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– Debe ser difícil ser mayor que tu marido. Sergio Drannacia es guapo y encantador. Probablemente le preocupa que alguna mujer le atraiga y esté dispuesta a acostarse con él.

Francesca se retorció el pelo alrededor de un dedo pensativamente.

– No había pensado en eso. He visto a algunas de las mujeres flirteando con él -suspiró suavemente.- Eso sería dificil. Pero ella no es muy agradable, Isabella, así que es difícil sentir pena por ella. Ella no le quiere, ya sabes. Solo quería el título.

– ¿Cómo sabes que no le quiere? -preguntó Isabella, curiosa. Intentó sin éxito ahogar un bostezo.

– La oí. Le digo a su madre que tendría su propio palazzo, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Sedució a Sergio y después fingió temer estar embarazada. Por supuesto él hizo lo más honorable y se casó con ella, pero no hubo niño después, y no lo ha habido desde entonces. Creo que tiene miedo de que si su barriga crece, él no la desee.

– Si quería poder, ¿por qué no fue tras Nicolai? -Isabella no podía imaginarse mirando a otro hombre mientras Nicolai estuviera libre.

Francesca pareció sobresaltada.

– Todo el mundo tiene terror a Nicolai. Y Nicolai no es de los que se enamoran de una mujer porque le desnude los pechos. Ni permitiría que una mujer tratara a su gente injustamente o los recriminara por accidentes. No soportaría la vanidad de Violante. Mantiene a la costurera ocupada todo el tiempo, y nunca está satisfecha.

– Que triste. Creo que es posible que se haya enamorado de su marido -Isabella suspiró y se acurrucó bajo la colcha-. Hay una tristeza en sus ojos. Y desearía saber como ayudarla.

– Podría intentar sonreir de vez en cuando -señaló Francesca.-Eres demasiado amable, Isabella. Ella no está perdiendo el sueño por ti.

– También conocí a Theresa Bartolmei, y nuestro encuentro fue muy embarazoso. Su marido había intentado salvarme de la escoba caprichosa de Alberita, y me agarró por la muñeca, así que parecía como si me estuviera cogiendo de la mano -Isabella rió suavemente-. ¡Deberías haber visto sus caras, Francesca! ¿Conoces a Theresa?

– Desearía haber estado allí. Seguramente eso dio a Violante leña para sus chismes. Sin duda todavía está repitiendo la historia a Sergio.

– Él estaba allí. Y también Nicolai.

Francesca pareció sorprendida.

– ¿Nicolai? -respiró con respeto-. ¿Qué hizo él?

– Reir conmigo, por supuesto, solo que no delante de los otros. Sentí pena por Theresa, porque el incidente obviamente la sorprendió.

Francesca echó la cabeza hacia atrás.

– Siempre está llorando y llamando a su madre. Y no es muy buena con los sirvientes. Les molesta siempre que viene de visita. Y le aterra el don -Francesca dijo lo último con satisfacción.

– ¿Por qué iba a tener miedo de él?

La mirada de Francesca se apartó.

– Ya sabes. Una vez, cuando él mantenía su propia faz, ella quedó horrorizada por sus cicatrices. La oí decir a Rolando que la ponían enferma -puso los ojos en blanco-. Nicolai no debió malgastar energía permitiéndola verle.

– Ella no te gusta -Isabella tampoco se sentía muy dispuesta a que le gustara Theresa en ese momento.

Francesca se encogió de hombros.

– No está mal. Es terriblemente tímida y no muy divertida. No sé por qué Rolando la eligió. Una vez pasaron la noche aquí en el castello, y cuando empezaron los aullidos, chilló tan alto que incluso el don en su ala la oyó. Insistió en abandonar el palazzo, pero Rolando dijo que no y la hizo quedarse -Francesca rió.- ¿Por qué alguien tendría tanto miedo de un poco de ruido?

– Eso no es muy amable, Francesca -dijo Isabella gentilmente-. Tú estás acostumbrada al ruido, pero en realidad, la primera noche que pasé aquí, tuve miedo. Quizás comportarte como una amiga y ayudarla a superar sus miedos. Es joven y obviamente echa de menos a su famiglia. Deberíamos hacer lo que pudieramos por ayudarla a sentirse más cómoda.

– No es más joven que tú. ¿Qué crees que habría hecho si un león se hubiera arrastrado hacia ella de la forma en que lo hizo hacia ti cuando salvaste a Brigita y Dantel? Todo el mundo está hablando de tu coraje. Theresa se habría desmayado hasta morir. -Había una mofa en la voz de Francesca.

– ¿Qué habrías hecho tú? -preguntó Isabella tranquilamente. No podía admitir que ella se había desmayado cuando más la necesitaba Nicolai.

Francesca tuvo la decencia de parecer avergonzada.

– Me habría desmayado hasta morir también -admitió. Lanzó su sonrisa traviesa, asegurando que fuera instantáneamente perdonada -¿Por qué no te desmayaste tú?

– Sabía que Don DeMarco vendría. El león no quería matarnos, pero algo estaba mal. Algo… -Isabella se interrumpió, incapaz de poner en palabras exactamente lo que había sentido en el león.

Francesca tomó un profundo aliento mientras miraba alrededor ansiosamente.

– Es maldad -susurró, como si las paredes tuvieran oídos. La cabeza de Isabella se alzó, y miró a Francesca con sorpresa y alivio.

– ¿Tú lo sientes también? -instintivamente bajó su propia voz.

Francesca asintió.

– Los otros realmente no saben de ello, pero lo sienten a veces. Por eso te pusieron en esta habitación. Eso no puedo entrar aquí. Esta habitación está protegida. es muy peligroso, Isabella, y te odia. Quería decírtelo, pero no creí que me creyeras. Lo despertaste cuando entraste en el valle.

Un escalofrío bajó por la espina dorsal de Isabella. Había sentido la perturbación incluso en medio de su miedo al desconocido don y la salvaje tormenta. Francesca estaba diciendo la verdad.

– ¿Cómo está protegida esta habitación, Francesca? -Algo dentro de Isabella se quedó inmóvil. Estaba más asustada por la respuesta, temía saber ya la que sería.

– Esta ala es parte del palazzo original. Esta era la habitación de Sophia. ¿Ver las tallas? El don las hizo hacer para ella. Eso no puede entrar aquí. Esta habitación es el único lugar en el que estás realmente a salvo. Creo que la entidad tuvo algo que ver con tu accidente, cuando casi caes del balcón.

Isabella casi jadeó pero mantuvo la voz tranquila.

– ¿Cómo has oído eso? Creía que nadie lo sabía.

– Yo oigo cosas que los demás no. Si se susurra, yo lo sé. Creo que esta cosa ha arreglado más de un accidente para librarse de ti.

Bajo la colcha, Isabella se sintió a sí misma estremecer, su sangre de repente era como hielo.

– ¿Qué es?

Las lágrimas llenaron los luminosos ojos de Francesca.

– No lo sé, pero tú eres su enemiga. Por favor ten cuidado. No puedo soportar pensar en que te haga daño como hizo… -se interrumpió con un pequeño sollozo y saltó sobre sus pies, recorriendo media habitación hacia la entrada secreta, presionando una mano sobre su boca.

– ¡Francesca, no te vayas! No quería molestarte. Por favor, piccola, no estés triste. Piensa en la diversión que tendremos cuando Lucca venga a quedarse. Puedes ayudarme a alegrarle. Está muy enfermo y necesita absoluto descanso y entretenimiento.

Isabela echó hacia atrás la colcha, con intención de consolar a Francesca, pero la chica ya se había ido, tan rápido, tan silenciosamente, que Isabella ni siquiera la vio deslizarse a través de la pared. Isabella suspiró. El cuarto de Sophia. Por supuesto que su dormitorio tenía que ser el cuarto de Sophia. ¿qué podría ser más apropiado? ¿O más aterrador? ¿Qué decía la maldición? Esa historia se repetiría una y otra vez. El marido de Sophia había empezado amándola, pero al final le había fallado, y la había condenado a muerte. Nicoali creía eso, como DeMarco, él era parte de esa terrible maldición, que al final la destruiría.

¿Y Francesca? ¿Cómo sabía lo del accidente del que nadie había hablado? Ella tenía acceso a la habitación de Isabella.

Y había sido una voz femenina la que la atrayera a la escalera de servicio. Seguramente Francesca no era una enemiga. Isabella cerró los ojos. No quería pensar así, no quería sospechar de Francesca.

Isabella finalmente se durmió, pero soñó con lobos y enormes leones. Con cadenas arrastrándose y el aullido de fantasmas. Canturreando. Palabras en un lenguaje que no entendía. Soñó con Nicolai besándola, abrazándola, sus rasgos feroces suavizados por el amor. Fue tan vívido que le saboreó, olió su salvaje fragancia. Él se apartó bruscamente, sus ojos dorados como llamas rojas. Vestía una expresión demoníaca mientras la sacaba a la fuerza a un campo. La ató a una larga estaca y encendió un fuego mientras figuras sombrías danzaban en círculo alrededor de ella. Los lobos miraban ávidamente y los leones rugían aprovadoramente. Oyó el cacareo de una risa estridente, mujeres bailando alegramente con un fluir de faldas mientras ella suplicaba piedad. Francesca estaba allí, sonriendo serenamente, bailando alrededor con los brazos alzados como si tuviera un compañero. Entonces el fuego se apagó, e Isabella estaba arrodillada con la cabeza gacha, agradeciendo estar viva. Una sombra cayó sobre ella. El Capitán Bartolmei le sonreía mientras Theresa y Violante cantaban suavemente y Francesca batía palmas con deleite. Todavía sonriendo, el capitán alzó su espada y la balanceó hacia su cuello. Isabella gritó de terror, el sonido la sacó de su pesadilla. Una mano capturó sus brazos que se agitaban violentamente.