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La luz se aproximó unos metros.

En aquel segundo, Tommy comprendió que todo dependía de él.

Con cada metro que traía la luz más cerca, la elección se revelaba más clara, más definida. El problema no era que Tommy tuviera que ponerlo todo en juego, sino que todos los demás habían arriesgado mucho y él era el único hombre capaz de proteger las oportunidades y esperanzas que habían asumido esa noche. Tommy había pensado con ingenuidad que la única prueba que tendría que superar esa noche consistiría en descender por el túnel y luchar por averiguar la verdad con respecto a Lincoln Scott y Trader Vic. Pero se equivocaba, pues la auténtica batalla se hallaba frente a él, avanzando lenta pero sistemáticamente hacia la salida del túnel. Tommy era joven cuando se había alistado en el cuerpo de la aviación, lleno de fervor patriótico cuando había participado en su primer combate, y no había tardado en comprender que la guerra tiene mucho de valor, pero poco de nobleza. Sólo la lejana conclusión que debaten los historiadores contiene a ésta en cierta medida. La verdad cruda y descarnada son las elecciones más elementales, terribles y sucias que uno debe tomar, y todo cuanto Tommy había sido y confiaba en llegar a ser palidecía en comparación con las perentorias necesidades de los hombres aquella noche.

El intelectual Tommy Hart, estudiante de derecho y soldado a pesar suyo, que lo único que deseaba era regresar a su casa para reunirse con la chica que amaba y reanudar la vida que había vivido, la vida que se había prometido con su trabajo duro y sus estudios, tragó saliva, crispó los puños y comenzó a moverse lentamente, dirigiéndose hacia la luz que se aproximaba. Se movía de forma resuelta, como un comando, los ojos fijos en la amenaza, la garganta seca. El corazón le latía violentamente, pero vio su misión terriblemente diáfana.

Recordó lo que el director de la banda le había dicho en el túneclass="underline" «Todos somos asesinos.»

Confiaba en que el músico estuviera en lo cierto.

Se aproximó al objetivo, sin atreverse casi a respirar.

El agujero en el suelo que él trataba de proteger se hallaba tras él, en sentido oblicuo. La luz de la linterna seguía moviéndose de forma aleatoria. Tommy no lograba ver quién la sostenía, pero sintió una sensación de alivio cuando aguzó el oído y no detectó el sonido de un perro.

La luz se aproximó un par de metros y Tommy notó que se tensaban todos sus músculos, dispuesto para una emboscada.

Unos pocos metros a su espalda, oculto bajo la superficie del suelo, el Número Dieciocho ya no soportaba la tensión de esperar la señal. Había barajado todos los posibles motivos de esa demora, calibrando todos los riesgos frente a la imperiosa necesidad de moverse. Sabía que el tiempo apremiaba, y también que los únicos hombres que tenían alguna probabilidad de escapar eran los que consiguieran llegar a la estación del ferrocarril antes de que sonara la alarma. El Número Dieciocho había pasado muchas horas cavando el túnel, y en más de una ocasión le habían sacado asfixiándose cuando algún tramo de éste se había desplomado, y en un arrebato fruto de la juventud, había llegado a la temeraria decisión de tratar de alcanzar la libertad por su cuenta y riesgo. Su impaciencia había superado todos los límites de la razón que le quedaba después de pasar tantas horas tumbado boca abajo en el túnel, y en aquel segundo decidió salir de él, con señal o sin ella.

Levantó ambas manos y trepó a través del agujero, aspirando el aire puro del exterior, impulsándose como si tratara de alcanzar la superficie de una piscina llena de agua.

Al oír el ruido, Tommy se detuvo en seco.

La luz de la linterna se dirigió hacia el sonido sospechoso y Tommy oyó una exclamación de sorpresa susurrada en alemán.

– Mein Gott!

Visser consiguió distinguir, en el extremo del débil haz de luz, la oscura silueta de Número Dieciocho al salir precipitadamente del túnel y echar a correr hacia el bosque. Estupefacto, el Hauptmann avanzó rápidamente unos pasos y se detuvo. Se llevó rápidamente la linterna a la boca, para sostenerla con los dientes, a fin de tener las manos libres para empuñar el revólver. Fue un golpe de suerte para el fugado, pues la presión de la linterna entre los dientes impidió a Visser gritar y hacer sonar la alarma de inmediato. El alemán trató frenéticamente de abrir el estuche del revólver y sacar el Mauser que llevaba sujeto al cinto.

Casi lo había logrado cuando Tommy se abalanzó sobre él y le asestó un puñetazo en el pecho, como un defensa de rugby protegiendo al jugador que lleva el balón.

El choque conmocionó a ambos. La linterna cayó entre unos matorrales, su mortífero haz fue sofocado por las hojas y las ramas. Tommy no se percató de ello. Se arrojó sobre el alemán, tratando de aferrarle por el cuello.

Los dos hombres cayeron hacia atrás enzarzados en una pugna feroz. La fuerza del ataque de Tommy les llevó hasta la línea de árboles en el límite del bosque, sustrayéndolos al campo visual de las torres de vigilancia y de los guardias que patrullaban el lejano perímetro. Peleaban aferrados el uno al otro, anónimamente, en la densa oscuridad.

Al principio, Tommy no sabía contra quién luchaba. Sólo sabía que ese hombre era un enemigo y llevaba consigo una linterna, un revolver y quizás el arma más peligrosa de todas, una voz con que gritar. Cada uno de esos tres objetos podía acabar con él fácilmente, y Tommy sabía que tenía que luchar contra cada uno de ellos. Trató de dar con la linterna, pero había desaparecido, de modo que continuó atacando con sus puños, tratando con desesperación de neutralizar los otros dos peligros.

Visser rodó por el suelo debido al impacto de la agresión, pero devolvió los golpes que le propinaba su atacante. Era un soldado frío, perfectamente adiestrado y experimentado, y en seguida comprendió las probabilidades que tenía de ganar. Encajó los puñetazos que le propinaba Tommy al tiempo que trataba de localizar su Mauser. Se defendió propinando patadas con las dos piernas, consiguiendo alcanzar a Tommy en la barriga, haciendo que éste emitiera una exclamación sofocada de dolor.

Aunque Visser no era propenso a gritar pidiendo auxilio, trató de hacerlo. Gritó débilmente, pues el ataque inicial de Tommy le había cortado el aliento. La palabra permaneció suspendida entre los dos hombres que peleaban, después de lo cual se disipó en la oscuridad que les rodeaba. Visser inspiró una bocanada de aire nocturno, llenándose los pulmones con el fin de lanzar un grito de socorro, pero en aquel segundo Tommy le tapó la boca con la mano.

Tommy había aterrizado casi detrás del alemán. Consiguió rodearle el torso con una pierna, haciendo que el otro cayera sobre él, en las densas sombras del bosque. Al mismo tiempo, Tommy metió la mano izquierda en la boca de su enemigo, introduciendo los dedos en su garganta para asfixiarlo. Sólo era vagamente consciente de que existía un arma, y le llevó otra fracción de segundo comprender que el hombre contra el que peleaba era manco.

– ¡Visser! -dijo de pronto.

El alemán no respondió, aunque Tommy intuyó que había reconocido su voz. Visser siguió asestándole patadas y repeliéndole al tiempo que trataba de extraer su pistola. De pronto mordió con todas sus fuerzas la dúctil carne de la mano izquierda de Tommy, clavándole los dientes hasta el hueso.