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– Esto es peligroso, Isabella -Su voz fue brusca. Un gruñido retumbó profundamente en su garganta, haciéndole sonar indomable, peligroso-. No deberías estar aquí.

– No hay necesidad de preocuparse, signore -Isabella sonaba divertida ante la trepidación de él-. No me comportaba de la forma propia de una dama en mi juventud, y el mio fratello, Lucca, me enseñó a dejar a un hombre incapaz de hacerme daño. Le aseguro que si le quisiera retorciéndose de dolor en el suelo, ciertamente defendería mi honor seriamente.

Se hizo un silencio mientras el corazón le latía a un ritmo rápido. Después un sonido suave y amortiguado empezó a subir de volumen. Risa. Cálida, contagiosa, real. Nicolai sacudió la cabeza, más bien sopresaltado ante el sonido de su propia risa. No podía recordar un tiempo, ni siquiera en su juventud, en el que hubiera reído. Ella no lo entendía. Gracias a la Madonna no entendía. Permanecía en pie ante él, su joven y hermosa cara inocente y sin malicia. Sus ojos estaba abiertos de par en par y le miraban con confianza, con un principio de afecto, con todo lo que alguna vez pudiera desear. Ella le estaba ofreciendo el mundo y las alegrías del paraíso. Él le ofrecía a ella muerte y los fuegos del infierno.

Su risa murió, parpadeó para contener algo húmedo que estaba obstruyendo su visión.

– ¿Tu hermano te enseño una forma de dejar a un hombre inofensivo? -Se frotó la mandíbula pensativamente, frotándose discretamente los ojos para limpiarlos de humedad-. No tenía noticias de eso, una pequeña criatura como tú capaz de lograr semejante hazaña. Me gustaría que me explicaras ese procedimiento con gran detalle.

Isabella estaba hipnotizada por él, totalmente hechizada. La risa de él había encontrado el camino profundamente hasta su corazón, alojándose allí, y haciéndolo su morada. Un débil color subió por su cuello y tintineó en su cara.

– Estoy segura de que sabe lo que quiero decir, signore.

– Creo que ya es hora de que me llames Nicolai. Si estás considerando reducirme a un montón contorsionado y dolorido en el suelo, será mejor que seamos amigos. Simplemente esperaba un demostración de este procedimiento. Desearía enseñar a toda mi gente algo tan útil, así todas las jóvenes podrían viajar sin protección y aliviaría las preocupaciones de sus padres.

Las pestañas de ella revolotearon, e Isabella retorció sus dedos.

– Se está ensañando conmigo, Don DeMarco.

– Ciertamente no, cara. Estoy bastante excitado con esta nueva forma de protección que permitirá que una mujer pequeña como tú provoque que un hombre de mi tamaño y fuerza caiga impotentemente al suelo. ¿Tu hermano, Lucca, te enseñó un truco tan útil y de valor tan incalculable? ¿Dime, Isabella, aprendió él semejante cosa de un maestro espadachín?

– Es usted imposible. Le imploro que se comporte antes de que me vea obligada a llamar a Sarina y haga que ella le de un buen tirón de orejas -Intento sonar severa, pero sus ojos estaban danzando, y sus labios se curvaban tentadoramente.

Él cruzó los brazos sobre su pecho, su mirada fija en la tentación de la suave boca de ella.

– Sarina cree que estás seguramente encerrada en tu habitación, una jovencita bien educada comprometida con su don.

Isabella se las arregló para lanzarle una mirada arrogante cuando en realidad quería reir.

– Puede curar esas horribles cuchilladas de su costado por sí mismo. Yo me voy a mi dormitorio y haré lo posible por olvidar esta discusión.

– He sido acusado de ser un caballero, Isabella, y debo insistir en escoltarte de vuelta a tu dormitorio -Se inclinó acercándose de forma que su alientro fue cálido contra el oído de ella-. No puedo tenerte merodeando en busca de tesoros ocultos.

Isabella creía estar a una distancia segura, pero en un momento él se las había arreglado para deslizarse bastante cerca. Era tan silencioso que asustaba a veces. Sin mirarle, volvió a colocar el tomo sobre el estante donde lo había encontrado.

– Si está demasiado asustado como para vagar por los salones solo, consentiré en acompañarle -Se enorgulleció de esa nota arrogante. La sintió justificada bajo esas circunstancias. Las burlas de él eran demasiado atractivas. No podía mirarle sin derretirse. Estaba en peligro de convertirse rápidamente en una de las mujeres que despreciaba, pegada a un hombre y mirándolo con abyecta adoración. Era demasiado humillante para soportarlo.

Nicolai colocó una mano sobre la pequeña espalda mientras caminaban juntos, lado a lado, saliendo de la habitación. Ella era agudamente consciente del calor de la mano tan cerca de su piel. El ondear de los músculo de él bajo la camisa. El silencio de sus pisadas. Su peso y la amplitud de sus hombros. Más que nada era consciente de su palma ardiendo a través de tu bata, marcándola.

Podía sentir el peso de la mirada de él, y mantuvo la cabeza agachada, un pequeño motín ya él parecía estar tomando el control de su vida tan rápidamente.

– Envíe mensaje de que tu hermano debía ser entregado a mi cuidado -dijo él repentinamente.

La cabeza de Isabella se alzó, y su mirada encontró la de él inmediatamente.

– ¿De veras? Gracias a la buena Madonna. He pasado tanto miedo por él. A Don Rivellio nada le gustaría más que verle muerto. Grazie, Signor DeMarco, grazie.

– Nicolai -corrigió él suavemente-. Di mi nombre, Isabella.

Ciertamente ella le debía mucho más que eso. Sus ojos brillaron hacia él; no podía evitarlo. Quería lanzarse a sus brazos y rodearle con ellos y besarle de nuevo.

– Nicolai, grazie. Por la vida del mio fratello.

– No me debes nada, cara -replicó él bruscamente, pero no pudo apartar su mirada de la fascinación de la perfecta boca de ella-. Rivellio es un poderoso enemigo y siempre ávido de más propiedades. Me sorprende que no intentara asegurar tus tierras ofreciéndote matrimonio.

Isabella miró directamente hacia adelante hacia los pasajes abovedados débilmente iluminados por una o dos velas en huecos en la pared.

– Lo ofreció -admitió ella, y una vez más empezó a caminar en dirección a su habitación-. Más de una vez. Le rechacé inmediatamente. Estaba muy enfadado. No lo demostró, pero pude verlo.

– Isabella -pronunció su nombre en la noche. Lo susurró. Su voz fue amable, incluso tierna-. Tú no eres responsable de lo que le ocurrió a tu hermano. Lucca eligió unirse a una rebelión secreta, y fue lo bastante tonto como para que le atraparan. Rivellio utiliza cualquier forma posible para conseguir las tierras que desea. No habría quedado satisfecho con tu dote; habría hecho asesinar a Lucca para lograr toda la finca.

Isabella dejó escapar el aliento lentamente.

– No pensé en eso. Por supuesto que lo habría hecho. Probablemente habría hecho que me asesinaran a mí también, así podría haberse casado con quien le aportara más riqueza.

– Sospecho que tienes razón. Permitiría que parara un tiempo decente primero, por supuesto. O eso o te habría encerrado a su conveniencia y habría dicho a todo el mundo que habías muerto. No es tan descabellado.

La idea la dejó helada. La forma casual y práctica con que lo había dicho la dejó helada. Isabella siempre había tenido la protección de su estatus, su derecho de nacimiento, nombre, y propiedad. Su familia la vigilaba protectoramente. Había oído de la brutalidad que podía sufrir una mujer a manos de un hombre sin principios, pero nunca había pensado mucho en ello.

Cuando llegaron a su dormitorio, la habitación estaba caldeada por el brillo de las ascuas del fuego. Isabella se mantuvo tranquila mientras localizaba el bálsamo, pero su estómago se retorcía ante las palabras de Nicolai. No sabía nada del don. Era más joven de lo que ella había pensado y mucho más guapo de lo que nunca podría haber imaginado. Poseía un carisma y encanto que encontraba cautivador. Su voz y sus ojos la hipnotizaban. Su magnetismo sexual era casi más de lo que podía resistir.

– Le he asustado, cara, con mis palabras irreflexibas. Puedo tranquilizarte, no tengo intención de encerrarte en una mazmorra mientras me caso con otras mujeres incautas por sus fortunas. Una esposa es suficiente para mí. Especialmente cuando es tan impredecible y ronda por mi palazzo, buscando mis tesoros.

– Se dice que se reúne usted con muchos hombres, aunque ellos no le ven.

Él le cogió el brazo, acercándola.

– ¿Quién te contó tal cosa? -Sus ojos dorados llameaban hacia ella, diminutas llamas ardían brillantemente en advertencia.

Isabella puso los ojos en blanco expresivamente, en lo más mínimo intimidada.

– Es de conocimiento común. Corren muchos rumores absurdos tanto dentro como fuera de este valle. Pero cuando obtuve audiencia con usted, permaneció principalmente entre las sombras -rió suavemente-. Acechando. Creo que estaba acechando entre las sombras.

La dura expresión de él se suavizó, y sus ojos rieron ante la broma. Sus voces eran suaves en la noche. Como si de acuerdo mutuo ninguno quisiera despertar algo adormilado que era mejor dejar en paz. Como si, estando en su propio mundo, estuvieran encerrados juntos en la oscuridad y compartieran algo intangible.

– Puedo haber estado acechando, a falta de una palabra mejor. Adoro la noche. Incluso de niño sentía que me pertenecía. -Sus ojos ardieron sobre ella, llamas ámbar brillando -La noche me pertenece, cara. Veo lo que otros no ven. La noche posee una belleza y fascinación y, más importante, una libertad que no pueden darme las horas diurnas. Estoy más cómodo en la noche.