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– ¿Quién de nosotros, señorías, no habría hecho lo mismo? El capitán Bedford fue en gran medida culpable de su muerte. Subestimó al teniente Scott desde el principio -declaró Townsend con vehemencia-. Lo hizo porque, como sabemos, era racista. Pensaba, según su mentalidad cobarde, que su víctima no le haría frente. Pues bien, señores, como hemos visto, Lincoln Scott es, ante todo, un luchador. El mismo nos ha contado que el hecho de que las circunstancias le fueran adversas no le disuadió de atacar a los FW. Por lo tanto, se enfrentó a Vincent Bedford del mismo modo que se había enfrentado a aquéllos. La muerte que acaeció como consecuencia de ese enfrentamiento es comprensible. Pero, caballeros, el hecho de que ahora comprendamos las causas de sus actos, no exime al teniente Scott de ellos, ni los hace menos odiosos. En cierto modo, señorías, se trata de una situación bien simple: Trader Vic obtuvo su merecido por la forma en que se había comportado. Ahora debemos juzgar al teniente Scott por el mismo rasero. Él consideraba culpable a Vincent Bedford y lo ejecutó. Ahora nosotros, en tanto que hombres civilizados, demócratas y libres, debemos hacer lo propio.

Dirigió una breve inclinación de la cabeza al coronel MacNamara y, acto seguido, se sentó.

– Su turno, señor Hart -dijo el coronel-. Sea breve, por favor.

– Lo procuraré, señoría -repuso Tommy poniéndose en pie.

Se situó al frente del auditorio y alzó la voz lo suficiente para que todos pudieran oírle.

– Hay una cosa que conocemos todos los hombres que nos hallamos en el Stalag Luft 13: la incertidumbre. Es la consecuencia más elemental de la guerra. No hay nada realmente seguro hasta que ha pasado, e incluso entonces, permanece a menudo envuelto en un manto de confusión y conflicto. Tal es el caso de la muerte del capitán Vincent Bedford. Sabemos por boca del único experto que examinó la escena del crimen (pese a ser un nazi), que el caso presentado por la acusación no se corresponde con las pruebas. Y sabemos que la declaración de inocencia del teniente Scott no ha podido ser rebatida por la acusación, que no ha vacilado bajo el tumo de repreguntas. Así pues, señorías, se les pide que tomen una decisión inapelable, definitiva en su certidumbre, basándose en unos detalles totalmente subjetivos, es decir, unos detalles envueltos en dudas. Pero de lo que no cabe duda alguna es sobre lo que es un pelotón de fusilamiento. No creo que ustedes puedan ordenar una ejecución sin estar seguros por completo de la culpabilidad de Lincoln Scott. No pueden ordenarla porque el teniente Scott les caiga bien o porque no les guste el color de su piel o porque sea capaz de citar a los clásicos mientras otros no lo son. No pueden ordenarla, porque una condena a muerte debe basarse exclusivamente en unas pruebas claras e irrefutables. La muerte de Trader Vic está muy lejos de cumplir ninguno de esos requisitos.

Tommy se detuvo, sin saber qué agregar, convencido de haber estado muy por debajo de la elocuencia profesional de Townsend. No obstante, añadió una última reflexión.

– Aquí todos somos prisioneros, señorías -dijo-, y no sabemos si aún estaremos vivos mañana, pasado mañana o después. Pero deseo hacerles notar que ejecutar a Lincoln Scott en esas circunstancias será como matarnos a todos un poco, como lo haría una bala o una bomba.

Tras estas palabras se sentó.

De pronto estallaron primero unos murmullos y luego un vocerío, seguidos por exclamaciones y gritos. Los kriegies amontonados en el teatro se enfrentaban enfurecidos unos a otros. Lo primero que pensó Tommy fue que resultaba de una claridad meridiana que los dos últimos alegatos, pronunciados por Walker Townsend y por él mismo, no habían conseguido neutralizar la tensión entre los hombres, sino que, por el contrario, habían servido para polarizar aún más las diversas opiniones que sostenían los kriegies.

Volvieron a oírse los martillazos procedentes de la mesa del tribunal.

– ¡No consentiré un motín! -gritó el coronel MacNamara-. ¡Y tampoco consentiré un linchamiento!

– Menos mal -musitó Scott sonriendo con ironía.

– ¡Orden! -exclamó MacNamara. Los kriegies, a pesar de ello, tardaron al menos un minuto en calmarse y recobrar la compostura.

– De acuerdo -dijo MacNamara, cuando por fin pudo hablar-. La evidente tensión y conflicto de opiniones que rodea el caso ha creado unas circunstancias especiales -exclamó como si estuviera pasando revista-. Por consiguiente, tras consultarlo con las autoridades de la Luftwaffe -indicó con la cabeza al comandante Von Reiter, que se tocó la visera de charol negra y reluciente en un gesto de saludo y asentimiento- hemos decidido lo siguiente. Les ruego que lo comprendan. Son órdenes directas de su superior, y deben obedecerlas. ¡Quien no las obedezca pasará un mes en la celda de castigo!

MacNamara se detuvo de nuevo, dejando que los hombres asimilaran la amenaza.

– ¡Nos reuniremos de nuevo aquí a las ocho en punto de la mañana! El tribunal dará a conocer entonces su veredicto. De este modo, disponemos del resto de la noche para recapacitar. Después de que se haya emitido el veredicto, todo el contingente de prisioneros se dirigirá directamente al campo de revista para el Appell matutino. ¡Directamente y sin excepciones! Los alemanes han accedido amablemente a retrasar el recuento matutino para facilitar la conclusión del caso. No habrá alborotos, ni peleas, ni discusiones con respecto al veredicto hasta que se haya llevado a cabo el recuento. Permanecerán en formación hasta que se les ordene romper filas. Los alemanes reforzarán las medidas de seguridad para impedir los disturbios. ¡Quedan advertidos! Deben comportarse como oficiales y caballeros, sea cual fuere el veredicto. ¿Me he expresado con claridad?

Era una pregunta que no requería respuesta.

– A las ocho en punto de la mañana. Aquí. Todos. Es una orden. Ahora pueden retirarse.

Los tres miembros del tribunal se pusieron en pie, al igual que los oficiales alemanes. Los kriegies se levantaron también y empezaron a desalojar la sala.

Walker Townsend se inclinó hacia Tommy, ofreciéndole la mano.

– Ha hecho un magnífico trabajo, teniente -dijo-. Mejor de lo que nadie podía imaginar de un abogado defensor que comparece por primera vez ante un tribunal en un caso capital. Ha recibido una buena formación en Harvard.

Tommy estrechó en silencio la mano del fiscal. Townsend ni siquiera saludó a Scott, sino que se volvió para cambiar impresiones con el comandante Clark.

– Tiene razón, Tommy -dijo Scott-. Y te lo agradezco, al margen de la decisión que tomen.

Pero Tommy tampoco le respondió.

Sentía una intensa frialdad interior, pues por fin, en aquellos últimos segundos, creía haber vislumbrado la verdadera razón por la cual había sido asesinado Trader Vic. Era casi como si la verdad flotara ante él, vaporosa y huidiza. De pronto alargó la mano inconscientemente, asiendo el aire frente a él, confiando en que lo que había visto constituyera si no toda la respuesta cuando menos buena parte de la misma.

17

Una noche para saldar deudas

Scott fue el primero en hablar cuando llegaron a su dormitorio en el barracón 101.

El aviador negro se mostraba por momentos deprimido y por momentos excitado, pensativo y exaltado a la vez, como si se sintiera abrumado por la angustia y la tensión del momento y no supiera cómo reaccionar ante la larga noche que se avecinaba. A ratos atravesaba deprisa la habitación, asestando puñetazos a unos adversarios imaginarios, tras lo cual se apoyaba en la pared, como un púgil en el décimo asalto que se aferra a las cuerdas para tomarse un breve respiro antes de reanudar la pelea. Miró a Hugh, que estaba tumbado en su litera como un obrero cansado tras la larga jornada laboral, y luego a Tommy, que era quien se mostraba más entero de los tres, aunque, paradójicamente, era el más voluble.