– ¡Asesino! -le espetó Tommy.
Pero antes de que pudiera pronunciar otra palabra, el otro respondió con voz tan queda y sosegada que parecía desmentir la feroz pelea que habían librado hacía unos momentos:
– ¡No digas otra palabra, Hart!
Tommy se volvió hacia la voz. Le llevó medio segundo reconocer la leve y suave cadencia sureña, y recordar dónde la había oído antes.
El director de la banda de jazz del campo de prisioneros del Stalag Luft 13 lo miró esbozando una sonrisa de picardía.
– Eres un tío muy tenaz, Hart -dijo sacudiendo la cabeza-. Como un perro rabioso, perro de presa yanqui, lo reconozco. Pero te equivocas en una cosa. Murphy no mató a nuestro amigo mutuo, Vic. Lo maté yo.
– ¿Tú? -murmuró Tommy atónito.
El otro sonrió.
– Sí, yo mismo. Fue más o menos lo que dedujisteis tú y ese condenado de Visser. Imagínate. Asesinas a un tipo al viejo estilo de Nueva Orleans -dijo el director de la banda fingiendo clavar un cuchillo en el cuello de otro- y un gorila alemán de la Gestapo descubre el pastel. ¡Maldita sea! ¿Sabes una cosa, Hart? Volvería a hacerlo mañana si fuera preciso. Así que ya lo sabes. ¿Quieres seguir peleando con nosotros?
Tommy esgrimió el pico. No sabía qué responder.
– Tenemos un pequeño problema, Tommy -dijo el sureño sin alzar la voz y manteniendo la sonrisa-. Necesito ese pico. Estoy a dos pasos de alcanzar la libertad y llevamos cierta prisa. Tenemos que movernos rápido si queremos salir de aquí. Esta mañana salen tres trenes hacia Suiza. Los hombres que tomen el primero tienen más probabilidades de llegar cerca de la frontera y atravesarla. De modo que, comprenderás, necesito el pico ahora mismo. Lamento haber tratado de matarte con él. Menos mal que te zafaste a tiempo. Pero ahora vas a tener que entregármelo.
El director de la banda extendió la mano. Tommy no se movió.
– Primero, la verdad -dijo.
– Baja la voz, Hart -dijo el director de la banda-. Algunos gorilas encaramados a los árboles pueden oírnos. Aunque estemos bajo tierra. Las voces llegan muy lejos. Claro que podrían pensar que se trata de alguien susurrando desde la tumba, lo cual se aproxima bastante a la verdad, ¿no crees?
– Quiero saberlo todo -insistió Tommy.
Su rival volvió a sonreír. Hizo un gesto a Murphy, que se limpió la tierra adherida al cuerpo.
– Vístete -le ordenó-. En seguida nos pondremos en marcha.
– ¿Por qué? -preguntó Tommy suavemente.
– ¿Por qué? ¿Quieres saber por qué vamos a intentar salir de aquí?
– No -repuso Tommy meneando la cabeza-. ¿Por qué precisamente Vic?
El director de la banda se encogió de hombros.
– Por dos razones, Tommy, las mejores, si lo piensas. En primer lugar, Trader Vic pasaba información a los alemanes a cambio de algo que le interesaba. A veces, cuando quería algo especial, como una radio, una cámara o algo por el estilo, susurraba un número a un hurón. Por lo general a Fritz Número Uno. Era el número del barracón en que habíamos empezado a cavar un túnel. Al cabo de un par de días, se presentaban los alemanes, fingiendo que se trataba de un registro rutinario, y nos jodían el plan. Teníamos que empezar a cavar en otro sitio. Empezar de nuevo con todo el rollo. Creo que Vic nunca pensó que nos hacía tanto daño. Los alemanes destruían el túnel, a veces metían a un tío en la celda de castigo. Vic creía que nadie resultaba lastimado y que todos salíamos ganando, sobre todo él. Pero lo cierto era que nadie conseguía salir de aquí. Lo cual quizá fuera una buena cosa, ya veremos. El caso es que eso tenía amargados al viejo MacNamara y a Clark. Empezaron a excavar túneles más profundos y más largos. Más resistentes. Creían que si no lograban sacar por lo menos a uno de nosotros de aquí, habrían fracasado como comandantes. Después de la guerra no podrían volver a mirar a la cara a ninguno de sus viejos colegas de West Point. Tú mismo puedes entenderlo. No sabían con seguridad lo que hacía Vic. Nadie lo sabía, porque Vic no soltaba prenda. Se creía muy listo; hacía que sospecháramos unos de otros. Era un tipo muy astuto que lo tenía todo bien controlado. Hasta que esos dos hombres murieron en el túnel.
El hombre se detuvo y cobró aliento del aire áspero y enrarecido que lo rodeaba.
– Esos chicos eran amigos míos -prosiguió-. Uno de ellos tocaba el clarinete como jamás he oído hacerlo a nadie. En Nueva Orleans, la gente está dispuesta a vender su alma para tocar una nota la mitad de bien que él. Esa noche se suponía que no tenían que estar allí. Vic no sabía que habría alguien excavando a esas horas. Pero MacNamara y Clark nos ordenaron que excaváramos las veinticuatro horas del día. Dos túneles. Aquél y éste. Sólo que el primero se derrumbó sobre mis dos amigos cuando los malditos alemanes condujeron uno de sus camiones sobre la superficie. No habrían sabido dónde se hallaba de no habérselo dicho Vic.
Tommy asintió con la cabeza.
– Venganza -dijo-. Esa es una razón. Y traición, supongo.
Murphy miró a Tommy.
– La mejor razón -dijo-. Ese estúpido cerdo sólo cometió un error. No debes hacer tratos con el diablo, porque éste puede regresar y exigirte un precio más alto del que estás dispuesto a pagar. Eso fue lo que ocurrió. Lo curioso es que Vic era un buen aviador. En realidad, era un verdadero as. Un hombre valiente en el aire. Merecía todas las medallas que obtuvo. Pero en tierra no era un tipo de fiar.
Tommy se apoyó en la pared, tratando de asimilar todo cuanto estaba diciendo el director de la banda. Como unos naipes al barajarlos, los detalles empezaban a encajar, colocándose uno sobre otro de forma ordenada.
– Ahora ya lo sabes -continuó el director de la banda-. Vic me consiguió el cuchillo, tal como le pedí, y yo lo utilicé para matarlo, mientras Murphy procuraba distraerlo. Al principio pensamos en colgarle el muerto a uno de los hurones, fingir que habían asesinado a Vic al fallar un importante trato, pero tu amigo, Scott, nos lo puso en bandeja. No tuvimos muchas dificultades en echarle la culpa del crimen. Lo cual evitó que los alemanes se pusieran a husmear por los barracones. ¿Crees que el bueno de Lincoln Scott se da cuenta del gran servicio que ha hecho a la patria? Aunque imagino que no le sirve de consuelo.
– ¿Por qué no dijisteis la verdad? -inquirió Tommy.
– Piensa con la cabeza, Tommy -repuso el músico-. ¿De qué nos habría servido a mí y a mi ayudante yanqui el que los demás la supieran? En Estados Unidos nos hubieran juzgado por el crimen. ¿Tantos esfuerzos por escapar para que en nuestro país nos acusaran de asesinato? ¡Ni pensarlo! Nos ha costado demasiado.
Tommy comprendió. Según el plan, Lincoln Scott debía cargar con la culpa, ser juzgado, condenado y fusilado. Era la única forma de que aquellos hombres se fugasen.
– MacNamara y Clark -dijo Tommy con lentitud- no querían la verdad, ¿no es así?
El director de la banda sonrió.
– No señor. No la querían, aunque se hubieran topado con ella. Querían resolver el problema de Vic sin estar implicados en ello. La verdad, como puedes comprobar, Tommy, es complicada para todos los que estamos metidos en este asunto. Trader Vic era un héroe, y al ejército no le gusta que nada mancille a sus héroes. Echarle la culpa a Scott era una mentira muy conveniente para todos, excepto para Scott, claro está. No lo sé con certeza, pero yo diría que Clark y MacNamara no contaban con que ese chico de Harvard tan calladito organizara semejante follón.
– No, supongo que no -respondió Tommy.
– Pero entre tú y él habéis armado una buena. Ahora, necesito ese pico -dijo el hombre. Su voz era apenas un susurro, pero su tono era imperioso-. O me dejas que siga excavando para que mi colega y yo salgamos de aquí, o vale más que me mates, porque de una forma u otra pienso ser libre antes de que amanezca.
Tommy sonrió. Pensó que la palabra «libre» era la gran palabra. Cinco letras que significaban mucho más. Debería haber sido más larga, exultante, una palabra que contuviera poder, fuerza y orgullo. Se detuvo, pensando que debía hallar el medio de satisfacer aquella noche a todo el mundo.