»Pero aquí, desde hace siglos, los wersgorix han sido el único poder real. Lo han conquistado todo con un solo método, destruyendo a las razas que no tenían armas para combatir contra ellos. Por la fuerza y el azar han conseguido el mayor de los reinos y han impuesto su voluntad a otras tres naciones que poseían igualmente un arte militar. Impotentes, ni siquiera han sido capaces de complotar contra Wersgorixan. Todo el asunto no ha requerido más diplomacia y estrategia que la necesaria para una guerra de bolas de nieve. He tenido que emplear muy poca habilidad para jugar con su simplicidad, su avaricia, su creciente miedo y las rivalidades mutuas.
—Sois demasiado modesto, sire —sonrió sir Owain.
—¡Ah! —el placer del barón desapareció—. Satán reina en este tipo de tratos. Ahora sólo hay una cosa importante: estaremos aquí inmovilizados hasta que se arme la flota y el enemigo ya esté en camino.
En verdad, aquel fue un período de pesadilla. No podíamos dejar Boda para reunimos con las mujeres y los niños de la fortaleza, pues la alianza era todavía muy frágil. Sir Roger debió poner las cosas a punto en cien ocasiones, utilizando medios que le resultarían muy caros cuando llegase a la otra vida. En cuanto a nosotros dedicamos el tiempo a estudiar la historia, el idioma, la geografía (¿debería decir la astrología?) y las artes mecánicas, merecedoras de apelativo de brujerías, de Boda. Estudiamos aquellas últimas bajo el pretexto de compararlas con las que teníamos en la Tierra, despreciando a las suyas, claro está. Felizmente para nosotros —aunque elhecho no fue totalmente debido al azar, pues sir Roger eliminó cualquier referencia oficial antes de nuestra partida de Tharixan— algunas de las armas capturadas eran secretas. Podíamos hacer demostraciones con un fusil de mano o una bala explosiva especialmente eficaces y pretender que procedían de Inglaterra, procurando que nuestros aliados no pudieran observarlas muy de cerca.
La noche en que el navío de enlace de los jairs retornó de Tharixan con la noticia de que la armada enemiga ya había llegado, sir Roger se retiró solo a su dormitorio. No sé lo que pasó, pero al dia siguiente su espada estaba sin filo y todos los muebles de la alcobas eran un montón de leña.
Gracias a Dios, sin embargo, no esperamos más tiempo. La flota de Bodavant ya estaba en órbita, reunida. Varias docenas de ligeros navíos de combate llegaron de Ashenk y, poco después, las naves con forma de caja de Pr?°tan descendieron pesadamente de su emponzoñado mundo. Embarcamos y partimos hacia la guerra en medio de inmensos rugidos.
Cuando tuvimos Darova a la vista, tras haber combatido en el espacio contra navíos enemigos y haber entrado en la atmósfera de los wersgorix, yo tenía mis dudas sobre lo que podríamos salvar y liberar. Centenares de millas alrededor de la fortaleza no eran más que tierra negra, devastada, desolada. Las rocas se habían fundido y en algunas partes todavía hervían, justo donde acababa de impactar un obús. Aquella muerte sutil que no se podía detectar más que con determinados instrumentos se albergaría en aquel continente durante muchos años.
Pero Darova había sido construida para resistir aquellas fuerzas y lady Catalina la había aprovisionado a la perfección. Percibí una flotilla wersgor descendiendo aullante sobre la pantalla de fuerza. Sus proyectiles estallaron muy cerca, haciendo volar las piedras de las estructuras del suelo, pero dejando intactas las instalaciones subterráneas. La tierra se abrió y las bombardas lanzaron lenguas de fuego parecidas a víboras, escupiendo rayos y retirándose antes de que nuevas explosiones pudieran alcanzarlas. Tres navíos wersgor cayeron despedazados. Sus pecios se añadieron al montón de ruinas resultantes de un ataque en el suelo, cuando intentaron tomar al asalto la fortaleza.
No vi más a Dorava envuelta en su sudario de humo. Los wersgorix nos atacaron en masa y el combate se libró en el espacio.
¡Qué batalla más extraña! Combatíamos a distancias inimaginables, con rayos de fuego, obuses, proyectiles que se guiaban a sí mismos. Los navíos eran manejados por cerebros artificiales, con tanta rapidez que sólo las máquinas que daban paso podían impedir que los tripulantes se aplastasen en los mamparos. Los cascos eran desgarrados por proyectiles que pasaban de lado a lado. Las partes abiertas se cerraban por sí mismas y el resto seguía disparando.
Así era la guerra en el espacio. Sir Roger realizó una innovación. Horrorizó a los almirantes jairs cuando la propuso, pero insistió y dijo que era táctica habitual de los ingleses… lo que, de hecho, era verdad. Pero sir Roger, naturalmente, la impuso para no traicionar la carencia de habilidad de sus hombres con las armas infernales.
Repartió sus tropas en muchas naves pequeñas extremadamente rápidas. Nuestro plan de batalla era tan poco ortodoxo porque queríamos conducir al enemigo a determinada posición. Cuando llegamos, las naves de sir Roger se infiltraron en el corazón de la flota wersgor. Perdimos algunos, pero los otros siguieron girando en una órbita imposible para llegar al navío almirante del enemigo. Era una cosa monstruosa, de una milla de largo, lo bastante grande como para transportar generadores de campos de fuerza. Pero los ingleses habían utilizado explosivos para practicar agujeros en el casco. Luego, con armaduras del espacio, en las que los caballeros se habían plantado las cimeras, armados con espadas, hachas, alabardas y arcos, al igual que con fusiles, se lanzaron al abordaje.
No eran suficientes para hacerse con el inmenso laberinto de pasillos y camarotes. Se divirtieron, no obstante, mucho y sufrieron pocas pérdidas (allí, los marineros se dedicaban a los combates cuerpo a cuerpo) y crearon una confusión general que ayudó en gran medida al asalto final. Los tripulantes acabaron por abandonar el navío. Sir Roger les vio partir y retiró sus tropas antes de que el casco estallase en pedazos.
Sólo Dios y los santos más belicosos saben si aquella acción resultó decisiva. La flota aliada era menos numerosa que la del enemigo, tenía menos cañones y cada pérdida era terrible; por otra parte, nuestro ataque sorprendió al enemigo y tuvimos a los wersgorix entre nuestra flota y Darova, cuyos proyectiles más grandes podían alcanzar el espacio y destruir los navíos enemigos.
No puedo describir la aparición de san Jorge, pues no tuve el privilegio de tal visión. Sin embargo, más de un soldado digno de confianza juró que había visto al santo caballero descendiendo de la Vía Láctea en medio de una riada de estrellas, empalando los navíos enemigos con la lanza como si fueran simples dragones. Sea como sea, tras varias horas de las que apenas me acuerdo confusamente, los wersgorix abandonaron la partida. Se retiraron ordenadamente, tras haber perdido la cuarta parte de su flota, y no les perseguimos mucho trecho.
En lugar de ello, sobrevolamos la calcinada Darova. Sir Roger y los jefes aliados descendieron en una nave. En la gran sala central subterránea, la guarnición inglesa, negra de pólvora, agotada por días de combate, lanzó varias débiles aleluyas. Lady Catalina se tomó cierto tiempo para bañarse y ataviarse con sus mejores ropas para mantener su honor a salvo. Avanzó con paso de reina para saludar a los capitanes.
Pero, al ver a su esposo, cuya silueta se recortaba en la fría luz de la entrada, vestido con su armadura espacial totalmente abollada, su paso se hizo más titubeante.
—Mi señor…
Sir Roger se quitó el casco acristalado. Los tubos del aire molestaron ligeramente el gesto del caballero; se lo colocó bajo el brazo y dobló ante ella la rodilla.
—No —gritó mi señor—, antes bien: Mi señora y mi amor.
Lady Catalina avanzó como sonámbula.
—¿Es vuestra la victoria?
—No. Es vuestra.
—Y ahora…
Sir Roger se levantó, esbozó una mueca, pues las necesidades de la acción volvían a requerirle.