Pero el comandante no sonreía cuando Tommy entró en la estancia y se detuvo en el centro de la misma. Estaba sentado detrás de su mesa de roble. El teléfono estaba a su derecha y tenía unos papeles sueltos sobre el secante frente a él, junto a la omnipresente fusta. El coronel MacNamara y el comandante Clark se hallaban sentados a su izquierda. Del teniente Scott no había ni rastro.
Von Reiter miró a Tommy y bebió un trago de achicoria en una delicada taza de porcelana.
– Buenos días, teniente -dijo.
Tommy dio un taconazo y saludó. Miró a los dos oficiales americanos, pero éstos se mantuvieron en un discreto segundo plano. También mostraban expresiones tensas.
– Herr Oberst -respondió Tommy.
– Sus superiores desean hacer unas preguntas -dijo Von Reiter. Hablaba un inglés con acento tan excelente como Fritz Número Uno, aunque el hurón habría podido pasar por un americano debido a los coloquialismos que había adquirido mientras escoltaba a los estadounidenses por el recinto. Tommy dudaba que el aristocrático Von Reiter tuviera el menor interés en aprender la letra de las canciones habituales de los prisioneros. Tommy dio media vuelta para situarse frente a los dos estadounidenses.
– Teniente Hart -dijo el coronel MacNamara marcando las palabras-. ¿Conoce usted bien al capitán Vincent Bedford?
– ¿Vic? -respondió Tommy-. Dormimos en el mismo barracón. He hecho algunos tratos con él. Vic siempre se lleva la mejor parte. He hablado con él sobre nuestros hogares, y me he quejado del tiempo o de la comida…
– ¿Es amigo suyo, teniente? -inquirió el comandante Clark.
– Ni más ni menos que los otros prisioneros en el campo, señor -repuso Tommy. El comandante Clark asintió con la cabeza.
– ¿Cómo describiría usted su relación con el teniente Scott? -prosiguió el coronel MacNamara.
– No mantengo ninguna relación con él, señor. Ni yo ni nadie. He tratado de mostrarme amable con él, pero la cosa no pasó de ahí.
– ¿Presenció usted el altercado entre los dos hombres en la habitación del barracón? -preguntó MacNamara tras una pausa.
– No señor. Llegué cuando ya los habían separado, unos segundos antes de que usted y el comandante Clark entraran en la habitación.
– ¿Pero oyó proferir amenazas?
– Sí, señor.
El coronel asintió con la cabeza.
– Posteriormente, según me han contado, se produjo otro incidente junto a la alambrada…
– Yo no lo describiría como un incidente, señor. Más bien un malentendido acerca de las normas, que pudo haber tenido consecuencias fatales.
– Que, según creo, usted previno gritando una advertencia.
– Es posible. Ocurrió muy deprisa.
– ¿Diría usted que este incidente ha servido para incrementar los sentimientos tensos entre los dos oficiales?
Tommy se detuvo. No tenía remota idea de adonde querían ir a parar los oficiales, pero se dijo que por si acaso convenía dar respuestas breves. Se había percatado de que los tres hombres allí reunidos escuchaban con atención todo cuando decía. Tommy decidió proceder con cautela.
– ¿Qué ocurre, señor? -preguntó.
– Limítese a responder las preguntas, teniente.
– Había cierta tensión entre ambos, señor. Creo que se debía a un problema racial, aunque el capitán Bedford me lo negó en una conversación que mantuvimos. Ignoro si las cosas fueron a más, señor.
– Se odian, ¿me equivoco?
– No podría afirmarlo.
– El capitán Bedford odia a la raza negra y no se molestó en ocultárselo al teniente Scott, ¿no es así?
– El capitán Bedford se expresa con franqueza, señor. Sobre diversos temas.
– ¿Diría usted que el teniente Scott se sintió amenazado por el capitán Bedford? -preguntó el coronel MacNamara.
– Habría sido difícil que no se sintiera amenazado por él. Pero…
El comandante Clark le interrumpió:
– Hace menos de dos semanas que ese negro está aquí y ya tenemos una pelea por haberle propinado un golpe bajo a un oficial colega suyo, y para colmo de mayor rango, tenemos unas acusaciones de robo, seguramente fundadas, y un presunto incidente junto a la alambrada… -Clark se detuvo bruscamente y preguntó a Tommy-: Usted es de Vermont, ¿no es cierto, Hart? Que yo sepa, en Vermont no tienen problemas con los negros, ¿no es así?
– Sí, señor. Manchester, Vermont. Y que yo sepa no hay problemas con los negros. Pero en estos momentos no nos encontramos en Manchester, Vermont.
– Esto es evidente, teniente -replicó Clark alzando la voz con aspereza.
Von Reiter, que había permanecido sentado en silencio, se apresuró a intervenir.
– Creo que el teniente sería una buena elección para esa labor, coronel, a juzgar por la prudencia con que responde a sus preguntas. Usted es abogado, no militar, ¿no es cierto?
– Estudiaba el último año de derecho en Harvard cuando me alisté. Poco después de Pearl Harbor.
– Ah -Von Reiter sonrió con cierta brusquedad-. Harvard. Una institución pedagógica que goza de merecida fama. Yo estudié en la Universidad de Heidelberg. Quería ser médico, hasta que mi país me llamó a filas.
El coronel MacNamara tosió para aclararse la garganta.
– ¿Conocía usted el historial de guerra del capitán Bedford, teniente?
– No, señor.
– La ilustre Cruz de la Aviación con guirnalda de plata. Un Corazón Púrpura. Una Estrella de Plata por haber participado en misiones sobre Alemania. Realizó una serie de veinticinco salidas, y se ofreció como voluntario para una segunda serie. Más de treinta y dos misiones antes de caer derribado…
– Un aviador ampliamente condecorado, con una hoja de servicios impecable, teniente -interrumpió Von Reiter-. Un héroe de guerra. -El comandante lucía una reluciente cruz de hierro negra que pendía de una cinta en torno a su cuello, la cual no cesaba de acariciar mientras hablaba-. Un adversario que cualquier combatiente del aire respetaría.
– Sí, señor -contestó Tommy-. Pero no comprendo…
El coronel MacNamara inspiró hondo y habló con resentimiento, sin poder apenas contener su ira.
– El capitán Bedford de las fuerzas aéreas estadounidenses fue asesinado anoche, después de que se apagaran las luces, dentro del recinto del Stalag Luft 13.
Tommy permaneció boquiabierto, mirando al otro con fijeza.
– ¿Asesinado?
– Asesinado por el teniente Lincoln Scott -respondió MacNamara sin dudarlo.
– No puedo creer…
– Disponemos de pruebas suficientes, teniente -se apresuró a interrumpir el comandante Clark-. Las suficientes para formarle un consejo de guerra hoy mismo.
– Pero…
– Por supuesto, no lo haremos. En todo caso, no hoy. Pero pronto. Tenemos previsto formar un tribunal militar para oír los cargos contra el teniente Scott. Los alemanes -en ese momento MacNamara hizo un pequeño ademán para señalar con la cabeza al comandante Von Reiter- nos han autorizado a hacerlo. Por lo demás, acatarán la sentencia del tribunal. Sea cual fuere.
Von Reiter asintió.
– Tan sólo pedimos que se me permita asignar un oficial para que observe todos los detalles del caso, para que éste pueda informar a mis superiores en Berlín del resultado del juicio. Y, por supuesto, en caso de que requieran un pelotón de fusilamiento, nosotros les proporcionaremos a los hombres. Ustedes, los americanos, podrán presenciar la ejecución, aunque…