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Beljad se quedó menos impresionado de lo que esperábamos.

—Los wersgorix se vanaglorian de dos mil años de historia tras la reconstrucción de su civilización después de la última guerra de exterminio recíproco —dijo—. Pero nosotros los jairs poseemos una cronología segura desde hace ocho mil años.

—¿Cuánto hace que podéis volar por el espacio?

—Poco más de dos siglos.

—¡Ah! Nuestras primeras experiencias de ese estilo se remontan a… ¿a cuándo, hermano Parvus?

—A tres mil quinientos años, en un lugar llamado Babel —le contesté.

Beljad estuvo a punto de ahogarse. Sir Roger, tranquilo, siguió hablando.

—El Universo es inmenso y el imperio de los ingleses, siempre en expansión, se ha encontrado muy recientemente con el imperio de los wersgorix. No comprendieron la extensión de nuestro poder y nos atacaron sin mediar provocación. Ya conocéis su maldad. Somos, como vosotros, una raza pacífica. Supimos gracias a los despreciables cautivos wersgor que los jairs eran una raza pacífica que nunca había colonizado ningún planeta que ya estuviera habitado —Sir Roger unió las manos y levantó los ojos hacia el cielo—. A decir verdad —dijo—, uno de nuestros más fundamentales mandamientos es «No matarás». Pero nos pareció que sería mucho mayor pecado dejar que la peligrosa y cruel Wersgorixan siguiera destruyendo y matando a todos los seres indefensos.

—Hum —Beljad se frotó la frente cubierta de pelo—. ¿Dónde se encuentra Inglaterra?

—Veamos, veamos —murmuró sir Roger—. ¿No pensaréis que revelaremos ese dato, ni siquiera a los extranjeros más honorables, antes de haber alcanzado una mejor comprensión mutua. Los wersgor no lo saben, pues apresamos a sus naves exploradoras. Mi expedición ha venido para castigarles y reunir datos. Como os he dicho, hemos tomado Tharixan con muy pocas pérdidas. Pero no es costumbre de mi monarca intervenir en los asuntos de otras especies inteligentes sin consultar antes sus deseos. Juro que el rey Eduardo III nunca ha soñado siquiera con actuar de tal modo. Antes preferiría que los jairs y todos los que hayan padecido a manos de los wersgorix se unan a mí para partir en cruzada y abatir su poder. Así ganaréis el derecho de dividiros su imperio, con justicia y equidad.

—Siendo jefe como sois de un solo ejército, tenéis poder para mantener negociaciones a este nivel? —Beljad parecía dudoso.

—Sire, no soy de humilde cuna —respondió el barón con mucho engolamiento—. Mi linaje es tan noble como el mejor de vuestro reino. Uno de mis antepasados, de nombre Noé, fue almirante en otro tiempo de todas las flotas de mi Mundo.

—Todo es tan repentino —dijo Beljad, turbado—. ¡Tan inusitado! No podemos… no puedo… Tenemos que discutirlo en…

—Cierto —mi señor elevó la voz hasta que tembló toda la sala—. Pero no os demoréis, señores y caballeros. Os ofrezco una posibilidad de destruir la barbarie de Wersgor, cuya existencia no es tolerable para Inglaterra. Si compartís las penalidades de la guerra, con vosotros dividiremos los frutos de las conquistas. Si no, nosotros los ingleses enviaremos fuerzas de ocupación a todos los dominios wersgorix: alguien ha de hacer que reine el orden. Os lo repito: ¡unios a nosotros en la cruzada, bajo mi mando, y alcanzaremos la victoria!

Capítulo 16

Los jairs, como las otras naciones libres, no eran gente inculta. Nos invitaron a posarnos en su suelo y a ser los huéspedes de su planeta. Fue una estancia muy rara, casi como si nos encontrásemos en el eterno Reino de los Elfos. Recuerdo pequeñas torres, graciosas, unidas mediante puentes aéreos de elegante arco, ciudades en las que los edificios desaparecían en medio de enormes parques para convertir el conjunto en una inmensa zona de recreo, barcos en lagos centelleantes, sabios ataviados con túnicas y velos que discutían conmigo acerca del saber inglés, enormes laboratorios de alquimia, música que aún me viene a la mente en los sueños. Pero no estoy escribiendo un libro de geografía. Y el relato más sobrio acerca de aquellas civilizaciones no humanas le parecería más fantástico a un hombre de Inglaterra que las fabulaciones del célebre veneciano llamado Marco Polo.

Mientras que los sabios, políticos y jefes jairs intentaban sacar de nosotros mil datos de modo cortés, enviaron apresuradamente una expedición a Tharixan para averiguar lo que había pasado. Lady Catalina les recibió con toda pompa y les permitió interrogar a todos los wersgorix que quisieran. No ocultó más que a Branithar, que podría haber revelado más verdades que los otros. En cuanto a sus compatriotas, incluyendo al propio Huruga, no tenían más que confusas impresiones de ataques y asaltos irresistibles.

Los jairs no sabían diferenciar la apariencia humana y fueron incapaces de darse cuenta de que la guarnición de Darova estaba compuesta por nuestro flanco más débil. Pero pudieron contar sus fuerzas y se vieron y se las desearon para creer que una fuerza tan pequeña hubiera cumplido tantas hazañas. ¡Sería por los misteriosos poderes que teníamos en reserva! Cuando vieron a nuestros boyeros, caballeros, mujeres cocinando en hornos de madera, aceptaron con bastante facilidad las explicaciones que les dieron: los ingleses preferían el aire libre y la sencillez, una vida lo más natural posible. Era un ideal que compartían.

Nos alegró mucho que las barreras del lenguaje limitaran su descubrimiento de la verdad de lo que veían. Los jóvenes que estaban aprendiendo el wersgor no habían alcanzado más que un primer nivel, demasiado poco para mantener una conversación inteligible. Muchos hombres normales y corrientes, incluso los guerreros, habrían podido descubrir su temor e ignorancia y rogar que les devolvieran a su casa, si hubieran podido expresarse. Siendo como era la situación, cualquier conversación con los ingleses debía filtrarse a través de mí. Y pude devolverle la alegre arrogancia a sir Roger.

No les ocultó que los wersgorix enviarían a Darova una flota vengadora. Incluso se pavoneó por ello. La trampa estaba lista, les dijo. Si Boda y los otros planetas que viajaban entre las estrellas no querían ayudarle a reducirla, tendría que pedir refuerzos a Inglaterra.

Los jefes jairs se sintieron muy turbados ante la idea de la armada de un reino totalmente desconocido entrando en sus regiones espaciales. Algunos de ellos, estoy seguro, nos tomaron por simples aventureros, incluso por forajidos, que no podrían contar con ayuda alguna por parte de su patria. Pero otros debieron discutir y decir, por ejemplo:

—¿Nos vamos a mantener al margen sin participar en lo que va a pasar? Aunque sean piratas, esos recién llegados han conquistado un planeta y no tienen miedo ni de todo el imperio de Wersgor. En todo caso, tenemos que armarnos, pues es posible que Inglaterra sea —aunque ellos lo nieguen— más agresiva que la nación de los rostros azules. ¿No sería mejor reforzar nuestra posición ayudando a sir Roger a ocupar planetas y a que se haga con un buen botín? ¡La alternativa es aliarnos con Wersgor, lo que resulta impensable!

Lo más importante de todo es que habíamos seducido la imaginación de los jairs. Vieron a sir Roger y a sus brillantes compañeros galopar a lo largo de sus tranquilas avenidas. Oyeron el relato de la derrota que había infligido a sus viejos enemigos. Su folklore, basado desde antiguo en el hecho de que no conocían más que una reducida porción del Universo, les predisponía a creer en la existencia de razas más antiguas y fuertes fuera de los espacios marcados en sus mapas. Cuando escucharon a sir Roger haciendo su llamamiento para la guerra, se enardecieron y pidieron batalla casi a gritos. Boda era una verdadera república, no un simulacro como la de los wersgorix. La voz popular se dejaba oír alta y clara en su Parlamento.

El embajador wersgor protestó. Amenazó con destruirlo todo. Pero estaba lejos de su planeta y sus mensajeros tardarían en llegar y, mientras tanto, la multitud se dedicó a apedrear su palacio.