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Isabella se movió, las sombras avanzaban a rastras en la paz de su expresión. Al instante acudió a ella, deslizando su larga forma sobre la cama para estirarse junto a ella. Le acercó a él, sus brazos rodeándola, atrayéndola contra su corazón. Nicolai descansó la barbilla en lo alto de su cabeza, frotando gentilmente su mandíbula a lo largo del pelo de ella en un gesto que pretendía consolar. No estaba completamente seguro de si estaba consolando a Isabella o a sí mismo.

– ¿Nicolai? -Ella susurró su nombre inciertamente, atrapada entre un sueño y una pesadilla.

– Estoy aquí, cara mia -la tranquilizó él. La intensidad de sus emociones le aferró, fluyeron las lágrimas, estrangulándole-. Piensa solo en felicidad, Isabella. El tuo fratello está a salvo dentro de los muros del palazzo. Tú estás a salvo en tu dormitorio, y yo estoy contigo-. Le presionó una serie de besos a lo largo de la garganta. Gentilmente. Tiernamente-. Ti amo, y te lo juro, encontraré una forma de mantenerte a salvo.

– Cuando estás conmigo, Nicolai, me siento a salvo -murmuró-. Desearía que tú te sintieras a salvo cuando estás conmigo-. agregó tristemente-. Quiero paz para ti. Solo acepta lo que eres, Nicolai. Acepta quién eres. Mi corazón. Que eres bienvenido. Mi corazón. -Sus pestañas fluctuaron, su suave boca se curvó-.Quédate conmigo, y deja que el resto se ocupe de sí mismo.

– No puedo protegerte del traidor que hay en nuestra casa -dijo él con desesperación-. ¿Cómo puedo protegerte de lo que soy?

Ella frotó la cara contra su pecho.

– No necesito protección de un hombre que me ama. Nunca necesitaré protección. -Sonaba adormecida, sexy, su voz tan suave que se arrastró bajo la piel de él y se envolvió alrededor de su corazón-. Estoy tan cansada, Nicolai. Quizás podamos hablar después. Vi a Theresa y Violante. Mantenlas a salvo, y a Francesca también. Debería haberlas advertido.

Él bajó la mirada hacia ella, a sus largas pestañas como dos espesas mediaslunas. El deber estaba profundamente arraigado en ella.

– Los capitanes y sus esposas pasarán la noche en el palazzo. Tengo intención de averiguar qué ha ocurrido exactamente. -Le besó la sien-. Duerme ahora, piccola. Solo descansa, y te aseguro que los demás están a salvo.

Mientras la observaba dormir, comprendió que no había cadenas sacudiéndose, ni aullidos en los salones. Incluso los fantasmas y espíritus eran renuentes a perturbarla. Cuando estuvo seguro de que estaba profundamente dormida, la dejó para conducir su investigación.

Isabella no durmió mucho. Las pesadillas la atacaron, despertándola sobresaltada apesar de su terrible fatiga. Necesitaba compañía. Necesitaba ver a su hermano.

Isabella abrió la puerta de la habitación de su hermano y se sorprendió de ver a Francesca apartándose de un tirón del costado de la cama de Lucca, con dos puntos brillantes de color en las mejillas. Sus ojos estaban brillantes. Isabella miró de su hermano a la hermana del don.

– ¿Todo va bien? ¿Lucca está mejor?

– Lo está haciendo muy bien -la tranquilizó Francesca, recorriendo una corta distancia desde la cama.

– Grazie, Francesca. Aprecio que te ocupes de Lucca por la noche por mí. Tiene mejor aspecto. -Isabella rozó las ondas de pelo que enmarcaban la cara de su hermano-. ¿Ha descansado?

– Estoy aquí mismo, Isabella -le recordó Lucca-. No hables como si fuera un bambino sin conocimiento.

– Actuas como un bambino -acusó Francesca-. Se niega a tomar su medicina sin saber primero la más mínima hierba que contiene la mezcla. -Puso los ojos en blanco-. No tiene ni idea de qué hierbas tratan qué dolencia, pero insiste solo para poner a prueba mi conocimiento-. Le miró fijamente.

Lucca tomó la mano de Isabella, pareciendo tan patético como le fue posible.

– ¿Quién es esta bambina que tienes vigilándome?

– ¿Bambina? -balbuceó Francesca con ojos ardientes-. Tú eres el bambino, temiendo cada pizca de bebida o ungüento. Crees que porque eres hombre puedes cuestionar mi autoridad, pero, en realidad, estás débil como un bebé, y sin mí no puedes arreglártelas para sostener una taza entre tus manos.

Lucca sacudió la cabeza y miró a Isabella.

– Le gusta colocar sus manos alrededor de mí. Utiliza mi enfermedad como excusa para permanecer cerca de mí -Se encogió de hombros despreocupadamente-. Pero estoy acostumbrada a la atención de las mujeres. Puedo soportarlo.

Francesca tomó aliento.

– Tú… tú, ¡bestia arrogante! si crees que tus ridículas ilusiones le librarán de mí, estás tristemente equivocado. Y no me dejaré conducir por tu mal genio tampoco. He dado a la tua sorella mi palabra de que te asistiría, y la palabra de un DeMarco es oro.

Lucca alzó una ceja arrogante ante la cara furiosa de ella.

– En vez de tanta charla inútil, podrías ayudarme a sentarme.

Francesca siseó entre dientes.

– Te ayudaré a sentarte bien, pero podrías encontrarte a tí mismo en el suelo.

Los ojos risueños de él evaluaron la pequeña forma de ella.

– ¿Una cosita como tú? Dudo que pudas ayudarme a sentarme. Isabella es mucho más robusta. Creo que la necesitaré.

– Deja de burlarte de ella, Lucca -ordenó Isabella, intentando no sonreir ante la evidencia de su hermano volviendo a su antiguo yo-. Este es su extraño modo de mostrar afecto -le dijo a Francesca, que parecía como si pudiera lanzarse sobre Lucca y asaltarle. Se acercó para ayudar a su hermano.

– No te atrevas -Francesca mordió las palabras-. Es mi trabajo ocuparme de él, y yo sentaré a Su Majestad. -Sonrió con fingida dulzura a Isabella-. ¿No te importa si le ato una bufanda alrededor de su boca para que cese su interminable balbuceo, verdad? -Intentó coger los brazos de Lucca para ayudarle a incorporarse.

Su cuerpo se vio instantánemanete atacado por la tos. Lucca apartó la cabeza de ella y ondeó la mano para alejar a Francesca. Ella le ignoró y le sostuvo un pañuelo en la boca. Su mano marcó un ritmo en la espalda de él, provocando más espasmos de tos hasta que escupió en el pañuelo.

Francesca asintió aprobadoramente.

– La sanadora dijo que todo lo que debíamos hacer era sacarte todo eso, y una vez más estarás fuerte.

Lucca la miró fijamente.

– No sabes cuando dar a un hombre algo de privacidad, mujer.

Ella arqueó una ceja.

– Al menos me he convertido en una mujer. Eso ya es algo. Necesitas comer más caldo. No puedes esperar recobrarte a menos que comas.

Isabella miró del uno al otro.

– Sonais los dos como adversarios. -Ella quería que se gustaran el uno al otro. Ya sentía a Francesca como a una hermana. Y Lucca era su familia. A Francesca tenía que gustarle Lucca.

Francesca sonrió hacia ella.

– Nos pasamos la mayor parte del tiempo charlando de cosas agradables -la tranquilizó Francesca-. Solo se siente fuera de lugar por el momento. Eso le pone gruñón. -Ondeó una mano despreocupada-. No tiene importancia.

Lucca arqueó una ceja a su guardiana.

– Un Vernaucci nunca está gruñón. O fuera de lugar. Apenas puedo ir al servicio por mí mismo, y ella se niega, se niega, a llamar a un sirviente masculino. Lo siguiente que sabré es que me pedirá que la deje asistirme. -Sonaba ultrajado.

Francesca intentó mostrarse indiferente.

– Si te avergüenza tu aspecto, sopongo que puedo darte algo para cubrirte.

– ¿No tienes vergüenza? -casi rugió Lucca. Eso provocó otro espasmo de tos. Francesca le sostuvo diligentemente-. ¿Pasas mucho tiempo mirando cuerpos desnudos de hombres? -Su mirada ardiente debería haberla chamuscado-. Tengo intención de tener unas palabras con el tuo fratello. Tiene mucho por lo que responder.

Francesca ocultó una sonrisa tras de su mano.

– Yo no soy asunto suyo, signore.

– Lucca, se está burlando de ti -explicó Isabella, ocultando su propia sonrisa. Lucca parecía débil y delgado, pero había sido siempre de personalidad enérgica, y estaba feliz de verle emerger bajo las cadenas de su enfermedad-. Eres un paciente terrible.

– ¿Isabella? -Sarina abrió la puerta después de un golpe mecánico-. Don DeMarco desea una audiencia inmediatamente en su ala.- Condujo a la joven a su cargo al salón, bajando la voz para evitar que Lucca oyera-. Los sirvientes han llegado de la granja junto con la Viuda Bertroni.

Francesca las siguió hasta el salón.

– Tiene al hombre que te encerró en el almacén. Nicolai le condenará a muerte.

El aliento de Isabella se atascó en su garganta. Miró fijamente a su hermano a través de la puerta abierta. Lucca intentaba incorporarse por sí mismo.

– ¿Qué pasa, Isabella? ¿Algo va mal?

Ella sacudió la cabeza.

– Debo ir con Don DeMarco. Tú solo descansa, Lucca. Francesca cuidará de ti.

– No soy un bambino, Isabella -espetó él, pareciendo amotinado-. No necesito una niñera.

Francesca asumió su mirada más arrogante.

– Si, la necesitas. Eres demasiado arrogante y terco para admitirlo -Ondeó la mano hacia Isabella-. No te preocupes. No importa lo que diga, me ocuparé de que tome sus medicamentos-. Cerró firmemente la puerta.