la Cumana—, aunque son pocos a quienes su lectura aprovecha. Hija, explica a este hombre, que con el tiempo será un sabio, lo que vamos a hacer esta noche.

La bruja joven asintió.

—La totalidad del tiempo está presente ahora. He ahí la verdad en que se apoyan las leyendas de los epoptas. Si el futuro no existiera ya, ¿cómo podríamos viajar hacia él? Si el pasado no existiera todavía, ¿cómo podríamos dejarlo detrás de nosotros? En el sueño la mente está envuelta en tiempo, y por eso oímos entonces tan a menudo las voces del más allá, y sabemos de cosas que han de ocurrir. Aquellos que, como la Madre, han aprendido a entraren ese mismo estado durante la vigilia, viven acompañados por sus propias vidas. Así también los Abraxas perciben todo el tiempo como un instante eterno.

Esa noche había habido poco viento, pero de pronto advertí que había cesado. En el aire colgaba el silencio, de modo que a pesar de la dulce voz de Dorcas pareció que hablaba con palabras resonantes.

—¿Es eso, pues, lo que hará la mujer que llamáis la Cumana? ¿Entrar en ese estado, y hablando con la voz de los muertos, decir a este hombre lo que desee saber?

—Eso no puede. Aunque es muy vieja, esta ciudad fue devastada mucho antes de que ella naciera. Sólo su propio tiempo la circunda, y eso es todo lo que ella comprende por conocimiento directo. Para restaurar la ciudad tendríamos que recurrir a una mente que existió cuando estaba completa.

—¿Y hay en el mundo alguien tan viejo?

La Cumana meneó la cabeza.

—¿En el mundo? No. Sin embargo, esa mente existe. Mira adonde apunto, hija, justo por encima de las nubes. La estrella roja que hay allí se llama la Boca del Pez, y en el único mundo que allí sobrevive habita una mente antigua y penetrante. Merryn, toma mi mano y tú, Tejón, toma la otra. Torturador, toma la mano derecha de tu amiga enferma y la de Hildegrin. Tu amada tomará la otra mano de la mujer enferma y la de Merryn… Ahora estamos enlazados, los hombres a un lado y las mujeres al otro.