– ¿En qué estás pensando? -preguntó él bruscamente.
– En que mi sitio está aquí contigo. Esto es correcto, como tiene que ser. Soy feliz contigo. -Suspiró suavemente- Hecho de menos a Lucca y mi finca, pero quiero estar aquí contigo. Mi casa era un lugar feliz la mayor parte del tiempo… si podía mantenerme fuera del camino del mio padre -dijo desamparadamente-. Yo le quería, pero él era distante y me desaprovaba. Nunca le parecí valiosa.
La tristeza en su voz se retorció en las entrañas de Nicolai como un cuchillo. Rodó, llevándola con él para poder sentarse contra la pared, acunándola en su regazo, sus brazos protectores.
– Yo creo que eres más valiosa de lo que es posible que él supiera jamás. Tuviste el valor de acudir a mí cuando la mayor parte de los hombres rehusan entrar a este valle -Le besó la coronilla-. Salvaste la vida de tu hermano, Isabella.
– Eso espero. Espero que llegue aquí y se recobre completamente -sus ojos ocultaban sombras-. Pero después tendrá que afrontar lo que nosotros no queremos afrontar. Que hay un león que a cada paso busca derrotarnos.
– No un león -protestó él -La maldición. Un león es simplemente una bestia inteligente, no es necesariamente malvado sino que actua institivamente.
Sus palabras le dijeron a Isabella que se veía a sí mismo en parte bestia. La esperanza que estaba floreciendo en ella uorió calladamente. Un estremecimiento la atravesó.
– Como tu instinto te dirá que me mates.
Él la sostuvo entre sus brazos, acunándola protectoramente, apartándole mechones de pelo de la cara.
– Encontraremos un modo, Isabella. No pierdas la esperanza conmigo. Encontraremos un modo. Te lo prometo. La bestia estuvo cerca esta vez, pero no ganará.
Pensó que estaba equivocado, pero no digo nada. La bestia ya había ganado. Nicolai la aceptaba en su vida, como parte de quién y qué era. Siempre había aceptado su legado, siempre había sabido que tomaría una esposa que le proporcionaría un heredero. Que le proporcionaría a otro guardían para los leones y el valle. Y algo dispararía que el león la matara. Él no creía que sus fuerzas combinadas y el amor pudieran superar a la bestia, la maldición.
Cerró los ojos por un momento y se apoyó contra su calidez. Contra su fuerza. Era la primera vez que se sentía tan cerca de la derrota. Era la primera vez que crecía que marido podría realmente asesinarla.
Al momento deseó alejarse de él, del palazzo donde todas las cosas la conducían de vuelta a él. Necesitaba a su hermano. Necesitaba normalidad. No podía permitir que la desesperación la atrapara.
– Tienes obligaciones, Nicolai, y yo necesito aire fresco. No he visto a mi yegua, y creo que la llevaré a dar un paseo corto.
Él se movió, un hombre poderoso con demasiado conocimiento en sus ojos ámbar.
– Móntarla antes de que se acostumbre al olor de los leones sería peligroso, cara, y necesitarás una escolta cuando desees viajar por estas montañas y valles. Sin embargo, estoy seguro de que tu caballo agradecerá una visita en los establos. Están dentro de los muros exteriores del castello, y deberías estar perfectamente a salvo.
Perfectamente a salvo. Nunca volvería a estar a salvo. Pero estaba cansada de discutir, demasiado cansada para hacer nada más que ponerse cansadamente en pie intentando enderezar sus ropas. No pudo mirarle mientras se ponía en de pie junto al fuego reparando el daño ocasionado a su pelo. Le oyó vestirse, peinando su propio pelo a una semblanza de orden. Cuando sintió que podría dejarse ver sin invitar a la especulación o el comentario, se giró para salir.
Nicolai la cogió en la puerta, temiendo por un instante dejarla abandonar su lado, temiendo perderla. Le enmarcó la cara con las manos y la besó ruidosamente, la besó hasta que ella le devolvió el beso y se combó derrotada contra él. Cuando ella se hubo marchado, se apoyó contra la puerta largo tiempo, con el corazón palpitando de miedo y el aliento estrangulado en la garganta.
Isabella se apresuró a su dormitorio para cambiarse de ropa. Su apariencia todavía revelaba demasiado evidencia de la posesión de Nicolai, aunque temía mostrar más en sus ojos que en su ropa. Cuando estuvo satisfecha de que el atuendo escogido no levantaba sospecha… su traje de equitación… se abrió paso hacia el piso bajo para localizar a Betto. Inmediamente él le dio instrucciones sobre como encontrar los establos. Le ofreció una escolta, que ella cortésmente declinó, deseando algo de tiempo para aclararse la cabeza y las ideas. La tristeza de su sentencia estaba empezando a pesar demasiado sobre sus hombros, y necesitaba espacio para respirar.
Isabella inhaló el fresco y límpido aire, agradeciendo estar al aire libre. Los establos estaban dentro de los muros exteriores pero a alguna distancia del palazzo. Se colocó su capa y se adentró en el camino, pisoteado por numerosos sirvientes y soldados, que conducía hacia la ciudad. Siguió el sendero hasta que este viró alejándose de la dirección deseada. La idea de la ciudad tiraba de ella, pero giró hacia los establos. Había pasado mucho tiempo desde que había visto a su yegua. El camino hacia los establos había sido pisado por muchos pies, pero no era tan amplio o bien trazado como el que conducía a la ciudad, y la nieve parecía caer en sus zapatos sin importar lo cuidadosamente que caminara.
Antes de poder entrar en el largo edificio que alojaba a los caballos, captó un viztazo de hombres guiando a sus corceles de acá para allá a través de los campos. Cada uno de los animales tenía una tela atada alrededor de los ojos y pezuñas. Algunos se apartaban nerviosamente, y otros tiraban de sus cabezas de forma díscola. Los hombres los tranquilizaban, hablándoles quedamente, palmeándoles mientras paseaban de acá para allá y rodeando el campo continuamente.
Intrigada, Isabella se acercó, cuidando de mantenerse bien apartada de la acción. Alguien gritó, ondeando una mano, y señaló hacia un caballo joven que estaba relinchando y resoplando, su cuidador claramente estaba teniendo problemas haciendo frente a sus miedos. Ante las instrucciones gritadas, el soldado tomó un agarre más firme de la brida, tranquilizando al animal, hablándole consoladoramente. Isabella reconoció a Sergio Drannacia dirigiendo las actividades.
Esperó al borde del campo hasta que él la advirtió.
Al momento su cara se iluminó. Dijo algo al hombre que estaba a su lado y comenzó a avanzar a zancadas hacia ella.
Mientras se acercaba, ella sonrió y saludó.
– ¡Sergio! ¿Que estáis haciendo con los caballos? ¿Por qué les envolvéis los pies, y por qué les cubrís así los ojos?
Él se apresuró hacia ella. Su hermoso uniforme acentuaba su buena apariencia juvenil.
– Isabella, que maravillosa sorpresa -Sonriendo hacia ella, le tomó la mano y se la llevó galantemente a los labios – ¿Qué haces vagando por aquí afuera?
Ella retiró la mano y le rodeó para observar los caballos que estaba siendo paseados arriba y abajo por el campo.
– Quería visitar a mi yegua en el establo. Betto me aseguró que estaba bien cuidada, pero la echo de menos. El mio fratello, Luca, me la regaló, y ahora mismo ella es todo lo que me queda de la mia famiglia. -Su voz era triste mientras miraba hacia los campos.
– Ven a ver -invitó Sergio, tomándola del codo para escoltarla-. Estamos entrenando a los caballos para la batalla. No podemos tener a una hermosa mujer alicaida en un día como este.
– ¿Los caballos no están ya entrenados? Estaban preparados cuando intentamos salir del valle, ¿verdad?
Él se encogió de hombros.
– Fue una mala experiencia para ellos. Intentamos criarlos con el olor y los sonidos de los leones para darnos más de una ventaja si fueramos atacados. Requiere gran paciencia por nuestra parte y gran valor por parte de los caballos; los leones son sus enemigos naturales, normalmente los ven como una presa. El incidente cerca del paso fue una recaída para los caballos, cuando uno de los leones se rebeló. Por si no lo notaste, nuestras monturas estaban nerviosas mientras montábamos hacia el paso, pero aguantaron firmemente. Los leones estaban paseando a nuestro lado justo fuera de la vista.
– Pero los caballos se asustaron.
– Solo cuando los leones comenzaron a tomar posiciones de ataque. Los caballos tienen la bastante experiencia como para saber que los leones nos estaban advirtiendo que nos alejaramos del paso. Ahora, sin embargo, es imperativo reentrenarlos y acostumbrarlos a viajar con los leones cerca.
– ¿Y las envolturas de los cascos?
– Para el silencio. Encurtimos y estiramos pieles. Los tiempos son inciertos, y nuestro valles es rico en comida y tesoros. Aunque los acantilados y el estrecho paso nos protegen, demasiados miran nuestro valle con envidia. Así que entrenamos duro y con frecuencia. Hemos luchado con éxito contra cada enemigo, pero continuarán intentando tomar nuestras tierras.
– ¿Estáis preocupados por algo en particular? -Sintió una súbita tensión en el pecho, un súbito conocimiento. Veía demasiados caballos para que esto fuera un simple ejercicio de entrenamiento-. ¿Esto es porque Don Rivellio ha enviado a sus hombres junto con el mio fratello a el valle? ¿La finca está en peligro a causa de nosotros?
Él le sonrió gentilmente, una sonrisa masculina de superioridad para tranquilizarla.
– Ningún enemigo conseguirá atravesar el paso hasta el valle y vivirá para contarlo. Serán enterrados aquí, y nadie volverá y contará la historia. Así nos sumamos a la legenda del valle.