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Isabella no podía soportar la visión de los esbeltos hombros de Francesca sacudiéndose mientras la chica lloraba. Envolvió sus brazos consoladores alrededor de ella.

– Francesca, no lo sabes seguro. Quizás no fuiste tú. Un león rebelde fue tras de mí en el valle y de nuevo aquí en el castello. Ambas veces sentí la presencia de la entidad.

Francesca se puso rígida, después se derrumbó en los brazos de Isabella. Chilló como si su corazón se estuviera rompiendo. Sobre la cabeza de Francesca, Isabella vio a su hermano agitado, sus pestañas revoloteando, su expresión era preocupada. Sacudió la cabeza en advertencia, y él volvió a cerrar los ojos sin protestar. Abrazando a Francesca, acariciándole el pelo, observó a Lucca regresar al sueño intranquilo.

– Shhh, ahora, todo está bien, piccola -dijo cuando el llanto de Francesca no mostró signos de amainar-. Todo irá bien.

– ¿Por qué me hablaría Nicolai así? Sonaba tan frío -Levantó la cara arrasada por las lágrimas para contemplar a Isabella-. Sé que cree que estoy loca, pero que piense que deseo tu muerte… -Se interrumpió miserablemente.

– Lo siento, Francesca -murmuró Isabella-. Sé que él no quería herirte. Creo que Nicolai tiene miedo de lo que pueda hacerme él. Eso le está carcomiendo, así que me defiende de todo lo demás.

– Lo veo cada noche -murmuró Francesca, lanzando una mirada rápida hacia la cama, para asegurarse de que Lucca permanecía dormido-. Una y otra vez veo al mio padre desgarrando a la mia madre en trizas. Había tanta sangre. Era como un río rojo allí en el patio -Los sollozos la sacudieron de nuevo.

Isabella apretó su abrazo, sabiendo que Francesca era la niña de cinco años reviviendo el horror que había cambiado su vida para siempre.

– Yo estaba congelada. No podía apartar la mirada. El mio padre giró la cabeza y miró a Nicolai. Yo sabía que iba a matarle también. Él no me miró; no me vio allí. El mio padre solía llevarme por el palazzo, haciéndome girar en círculos. -Francesca se cubrió la boca cuando otro sollozo emergió, lacerante, doloroso, desgarrado de las profundidades dentro de ella-. Le quería tanto, pero no podía permitirle llevarse a Nicolai. Así que llamé a los leones, y ellos mataron al mio padre. No podía permitirle tener a Nicolai -Los grandes ojos oscuros miraron hacia Isabella en busca de perdón-. Lo ves, ¿verdad? No podía permitirlo.

– Yo te lo agradezco, Francesca, como estoy segura de que te lo agradece tu padre. Hiciste la única cosa que podías hacer, una decisión que ningún niño debería tener que hacer. Nicolai no duerme de noche tampoco. Él no olvida, y se culpa a sí mismo por no salvar a tu madre.

– ¿Pero cómo podía haberla salvado? -protestó Francesca.

– ¿Y cómo podías tú no salvar a tu hermano? -Isabella le besó la coronilla-. Nosotras pondremos orden en esto, piccola. Ahora no más lágrimas.

Francesca lanzó una sonrisa macilenta.

– No puedo recordar haber llorado antes.

Isabella rió suavemente.

– Tú haces las cosas a lo grande -observó ella-. Este, por cierto, es el mio fratello, Lucca.

Francesca agradeció volver su atención hacia el hombre dormido. Este parecía joven y vulnerable en su sueño, las líneas grabadas en su cara, visibles pero suaves en el reposo. Sin pensarlo conscientemente tocó el mechón gris en su pelo oscuro-. Ha sufrido, ¿verdad? Ese despreciable Rivellio le ha torturado.

Isabella contuvo el aliento. Por supuesto que Lucca había sido torturado. Rivellio nunca habría dejado pasar la oportunidad de infligir tanto dolor como fuera posible a un Vernaducci. No se había permitido a sí misma pensar demasiado estrechamente en las atrocidades que su hermano había sufrido a manos del don. Asintió, extendiendo la mano para tocar el brazo de él, su cara, solo para asegurarse por sí misma de que realmente estaba allí.

– ¿Todavía confiarás en mí para vigilarle? -Los dedos de Francesca acariciaban la cinta de gris en su pelo-. Te lo juro, cuidaré de él -Se mantuvo ella misma inmóvil, esperando ansiosamente una respuesta.

Isabella no cometió el error de dudar. Cada onza de ella era consciente de que Francesca era extremadamente frágil, y una palabra equivocada podría destrozarla.

– Con todo mi corazón, te agradeceré que me ayudes a devolverle su salud o hacer sus últimos días más cómodos.

La boca DeMarco se apretó tercamente.

– No serán sus últimos días -juró Francesca-. No permitiré que nada le ocurra.

– Eso está en manos de la Madonna -se recordó Isabella a sí misma y a Francesca.

Francesca la abrazó otra vez.

– Tengo que irme. Me veo horrible, y no quiero que el primer vistazo que me eche el tuo fratello le envíe gritando bajo la colcha.

– Dudo que ocurriera eso… tu sei bella -Isabella se inclinó para besarle la mejilla mientras le aseguraba a Francesca que era hermosa-. Pero entiendo la necesidad de verse perfecta cuando se conoce a un hombre guapo por primera vez -Tocó el brazo de su hermano porque no podía dejar de asegurarse a sí misma que estaba con ella.

– Vivirá -prometió Francesca. Levantándose de un salto, se retiró al pasadizo, dejando un silencio atrás.

Una suave risa escapó de debajo de la colcha.

– Eres la misma, hermanita, tu corazón compasivo es inconfundible -La voz de Lucca era adormilada, muy lejana, como si las hierbas en el té le hubieran dejado a la deriva-. Sus lágrimas eran genuinas. Me desgarraron hasta que deseé abrazarla. ¿Quién es?

– Francesca es la hermana menor de Don DeMarco. Creía que estabas dormido -Isabella intentó recordar qué se había dicho. No quería a Lucca ansioso por su relación con Nicolai.

– Estaba dormido, dentro y fuera, y la mayor parte de lo que oí no tenía sentido para mí. Creo que mezclé mis sueños con la realidad, pero alguien debería ocuparse de ella. Ninguna mujer debería tener que soportar tanta pena.

– Duerme, mio fratello, estás seguro aquí, y nadie es más feliz que la tua sorella. -Isabella le besó la sien y le apartó el pelo de la cara, agradeciendo poder sentarse junto a él y ver por si misma que estaba vivo. Después de un tiempo, apoyó la cabeza sobre la colcha y, sosteniendo su mano, se permitió a sí misma dormir.

Casi saltó fuera de su piel cuando una mano apretó su hombro. Nicolai. Conocía su tacto. Su fragancia. La calidez de su cuerpo. Él se inclinó para besarle la coronilla a forma de saludo. Su mano le dejó una caricia en el pelo.

– La sanadora dice que Lucca necesitará mucho cuidado. Más del qué tú puedes darle sola. Sarina te ayudará, pero necesitarás a otro que se quede con él durante la noche -Su voz evidenciaba una callada orden. Tiró de ella para ponerla en pie y al abrigo de su alto y musculoso cuerpo-. Sé que deseas quedarte a su lado día y noche para asegurar su recuperación, pero te enfermarías tu misma, y tu hermano no querría eso. Sabes que tengo razón, Isabella.

Isabella estaba demasiado agradecida por la vida de su hermano como para molestarse por que Nicolai estuviera dictando los términos del cuidado de Lucca por ella.

– He pedido ayuda a una amiga. Ella pasará las noches vigilándole por mí -Isabella deslizó sus brazos alrededor de la cintura de Nicolai. No sé como agradecerte apropiadamente lo que has hecho. No sé como pagártelo. -Apoyó la cabeza sobre su pecho, su oído sobre el firme latido del corazón. El amor fluyó, abrumándola haciendo que se sintiera débil por él. Supo en ese momento que amaba a Nicolai sin reservas, incondicional y completamente.

– Lucca es toda la familia que tengo en el mundo, y tú me lo has devuelto -Inclinó la cabeza para mirar al don, este hombre al que amaba más de lo que nunca había creído posible. Este hombre que creía que algún día podría destruirla.

Los brazos de él se apretaron a su alrededor.

– Tienes más que al tuo fratello, cara mía. Nunca olvides eso -Su voz fue gentil, un sonido suave y retumbante que pareció rezumar en su corazón y alma.

La pureza de sus sentimientos por él la sacudieron. Miró hacia arriba a esos ojos extrañamente coloreados, cautivada por él, atrapada por la intensidad que veía allí. Sus palabras le trajeron el recuerdo de las manos sobre su cuerpo, su boca tomando posesión de la de ella. Más que eso, las palabras trajeron la sensación de él envuelto a su alrededor, sus brazos sujetándola fuerte mientras vagaban hacia el sueño juntos. Con Nicolai, conocía una sensación de paz, de ligereza. Estaban hechos el uno para el otro, enmarañados y remontándose o simplemente yaciendo tranquilamente juntos.

Un golpe en la puerta hizo que Nicolai se desvaneciera de vuelta a las sombras del cuarto. Sonrió hacia ella, señalando a la puerta. Isabella, la abrió cautelosamente, exigiendo a los hombres que estaban allí de pie que mantuvieran las voces bajas.

– ¿Qué pasa? -preguntó a los dos sirvientes a los que Betto había ordeando guardarla dentro del palazzo-. Seguramente puedo estar a solas con el mio fratello.

– Signorina, Sarina está llamando a todos para ayudar en la cocina. Con tanto soldados que alimentar y vigilar, nos necesita allí. Pero Betto dijo que debíamos quedarnos para vigilarla.