Sus manos se apretaron posesivamente sobre los brazos de ella. Eso era lo único que le mantenía anclado. Cuerdo. Era todo lo que evitaba que la arrastrara a su abrazo y la llevara en brazos a su guarida, donde podría ser indulgente con cada una de sus fantasía sobre ella. Los demás estaban charlando; oía sus voces pero como a gran distanca. Para Nicolai, solo existía Isabella y la tentación de su boca, de su cuerpo suave con sus lujuriosas curvas. Su risa y su mente rápida. Nadie más existía o importaba. Estaba empezando a obsesionarse. Estaba perdiendo el control rápidamente, y eso era inherentemente peligroso. Para un DeMarco, el control lo era todo. Completamente, absolutamente esencial.
Inclinó la cabeza hasta que su boca rozó la oreja de ella.
– Debería haber sido yo el que te rescatara, tu verdadero héroe. -Había un filo en su voz cuando había querido que hubiera humor.
Isabella no se atrevió a mirar a Nicolai, pero se inclinó contra su amplio pecho para mantener su oscura cabeza inclinada hacia la de ella.
– Simplemente me protegió de una escoba fugitiva. -susurró las palabras contra la comisura de su boca, su aliento jugueteó con los sentidos intensificados de Nicolai.
Había sabido que ella encontraría la forma de aligerar su corazón. Sus ojos danzaron con humor compartido, uniéndolos. Descubrió que podía respirar de nuevo. Sus dedos se cerraron en la nuca de ella, después vagaron hasta su hombro y bajaron por su espalda, un gesto que pretendía darle las gracias cuando no tenía palabras.
– Es un placer veros a ambas -dio él suavemente a las dos damas-, pero debo pedir que me excuseis, ya que tengo muchos deberes que atender.
Las esposas de sus capitanes miraban resueltamente al suelo, haciendo que Isabella rechinara los dientes una vez más. La mano de Nicolai se deslizó por el pelo de Isabella en una ligera carica.
– Sé feliz, cara mia. Te veré después.
Ella atrapó su muñeca atrevidamente.
– ¿No tienes tiempo para tomar una taza de té?
Se oyó un jadeo colectivo de sorpresa. Incluso los dos capitanes se pusieron rígidos. Isabella sintió que el color subía por su cuello y cara. Una pregunta tan simple era tratada como si hubiera cometido una terrible falta de etiqueta.
Nicolai ignoró a los demás, su visión, su mundo, se estrechó hasta que solo estuvieron ellos dos. Sus grandes manos le enmarcaron la cara, y su mirada vagó hambrientamente sobre ella.
– Grazie, piccola. Desearía tener tiempo. Por ti, cualquier cosa -Su voz sensual estaba llena de pesar-. Pero he tenido a varios emisarios esperando demasiado ya. -Inclinó la cabeza y rozó un beso contra la sien de ella, sus dedos se demoraron durante un momento sobre su suave piel. Bruscamente se giró y a su silencosa y mortal manera se alejó.
Isabella se giró para encontrar a las parejas observándola. Alzó la barbilla y fijó decididamente una sonrisa confiada en su cara.
– Parece que Cook ha preparado un banquete para nosotros. Espero que estéis hambrientos. Grazie, Capitanes, por brindame el placer de su compañía.
– Volveremos en breve -aseguró Rolando a su esposa-. También nosotros tenemos nuestros deberes que atender. -Palmeó la mano de su esposa tranquilizándola antes de alejarse.
Theresa le observó marchar. Estaba temblando visiblemente, sus ojos recorrían la habitación ansiosamente como si esperara que un fantasma saliera volando de las paredes. Violante miró hacia su marido con su mirada esperanzada. Cuando él simplemente se alejó sin volverse a mirar atrás, sus hombros se encorvaron. Casi al instante se recobró y sentó graciosamente.
– Sergio me dijo que la boda será dentro de un ciclo lunar. -Sus ojos se deslizaron especulativamente sobre la figura curvilínea de Isabella-. Debes estar… -Se detuvo lo bastante como para bordear la grosería-…nerviosa.
Theresa se presionó una mano contra la boca para ahogar un jadeo de sorpresa.
Isabella sonrió fríamente.
– Al contrario, Signora Drannacia, estoy muy excitada. Nicolai es de lo más encantador y atento. No puedo esperar a ser su esposa.
Sarina sirvó el té, una mezcla de hierbas y agua caliente, en las tazas. Mantuvo la mirada resultamente en su trabajo, pero Isabella notó que apretaba los labios.
– ¿No estás asustada? -aventuró Theresa.
– ¿Por qué tendría que estar asustada? Todo el mundo ha sido maravilloso conmigo. -dijo Isabella, fingiendo con facilidad abrir los ojos de par en par inocentemente-. Me han hecho sentir como en casa. Sé que seré feliz quí.
Sarina le lanzó una sonrisa encubierta mientras colocaba una bandeja de galletas sobre la mesa. El ama de llaves se desvaneció discretamente a segundo plano, dejando que Isabella se defendiera sola.
Apesar de su juventud, Isabella había estado en situaciones similares antes. Violante Drannacia era una mujer que se sentía amenazada. Estaba decidida a mantener su posición, real o imaginaria, deseando mantener el control sobre las otras mujeres del palazzo. También se sentía insegura de su marido y compelida a advertir a cualquier competidora. Isabella conocía bien las señales.
Violante se atusó el pelo, pareciendo superior y sabedora. Obviamente intimidaba fácilmente a Theresa. Se inclinó acercándose a Isabella y miró cautelosamente alrededor de la habitación.
– ¿No has oído la leyenda?
– Una historia fascinante. No puedo esperar para contársela a mis hijos en una noche oscura y tormentosa -improvisó Isabella. ¿Qué leyenda? se preguntó.
– ¿Cómo puedes soportar mirarle? -preguntó Violante, con mirada desafiante.
La sonrisa decayó en los ojos oscuros de Isabella. Se puso en pie, su joven cara arrogante.
– No cometa el error de olvidarse de sí misma, Signora Drannacia. Puede que yo aún no sea la señora aquí, pero lo seré. No permitiré que se difame a Nicolai de ningún modo. Yo le encuentro guapo y encantador. Si no puede usted soportar la visión de las cicatrices de su cara, cicatrices de un ataque horrible, le pediría que no visitara nuestra casa.
Violante se puso pálida. Se presionó una mano sobre el pecho como si su corazón hubiera revoloteado ante el ataque.
– Signorina, me ha malinterpretado completamente. Es imposible notar las cicatrices cuando se nos ha enseñado a no mirarle. Usted no es de este valle -Tomó un sorbo de té, sus ojos brillanban mientras examinaba la cara de Isabella-. Es innato en nosotros no mirarle directamente, por supuesto.
Requirió una gran cantidad de esfuerzo, pero Isabella mantuvo la compostura. Las mujeres sabían cosas que ella no, pero no daría ventaja a Violante Drannacia haciéndole preguntas personales concernientes al don o el palazzo.
– Qué afortunada soy -mantuvo una sonrisa en su cara mientras se giraba hacia Theresa-. ¿Puedo preguntale cuanto tiempo lleva casada, Signora Bartolmei? -Estaba secretamente complacida porque la mujer más joven había palidecido ante el comportamiento de Violante.
– Theresa -corrigó la esposa del Capitán Bartolmei-. Solo un corto tiempo. Siempre he vivido en el valle, pero no en la hacienda. Mi famiglia tiene una gran granja. Conocí Rolando cuando él estaba de caza-. Un sonrojo subió por su cuello ante el recuerdo o la admisión.
– ¿Los leones no molestaban tu granja? -preguntó Isabella.
Theresa sacudió la cabeza.
– Nunca había visto uno hasta que vine aquí al palazzo. -Una sombra cruzó su cara, y se retorció los dedos nerviosamente-. Los oíamos, por supuesto, en la granja, pero nunca vi uno en todos los años de mi vida.
– Theresa teme que uno se la pueda zampar -aportó Violante.
Isabella rio ligeramente, acercándose a Theresa.
– Creo que eso muestra sentido común, Theresa. Yo también preferiría evitar que me zamparan. ¿Has visto un león de cerca, Violante? No tenía ni idea de que fueran tan enormes. Sus cabezas son inmensas, creo que nosotras tres cabríamos en la boca de uno.
– Bueno -Violante se estremeció-. Una vez vi uno de cerca. Sergio estaba patrullando por el valle, y se detuvo cerca de nuestra casa para llevarme a dar un paseo. Creíamos estar solos. Nunca oímos ni un sonido. Simplemente nos topamos con él. -Lanzó una mirada tímida a Theresa-. Empecé a gritar, pero Sergio me puso una mano sobre la boca así que no pude pronunciar ni un sonido. Me aterraba que me comiera allí mismo.
Las tres mujeres se miraron las unas a las otras, después estallaron en carcajadas. Theresa se relajó visiblemente. Violante tomó un sorbo de té, arreglándoselas para parecer regia.
– ¿Qué estás haciendo sobre esta boda tuya, Isabella? ¿Puedo llamarte Isabella?
– Por favor hazlo. La boda -Isabella suspiró-. No tengo ni idea. Don DeMarco la anunció, y eso fue lo último que oí. Ni siquera sé cuando tendrá lugar. ¿Cómo fue tu boda?
Violante suspiró ante el recuerdo feliz.
– Fue el día mas hermoso de mi vida. Todo fue perfecto. El tiempo, el vestido, Sergio tan guapo. Todo el que era importante estaba allí -dudó-. Bueno, con la excepción de Don DeMarco. Se encontró con Sergio de antemano y nos entregó un magnífico regalo de bodas. Seguro que la costurera ha empezado tu vestido. Debe apresurarse -palmeó la mano de Isabella-. Nos encantará ayudar a planearla, si la tua madre no está disponible, ¿verdad, Theresa?