Don DeMarco permitió que el silencio entre ellos se alargara. Podía sentir el peso de su desaprovación, el peso de su mirada desde las sombras.
Intentando salvar la situación, Isabella bajó la mirada a sus manos.
– Gracias por las ropas. Tuve muy poca oportunidad en el camino de traer ropa adecuada. La habitación que me ha ofrecido es hermosa y la cama confortable. No podía haber pedido un cuidado mejor. La Signora Sincini ha cuidado de mí excelentemente.
– Me alegra ver que los vestidos le quedan bien. ¿Ha descansado de su viaje?
– Si, grazie -dijo ella tímidamente.
– Fue una tontería por su parte aventurarse al peligro, y si su padre estuviera vivo, estoy seguro de que se ocuparía de que fuera castigada por semejante locura. Me siento inclinado a tomar yo mismo la responsabilidad -La voz de él era suave terciopelo, jugueteando a lo largo de sus terminaciones nerviosas como el roce de yemas de dedos, caldeó su piel, y agradeció el calor del fuego para explicar el rubor que invadió su cara. Él la regañaba, pero su voz era casi una caricia física, y por alguna razón, Isabella se encontraba extremadamente susceptible a ella.
– Se le advirtió repetidamente que no viniera a este lugar. ¿Qué clase de mujer es usted que arriesgaría su reputación, su vida, haciendo semejante viaje?
Los dedos de ella se cerraron en dos apretados puños, y las uñas se enterraron profundamente en sus palmas. Tenía la sensación de que él la estaba observando atentamente desde las sombras, de que sus ojos captaban esa diminuta muestra de rebelión. Subrepticiamente apartó las manos de la vista colocándolas bajo la falda de su vestido.
– Soy una mujer desesperada -admitió ella, intentando sin éxito penetrar la oscuridad. Él parecía un ser grande y poderoso, no del todo humano. El pájaro de presa posado en su brazo, mirándola con ojos redondos de abalorio, aumentaba su nerviosismo-. Tenía que verle. Implorar por la vida del mio fratello. Envié mensajeros, pero fueron incapaces de alcanzarle. Sabía que usted podía ayudarle.
Tragó el inesperado sollozo que amenazaba con estrangularla.
– Está en las mazmorras de Don Rivello. Ha sido sentenciado muerte. El mio fratelo, Lucca Vernaducci, ha estado prisionero durante casi dos años, y en condiciones abrumadoras. He oído que está enfermo, y vine aquí a suplicarle que salve su vida. Sé que tiene usted el poder para que le perdonen. Una palabra suya, y Don Rivello le soltará. Si no desea pedir abiertamente semejante favor, e possibile que pueda arreglar su escapada. -Barbotó las palabras desesperadamente, incapaz de contenerlas un momento más, y se inclinó hacia adelante hacia la esquina oscura-. Por favor hágalo, Don DeMarco. El mio fratello es un buen hombre. No permita que muera.
Se hizo un largo silencio. Nada se movía en la habitación, ni siquiera el halcón. Don DeMarco suspiró suavemente.
– ¿De qué se le acusa?
Ella dudó, su estómago era un apretado nudo. Debería haber sabido que él preguntaría. ¿Cómo podría no hacerlo?
– Traición. Se dijo que conspiró contra el rey. -Era justo responderle la verdad.
– ¿Es culpable? ¿Conspiró contra el rey? -preguntó él, el más suave de los gruñidos emergió de su garganta.
Su corazón saltó salvajemente. Sus dientes tiraron del labio inferior.
– Si -Su voz fue baja-. Lucca creía que debíamos arrasar con los otros países que buscaban controlarnos, que ningún gobierno extranjero se preocuparía por nuestra gente. ¿Pero qué daño puede hacer ahora? Está enfermo. Nuestras tierras, nuestras propiedades… todo lo que teníamos… ha sido confiscado y entregado a Don Rivello. El don quiere a Lucca muerto para que no quepa duda de que retendrá nuestras propiedades. En realidad Don Rivellio tiene a Lucca arrestado por sus propias razones, y se ha beneficiado ampliamente. Está en ventaja para deshonrar nuestro nombre y disponer del mio fratello.
– Al menos tiene a bien decir la verdad sobre el crimen de su hermano.
Ella alzó la barbilla arrogantemente.
– Nuestro nombre es un nombre honorable.
– Eso fue hasta que el tuo fratello se volvió demasiado ruidoso en su profesión de conspirador secreto. Semejantes cosas no son para contar a alguien en una taberna.
Isabella balanceó la cabeza, retorciendo los dedos. Su padre y su hermano había sido inflexibles en afirmar que su sociedad estaba ganando terreno, pequeños grupos de hombres amasaban poder para derrotar a los extranjeros. Se negaban a doblegarse ante ningún gobernante, desconfiando de los motivos de suplicantes aliados extranjeros. Juraron omerta… un voto de muerte.
– ¡No hubo pruebas! -dijo ella-. ¡Don Rivellio pagó a esos hombres para que dijeran lo que dijeron! Lucca nunca habló. Don Rivellio quería que los demás integrantes del círculo secreto creyeran que lo había hecho para poder asesinarle. Se le acusó de traición y se le sentenció a muerte. -Su mirada era ardiente por la furia contenida contra el don-. Lucca fue torturado, pero no dio nombres, no incriminó a otros. Él nunca habló.
– Se le ha ocurrido que viniendo aquí podría haberse colocado usted misma en la misma posición inaceptable que el tuo fratello? Yo podría estar aliado con Don Rivellio. ¿Que evita que me de la vuelta y le repita sus traicioneras palabras? Seguramente sería más fácil que su propuesta, y me ganaría no solo la gratitud del don, sino que también me debería un favor. El mundo del poder opera sobre intrigas y favores. -Su voz había caído otro octavo, y ella se estremeció apesar de la calidez del fuego. Seguramente nadie había comunicado tanta amenaza con una voz tan suave.
Ella alzó la barbilla desafiante.
– Soy bien consciente del riesgo que estoy corriendo.
– ¿De veras? -Las dos palabras fueron bajas, casi un susurro. Ominoso. Amenazador-. En realidad no creo que tenga ninguna idea -El silencio se extendió entre ellos hasta que Isabella deseó gritar. El halcón sobre el brazo del don la miraba con ojos implacables-. ¿Qué clase de hombre enviaría a su hermana a suplicar por su vida? Él debe haber sabido que estaba arriesgándose usted misma viniendo aquí.
Los dientes de ella tiraron del labio inferior.
– En realidad se enfadaría conmigo si lo supiera. Pero sentí que no tenía elección
– ¿Suplicó tan elocuentemente a Don Rivellio? -Esta vez la voz transportaba alguna otra cosa, algo innombrable, pero que avivó un terrible temor en su corazón. Vio los dientes blancos, como si aél los apretara ante la mera idea de semejante cosa.
– No, no pude obligarme a hacer algo semejante. ¿Va a ayudarme? -No pudo contener la impaciencia en su voz.
– ¿Cuales son sus intenciones si no lo hago? -Al menos no la había despachado inmediatamente.
– Tendría que intentar un rescate yo misma.
Él se movió entonces, dientes blancos brillando hacia ella en la oscuridad. Burlona diversión.
– Ya veo. ¿Y si estoy de acuerdo en ayudarla con este plan para liberar a su culpable fratello, qué gano yo? No tiene tierras que darme. No tiene dinero. Su lealtad hacia el tuo fratello es encomiable, pero dudo que yo produzca la misma en en usted. ¿Cómo tiene intención de recompensarme? ¿O espera que arriesgue mi vida y las vidas de mis soldados por nada?
– Por supuesto que no -La sorprendía que pensara semejante cosa de ella-. Soy una Vernaducci. Nosotros pagamos nuestras deudas. Tengo las joyas de la mia madre. Valen una pequeña fortuna. Y mi montura. Es de buena casta. Y yo misma soy una buena trabajadora. Puede que no crea que le entregaré la misma lealtad, pero a cambio de la vida del mio fratello, trabajaré duro para usted. Huí de nuestra casa, así que no tendré problema en convertirme en una domestici, y sé qué esperar -miró directamente a las sombras del nicho, hundiendo las uñas incluso más profundamente en sus palmas mientra su corazón latía a un ritmo salvaje.
– Yo no llevo joyas, y tengo muchos caballos. También tengo muchas domestici, todas bastante leales y muy capaces de hacer su trabajo.
Los hombros de ella se encorvaron. Se hundió en la silla, luchando desesperadamente por no llorar. Pero continuó mirando hacia el nicho oscurecido, sin querer romper el contacto con su única esperanza.
– ¿Qué más estaría dispuesta a intercambiar por la vida del tuo fratello? -Las palabras fueron suaves-. ¿Cambiaría su vida por la de él?
Al momento se le quedó la boca seca, y su corazón casi se detuvo. Pensó en el sobrenatural grito de agonía que había oído en medio de la noche. El terrible rugido de las bestias. ¿Sacrificaría él mujeres a los leones para algún dios pagano? ¿Presenciaba como seres humanos eran desgarrados en pedazos simplemente por su propio placer pervertido? Ella sabía que eran los que tenían mucho poder los que cometían las peores atrocidades.