El león salió del velo gris, enorme, casi tres metros y medio de sólido músculo, explotando a través del aguanieve para golpear al don sólidamente en el pecho. Los caballlos chillaban aterrados. Los hombres gritaban, las caras palidecían de horror mientras el mundo erupcionaba en la locura. El león de cabeza no estaba solo, una manada había rodeado a la columna de hombres. Salpicaduras de carmesí se disparaban sobre la nieve, árboles y arbustos.
Theresa empujó a Isabella al suelo, envolviéndole los brazos alrededor de la cabeza para evitar que viera el horror.
– ¡No mires! ¡No mires esto!
Isabella no tenía forma de ver, pero no pudo ahogar por completo los sonidos del terror. Del crujido de huesos y el sonido de carne siendo arrancada de extremidades. Siguió y siguió, los terribles gritos de hombres muriendo, la pesada respiración de los leones, los feroces gruñidos que daban escalofríos, los caballos chillando de miedo.
Theresa la mantuvo abajo, temblando tanto como Isabella. Pareció pasar una eternidad. Don Rivellio aullaba de dolor, sus gritos de súplica se entremezclaban con los sonidos de carne desgarrada y grandes dientes mascando ruidosamente a través de hueso y músculo. Finalmente sus gritos murieron. Y entonces se hizo un extraño silencio.
Isabella sintió a Theresa moviéndose, pero no podía levantarse, no quería mirar. Enterró la cara entre las manos y estalló en lágrimas. Nicolai había hecho esto. Había habido inteligencia tras el ataque. Había estado bien planeado, los leones se habían colocado en posición, desplegando su emboscada para ejecutarla dura y rápidamente. Virtualmente habían hecho trizas al enemigo. Incluso ahora podía oir los sonidos de los leones dándose un festín. Los gruñidos de advertencia retumbando en la noche, reververando a través de su propio cuerpo.
Su destino. Este sería su destino. Inesperada, indeseada, la idea se aposentó.
– Isabella. -Él pronunció su nombre como si le leyera el pensamiento, negando la verdad.
Estaba sollozando cuando él la levantó del suelo, su cara arrasada por las lágrimas, empapada de sangre salpicada. Su pelo estaba despeinado, cayendo del intrincado peinado en cascada por su espalda y enmarcándole la cara. Nicolai la atrajo contra él y la abrazó firmemente mientras miraba sobre la coronilla de su cabeza hacia Theresa.
– Afortunadamente, tenía a dos de mis guardias de más confianza vigilando a mi prometida. -Sus ojos ardían de furia-. Oimos cada palabra condenatoria que pronunciaste-. Sus manos eran gentiles entre el pelo de Isabella, completamente en contradicción con el látigo de su voz mientras hablaba a su prima-. Llevadla al castello. Está acusada de traición e intento de asesinato. Reunid a mi consejo al instante. Capitán Bartolmei, si no puede hacer su parte del trabajo, está excusado y puede aguardar el resultado. -La voz de Nicolai fue tan fría como el hielo.
Bartolmei no dedicó mucho más de una mirada a Theresa.
– Nunca he fallado en mi deber, Don DeMarco, y la traición de mi esposa no cambia nada.
Isabella se aferró a Nicolai, sujetándole firmemente, oliendo el salvajismo todavía emanando de su piel y pelo.
– Llévame a casa -suplicó. Se presionó las manos sobre los oídos, intentando desesperadamente amortiguar los sonidos de los leones devorando carne humana. Mantuvo los ojos firmemente cerrados, su respiración llegaba en sollozos estremecidos.
Odio y malevolencia, sangre y violencia se arremolinaban en el aire alrededor de ellos. Nunca podría olvidar los sonidos de muerte, los gritos y súplicas de los soldados pidiendo piedad. El puro salvajismo de la noche, de las bestias, de Don DeMarco, la perseguirían para siempre.
– Isabella -Él pronunció su nombre suavemente, susurando sobre su piel, llamándola de vuelta a él, necesitando consolarla casi tanto como ella necesitaba ser consolada.
Nicolai le cogió la barbilla en una palma, inclinándole la cabeza a un lado para proporcionarse una vista de su cara. Sobre su ojo había un chichón, un chorrito de sangre, la piel ya se volvía negra y azul. Saltaron llamas en sus ojos. Su pulgar eliminó la sangre de la sien, y la empujó una vez más contra su pecho para evitar que viera la furia asesina ardiendo en sus ojos. Ella podía sentirle temblar, podía sentirle sólido y real, podía sentir el volcán amenazando con erupcionar. Contenía su rabia con control tenaz.
Isabella estaba en un estado demasiado frágil para que Nicolai se permitiera ser indulgente con su furia. La deseaba en la seguridad del palazzo, donde el horror de esta noche se desvanecería. Nicolai alzó a su prometida a la grupa de su caballo que esperaba, sus brazos y cuerpo la abrigaron cerca de él. Acariciándole el pelo con la nariz, giró su montura lejos del mar de cuerpos y las bestias devorándolos. Ella lloró calladamente contra su pecho, sus lágrimas le empaban la camisa, le rompían el corazón. Aumentaba su odio y necesidad de venganza contra cualquiera, contra cualquier cosa que hubiera causado esta gran pena.
Sarina estaba esperando en el palazzo, y envolvió a Isabella entre sus brazos como si fuera una niña, llevándola al santuario de su habitación, donde un baño y un fuego esperaban. Permitió a la joven a su cargo llorar su tormenta de emociones. El té y el baño caliente la ayudaron a revivir para su próxima ordalía. Esto no había terminado, e Isabella sabía que no terminaría nunca a menos que ella pudiera derrotar a la entidad, su más poderoso enemigo.
– ¿Han dicho si alguno de los hombres de Rivellio escaparon del valle? -se las arregló para preguntar mientras sorbía el té humeante endulzado con miel.
– Las patrullas han estado peinando el valle -respondió Sarina-. El paso y los túneles de las cavernas están bien guardados. Sería casi imposible para alguien deslizanse a través. Rivellio y sus hombres se convertirán, como tantos otros, en parte de la legenda: invasores que nunca volvieron a sus fincas. ¿Quién sabe lo que les ocurrió? La evidencia habrá desaparecido mucho antes de que venga alguien buscando información.
Isabella se estremeció. Sus manos estaban temblando cuando colocó la taza de té a un lado. Necesitaría toda su fuerza, toda su determinación, para enfrentar a su más astuto y malvado enemigo.
Deseaba aunque temía ver a Nicolai antes de entrar en la habitación donde la corte estaba reunida, pero él no había acudido a ella. Rivellio y sus hombres habían invadido el valle con el propósito de tomar la finca. Don DeMarco tenía el deber de proteger a su gente de todo invasor, y así lo había hecho con la mínima cantidad de derramamiento de sangre de sus propios soldados. Se presionó una mano contra el estómago. Con toda su experiencia, Isabella no había estado preparada para semejante carnicería. Había sido una pesadilla, un horror. En realidad, no sabía si sería capaz alguna vez de sobreponerse a los sonidos y visiones, sabiendo la identidad de la bestia que conducía la matanza.
Tomó otro sorbo de té mientras el conocimiento de la muerte de Rivellio finalmente empezaba a penetrar. El enemigo de la familia Vernaducci estaba verdaderamente muerto. El aliento se le atascó en la garganta. Nicolai DeMarco tenía el poder de restaurar el honorable nombre de Vernaducci. No tenía duda de que podía hacerlo, incluso restituir sus tierras. Eso allanaría el camino para que Lucca y Francesca estuvieran juntos. Cuidadosamente Isabella colocó su taza en la bandeja, sonriendo ante la idea de ver la cara de su hermano, la luz en sus ojos mientras su mirada seguía a Francesca. Entre Isabella y Francesca, Isabella estaba segura de ello, con la ayuda de Nicolai, Lucca encontraría la felicidad que merecía.
Isabella se vistió para el tribunal con gran esmero, asegurándose de que cada pelo estuviera en su sitio, de que su vestido fuera regio y adecuado. No había nada que pudiera hacer para ocultar sus rasgos pálidos o el moratón oscurecido en un lado de su cara y ojo. Su estómago estaba atado en un nudo, pero no suplicaría sales ni se ocultaría en su habitación llorando. Se deslizó a través de los salones hacia la habitación de la torre donde se celebraba el juicio. El juicio de Theresa. No miró ni a derecha ni a izquierda, consciente de los sirvientes presignándose a su paso, de la joven Alberita rociando agua bendita en su dirección.
La habitación estaba llena de gente, algunos oficiales a los que no había visto nunca, otros a los que reconocío. El Capitán Bartolmei permanecía rígido a un lado. El Capitán Drannacia estaba muy cerca de su esposa, Violante. Theresa estaba de pie en el centro de la habitación, enfrentando a Don DeMarco. Él estaba inmóvil, sus rasgos oscuros e implacables, solo sus ojos estaban vivos, ardiendo con intensidad, con rabia.
– Ahora que mi prometida, Isabella Vernaducci, ha llegado, podemos continuar. Has presentado graves cargos contra ella, reclamando que me ha sido infiel y que yacido con mi capitán de confianza. -Mientras hablaba con voz plana e inexpresiva, la mirada de Nicolai ardió sobre Isabella.
Ella sintió el impacto como un golpe, pero se mantuvo en pie inquebrantable, silenciosa, escuchando sin protestar.
– Has admitido ante nosotros que traicionaste a tu gente y que acechaste e intentaste matar a la Signorina Vernaducci. Has admitido ante nosotros que tienes la habilidad DeMarco para convertirte en la bestia, y utilizaste tu habilidad en tu persecución de la Signorina Vernaducci. ¿Cómo es que ocultaste este talento a tu don, y a tu marido?