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– ¿La qué? -dijo Tommy asombrado-. ¿Bromea usted, señor?

Nadie estaba bromeando. Tommy lo comprendió al instante. Respiró hondo. La cabeza le daba vueltas, pero procuró conservar la calma. Sin embargo, notó que su voz sonaba algo más aguda de lo habitual.

– Pero ¿qué es lo que desea de mí, señor? -preguntó.

La pregunta iba dirigida al coronel MacNamara.

– Queremos que represente al acusado, teniente.

– ¿Yo, señor? Pero yo no…

– Tiene experiencia en materia legal. Tiene usted muchos textos sobre leyes cerca de su litera, entre los cuales imagino que habrá alguno sobre justicia militar. Su labor es relativamente simple. Sólo tiene que asegurarse de que los derechos militares y constitucionales del teniente Scott están protegidos mientras se le juzga.

– Pero, señor…

– Mire usted, Hart. -Le interrumpió con brusquedad el comandante Clark-: Es un caso claro. Tenemos pruebas, testigos y un móvil. Existió la oportunidad. Existía un odio más que probado. Y no queremos que estalle un motín cuando los otros prisioneros averigüen que un maldito ne… -Se detuvo, hizo una pausa y lo expresó de otro modo-, cuando los otros prisioneros averigüen que el teniente Scott ha matado a un oficial muy apreciado, conocido por todos, respetado y condecorado. Y que lo mató de forma brutal, salvaje. No consentiremos que se produzca un linchamiento, teniente. No mientras estén ustedes bajo nuestras órdenes. Los alemanes también desean evitarlo. Por lo tanto, habrá un juicio. Usted tomará parte fundamental en él. Alguien tiene que defender a Scott. Y ésta, teniente, es una orden. De mi parte, del coronel MacNamara y del Oberst Von Reiter.

Tommy inspiró profundamente.

– Sí, señor -repuso-. Lo comprendo.

– Bien -dijo el comandante Clark-. Yo mismo instruiré las diligencias del caso. Creo que dentro de una semana, o a lo más diez días, podremos formar el tribunal. Cuanto antes resolvamos el asunto, mejor, comandante.

Von Reiter asintió con la cabeza.

– Sí -dijo el alemán-, debemos proceder con diligencia. Quizá parezca inoportuno apresurarnos, pero un excesivo retraso crearía muchos problemas. Hay que obrar con rapidez.

– Esta misma tarde dispondrá usted de los nombres de los oficiales elegidos para constituir el tribunal de guerra -dijo el coronel MacNamara volviéndose hacia el comandante.

– Muy bien, señor.

– Creo -prosiguió el coronel-, que podremos concluir este asunto a finales de mes, o como máximo, al principio del siguiente.

– De acuerdo. Ya he mandado llamar a un hombre que nombraré oficial de enlace entre ustedes y la Luftwaffe. El Hauptmann Visser llegará aquí dentro de una hora.

– Discúlpeme, coronel -terció Tommy, discretamente.

– ¿Qué quiere, teniente? -inquirió MacNamara, volviéndose hacia él.

– Verá, señor -dijo Tommy no sin titubear-, entiendo la necesidad de resolver este asunto con rapidez, pero querría formular unas peticiones, señor, si me lo permite…

– ¿De qué se trata, Hart? -preguntó Clark con sequedad.

– Debo saber en qué consisten exactamente las pruebas de que disponen, señor, así como los nombres de los testigos. No lo tome como una falta de respeto, comandante Clark, pero mi deber es inspeccionar personalmente la escena del crimen. Asimismo necesito que alguien me ayude a preparar la defensa. Por más que sea un caso claro.

– ¿Para qué quiere usted un ayudante?

– Para que comparta conmigo la responsabilidad de la defensa. Es lo tradicional en el caso de un delito capital, señor.

Clark frunció el ceño.

– Tal vez lo sea en Estados Unidos. No estoy seguro de que esto sea absolutamente necesario dadas nuestras circunstancias en el Stalag Luft 13. ¿A quién propone, teniente?

Tommy volvió a respirar hondo.

– El teniente de la RAF Hugh Renaday. Ocupa un barracón en el complejo norte.

Clark se apresuró a mover la cabeza en sentido negativo.

– No me parece buena idea implicar en esto a un británico. Son nuestros trapos sucios y es preferible que los lavemos nosotros mismos. No conviene…

Von Reiter dejó que se pintara una breve sonrisa en su rostro.

– Herr comandante -dijo-, creo que conviene dar al teniente Hart toda clase de facilidades para que lleve a cabo la compleja y delicada tarea que le hemos encomendado. De este modo evitaremos cometer cualquier incorrección. Su petición de que le permitan contar con un ayudante es razonable, ¿no? ¿El teniente Renaday tiene alguna experiencia en esta clase de asuntos, teniente?

Tommy asintió.

– Sí, señor -respondió.

Von Reiter asintió a su vez.

– En ese caso, me parece una propuesta acertada. Su ayuda, coronel MacNamara, no significa que otro de sus oficiales se vea comprometido por este desdichado incidente y sus inevitables consecuencias.

A Tommy esta frase le pareció muy interesante, pero se abstuvo de expresarlo.

El coronel observó al alemán con detenimiento, analizando lo que había dicho el comandante.

– Tiene usted razón, Herr Oberst. Es perfectamente razonable que un británico esté implicado en el caso, en lugar de otro americano…

– Es canadiense, señor.

– ¿Canadiense? Mejor que mejor. Petición concedida, teniente.

– En cuanto a la escena del crimen, señor, necesito…

– Sí, desde luego. En cuanto hayamos retirado el cadáver…

– ¿No han retirado todavía el cadáver? -preguntó Tommy asombrado.

– No, Hart. Los alemanes enviarán a una brigada en cuanto lo ordene el comandante.

– En ese caso deseo verlo. Ahora mismo. Antes de que toquen nada. ¿Han acordonado el lugar?

Von Reiter, que seguía sonriendo apenas, asintió con la cabeza.

– Nadie ha tocado nada desde el desgraciado hallazgo de los restos del capitán Bedford, teniente. Se lo aseguro. Aparte de mi persona y de sus dos oficiales superiores aquí presentes, nadie ha examinado el lugar. Salvo, posiblemente, el acusado. Debo apresurarme a informarle -continuó Von Reiter sin dejar de sonreír-, que su petición es idéntica a la que hizo el Hauptmann Visser cuando hablé con él a primera hora de esta mañana.

– ¿Y las pruebas, comandante Clark? -preguntó Tommy.

El aludido dio un respingo y miró a Hart disgustado.

– Se las haré llegar tan pronto como las haya compilado.

– Gracias, señor. Deseo formular otra petición, señor.

– ¿Otra petición? Su labor en este caso es sencilla, Hart. Proteger con honor los derechos del acusado. Ni más ni menos.

– Por supuesto, señor. Pero para hacerlo debo hablar con el teniente Scott. ¿Dónde se encuentra?

Von Reiter no dejaba de sonreír, como si se refocilara con la incómoda situación de los oficiales estadounidenses.

– Ha sido trasladado a la celda de castigo, teniente. Podrá hablar con él después de que haya examinado la escena del crimen.

– Junto con el teniente Renaday, por favor.

– En efecto, tal como solicitó usted.

En la mesa, frente a Von Reiter, había un intercomunicador semejante a una cajita. El comandante pulsó un botón. En el despacho contiguo sonó un timbre. La puerta se abrió de inmediato y Fritz Número Uno entró en la habitación.

– Cabo, acompañe al teniente Hart al recinto norte, donde ambos hallarán al teniente Hugh Renaday. Luego escolte a los dos hombres hasta el Abort, donde hallarán el cadáver del capitán Bedford, y proporcióneles la asistencia que necesiten. Cuando ambos hayan terminado de examinar el cuerpo y la zona circundante, haga el favor de acompañar al teniente Hart a ver al prisionero.

– Jawohl, Herr Oberst! -respondió Fritz Número Uno cuadrándose con energía.