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Avery miró por la ventana, veía aquella preciosa tierra según la visión de Lu: como un posible campo de batalla que debía ser analizado en busca de campos de tiro y zonas prohibidas. A primera vista era difícil imaginar que un grupo pudiera pasar sin ser descubierto, pero recordaba, desde sus tiempos de excursiones y acampadas, la cantidad de barrancos que había por allí. Gracias a Dios, los satélites de reconocimiento volvían a funcionar.

Esto podría protegerles sólo de una parte del peligro. Quedaba todavía la posibilidad de que el enemigo pudiera valerse de traidores para introducir en la zona un generador de burbujas de los Quincalleros. La atención de Avery se hizo introspectiva, formuló una serie de cálculos. Finalmente sonrió. Ninguno de los dos sistemas iba a servirles de nada. Era del dominio público que uno de los generadores de burbujas de la Autoridad estaba en Livermore (el otro estaba en Beijing). Y había miles de personas de la Autoridad que rutinariamente entraban en el Enclave de Livermore. Pero se trataba de un área muy grande, de casi cincuenta kilómetros. En alguna parte de esta amplia zona estaba el generador y su suministro de potencia. Pero, de todos los millones de habitantes de la Tierra, sólo cinco conocían exactamente el emplazamiento del generador, y no ascendían a cincuenta los que habían llegado a tener acceso a él. El generador había sido construido por Jackson Avery con el pretexto de unos proyectos que habían sido contratados para el antiguo LEL. Tales proyectos habían sido la usual combinación de investigación militar y energética. Por ello, el LEL y los militares de los Estados Unidos habían estado más que contentos de que trabajaran en secreto, y habían hecho posible que el viejo Avery construyera sus aparatos bajo tierra y muy lejos de sus cuarteles generales oficiales. Avery se había cuidado de que ni los enlaces militares supieran exactamente el emplazamiento. Después de la Guerra, el secreto se había conservado. En los primeros días de la Guerra, los restos del gobierno de los Estados Unidos todavía conservaban suficiente poder para destruir el generador, si hubieran podido saber dónde estaba.

Y ahora, todo aquel secreto daba su fruto. La única forma que Hoehler tenía de conseguir lo que Lu temía era encontrar la manera de generar burbujas del tamaño de Vandenberg… Sus antiguos miedos volvían a aflorar: ésta era una de las cosas que aquél monstruo era capaz de conseguir.

Miró a Lu con un sentimiento que sobrepasaba el respeto y se acercaba más al temor. No sólo era competente, también era capaz de pensar como Hoehler. La tomó del brazo y la acompañó a la puerta.

—Su ayuda ha sido mucho más importante que lo que usted supone, señorita Lu.

32

Allison ya llevaba en el nuevo mundo más de diez semanas.

Algunas veces, las cosas pequeñas eran las que más le costaba asimilar. Es posible olvidarse durante muchas horas seguidas de que han muerto casi todos aquellos a los que se conocía, y que prácticamente todas estas muertes han sido asesinatos. Pero cuando se hacía de noche y el interior de la casa se oscurecía casi igual que el exterior, surgía una impresión de irrealidad que no podía ignorar. Paul tenía mucho equipo electrónico, en gran panel más sofisticado que el del siglo veinte, pero su suministro de potencia se medía en watios, y no en kilowatios. Por este motivo permanecían sentados a oscuras, sin otra iluminación que la de las pantallas planas y unos pequeños holos que eran los ojos con que podían ver el mundo del exterior. Allí estaban ellos, unos conspiradores dispuestos a derrocar una dictadura mundial, una dictadura que poseía misiles y cabezas nucleares, y permanecían tímidamente sentados en la oscuridad.

Su quijotesca conspiración no llevaba las de ganar, pero ¡por Dios! el enemigo sabía que estaba metido en una lucha. Así lo demostraba la TV. Durante las dos primeras semanas, se habría podido pensar que apenas si había alguna emisora y, entre las pocas que había, casi todas estaban manejadas por familias. Los Morales pasaban su tiempo libre viendo antiguas grabaciones. Pero, después del rescate de Los Ángeles, la Autoridad había iniciado emisiones que duraban las veinticuatro horas del día, parecidas a las emisiones soviéticas del siglo veinte y que tenían tan poca audiencia como aquéllas. Todo su contenido se reducía a noticias e informaciones relacionadas con los malévolos Quincalleros y con las valerosas medidas tomadas por «nuestra Autoridad de la Paz» para salvar el mundo de la amenaza que éstos representaban.

Paul llamaba a estas «medidas» el Progrom Plateado. Cada día emitían más imágenes de Quincalleros convictos y de simpatizantes suyos que desaparecían dentro de la granja de burbujas que la Autoridad había establecido en Chico. Al cabo de diez años, decían los comentaristas, aquellas burbujas reventarían y los culpables tendrían una revisión de su proceso. Durante este tiempo, sus propiedades también quedarían bloqueadas. Jamás, en el transcurso de toda la historia (se explicaba a la audiencia), los criminales y monstruos habían sido tratados con más firmeza y con más equidad. Allison sabía reconocer los embustes cuando los oía. Si ella hubiera sido la encerrada dentro de una burbuja, no le quedaría la menor duda de que aquello era una tapadera para el exterminio.

Era un sentimiento extraño el de haber estado presente durante el nacimiento del nuevo orden y seguir viva entonces, cincuenta años después.

Esta gran Autoridad que mandaba en el mundo entero (exceptuando ahora Europa y África) tenía su origen en aquella compañía de tercer orden para la que trabajaba Paul en Livermore. ¿Qué habría pasado si ella, junto con Angus y Fred, hubiesen efectuado su vuelo un par de días antes, a tiempo de regresar a salvo con la evidencia?

Durante el crepúsculo Allison miraba al exterior de la mansión a través de los amplios ventanales. Las lágrimas ya no afluían a sus ojos cuando pensaba en aquellas cosas, pero todavía la atormentaban. Si hubiesen regresado a tiempo, el Centro de Operaciones habría escuchado a Hoehler. No hubiera tenido que hacer más que atacar a los laboratorios de Livermore antes de que desencadenaran lo que se llamaría «la Guerra», y no fue más que un expolio general. Y, al parecer, la Guerra había sido solamente el principio de décadas y décadas de luchas y plagas que ahora se atribuían a los perdedores. Una diferencia de un par de días habría sido suficiente para que el mundo no hubiera llegado a ser una tumba casi sin vida, y los Estados Unidos una memoria que se iba borrando. ¡Pensar que unos piojosos empresarios habían podido hacer claudicar a la nación más poderosa de la historia!

Se dio la vuelta y miró hacia la habitación, intentando ver entre las tinieblas a los otros tres conspiradores. Un anciano, un chico escuálido, y Miguel Rosas. ¿Era éste el corazón de la conspiración? Aquella noche, al menos, Rosas parecía ser tan pesimista como ella misma.

—Seguro, Paul. Su invento puede llegar a hacerles caer, pero le digo que los Quincalleros van a estar dentro de burbujas o muertos antes de que esto suceda. Los de la Paz se mueven aprisa.

El anciano no se inmutó.

—Mike, creo que siempre buscas algo para estar asustado. Unas semanas atrás era la operación de reconocimiento de los de la Paz. Wili lo solucionó; diría que incluso hizo mucho más que esto. Y ahora tiene que preocuparse por otra cosa.

Allison estaba de acuerdo con Mike, pero había algo de verdad en lo que decía Paul al quejarse. Parecía que a Mike le estuvieran persiguiendo y le hubieran ya atrapado, todo al mismo tiempo. Le perseguía el recuerdo de lo que había hecho en el pasado, y se sentía atrapado al no poder hacer algo por redimirse de aquel mismo pasado.