El hombre que había abierto la puerta vestía uniforme. Tommy dedujo que no tenía previsto fugarse. Asimismo, observó que cada pocos metros había unos hombres que constituían las tropas de apoyo, todos ellos vestidos de uniforme. En total, había unos sesenta sentados en el pasillo central del barracón. De éstos, quizá sólo dos docenas pensaban fugarse y aguardaban con paciencia su turno.
– ¡Maldita sea, Hart! -le espetó el hombre que había abierto la puerta-. ¡Vosotros no estáis en la lista! ¿Qué habéis venido a hacer aquí?
– Digamos que a cumplir la misión de averiguar la verdad -repuso Tommy con resolución.
Sin más, pasó sobre los pies del último hombre que esperaba salir del barracón y echó a andar por el pasillo. Lincoln Scott siguió a Tommy, sorteando también los obstáculos. La débil luz de las velas arrojaba unas curiosas sombras alargadas sobre las paredes. Los kriegies permanecieron en silencio, observando a los dos hombres que se abrían paso entre ellos. Parecía como si Tommy y Lincoln hubieran descubierto el secreto ritual nocturno de una insólita orden monacal.
Frente a ellos vieron un pequeño cono de luz proveniente del retrete situado al final del pasillo. En esos momentos salió de él un kriegie, sosteniendo un tosco cubo lleno de tierra, que entregó a uno de los hombres de uniforme que había a su lado. El cubo pasó de mano en mano, hasta desaparecer en uno de los cuartos del barracón, como si se tratara de un anticuado cuerpo de bomberos pasando cubos de agua hasta la base de las llamas. Tommy se asomó al cuarto y vio que alzaban el cubo hacia un agujero en el techo, donde un par de manos lo aferró. Sabía que extenderían la tierra por el estrecho espacio debajo del techo, por el que podía pasar un hombre arrastrándose, después de lo cual harían descender el cubo vacío, que volvería a pasar por las afanosas manos de los hombres, hasta llegar al retrete.
Tommy se acercó a la puerta. Los rostros de los hombres reflejaban angustia, a medida que otro cubo lleno de tierra era alzado de un agujero en el suelo del único retrete del barracón.
El túnel se iniciaba debajo del retrete. Los kriegies ingenieros se las habían ingeniado para levantar éste y desplazarlo unos palmos hacia un lado, creando una abertura de poco menos de medio metro cuadrado. El tubo de desagüe descendía por el centro del orificio, pero lo habían bloqueado en la parte superior. Los hombres del barracón 107 habían inhabilitado el retrete con el fin de excavar el túnel. Durante unos momentos Tommy sintió admiración por las ingeniosas mentes que habían concebido el plan. En éstas oyó una áspera y airada voz junto a él.
– ¡Hart! ¡Hijo de perra! ¿Qué diablos hace aquí?
Tommy se volvió hacia el comandante Clark.
– He venido en busca de unas explicaciones, comandante -repuso fríamente.
– ¡Haré que le acusen de desacato, teniente! -le espetó Clark, sin alzar la voz pero sin ocultar su furia-. Regrese al pasillo y espere hasta que hayamos terminado aquí. ¡Es una orden!
Tommy meneó la cabeza.
– Esta noche no lo es, comandante. Todavía no.
Clark atravesó el reducido espacio y se plantó a pocos centímetros de Tommy.
– Ordenaré que le…
Pero Lincoln Scott le interrumpió. El musculoso aviador avanzó unos pasos y clavó el dedo en el pecho del diminuto comandante, parándole los pies.
– ¿Qué ordenará que hagan con nosotros, comandante? ¿Ejecutarnos?
– ¡Sí! ¡Están entorpeciendo una operación militar! ¡Desobedeciendo una orden en combate! ¡Es una falta capital!
– Por lo visto -dijo Scott con una sonrisa de ira-, acumulo todo tipo de cargos a gran velocidad.
Oyeron unas sofocadas risas emitidas por algunos hombres, un ataque de hilaridad provocado tanto por la tensión del momento como por lo que había dicho Scott.
– ¡No nos moveremos de aquí hasta averiguar la verdad! -dijo Tommy, plantándole cara al comandante.
Clark hizo una mueca de rabia. Se volvió hacia varios kriegies que había cerca, junto a la entrada del túnel, y les ordenó entre dientes:
– ¡Apresad a estos hombres!
Los kriegies dudaron, y en aquel segundo se oyó otra voz, que emanaba un sorprendente sentido del humor, acompañada por una agresiva risotada.
– ¡Qué carajo, no puede hacer eso, comandante! Todos lo sabemos. Porque esos dos tíos son tan importantes como todos los que estamos aquí esta noche. La única diferencia es que ellos no lo sabían. Así que no deben de ser tan estúpidos como usted creía, ¿verdad, comandante?
Tommy bajó la vista y comprobó que el hombre que acababa de hablar estaba agachado junto al túnel. Vestía un traje de color azul oscuro y ofrecía el aspecto de un hombre de negocios un tanto desaliñado. Pero su sonrisa indicaba a las claras que era de Cleveland.
– ¡Eh, Hart! -dijo el teniente Nicholas Fenelli con gesto risueño-. No supuse que volvería a verte hasta estar de regreso en Estados Unidos. ¿Qué te parece mi nuevo atuendo? Elegante, ¿no? ¿Crees que las chicas en casa se me echarán encima?
Fenelli señaló su traje, sin dejar de sonreír.
El comandante Clark se volvió indignado hacia el médico del campo.
– ¡Usted no tiene nada que ver aquí, teniente Fenelli!
Fenelli meneó la cabeza.
– En eso se equivoca, comandante. Todos los aviadores que están presentes lo saben. Todos formamos parte del asunto.
En aquel momento salió un nuevo cubo de tierra de la entrada del túnel, poniendo al comandante Clark en el disparadero de seguir distribuyendo la tierra o encararse con Tommy Hart y Lincoln Scott. Clark miró a los dos tenientes y a Fenelli, quien le devolvió la mirada con una sonrisa insolente. El comandante indicó a la brigada del cubo que siguieran moviéndolo, orden que los hombres se apresuraron a obedecer, y el cubo pasó balanceándose frente a Tommy y a Lincoln. Luego Clark se agachó y preguntó en voz baja a los hombres que se hallaban dentro del túneclass="underline"
– ¿Falta mucho?
Transcurrió casi un minuto de silencio hasta que la pregunta fue transmitida a través del túnel y otro minuto hasta que hubo respuesta.
– Dos metros -respondió una voz sin cuerpo, elevándose por el agujero en el suelo-. Es como cavar una tumba.
– Sigan cavando -dijo el comandante, arrugando el ceño-. ¡Tiene que estar terminado a la hora prevista! -Luego se volvió hacia Tommy y Lincoln-. Su presencia aquí no es grata -dijo fría y sosegadamente, habiendo al parecer recobrado la compostura durante los minutos que tardó el mensaje en ser enviado túnel arriba y devuelto túnel abajo.
– ¿Dónde está el coronel MacNamara? -inquirió Tommy.
– ¿Dónde va a estar? -replicó Clark. Acto seguido respondió ásperamente a su propia pregunta-. En su cuarto del barracón, deliberando con los otros dos miembros del tribunal.
Tommy se detuvo unos instantes.
– Y redactando un discurso, ¿no? -preguntó-. Con lo cual supongo que conseguirá retrasar aún más el Appell matutino.
Clark hizo una mueca y no respondió. Pero Fenelli sí.
– Sabía que eras lo bastante listo para llegar a esa conclusión, Hart -dijo emitiendo su típica risita-. Se lo dije al comandante, cuando me propuso hacer unas alteraciones en mi declaración. Pero él no te creía capaz de ello.
– Cállese, Fenelli -dijo Clark.
– ¿Alteraciones? -preguntó Tommy.
Clark no respondió. Se volvió hacia Hart con expresión dura, iluminado por las velas que exageraban el rubor con que la ira teñía sus mejillas.