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—¿La ha… matado? —él mismo se sorprendió de la nota de horror, casi de acusación que descubría en su propia voz.

Los ojos de Rosas permanecían abiertos y fijos.

—No lo sé; lo intenté. Más pronto o más tarde tenía que hacerlo. No soy un traidor, Wili, pero en la bodega de Scripps… —se detuvo como si se diera cuenta de que aquélla no era la ocasión para hacer confesiones tan largas—. ¡Demonios! Quitémosle esto.

Recogió la pistola que había quedado debajo de la mano ahora inmóvil de Lu. Esta acción probablemente les salvó.

Mientras la movía haciéndola rodar, Lu explotó. Sus piernas golpearon la parte central del cuerpo de Mike, haciéndole caer sobre Wili. El hombre mayor era un peso muerto encima de Wili. Cuando Wili se pudo liberar, Della Lu ya iba corriendo escaleras arriba. Corría tambaleándose y uno de sus brazos le colgaba formando un ángulo raro. Todavía llevaba la linterna.

—¡La pistola, Mike, rápido!

Pero Rosas estaba doblado en un paroxismo de dolor y casi de parálisis, y de sus labios no salían más que unos gemidos de dolor. Wili se apoderó de la barra de metal, voló escaleras arriba y se arrojó lateralmente al suelo cuando llegó a la calle.

La precaución era innecesaria. Ella no le estaba esperando. Entre el estrépito de las lejanas sirenas, Wili pudo oír el ruido de sus pasos que se alejaban. Wili miró en vano hacia la calle, en la dirección hacia donde le había parecido oír sus pasos. Se había perdido de vista, pero podría seguir su pista ya que conocía el terreno.

Oyó un ruido desde la puerta de entrada del banco.

—Espera —era Rosas, encorvado, apretándose el vientre con las manos y que hablaba con palabras entrecortadas, casi inaudibles—. Ella ha ganado, Wili, ha ganado.

La interrupción bastó para hacer que Wili se detuviera y se diera cuenta de que, efectivamente, Lu había ganado. Estaba herida y desarmada, era cierto, y con algo de suerte podría seguir su pista y dar con ella en pocos minutos; pero ya habría tenido tiempo para hacer señales y atraer a las tropas y a sus armas, que estaban mucho más cerca de lo que Mike había asegurado. Ella había ganado para la Autoridad su generador portátil de burbujas.

Y si Wili no podía alejarse mucho en los siguientes minutos, la Autoridad podría ganar mucho más. Durante un largo segundo miró al Jonque. El ayudante de sheriff se sostenía en pie algo menos encorvado y respiraba con dolorosos jadeos. Podía dejar a Rosas allí. Esto entretendría a las tropas durante unos minutos muy valiosos, que tal vez podrían asegurar su propia fuga.

Mike le miró y pareció como si se diera cuenta de lo que estaba pasando por la cabeza de Wili. Finalmente, éste dio un paso hacia él.

—Vámonos. Todavía tenemos que salir de aquí.

En diez segundos, la calle quedó tan vacía como había estado durante los años anteriores.

29

Los nobles Jonques le creyeron cuando Wili salió fiador de Mike. Éste fue el segundo gran riesgo que había corrido para poder llegar a su casa. El primero había sido al escaparse de los Ndelante Ali. Habían podido salir de la Cuenca por sus propios medios, y se habían puesto directamente en contacto con los hombres del alcalde. No se habían salvado muchos Jonques de la operación y sus informes eran confusos. Pero, evidentemente, el rescate había sido un gran éxito y no fue demasiado difícil convencerles de que no se había producido ninguna traición. Tales explicaciones no habrían satisfecho a los Ndelante porque ya se fiaban poco de Wili. Y era muy probable que algún superviviente negro hubiera presenciado lo que sucedió en realidad.

En cualquiera de los casos, Naismith quería que Wili regresara inmediatamente, y los Jonques ya sabían dónde estaban sus esperanzas de supervivencia. En cuestión de horas los dos estaban ya en camino. No fue un viaje tan lujoso como a la ida. Viajaban por caminos secundarios, en carros camuflados y moderando la velocidad en aras de la precaución. El convoy de Aztlán sabía que podía ser presa de un enemigo que estaba vigilante.

Era de noche cuando les dejaron en un camino apenas señalado, al norte de Ojal. Wili se quedó escuchando los ruidos del carro y de su escolta, que se fueron apagando y se perdieron entre los demás sonidos de la noche. Estuvieron en silencio durante un minuto, el mismo silencio que había reinado entre ellos durante gran parte de las últimas horas. Luego Wili se encogió de hombros y empezó a andar por el polvoriento camino. Debía llevarles hasta la cabaña de un simpatizante de los Quincalleros, situada al otro lado de la frontera. Por lo menos allí encontrarían un caballo.

Oyó que Mike marchaba muy cerca de él, pero no hubo palabras entre ellos. Ésta era la primera ocasión en que realmente estaban solos desde que salieron a pie de la Cuenca. Entonces tuvieron que permanecer muy callados. Pero, incluso ahora, Rosas no tenía nada que decir.

—Ya no estoy enfadado, Mike —Wili hablaba en español porque quería decir exactamente lo que sentía—. Usted no mató a Jeremy. Ni creo que nunca hubiera tenido intención de hacerle daño. Y salvó mi vida y probablemente la de Paul cuando se abalanzó sobre Lu.

El otro soltó un gruñido indiferente, o tal vez fue sólo el ruido de sus pasos sobre el polvo y el zumbido de los insectos entre los matojos. Al cabo de unos diez pasos, Wili se paró de repente y dijo:

—¡Maldición! ¿Por qué no quiere hablar? Aquí no hay nadie que pueda oírle, excepto las colinas y yo. Dispone de todo el tiempo del mundo.

—Pues bien, Wili, hablaré —había muy poca expresión en su voz, y su rostro era poco más que una sombra sobre el cielo—. No sé si vale la pena, pero hablaré —siguieron subiendo por el ondulante camino—. Hice todo lo que pensabas, aunque no lo hice por los de la Paz, ni por Della Lu. ¿Has oído hablar de la plaga de Huachuca, Wili?

No esperó la respuesta de Wili, y empezó con una mezcla deslavazada de historias. La suya y la del mundo. La de Huachuca había sido la última de las plagas de guerra. En números absolutos no había matado a un gran número de personas, tal vez a unos cien millones en todo el mundo. Esto, en el año 2015, representaba un humano de cada cinco.

—Yo nací en Fuerte Huachuca, Wili, aunque no lo recuerdo. Salimos de allí cuando era muy pequeño. Pero, antes de morir, mi padre me contó muchas cosas. Mi padre sabía quién había causado las plagas, y es por esto que se marchó de allí.

La familia de Rosas no se había ido de Huachuca a causa de la plaga que llevaba el mismo nombre. La muerte rondaba por toda la ciudad, pero aquella plaga, igual que las anteriores, parecía influir muy poco en ella.

Las hermanas de Mike nacieron después de su traslado, enfermaron y murieron lentamente. Al igual que en todas las plagas, quedaba una gran riqueza material para los supervivientes pero, en el desierto, cuando una ciudad moría también lo hacían los servicios que deberían hacer posible la vida allí.

—Mi padre se marchó porque había descubierto el secreto de Huachuca, Wili. Ellos eran como el grupo de La Jolla, aunque más arrogantes. Mi padre era un ordenanza en el hospital de investigaciones. No tenía una verdadera formación técnica. ¡Demonios! Era sólo un muchacho cuando empezó la Guerra y las primeras plagas empezaron a hacer daño.

»En aquel tiempo, los altos mandos militares y los mismos gobiernos estaban casi muertos. Las viejas máquinas militares eran demasiado costosas de mantener. Cualquier ataque que el estado dirigiera contra la Paz debía utilizar tecnologías baratas. Esta era la historia que contaban los libros de historia de la Paz, pero el padre de Mike había podido ver la verdad. Había visto remesas hechas a las ciudades que habían sido las primeras en informar de la plaga. En aquellos envíos se falsificó la fecha por una posterior y se hizo constar que eran suministros médicos para las víctimas.