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SORIN.- ( Después de silbar un poquito.) Bien... Perdona, querida mía. No te enfades. Te creo. Eres generosa, y tienes gran nobleza de alma.

ARKADINA.- ( Entre lágrimas.) ¡No tengo dinero!

SORIN.- Si yo lo tuviera, claro está que se lo daría..., pero no tengo ni un «piatachok 4»... ¡Toda mi pensión se la lleva el administrador, que la emplea en faenas agrícolas, cría de ganado, abejas..., así que se me va inútilmente!... ¡Las abejas se mueren, las vacas se mueren, y no puedo conseguir nunca caballos!...

ARKADINA.- ¡Sí!... ¡Yo sí tengo dinero, pero soy artista!... ¡Solo en trajes me arruino completamente!

SORIN.- Eres muy buena, querida. Yo te aprecio. Sé que... ¡Ay!... ¡Otra vez me da algo!... ( Tambaleándose.) ¡Se me va la cabeza! ( Sujetándose a la mesa.) ¡Siento un mareo!

ARKADINA.- ( Asustada.) ¡Petruscha! ( Tratando de sostenerlo.) ¡Petruscha!... ¡Querido mío! ( A gritos.) ¡Vengan! ¡Ayúdenme! ( EntranTREPLEV, con la cabeza vendada, yMEDVEDENKO.)

ARKADINA.- ¡Le ha dado un mareo!

SORIN.- No es nada..., no es nada... ( Sonríe y bebe un poco de agua.) Ya se me ha pasado.

TREPLEV.- ( A su madre.) No te asustes, mamá. No es cosa de peligro. Al tío le ocurre esto a menudo. ( A este.) ¡Tío!... ¡Échate un ratito!

SORIN.- Un ratito sí, pero, sea como sea, iré a la ciudad... Me echaré un poco y me marcharé después a la ciudad... ¡Claro que sí! ( Empieza a andar apoyándose en el bastón.)

MEDVEDENKO.- ( Llevándole del brazo.) ¿A ver quién acierta esta adivinanza? «Por la mañana anda a cuatro patas..., a mediodía a dos..., al anochecer a tres»...

SORIN.- ( Riendo.) ¡Justo!... «y por la noche está echado panza arriba»... ( AMEDVEDENKO.) Gracias... No se moleste en acompañarme.

MEDVEDENKO.- ¡Pues no gasta usted pocos cumplidos! ( Sale, acompañando aSORIN.)

ARKADINA.- ¡Qué susto me ha dado!

TREPLEV.- ¡No le sienta bien vivir en el campo! ¡Se entristece!... ¡Qué bueno sería, mamá... que, de pronto, tuvieras un rasgo de generosidad y le prestaras mil quinientos rublos!... ¡Con ese dinero podría vivir todo un año en la ciudad!

ARKADINA.- ¡No soy un banquero..., soy una actriz! ( Pausa.)

TREPLEV.- ¡Mamá!... ¡Cámbiame la venda!... ¡Lo sabes hacer tan bien!...

ARKADINA.- ( Sacando del armario de los medicamentos el yodoformo y la caja de vendajes.) El doctor se retrasa.

TREPLEV.- Ha prometido estar aquí a las diez, y ya es mediodía.

ARKADINA.- Siéntate. ( Le quita la venda de la cabeza.) Parece que llevas un turbante. Ayer un hombre que andaba por aquí de paso preguntó en la cocina qué nacionalidad era la tuya... ¡Si lo tienes ya casi cicatrizado!... ¡Lo que queda es solo una insignificancia! ( Besándole en la cabeza.) ¡Dime! ¡Ahora que voy a faltar yo de aquí..., no volverás a repetir esto! ¿Verdad?

TREPLEV.- No, mamá... ¡Aquello fue un momento de loca desesperación, en el que no pude dominarme!... ¡No volverá a repetirse! ( Besándole la mano.) ¡Tienes manos de ángel!... Recuerdo que, hace mucho..., en los tiempos en que trabajabas en el teatro del Estado era yo entonces muy pequeño, hubo una riña en el patio. Pegaron una gran paliza a una lavandera, también inquilina de la casa... ¿Lo recuerdas?... La levantaron del suelo sin sentido... Tú, entonces, ibas a visitarla... Le llevabas medicinas y lavabas a sus niños... ¿Será posible que no te acuerdes?

ARKADINA.- No. ( Le hace un nuevo vendaje.)

TREPLEV.- También entonces, en la misma casa que nosotros, vivían dos bailarinas. Solían venir a tomar café contigo.

ARKADINA.- De eso sí me acuerdo.

TREPLEV.- ¡Eran muy piadosas!... ( Pausa.) ¡En este último tiempo..., en estos últimos días... te quiero tanto!... ¡Te quiero con tal ternura!... ¡Lo mismo que cuando era niño!... ¡No tengo a nadie más que a ti!... Pero..., ¿por qué..., por qué..., te sometes a la influencia de ese hombre?...

ARKADINA.- ¡Tú no lo comprendes, Konstantin!... ¡Es un ser de alma tan noble!

TREPLEV.- ¡Sin embargo, cuando le dijeron que me proponía desafiarlo, su nobleza no le impidió hacer el papel de un cobarde!... ¡Se marcha! ¡Qué huida más infame!

ARKADINA.- ¡Tontería!... ¡Yo soy la que le pide que se vaya de aquí!

TREPLEV.- ¡Alma noble!... ¡Ahora mismo poco ha faltado para que tú y yo riñamos por su culpa, y, mientras tanto, él... andará, seguramente, por algún sitio... por el salón o por el jardín..., riéndose de nosotros, instruyendo a Nina y esforzándose en convencerla de que es un genio!

ARKADINA.- ¡Para ti es un placer decirme cosas desagradables!... ¡Estimo a ese hombre, y te ruego no hables mal de él en mi presencia!

TREPLEV.- ¡Pues yo no le estimo nada! ¡Pretendes que yo también le considere como un genio; pero..., perdona!... ¡No sé mentir, y te diré que sus obras me desagradan!

ARKADINA.- ¡Envidia!... ¡A la gente sin talento y con pretensiones no la queda otro recurso que criticar a los que son «talentos» de verdad!... ¡Sí que es un consuelo!

TREPLEV.- ¡Talentos de verdad!... ( Con ira.) ¡Yo tengo más talento que todos vosotros juntos, si vamos a eso!... ( Da un tirón y se arranca la venda de la cabeza.) ¡Vosotros, gente rutinaria, os habéis adueñado de la primacía en el arte, y solo consideráis verdadero y legal lo que es obra vuestra, al tiempo que oprimís y estranguláis a los demás!... ¡Yo no os reconozco talento! ¡No te lo reconozco a ti, ni se lo reconozco a él!

ARKADINA.- ¡Eres un decadente!

TREPLEV.- ¿Sí?... ¡Pues márchate, entonces, a tu querido teatro, y sigue representando papeles en míseras obras en las que el talento brilla por su ausencia!

ARKADINA.- ¡Nunca actué en obras semejantes! ¡Déjame! ¡Tú sí que no eres capaz de escribir ni el más miserable « vaudeville»! ¡Pequeño burgués de Kiev! ¡Gorrón!

TREPLEV.- ¡Roñosa!

ARKADINA.- ¡Harapiento! (TREPLEV se sienta y empieza a llorar bajito.) ¡Inútil!... ( Después de dar unos pasos por la estancia presa de fuerte excitación.) ¡No llores! ¡No hay por qué llorar! ( Llora.) ¡No debes llorar!... ( Le besa en la frente, en las mejillas, en la cabeza.) ¡Mi niño querido!... ¡Perdóname!... ¡Perdona a esta pecadora madre tuya!... ¡Perdóname, desgraciada de mí!