La comida olía maravillosamente, el estómago vacío de Isabella se retorció, pero clavó los ojos en la bandeja suspicazmente.
– Le dije anoche que mi asunto es urgente. Debo ver al don inmediatamente. ¿Él ha accedido a una audiencia?
– Hoy más tarde. Él es nocturno y raramente ve a nadie en la mañana a menos que sea una horrenda emergencia -respondió Sarina tranquilamente. Colocó la bandeja sobre la mesita delante del fuego.
– Pero esto es una emergencia -dijo Isabella desesperadamente. ¿Nocturno? Dio vueltas al extraño concepto una y otra vez en su cabeza, intentando darle sentido.
– No para él -señaló Sarina-. No cambiará de opinión, signorina, así que bien podría comer ahora que tiene oportunidad. La comida es excelente y sin ninguna hierba para ayudarla a dormir. -Cuando Isabella continuó mirándola fijamente, suspiró suavemente-. Vamos, piccola, necesitará fuerzas para lo que la espera.
Isabella cruzó la habitación reluctantemente para quedarse junto a la silla.
– No pude encontrar mi ropa, así que me puse uno de los vestidos que encontré en el guardarropa, signora. Confío en no haber hecho mal.
– No, el Amo trajo los vestidos para usted, cuando supo que el suyo había quedado arruinado en el viaje. Siéntese, signorina, y coma. Me ocuparé de su cabello. Tiene un pelo tan hermoso. Mi hija habría tenido su edad. La perdimos en un accidente. -Había una tirantez en su voz, y aunque la mujer mayor estaba detrás de la silla donde Isabella se había sentado, supo que el ama de llaves se había presignado.
Al menos no todos eran adoradores del diablo en este valle. Isabella suspiró aliviada.
– Lamento su pérdida, signora. Solo puedo imaginar lo terrible que sería perder a un hijo, pero la mia madre murió de fiebres cuando yo tenía seis años, y el mio padre fue arrebatado del hogar por un accidente de caza. Ahora solo tengo al mio fratello. Y no quiero perderlo también.
No añadió que ella y Lucca creían que el accidente de caza de su padre, que subsecuentemente había causado su muerte, no había sido ningún accidente sino un intento serio por parte de su vecino, Don Rivellio, de empezar a apropiarse de sus tierras.
– Conoció usted al mio sposo, Betto, anoche cuando llegó. Se ocupó por usted de su caballo. El animal estaba muy cansado. Es un buen hombre, y si necesita algo, él la ayudará. -Sarina bajó la voz, casi como si pensara que las paredes tuvieran oídos. Como si fuera una conspiradora.
Isabella cerró las manos alrededor de la taza de té. Inhaló profundamente pero no encontró ningún rastro de ninguna hierba que pudiera identificar como medicinal.
– Parecía muy agradable, y fue amable conmigo -Levantó la mirada hacia Sarina-. ¿Entró Don DeMarco anoche en mi habitación mientras yo dormía?
Sarina se tensó, sus manos se inmovilizaron mientras colocaba los platos más cerca de la silla de Isabella.
– ¿Por qué pregunta semejante cosa?
– He tenido extraños sueños, que usted estaba aquí en mi habitación y él entraba.
– ¿Está segura? ¿Qué aspecto tenía él? -Sarina empezó a poner en orden la cama, dando la espalda a la joven.
Isabella creyó ver que las manos del ama de llaves temblaban. Tomó un cauteloso sorbo de té. Estaba dulce, caliente y sabía perfectamente.
– No pude ver su cara. Pero parecía… enorme. ¿Es un hombre grande?
Sarina mulló la colcha, después la alisó cuidadosamente.
– Es alto y enormemente fuerte. Pero se mueve… -Se interrumpió.
– En silencio -ayudó Isabella pensativamente, casi para sí misma-. Estuvo aquí anoche, en esta habitación, ¿verdad?
– Quería asegurarse de que usted no habría sufrido ningún daño en su viaje -Sarina la animó a comer, empujando el plato hacia ella-. Nuestra cocinera se molesta mucho cuando no comemos lo que prepara. Ya devolvimos su comida anoche. Ha preparado esto especialmente para usted. Por favor inténtelo.
Isabella no había comido una auténtica comidad desde hacía mucho, casi temía probar un bocado. Su estómago protestó al principio, pero después el extraño pastel dulzón se fundió en su boca, y descubrió que estaba hambrienta.
– Está bueno -alabó en respuesta a la expresión expectante de Sarina- ¿Qué fue ese terrible grito que oí? Eso no fue un sueño sino alguien mortalmente herido -Era renuente a hablar incluso a Sarina de la visita de Francesca, insegura de si metería en problemas a la joven. Le gustaba Francesca y necesitaba al menos una aliada en el castello. Sarina era dulce, y muy buena con ella, pero su lealtad era definitivamente para Don DeMarco. Todo lo que Isabella dijera, todo lo que hiciera, sería cumplidamente informado. Isabella aceptaba eso como un deber de Sarina. Su padre había sido don de su gente. Ella conocía la lealtad que el título conllevaba.
– Esas cosas pasan. Alguien fue descuidado -Sarina encogió sus delgados hombros casi despreocupadamente, pero cuando se dio la vuelta, Isabella vio que su cara estaba pálida y sus labios temblaban-. Debo irme. Volveré a por usted cuando sea el momento. -Ya estaba a medio camino de la puerta, estaba claro que no deseaba continuar la conversación. Antes de que Isabella pudiera protestar, la puerta fue firmemente cerrada, y oyó la llave girar en la cerradura.
Isabella pasó gran parte de la mañana tomando una siesta. Todavía estaba cansada y exhausta a causa de su agotador viaje, y cada músculo de su cuerpo parecía doler. Había estudiado cada centímetro de la habitación y los cristales tintados y de nuevo había buscado pasadizos ocultos, después finalmente se lanzó sobre la cama. Estaba profundamente dormida cuando Sarina volvió, y tuvieron que apresurarse, Isabella arreglando su apariencia arrugada, Sarina arreglándole el pelo y cloqueando como una gallina.
– Debe apresurarse, signorina. No querrá hacerle esperar demasiado. Tiene muchas citas. Usted no es la única.
– No quise quedarme dormida -se disculpó Isabella. La mujer mayor le abrió la puerta, pero Isabella era repentinamente renuente a dar un paso hacia el pasillo, recordando la terrible y sobrecogedora nube de maldad que había encontrado la noche anterior.
Isabella era "diferente". Lucca le había dicho que guardara sus extrañas premoniciones y rarezas para sí misma, sin permitir nunca que nadie supiera que era "sensible" a cosas más allá de lo que el ojo podía ver. Pero Lucca y su padre habían confiado en sus presentimientos cuando buscaban aliados, cuando buscaban a otros para unirse a sus sociedades secretas con vistas a proteger sus tierras de los continuos asaltos de gobernantes externos.
– Signorina -dijo Sarina suavemente-. No podemos arriesgarnos a que llegue tarde a su cita. Él no le concederá otra.
Isabella tomó un profundo aliento y siguió a Sarina puertas afuera, palmeando a los ángeles para que le dieran buena suerte mientras pasaba junto a ellos. Levantó la mirada justo cuando una joven sirvienta le tiraba agua de un caliz de oro a la cara. El agua salpicó sus mejillas para chorrear por el escote de su vestido. Isabella se detuvo en el acto, mirando con sorpresa entumecida a la chica que estaba de pie ante ella.
Un súbito silencio cayó cuando todo trabajo cesó y los sirvientes jadearon con horrorizada fascinación. El agua continuó chorreando por el vestido de Isabella, corriendo entre sus pechos como gotas de sudor.
– ¡Alberita! -Sarina reprendió a la chica, frunciendo el ceño severamente, aunque la risa era evidente en sus chispeantes ojos-. ¡El agua bendita se rocía sobre una persona, no se le tira en la cara! Scusi, Signorina Isabella. Es joven e impulsiva y no siempre escucha bien. El agua bendita era para su protección, no para su baño.
Alberita efectuó una leve reverencia en dirección a Isabella, boqueando con horror, con la cara cenicienta, y lágrimas en los ojos.
– ¡Scusi, scusi! La prego no se lo diga al Amo.
– Estoy más que agradecida por la protección, Alberita. Debería ir al encuentro de mi destino sin miedo en el corazón. Seguramente tengo protección extra contra cualquiera que pudiera desear hacerme daño -Isabella tuvo que luchar para evitar la risa.
Sarina sacudió la cabeza y limpió cuidadosamente la cara de Isabella.
– Es bueno que sea usted tan comprensiva. La mayoría habría exigido que fuera azotada.
– Yo no tengo más estatus que usted, signora -confesó Isabella, desvergonzada-. Y no creo en los azotes. Bueno, -murmuró por lo bajo-, quizás a Don Rivello le vendrían bien unos buenos azotes.
La boca de Sarina se retorció, pero no sonrió.
– Vamos, no debemos llegar tarde. Don DeMarco tiene una agenda apretada. Ciertamente es usted apropiadamente considerada.
Isabella la miró, segura de que la mujer mayor se estaba riendo de ella, pero Sarina dirigía el camino a través de amplios corredores y pasajes abovedados. Se apresuraron pasando junto a varios sirvientes que trabajaban. Notó que todos ellos la miraban con caras solemnes, algunos con tensas sonrisas. Todos hicieron el signo de la cruz hacia ella como si la bendigeran.
Agua bendita y bendiciones de los sirvientes. Isabella se aclaró la garganta.
– Signora, ¿Don DeMarco es miembro de la Santa Iglesia? -Se voz vaciló un poco, pero Isabella estaba orgullosa del hecho de que se las hubiera arreglado para pronunciar las palabras sin tartamudear. Tenía el mal presentimiento de que quizás todos los rumores sobre el don eran verdad después de todo. Envió una rápida y silenciosa plegaria porque Don DeMarco y Dios estuvieran en buenos términos.