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Él le estaba contando algo importante, pero ella era incapaz de captar el significado detrás de sus palabras. Recordando huidizamente a Sarina llamándole nocturno, Isabella levantó la mirada hacia la perfección de sus rasgos masculinos.

– Es usted antinaturalmente guapo -observó críticamente, sin malicia -pero no parace saberlo. ¿Por qué se mantiene tan apartado? ¿Es simplemente la costumbre en su castello? -Ella disfrutaba inmensamente de su compañía y esperaba que continuara siendo un compañero para ella.

Nicolai dudó, su primer momento de indecisión. Se pasó una mano por el pelo, su cuerpo se tambaleaba cuando alzó el brazo.

– Dejes conocer a las otras mujeres y empezar a aprender lo necesario para llevar el palazzo. No deseo una esposa solo de nombre. Espero que te tomes un interés activo en tu casa y sus gentes.

– Ayudaba a llevar las propiedades del mio padre, así que ciertamente no tendré ningún problema en aprender a llevar este -Este esa diez veces más grande que cualquiera que hubiera visto nunca, pero Sarina ya se mostraba amigable con ella, e Isabella estaba segura de que la mujer la ayudaría. Parecía una tarea intimidante, pero a Isabella le gustaban los desafíos, y tenía confianza en sus propias habilidades. Alzó la barbilla mientras tocaba el borde de la túnica de él-. Esperaba que compartiríamos algunas comidas -Muy gentilmente le alzó la camisa para revelar las marcas de garras donde el león había cortado su piel-. Sujete esto -. Le cogió la muñeca y presionó su palma contra la camisa para que la mantuviera en su lugar y lejos de las laceraciones.

Nicolai la estudió intensamente, las pupilas de sus ojos tan pálidos eran luminosas en la oscuridad. Los dedos de ella le rozaban la piel gentilmente, consoladoramente, demorándose solo un poco demasiado. Su cuerpo entero se tensó, apretó y dolió de deseo. Su aliento quedó atascado en la garganta, y su sangre se caldeó hasta formar una charca fundida. Arrancó la mirada de la cara de ella, de su tierna expresión. La forma en que le miraba era casi demasiado para soportarlo. Apretó los dientes con frustración, y un gruñido bajo escapó.

– Debería haber insistido en enviarte lejos.

La mirada de ella saltó a su cara.

– ¿Por qué? -La pregunta fue inflexible. Inocente. Demasiado confiada.

Eso le volvía loco.

– Porque quiero tenderte en la cama, en el suelo, en cualquier parte, y hacerte mía -Las palabras escaparon antes de poder detenerlas, antes de poderlas hacer retroceder. No sabía si había querido sorprenderla o asustarla o advertirla.

– Oh -La simple palabra se escapó suavemente.

No sonaba sorprendida o asustada. Sonaba complacida. Vio la sonrisa que Isabella intentaba esconder.

Ella mantuvo la mirada pegada a las lacerciones de las costillas, que igualaban a las del costado izquierdo de su cara.

– ¿Cómo se hizo esas marcas?

Nicolai dudó de nuevo, después suspiró suavemente mientras se relajaba.

– Estaba jugando con uno de los leones, y fui un poco lento. -Ella le estaba volviendo del revés, y no estaba preparado para la intensidad de sus emociones. Donde antes había querido que ella lo supiera todo, ahora siempremente quería que le desera más que a la vida.

Él estaba mintiendo. Isabella lo supo. Levantó la mirada a su cara seria. Era la primera vez que él le había contado una mentira directa. Sus pestañas eran largas, oscuras y espesas, absolutamente raras con sus ojos brillantes, ardiendo con tan feroz intensidad. Fue amable meintras untaba el bálsamo a lo largo de las laceraciones.

– Signor DeMarco, no me molesta el silencio, pero desapruebo las mentiras. Le pediría que reconsiderara mi petición si vamos a casarnos…

– Vamos a casarnos, Isabella -Era una orden, pronunciada con completa autoridad.

– Así va a ser así, signore, entonces le pediría que se abstuviera de hablar si se siente inclinado a decirme una falsedad. Quiero que me prometa que al menos considerará mi petición.

– Te diré esta verdad, Isabella -dijo él suavemente. El aire alrededor de ellos se inmovilizó, acumulando una poderosa carga. El peligro vibró entre ellos-. Al único al que deberías temer está de pie ante ti. Esto es cierto, una verdad absoluta. Presta atención a mi advertencia, cara. Nunca confíes en mí, ni por un solo momento, si valoras tu vida.

Isabella temía moverse. Temía hablar. Él creía cada palabra que había pronunciado. Había amenaza en su voz. Y pesar. Y arrepentimiento. Pero más que ninguna de esas cosas, allí estaba el anillo de verdad.

CAPITULO 7

Todos la estaban observando. Isabella intentó no prestar atención al principio, pero mientras Sarina le daba una vuelta por el palazzo, fue haciéndose más consciente de las miradas encubiertas y los susurros que la seguían de habitación en habitación. La atmósfera en la propiedad DeMarco era diferente a cualquier otra en la que ella hubiera estado, y decidió que era la genta la que marcaba la diferencia. Eran los sirvientes sobre todo, puliendo cada habitación hasta que brillaba, pero haciéndolo como si fueran los propietarios del palazzo. Su lealtad al don era profunda y parecía arraigada en cada hombre, mujer y niño que veía. La estudiaban intensamente. Ansiosamente. Cada uno de ellos hizo un alto para dedicarle una palabra de ánimo, algún cumplido al don. Dejaban claro que estaban ansiosos porque se quedara en el valle y se casara con su don. Isabella notó que se sonreían los unos a los otros, y todos parecían muy unidos. El castello debía haber sido un lugar feliz, pero, con su extrema sensibilidad, ella sentía una corriente subyacente de ansiedad.

Una sombra se erguía sobre toda la propiedad. Una ansiedad que acechaba justo bajo la superficie de aparente felicidad. Ojos que se deslizaban lejos de ella, ocultando secretos y trazos de miedo. Mientras atravesaba los grandes salones, las sospechas empezaron a penetrar por sus poros y empapar su corazón y alma. Era insidiosa, una diminuta alarma el principio, pero creció y se extendió como un monstruo de desconfianza hasta que incluso Sarina dejó de parecer una aliada, sino más bien una enemiga.

Isabella tomó un profundo aliento e hizo un alto, tirando de Sarina.

– Para un momento. Me siento enferma. Necesito sentarme -Le daba vueltas la cabeza, haciéndole imposible pensar con claridad. Parecía estar extrañamente de mal humor, deseando estallar con agitación contra cualquiera que estuviera cerca de ella. Estaban cerca de un hueco de escalera, e Isabella se sentó graciosamente en el escalón de abajo, presionándose las manos sobre las sienes latentes, intentando detener la rastrera enfermedad de desconfianza y sospecha.

Al momento el ama de llaves se detuvo e inclinó sobre ella solícitamente.

– ¿Es su espalda? ¿Necesita descansar? Scusi, piccola, me he apresurado a llevarla por el palazzo. Es demasiado grande, y quería que lo conociera todo para que así se sintiera más cómoda. Debí haber sido más cuidadosa, pero es tan fácil perderse aquí -Acarició el pelo de Isabella hacia atrás con una mano gentil-. Debo hacerselo saber a Don DeMarco al momento. Ha arreglado que las esposas de Rolando Bartolmei y Sergio Drannacia se encontraran con usted hoy. Desea que tenga amigas y se sienta cómoda aquí. Esta es su nueva casa, y todos queremos que se sienta bienvenida.

– No, estoy bien. Estoy ansiosa por conocerlas. -Concentrándose en la cara de Sarina, Isabella notó lo infantil y estúpida que estaba siendo. Vivir en un gran palazzo desconocido lejos de casa, sin nadie que conociera, debía estar afectando a sus nervios. Muy bien podría volverse del tipo de las que se desmayan si no tenía cuidado. Se obligó a sonreir-. De veras, Sarina, no parezcas tan ansiosa. Lo prometo, estaré bien.

– Signorina Vernaducci -Alberita hizo una reverencia ante ella, un gran logro cuando estaba barriendo enérgicamente hacia las paredes con una escoba-. Que bien verla de nuevo -Sonreía hacia Isabella incluso mientras saltaba entusiastamente hacia las telarañas.

Observando a la joven sirvienta saltar arriba y abajo, sin ni siquiera acercarse a los cielorasos, Isabella empezó a relajarse de nuevo. El ritmo normal de un palazzo estaba allí, apesar del enorme tamaño, apesar de las corrientes subyacentes. La pequeña Alberita, con todas sus travesuras, era parte de algo que Isabella reconocía. A una edad muy temprana ella había ayudado a llevar el palazzo de su padre. Más de una vez había tratado con sirvientes cuyo entusiasmo alegraba la finca mucho más que su contribución al trabajo. El extraño humor de Isabella se disipó mientras la felicidad burbujeaba hacia arriba dentro de ella.

Sarina suspiró ruidosamente.

– Esa nunca aprenderá -Aunque intentaba parecer severa, su tono rebosaba de regocijo. Ella e Isabella se miraron la una a la otra con total entendimiento. La risa se derramó entre ellas, y su diversión puso sonrisas en las caras de los sirvientes al alcance del oído.

Un sonoro crujido fue la única advertencia. Después el mango roto de la escoba de Alberita voló por el aire, justo hacia la cabeza de Isabella. Alberita chilló. Sarina empujó a Isabella. Isabella se encontró tirada en el suelo, y el mango de la escoba se hizo pedazos contra la pared justo sobre ella y cayó, rodando hasta golpear su cuerpo.