—Los Quincalleros solamente estarán escondidos el tiempo suficiente para construir más generadores y para mejorarlos. Luego lucharemos y devolveremos los golpes —la voz de Paul mostraba cierto mal humor, como si pensara que él ya había hecho el verdadero trabajo y que los Quincalleros eran incapaces de terminar lo que faltaba. Muchas veces le parecía que Paul era tal como le recordaba. Pero, en ocasiones, como la de aquella noche, le parecía simplemente viejo y ligeramente aturdido.
—Lo siento, Paul. Pero creo que Mike tiene razón —intervino el muchacho negro, con su acento español algo incongruente, pero agradable. El muchacho tenía una lengua aguda y un temperamento en consonancia, pero cuando hablaba con Paul, aunque fuera para contradecirle, se mostraba respetuoso y tímido—. La Autoridad no nos dará el tiempo suficiente para que podamos ganar. Han metido en una burbuja hasta al mismo alcalde de El Norte. La granja Flecha Roja ha desaparecido. Si el coronel Kaladze estaba escondido allí, también debe haberse ido.
Si el día era claro, podían verse muchas pequeñas burbujas que estaban muy próximas a la Cúpula de Vandenberg.
—Pero tenemos el control de los reconocimientos de la Paz, deberíamos ser capaces de proteger a gran número de… —vio que Wili movía su cabeza.—. ¿Qué? ¿No vas a poder programarlos? Creía que tú…
—Éste no es el problema principal, Paul. Jill y yo hemos intentado proteger a muchos de los Quincalleros que han sobrevivido a los primeros encierros en burbujas. Pero vea: la primera vez que los de la Paz atrapen a alguno de estos grupos, van a descubrir que allí hay una contradicción. Verán que los satélites les están diciendo algo diferente de lo que hay en el terreno. Entonces, nuestra artimaña ya no servirá. Ya hemos quitado la protección a un par de grupos con los que nos pusimos de acuerdo y que habrían sido capturados igualmente —las últimas palabras las pronunció muy de prisa cuando vio que el anciano se enderezaba en su silla.
Allison intervino:
—Estoy de acuerdo con Wili. Nosotros tres podremos ser capaces de resistir indefinidamente, pero los Quincalleros de California se habrán acabado dentro de otro par de semanas. El poder controlar las comunicaciones y los reconocimientos del enemigo es una enorme ventaja, pero es algo que averiguarán más pronto o más tarde. Sólo sirve a corto plazo.
Paul permaneció en silencio durante un largo tiempo. Cuando volvió a hablar recordaba al hombre que ella había conocido tanto tiempo atrás, el que nunca consentía que un problema le venciese.
—De acuerdo. La victoria ha de ser nuestro objetivo a corto plazo… Atacaremos Livermore y encerraremos su generador en una burbuja.
—Paul, ¿en verdad puedes hacerlo? ¿Puedes generar una burbuja a centenares de kilómetros de distancia, tal como hacen los de la Paz? —por el rabillo del ojo, Allison vio que Wili hacía señas negativas.
—No, pero puedo hacerlo mejor que en Los Ángeles. Si logramos que Wili y el equipo necesario puedan llegar a menos de cuatro mil metros del objetivo, podrá hacerlo.
—¿Cuatro mil metros? —Rosas anduvo hasta las ventanas abiertas. Miró hacia el bosque y pareció que disfrutaba con la brisa que empezaba a entrar en la habitación—. Paul, Paul. Ya sé que su especialidad es lo imposible, pero en Los Ángeles tuvimos necesidad de todo un equipo de porteadores sólo para llevar las baterías de almacenamiento. Hace unas semanas, usted no quería oír hablar de internarnos con un carro en los bosques del este. Ahora quiere llevarse un cargamento de instrumentos a través de los parajes más despejados y poblados de la Tierra. Luego, cuando haya llegado allí, todo lo que tiene que hacer es acercar algunas toneladas de carga a menos de cuatro mil metros del generador de la Paz. Paul, he estado en el Enclave de Livermore. Hace unos tres años. Se trataba de un trabajo de enlace de la policía con los de la Paz. Tenían allí suficiente capacidad de fuego para derrotar a un ejército de los tiempos pasados, tenían aviones suficientes como para no necesitar los satélites espías. Uno no se podía acercar a cuarenta kilómetros de allí si no llevaba una invitación impresa y sellada. Una zona de cuatro mil metros cae dentro de su recinto central, con toda probabilidad.
—Hay otro problema, Paul —dijo Wili, tímidamente—. He estado pensando también en su generador. Sé que algún día lo destruiremos, al igual que el de Beijing. Pero, Paul, no puedo localizarlo, quiero decir que la propaganda de la Autoridad muestra unas fotografías del edificio del generador de Livermore, pero son un engaño. Lo sé. Desde que me cuido de su sistema de comunicaciones, sé todo lo que se dicen a través de los satélites. El generador de Beijing está muy próximo a su emplazamiento oficial, pero el de Livermore está muy escondido. Nunca hablan de su emplazamiento, ni en sus transmisiones más secretas.
Paul se dejó caer en su silla, obviamente derrotado.
—Tienes razón, desde luego. Estos bastardos lo edificaron en secreto. Y mantuvieron el secreto en tanto que los gobiernos aún tenían poder.
Allison los iba mirando, uno tras otro, y notaba que una risa incontrolable se iba acumulando en su garganta. ¡No lo sabían! Después de todos aquellos años, aún no lo sabían. Y hacía muy pocos minutos que ella se había estado mortificando pensando en lo que habría podido pasar. La risa se le escapó y no intentó detenerla. Todos la miraron con creciente sorpresa. Su última misión, quizá la última salida de reconocimiento que había hecho la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, todavía podía alcanzar su objetivo.
Por fin, contuvo la risa y les explicó lo que la había provocado.
—…O sea que si tenéis un lector, creo que podré encontrarlo.
A continuación vinieron los gritos perentorios llamando a Irma, luego una búsqueda muy apresurada, entre todos los cacharros viejos del ático, de un antiguo lector de discos. Una hora más tarde, el lector estaba sobre una mesa del cuarto de estar. Era voluminoso, gris, y el escudo de Motorola casi había desaparecido por completo. Irma lo conectó y lo obligó a volver a la vida.
—Funcionaba muy bien, hace algunos años. Lo utilizábamos para copiar nuestros discos antiguos sobre un soporte sólido. Aunque consume mucho. Ésta es una de las razones por la que lo descartamos.
La pantalla del lector volvió a la vida con un resplandor brillante que iluminó toda la habitación. Ésta era la iluminación decente que Allison recordaba. Había llevado allí su equipo de disco, y abierto su cerradura de combinación. El disco era material hecho con normas militares, pero era del formato comercial y podría verse en la pantalla. Lo colocó en el lector. Sus dedos se movieron sobre el teclado adaptando las características del disco al aparato. Aquello resultaba algo tan habitual, que era como un regreso al pasado.
La pantalla se volvió blanca. Tres discos grises salpicados de colores aparecieron en el centro del campo. Apretó una tecla y a la imagen se sobrepusieron retículas y rótulos.
Allison miró la imagen y poco le faltó para echarse a reír de nuevo. Iba a revelar lo que tal vez fuera la técnica de observación más adelantada y más secreta de todo el arsenal americano. Doce semanas «antes» aquello hubiera sido una acción inconcebible. Pero ahora era una oportunidad maravillosa, una oportunidad para que el pasado pudiera tomarse una pequeña venganza.
—No parece que sea gran cosa, ¿verdad? —ella rompió el silencio—. Lo que estamos contemplando es Livermore o, mejor dicho, su subsuelo. La fecha es el primero de julio del 97.
Ella miró a Paul.
—Esto es lo que me pediste que buscara, Paul. ¿Te acuerdas? No creo que jamás hubieras podido saber lo bueno que era nuestro equipo.
—¿Quieres decir que estas cosas grises son proyecciones de los antiguos ensayos de Avery?
Ella asintió.